Relatos de hechos de armas.

Parte del Com. Sir Home Popham sobre la reconquista al Lord del Almirantazgo.    

 

    La derrota y capitulación de las fuerzas de Beresford que ocupaban Buenos Aires, fue un duro revés para los planes y objetivos británicos en el Río de la Plata. Pero también fue, un golpe al prestigio de las armas y honor británicos, tal como se puede entender de las palabras de los vencidos, siendo el primer descalabro desde la fracasada expedición de General Sir Ralph Abercromby a Puerto Rico en 1797. Presentamos a continuación, el informe dirigido por Home Popham a sus superiores, luego de la reconquista de Buenos Aires por los rioplatenses, desde la flota británica que permanecía en el Río de la Plata.

 
Copia del parte del comodoro sir Home Popham sobre la reconquista de Buenos Aires al lord del Almirantazgo, escrito a bordo del navío “Diadema”, anclado en río de la Plata, el 25 de agosto de 1806.
 

               “Señor: Cuando los sucesos de la guerra acaban de ser favorables a una expedición, yo considero un deber de los oficiales comandantes poner en manifiesto a todas las circunstancias, según sus conocimientos e informaciones. Siguiendo este camino, confío poder convencer a los lores del almirantazgo, que los liberales y benéficos principios del general Beresford han hecho más honor a las armas de S. M. B. y al carácter de la Gran Bretaña, que si hubieran recurrido al poder de la fuerza que estaba en su mano, con el cual hubiera efectivamente aniquilado todos los esfuerzos del enemigo, y probablemente arrancado para siempre estos países de la corona de España.”

               “Pueyrredón, uno de la municipalidad, parece haber sido uno de los grandes agentes de la revolución: él se aplicó con el mayor arte e industria a preparar el pueblo para una general insurrección; las armas estaban escondidas en la ciudad, prontas para el momento de la acción; los descontentos se reunían todas las noches y esperaban sus órdenes e instrucciones, atrayendo a su partido la canalla del país con grandes dádivas de plata que iban de la banda del norte del río.”

               “El coronel Liniers, oficial francés al servicio de España, y bajo su palabra de honor y juramento, sucesivamente se empleó en reunir gente en la Colonia. El terror estaba establecido, y toda persona que rehusaba contribuir con su asistencia a esta conspiración era amenazada inmediatamente de muerte. Yo refiero esto apoyado de una autoridad indudable. El progreso de la revolución fue tan rápido como su misma aparición: el 31 de julio fui informado por un despacho del general Beresford, que recibí en la escuadra a mi vuelta de Montevideo[1], que estaba temeroso por noticia adquirida que una insurrección debía brevemente tener lugar; supe al mismo tiempo por el capitán Thompson que diez y siete buques enemigos habían llegado a la Colonia, y como me habían referido que las fuerzas debían ser todavía aumentadas en Montevideo, di órdenes al Diomedes[2] para dirigirse a la Ensenada, y al capitán King, del Diadema[3], de ir arriba con algún resto de marinos, dos compañías de azules, y todos los demás hombres que pudiese sacar de los navíos, con objeto de armar varias embarcaciones para atacar a los enemigos en la Colonia, porque de otro modo era imposible impedirles el paso por el canal del oeste si tenían viento favorable. El 1 de agosto a la tarde, la Leda[4] ancló a distancia de dos millas de Buenos Aires, y cuando me desembarqué el día 2 que el tiempo permitió barquear, hallé que el general Beresford había ejecutado con suceso un ataque contra 1500 españoles mandados por Pueyrredón cinco leguas distantes de la ciudad, con 500 hombres, habiéndoles tomado nueve piezas de artillería y varios prisioneros[5]. El 3 traté de volver a la Leda, pero no pude verificarlo por haber refrescado mucho el viento S. E. El 4 por la mañana hubo una gran lluvia, y el temporal creció tanto, que fue imposible suspender el ancla. A la tarde llegó el capitán King en un falucho con 150 hombres del Diadema, con objeto de armar las pocas pequeñas embarcaciones recogidas en balizas, pero no fue posible llegar a éstas hasta la tarde siguiente. El 5 por la mañana, fue moderado el tiempo, y alcancé a la Leda, donde fui informado por el capitán Thompson que en el temporal del precedente día el enemigo había cruzado desde la Colonia totalmente inobservado de nuestros buques, excepto la zumaca Dolores mandada por el teniente Nowich, quien estaba fondeado en el estrecho Canal sobre las Conchas y San Isidro; por el viento Este habiendo traído mucho agua al río, el enemigo pudo pasar por el banco de las Palmas sin necesidad de haber bordada para entrar el canal. El 6 y 7 fueron tempestuosos, la Leda estaba fondeada en 4 brazas de agua con dos cables por la proa, y verjas y masteleros calados, el 8 supe por el capitán King de nuestras lanchas cañoneras habían ido a pique sobre sus amarras, que el bergantín Waleret había perdido su timón, y que las lanchas y el bote grande del Diadema y Leda se habían perdido. Los torrentes de lluvia que cayeron el 6, 7 y 8, pusieron los caminos totalmente impracticables para todos, menos para la caballería, y por consiguiente el general Beresford se halló frustrado en su determinación de atacar al enemigo a alguna distancia de la ciudad, cuyo ataque, si hubiese logrado darle, no dudo que su ejército hubiera dado un nueva prueba de su invencible valor bajo el mando de su jefe. El enemigo, por el inagotable suplemento de caballo, sufrió un ligero inconveniente del mal estado de los caminos, y pudo por tanto acercarse a la ciudad en diferentes direcciones, sin que tuviese el ejército británico una oportunidad para atacarlo.

 El día 10 por la mañana fue intimado el Fuerte de rendirse, y en el día siguiente fui a tierra, mientras nuestros buques anclados hacían fuego contra los puestos españoles. Conocí que además del ejército español, que, dividido en varias columnas, ocupaba diferentes arrabales de la ciudad, los habitantes se habían armado todos y subían a las azoteas de las casas e iglesias con el designio de hacer una guerra de sorpresa. Bajo estas circunstancias y las manifiestas disposiciones del enemigo de evitar un combate, se había determinado embarcar los heridos por la noche y dirigirlos a la Ensenada; pero estas medidas fueron enteramente frustradas por la lluvia que cayó violentísima toda la noche, que hizo retrasar los progresos del embarco, al tiempo que el enemigo se aumentaba considerablemente con hombres sobre las azoteas de las casas e iglesias inmediatas al Fuerte, y avanzaba por todas las calles no expuestas a la influencia de los fuegos de éste: en suma, su objeto era evitar de cualquier modo un acción general, y colocar su gente en tal situación que pudiesen hacer fuego a nuestras tropas, teniendo ellos su cuerpo en perfecta seguridad. El día 12 al rayar el día vi un vivo fuego empezado por los puestos avanzados enemigos, a quienes se respondió con el mayor suceso por nuestra artillería colocada en las principales calles que se dirigían a la plaza mayor, que era por donde el enemigo manifestaba más firmeza por su inmenso número, y por tres cañones que llevaba consigo, los cuales fueron acometidos por el coronel Pack, del 71, y tomados luego.

En este tiempo la gente armada cubría las azoteas de las casas de la plaza mayor y sus inmediaciones, y nuestra tropas padecían mucho de esta gente sin poder subir arriba. El enemigo dominaba el Fuerte en el mismo modo, con la ventaja adicional de un cañón puesto encima de la torre de la catedral, que yo considero una indeleble mancha contra el carácter del obispo, no sólo por su situación cuanto por la profesión que ejerce. Se puede considerar fácilmente cuán atormentada estaría la sensibilidad del general Beresford en este momento tan crítico: frustrado en sus últimos esfuerzos para reducir al enemigo a un acción general en la gran plaza, su brillante pequeño ejército cayendo a menudo por tiro, de personas invisibles, la sola alternativa que se le podía presentar para evitar la inútil efusión de una sangre muy preciosa, fue una bandera parlamentaria que izó en el Fuerte a la una del día. En un momento los enemigos en número de diez mil fueron a la plaza Mayor, apresurándose temerariamente del modo más injurioso para llegar al Fuerte, haciendo fuego a nuestros soldados que estaban sobre el baluarte. Con extrema dificultad pudieron ser contenidas las tropas británicas que estaban ansiosas a salir a vengar este insulto. El general Beresford fue obligado a decir a los oficiales españoles que si sus soldados no se retiraban dentro de un minuto, se vería obligado por una simple medida de seguridad a arriar el pabellón parlamentario, y recomenzar las hostilidades. Esta firmeza tuvo el deseado efecto, y entonces envió sus condiciones al general español, a las cuales éste prontamente accedió. Yo envío una copia de la capitulación y confió que el alto y elevado lenguaje con que está concebida, y los términos dictados por el general Beresford a un oficial a la cabeza de una inmensidad de gente, le hará infinito honor en Inglaterra, y le merecerá de S. M. la más graciosa aprobación de su conducta.”

             

“He recibido y acompaño una lista de los muertos y heridos, por la cual aparece que fueron dos oficiales, dos sargentos y cuarenta y tres soldados muertos, ocho oficiales, siete sargentos y noventa y dos soldados heridos, y nueve extraviados, haciendo en todos ciento sesenta y cuatro; y casi todos estos accidentes desgraciados, han sido ocasionados por los habitantes en lo alto de las azoteas, de las casas e iglesias; los enemigos confiesan haber perdido setecientos hombres entre muertos y heridos en el breve conflicto de las calles; y si no hubiera sido por los habitantes, yo no tengo la menor duda que las tropas españolas hubieran sido completamente derrotadas, aunque fuesen siete veces más que las fuerzas británicas. Nada más difícil que dar a su señoría una idea del número de hombres armados: pero por ulteriores noticias que tuve, supe que Pueyrredón y otro principal personaje agregado a este complot[6], reunió hasta 10.000 hombres en las inmediaciones de la ciudad. Liniers pudo juntar de 700 a 1.000 sin contar los del mar, y la ciudad proveyó armados de diferentes manera. Pasados de diez mil hombres, bajo una secreta inteligencia con los magistrados, componiendo entre todos un número de más de 20.000 hombres el ejército que se opuso al de Su majestad Británica.”

 

[1] Los barcos británicos que habían llegado con la expedición que desembarco a la fuerzas de Beresford, vigilaban constantemente las orillas orientales y occidentales del Rió de la Plata.
[2] Navío de 64 cañones, nave insignia de 49 metros de eslora y 500 hombres de tripulación.
[3] Navío de 50 cañones, también de 49 metros  y 500 hombres.
[4]  Fragata de 38 cañones.
[5]  Se refiere al combate de Perdriel. Popham exagera sobremanera el número de combatientes enemigos, ya que Pueyrredón, ante la defección de los 600 jinetes del comandante de blandengues Antonio Olavarria, solo pudo contar 85 hombres para enfrentar a los británicos.

[6]  Popham puede referirse al catalán Felipe Sentenach, uno de los primeros que junto a Martín de Alzaga comenzaron a conspirar contra los invasores.

Profesor C. Fabián Bonvecchiato