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"Diario de la expedición de 1822 a los campos del sud de Buenos-Aires, desde Morón hasta la Sierra de la Ventana; al mando del coronel don Pedro Andrés García con las observaciones, descripciones y demás trabajos científicos, ejecutados por el oficial de ingenieros don José María de los Reyes". Por el Coronel don Pedro Andrés García  

Oficio del gobierno

 

 

Siendo uno de los objetos más interesantes de este gobierno, la seguridad y adelanto de las poblaciones y fronteras de la provincia, teniendo presente la dedicación de Vuestra Señoría a este importante ramo, tiene por conveniente comisionarle al efecto, y espera que a la mayor brevedad se le presentará un plan correspondiente en que a su juicio crea el más oportuno por ahora a precaver las incursiones del enemigo infiel; sin perjuicio de ulteriores medidas, y pacificación y avenimientos, que sucesivamente prevendrá a Vuestra Señoría el gobierno para su cumplimiento.- Buenos Aires, noviembre 15 de 1821.

(Firma del Ministro).

Al Coronel don Pedro Andrés García.


  -I-  

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Discurso preliminar al Diario de la expedición a la Sierra de la Ventana

 

 

Hemos sido generosos en franquear nuestras páginas a los trabajos inéditos del finado Coronel don Pedro Andrés García, porque en todos ellos resalta un talento de observación, fortificado por la experiencia, y una perseverancia, sostenida por el deseo de ser útil al país que había adoptado. Cuanto más se agolpaban las dificultades, tanto mayor era su ahínco, y más acerado el temple de su patriotismo. Penetrado de la necesidad de ensanchar los límites de esta provincia, se ofreció a entrar en relaciones amistosas con los indios, para estudiar su índole, ponderar sus recursos y adquirir un conocimiento práctico de los parajes que ocupaban.

Buenos-Aires, cabeza entonces del vasto virreinato de este nombre, yacía en un rincón de las pampas, rodeada de unos pocos fuertes, que formaban como una línea de circunvalación a menos de treinta leguas de sus arrabales; y Chascomus, Luján y Salto marcaban los límites territoriales de una ciudad, cuya jurisdicción se extendía hasta el Desaguadero.

Tal era el estado de nuestra frontera en 1768, cuando dejó el mando Bucareli, hombre activo, pero ocupado exclusivamente en dar cumplimiento a la cédula de expulsión de los jesuitas.

 

 En los últimos días de su administración, don Manuel Pinazo, jefe del cuerpo de blandengues, notó la inseguridad de la campaña, y aconsejó que se ocupase Camarones, los Manantiales de Casco y la Laguna del Carpincho, pero los pilotos Pavón, Eguía y Ruiz, contestando al Virrey Ceballos que les había encargado de elegir puntos a propósito para fuertes y poblaciones, opinaron que debía avanzarse hasta las Lagunas de los Huesos, del Trigo y del Bragado Grande.

Estos proyectos, que tendían a alejar los salvajes de las inmediaciones del Salado, fueron desechados por Vertiz, que se contentó con añadir a los fuertes existentes los de la Guardia del Monte y de Rojas, interpolando entre ellos los fortines de Ranchos, Lobos, Navarro y Areco. La ineficacia de estos arbitrios se manifestó, en la invasión de 1780, en que los indios penetraron por Luján, sin hacer caso de los elementos de defensa tan penosamente amontonados alrededor de nuestros establecimientos.

Entretanto se celebraban parlamentos con los caciques, para inducirlos a que dejasen pasar las expediciones que costeaba el Cabildo para cargar sal en la Laguna de Salinas. El Maestre de Campo Pinazo1, el mismo de quien acabamos de hacer mención, dirigió tres de estas expediciones en el espacio de pocos años2 -la última de ellas muy remarcable por haber proporcionado a don Pablo Zizur la oportunidad de determinar astronómicamente varios puntos ignorados. Al mismo tiempo otros facultativos recorrían la costa patagónica para reconocer sus puertos, y el Gobierno tomaba medidas eficaces para establecer un camino militar entre Buenos Aires y el Fuerte del Carmen en el Río Negro.

Estos trabajos, que anunciaban el deseo de ensanchar el ámbito de la provincia, no alteraron el estado de sus fronteras, que en   -III-   1796 halló Azara reducidas a los estrechos límites que les fueron trazados por sus fundadores. Ni se hubiera ganado mucho con llevar a efecto el plan de este Oficial, cuya línea de fuertes y poblaciones costeaba tímidamente el Salado, desplegándose por ambos lados del desagüe del Arroyo de las Flores; al norte, por las lagunas del Espejo, Palantelen, Tigre Tuerto y Carpincho, y al sud, por los Manantiales de López, de Porongos y los Altos del Troncoso, acabando en la Isla Postrera3 por el Paso de los Camarones. Pinazo, que en su edad avanzada tomó parte en la expedición, hizo notar la poca amplitud de esta línea; pero se desatendieron sus consejos, y las cosas quedaron en los términos indicados.

Entretanto eran perentorias las órdenes que se recibían de la metrópoli para abrir comunicaciones interiores con el reino de Chile. La guerra marítima en que se hallaba empeñada España por efecto de su alianza con la Francia, le hacía recelar una interrupción con las colonias establecidas del otro lado del Cabo de Hornos; y hombres celosos e intrépidos se ofrecieron a explorar los puntos más retirados de la Gran Cordillera, que abrió sus flancos a Molina, a Cruz, y al más diligente de todos, Sourryère de Souillac.

Estas tentativas, que pertenecen a la última época del gobierno colonial, multiplicaron los puntos de contacto con los indígenas, cuya amistad se solicitaba con una templanza que rayaba en humillación. Los jefes de estas expediciones científicas, con un corto séquito y un copioso surtido de chucherías, entraban en conferencias con los caciques para atraerlos con los presentes, y captarlos con sus palabras. Esta actitud pacífica, si producía momentáneamente el efecto de amansarlos, los hacía también más exigentes e intratables, porque estos agasajos les parecían una prueba de debilidad del poder que los amagaba.

 

 -IV-  

Los acontecimientos del año 10 cambiaron el aspecto de los negocios, y uno de los primeros cuidados de la Junta que se organizó entonces, fue poner la campaña al abrigo de las incursiones de los bárbaros: con cuyo objeto hizo salir una expedición para Salinas, al mando del Coronel García, con el encargo de proyectar un plan de defensa, fundado en los datos que le ministraría la inspección ocular del terreno, y la actitud de las tribus que lo ocupaban.

En una memoria, con que este oficial acompañó al Gobierno el diario de su viaje4, insistió en la necesidad de ocupar las líneas del Colorado y del Negro, y de establecer un cuartel general en Salinas, para poblar sucesivamente las sierras de Guaminí, de la Ventana y del Volcán; y de trasladar más al sud las fronteras de Córdoba y Cuyo para ampliar la jurisdicción de estas provincias.

Este modo de resolver el problema era el más lato, y los sucesos posteriores han probado que era también el más prudente, pero las circunstancias del momento no se prestaban a la realización de este plan. Su autor, que abrigaba el convencimiento de ser el que podía librarnos de la rapacidad de los bárbaros, volvió a proponerlo en 1814; y había logrado que se le autorizase para llevarlo a efecto, cuando la caída del gobierno lo envolvió en sus ruinas, y de la residencia de Morón fue arrastrado a los calabozos de la capital.

Restablecido poco después en su rango y prerrogativas, olvida el agravio recibido, los perjuicios que se le habían irrogado, y se ofrece al acometer la empresa, que formaba el objeto de sus anhelos, y que, según se expresa, le costaba cuarenta años de meditación.

Pero estos deseos fracasaban siempre en la instabilidad de los gobiernos, y la escasez de recursos que se empezaba ya a sentir en el erario. Tal vez se hubieran olvidado en los trastornos del año 20, sin la grande invasión de los indios que se verificó poco después. La mala dirección que se dio a la campaña que se abrió bajo el   -V-   mando inmediato del Gobernador de la provincia, armó a los Pampas, que el señor Rosas había logrado separar de la alianza de los Ranqueles, y que no hubieran engrosado las filas de nuestros enemigos, si, contra el consejo de este Jefe, no hubiesen sido sorprendidos y acuchillado, en Chapaleufú. Este error del General Rodríguez costó a la provincia pérdidas considerables, y trajo los indios hasta 15 leguas de la capital.

 

 

El año siguiente se ordenó al Coronel García que emprendiese el viaje, cuyo diario publicamos por primera vez. Su objeto debía ser, no solo el ajustar paces con los indios, sino predisponerlos a favor de las nuevas poblaciones que se pensaba fomentar en el sud.

La exigüidad de los recursos que franqueó el Gobierno para una empresa tan ardua, comprometió su buen éxito, y puso en peligro la vida misma de los comisionados. El Coronel García salió con una escolta de catorce hombres y sesenta caballos, para ir a tratar con los caciques de tres naciones belicosas5, de las cuales, las dos primeras, en el parlamento celebrado el día 28 de abril, le presentaron una fuerza de 2520 hombres de pelea, subdivididos en nueve divisiones; bien armados, bien montados y formando una hermosa y regular línea de parada6.

La opinión del Coronel García varió notablemente en este viaje. Su primer plan había sido reforzar el punto de Kakel, construir un fortín en Nahuel-Rucá, y avanzar las demás guardias en el orden siguiente: 1.º La de Chascomus a la Laguna del Sermón. 2.º La de Ranchos a la de los Huesos. 3.º La de San Miguel del Monte a la del Toro. 4.º La de Lobos a la Laguna Blanca, o a las Polvaderas. 5.º El Fortín de Navarro a la Laguna del Trigo, o a la de Gómez. 6.º La Guardia de Luján a la Cañada de las Saladas; desde donde se inclinaría la línea hacia la Laguna de los Leones, para   -VI-   juntarse al Fortín de Areco, Salto, Rojas y Mercedes, que quedaban inmóviles, por no tener poblaciones que cubrir en su frente.

Pero no tardó en conocer que la oblicuidad y las inflexiones de esta traza, tan prominente por un lado, y tan retirada por otro, hacían tanto más difícil su custodia, cuanto que el Salado, que la cortaba en el medio, en vez de ser una defensa presentaba un estorbo.

Redujo pues el problema a un postulado: a saber, que «la mejor línea de defensa es la que, siendo más corta, abrace y guarde la mayor extensión de terreno posible»; y se decidió por la ocupación de las Sierras, aguardando una época más favorable para avanzar hasta el Colorado y el Negro.

Al reasumir sus ideas, preguntaba a sí mismo el Coronel García ¿cuáles no serían los resultados de una combinación tan acertada, y cuál la gloria del que la lleve a efecto? -sin preveer que esta gloria estaba reservada al genio emprendedor y perseverante del señor General Rosas. ¡Cuál no hubiera sido el júbilo de este respetable anciano al ver coronados tantos esfuerzos, y realizadas tantas esperanzas!... Pero la Parca inexorable truncó el hilo de su existencia, cuando se preparaba al celebrar los triunfos del que desplegó primero el estandarte de la Patria en los desiertos del sud, y que en una sola campaña anonadó para siempre el poder salvaje de los bárbaros.

 

 

El Coronel don Pedro Andrés García falleció en Buenos Aires el día 21 de abril de 1833, en su avanzada edad de 75 años. Nació en Santillana, cerca de Santander, donde se educó en un colegio de esculapios, y pasó a América en la edad de las ilusiones y esperanzas. Adquirió gran renombre en las invasiones de los ingleses, en que con valor heroico peleó al frente de los Montañeses, y cuando el curso de los acontecimientos lo colocó en una situación más azarosa, teniendo que pronunciarse entre una patria que idolatraba, y los nuevos destinos que se preparaban en las Colonias, se identificó con los de sus hijos, y obró, no con la hesitación de un tránsfuga, sino con la firmeza que inspira el recuerdo de un acto magnánimo. Desde entonces fueron muy pocos los momentos que pasó en el descanso,   -VII-   acreditando sumo celo e inteligencia en todos los trabajos que le fueron encomendados.

A los que hemos mencionado, deben agregarse: 1.º Un plan de contribuciones, que elevó al Gobierno en 1811, para la manutención de un ejército de 6000 hombres. 2.º Una razón estadística de los partidos de campaña, con sus respectivos planos, indicando los terrenos baldíos y los poblados. 3.º Un reconocimiento científico del caudal de aguas del Río de las Conchas, de la fuerza de su corriente, de la elevación de sus barrancas, y de todo cuanto era necesario para establecer una fábrica de armas en sus inmediaciones. 4.º Un padrón general de los habitantes de los partidos de campaña. 5.º Un mapa topográfico, desde la provincia del Tucumán hasta el Desaguadero. 6.º Otro de todas las provincias del antiguo virreinato de Buenos Aires, hasta el puente de Apurimac, en que se comprendía el reino de Chile, señalando los ríos navegables, etc.

Estos apuntes los hemos sacado de un cuaderno autógrafo, que nos ha sido franqueado por el señor doctor don Tomás Manuel de Anchorena, a quien los que se interesan en el buen nombre del Coronel García deben agradecer la conservación de estos títulos con que lo presentamos a la estimación pública.

Buenos Aires, marzo de 1837.

Pedro de Angelis





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Informe

 

Excelentísimo señor:

La Comisión, después de haber reconocido varias piezas que en diversas épocas se tiraron, con objeto al adelanto de nuestras fronteras y seguridad de las campañas de la Provincia contra las frecuentes invasiones con que la han mortificado y afligido los indios Pampas; después también de haber dedicado la más diligente y madura meditación al desempeño de esta honrosa confianza, tiene el honor de presentar sus tareas a la atención de la superioridad de Vuestra Excelencia.

Convertida a tan difícil examen, ella hubo de proceder en él con gran circunspección, para no aventurar el descubrimiento de la verdad en una materia en que los errores son de tan general y perniciosa influencia. Su exposición aparecerá con el carácter de sencillez y unidad que distingue la verdad de las opiniones, apoyada era el principio que presentan las leyes primitivas de la naturaleza y de la sociedad, tan general y fecundo, que envuelve en sí todas las consecuencias aplicables a su grande objeto.

Los extravíos de la razón y el celo, admitidos o tolerados sobre este particular, acaso han deslumbrado a los gobiernos precedentes, principalmente desde el año de 1740. Ellos no han podido provenir sino de supuestos falsos que hicieron lugar a falsas inducciones, o de hechos ciertos y constantes a la verdad, pero juzgados siniestra y equivocadamente. De unos y otros pudieran citarse muchos ejemplos, si la Comisión no estuviese tan distante de censurarlos, como de seguirlos, y si dejase de creer que no son desconocidos a la penetración de Vuestra Excelencia.

La Comisión, Señor Excelentísimo, más convencida que nadie de lo mucho que falta a nuestra población, agricultura y ganadería para llegar al grado de prosperidad a que puede ser elevada, que es el   -6-   distinguido anhelo de Vuestra Excelencia, lo está también de la decantada decadencia, que a ser cierta, supondría la caída de nuestro cultivo, desde un estado próspero y floreciente a otro de atraso y desaliento. Pero, después de haber hecho muchas observaciones sobre la historia de la Provincia, desde su origen de civilidad, y buscado en ella el estado progresivo de nuestra población y agricultura en sus diferentes épocas, puede asegurarse que en ninguna se ha encontrado tan extendida ni tan animada como en la presente.

La política errada de los españoles en querer sujetar los indios a la bayoneta, mantuvo al país en guerra abierta más de doscientos años: los males que con este motivo sobrevinieron a la provincia, haciéndola teatro de continuas y sangrientas batallas, bastan para probar que hasta la paz del año de 1790 ella no pudo gozar el cultivo, la estabilidad, ni gran fomento, a cuyo tiempo parece debe referirse la primera época de su felicidad. Es cierto que desde aquel punto la agricultura, protegida algún tanto por las leyes, y más perfeccionada por el progreso de las luces del siglo que ya empezaban a desplegarse, cuenta por primero, y acaso el único de sus mejores periodos, aquel tiempo.

Pero, al paso que la necesidad estrechaba a dar ensanches a la población ganadera y labradora, se cruzaban los obstáculos que paralizaban las más interesantes ideas; a la vez se sucedían las mezquinas con las extremadamente confiadas -aquellas por lo común hijas de la pusilanimidad o cobardía, y estas de una avanzada intolerante necedad; unas y otras nacidas de la ignorancia de la posición geográfica de los terrenos, número de habitantes indígenas, poder físico y moral que podían presentar en caso de atacarlos, como muchas veces se meditó.

Mientras que los gobiernos fluctuaban, sin poderse decidir en tal contraste de opiniones, por la medida que deberían adoptar, eran bien rápidas las irrupciones vándalas que cometían en las poblaciones de nuestras campañas, cubriéndolas muchas veces de cadáveres, y menguando considerablemente sus familias: asesinando unas y cautivando otras.

Estas escenas, con lastimosas lamentaciones del pueblo, alarmaban por algunos días a las autoridades que indicaban querer prepararse a vindicarlas. Pero, o fuese que los recursos no podían proporcionarse con la premura que exigía el remedio; o, lo que parece más cierto, que la obscuridad e ineptitud de la medida presentaban   -7-   justas desconfianzas del favorable éxito, quedando sin efecto, el mal multiplicaba las desgracias.

La Comisión cree un deber de su desempeño presentar a Vuestra Excelencia con respetable libertad su opinión, apoyada en más de cuarenta años de observaciones en este particular: y así es, que cuando asienta que se propone no aventurar el descubrimiento de la verdad, en una materia en que los errores tienen tan perniciosa influencia, tiende sus miras a indicar los que a su juicio han retardado demasiadamente las ventajas que le han arrancado de las manos la apatía e indolencia de aquellas personas, a cuyo cargo se hallaba la dirección y seguridad de la Provincia y sus habitantes.

No hay cosa que más impida los progresos de una república, que insistir en yerros antiguos, en especies mal averiguadas, o vulgaridades indignas de adoptarse.

La crítica, y el discernimiento que resulta del examen de las cosas sin preocupación, es el único norte que nos puede libertar de tales inconvenientes: parece, pues, que en nada ha de ponerse mayor ahínco, que en no dejarse llevar como los rebaños, desatendiendo el camino que debe tomarse, por atender ciegamente al que suele seguirse.

La Comisión deja asentado que tiene más de cuarenta años de observaciones sobre esta Provincia, y puede añadir que ha reconocido sus costas, atravesado y cruzado por tierra la parte de los Pampas, objeto de este informe: ha podido distinguir muy de cerca los muchos indígenas que la habitan, sus genios, usos y costumbres, y no puede lisonjearse que tenga los conocimientos necesarios para calcular, ni por aproximación, las medidas de una fuerza imponente para atacarlos con suceso feliz, aun cuando se considere justo hacerlo. Porque, viviendo en pequeñas tribus diseminadas en un mundo desierto, no es fácilmente averiguable su número, pero sí, no cabe duda, que en tratándose de defensa común, se reúnen, por la amovilidad que tienen, con la velocidad del rayo, al punto donde les llama su defensa, con tal entusiasmo, y ferocidad, que cargan sobre el canon en el más activo fuego, hasta morir al pie de él; y acaso Vuestra Excelencia mismo ha presenciado alguna vez este atrevido hecho, con otros no menos respetables, en el manejo de sus armas y formación de batalla, bastante a mandar idea de su disposición guerrera para defender sus propiedades, de que son tan idólatras como vengativos; pues nunca perdonan   -8-   el agravio, cuya venganza reencargan a sus hijos, cuando ellos no han podido tomarla.

La agricultura y ganadería en una nación puede ser considerada bajo dos grandes respectos, a saber -con relación a la prosperidad pública y a la felicidad individual. En el primer caso, es innegable que los grandes estados y señaladamente los que gozan de un fértil y extendido territorio, deben mirarlo como la primera fuente de su prosperidad, puesto que la población y la riqueza, primeros apoyos del poder nacional, penden más inmediatamente de ella, que de cualquiera de las demás profesiones lucrativas, y aun más que de todas juntas. En el segundo, tampoco se podrá negar que la agricultura sea el medio más fácil, más seguro y entendido de aumentar el número de los individuos del Estado y la felicidad particular de cada uno: no solo por la inmensa suma de trabajo que puede emplear en sus varios ramos y objetos, sino también por los que puede proporcionar a las demás profesiones que se emplean en el beneficio de sus productos.

 

 

Proteger la industria y el comercio, tal vez con daño y desaliento de la agricultura y ganadería, es tomar el camino al revés, o buscar la senda más larga, más torcida y más llena de riesgos y embarazos para llegar al fin. Si el comercio, la industria y la navegación son dependientes de la agricultura y ganadería, y estas la cuna de los pueblos, la fuerza y la riqueza de ellos, ¿cómo puede mirarse con indiferencia su postergación, o casi abandono de las bases primeras del Estado? Todos los ramos a la vez sufragan, son necesarios y forman el todo de su respetabilidad que se les tributa a las naciones que las poseen.

Cuando la defensa del Estado es una pensión natural de todos sus miembros, no puede, es verdad, desconocer la agricultura y ganadería esta primitiva y sagrada obligación, ni en manera alguna libertarse de ella los cultivadores: entonces corran en hora buena a las armas y cambien el arado y la azada por el fusil, tratándose de socorrer a la Patria y defender su causa, pero nunca será justo que el mayor conflicto de sus afanosas tareas, abandonen sus hogares, haciendas y cultivos para surtir los talleres, los cuarteles y otros semejantes destinos, y acaso los asilos de la ociosidad, a que por esta causa se entregan. Parece sumamente necesario que, aclarando cuanto sea dable la legislación y la política en este particular, se alejen los sistemas parciales, los proyectos quiméricos, las opiniones absurdas y las máximas rateras, que tantas veces han convertido la autoridad   -9-   pública, destinada a proteger y edificar, en instrumento de opresión y de ruina.

La Comisión parece en parte haberse extraviado de su principal objeto, cuando ha discurrido sobre la importancia de esta porción del Estado más interesante, y cuando ha intentado demostrar que ella ha sido abatida y aun oprimida, hasta el estado de emigrar de sus hogares, y acogerse al último y miserable recurso de la mendicidad para alargar su vida.

Es verdad que el horroroso azote de la guerra civil de estos últimos tiempos ha cooperado a la devastación de nuestra campaña; la desmoralización que ella causa la ha aumentado, y a su vez los indios, conducidos de su inclinación y seducidos de los invasores, han aumentado grados de ambición y ferocidad a la que poseían: ellos han traspasado los límites de sus antiguas correrías, y sobreponiéndose a nuestras tropas, las han atacado de frente, de una manera desusada por ellos en sus incursiones, y harto imponente a nuestros labradores y hacendados.

La atención repartida del Gobierno a los diferentes puntos de la Provincia, que imperiosamente llamaban sus cuidados y auxilios por mar y tierra, no le permitían una contracción tan asidua y eficaz como deseaba, y era necesario al reparo de la campaña, hasta que más desembarazado, asistió personalmente a ella.

Este conocimiento, que le presentó la marcha hasta la Sierra, y que le proporcionó observar la animosidad de los indios, sus depravados intentos, la fertilidad de sus campos, las posiciones ventajosas para mantener una guerra devastadora sobre nuestras poblaciones, lo indefenso de estas, y la absoluta necesidad de repararlas, ha sido precisamente el primer paso de felicidad, que presagia que la suerte futura de nuestras fronteras va necesariamente a tomar una marcha la más lisonjera y ventajosa a la Provincia en el aumento de su población y primeras riquezas, con la seguridad de personas y propiedades; lo que no podía suceder jamás sin que el Gobierno, rompiendo enérgicamente aquellas ataduras que siempre tuvieron ligados a sus antecesores, no hubiese tocado tan de cerca y prácticamente el error, que desgraciadamente los tuvo envueltos por tantos años, cuando en estas materias vivían a merced de un informante tímido, o acaso cobarde, y de otro neciamente atrevido, sin todos los conocimientos de la geografía del país, y demás que se ha expuesto.

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Así es que, teniéndose por un triunfo el avanzo de terrenos hechos por los años de 1773 y siguientes, por el cordón de fronteras que se estableció con las guarniciones del cuerpo de blandengues, compuesto de 700 hombres, se miró en seguridad la Provincia, respecto a su anterior estado. Y aunque este cuerpo tuvo necesidad de batirse muchas veces parcialmente en la línea, para contener las irrupciones que repetían los bárbaros, sin embargo, el aumento de población que recibían las guardias y sus inmediaciones, ya le imponían y hacían menos osados, pero no destemidos para impedir sus invasiones: y en una de estas fue que, por la primera vez en el año de 1790, se trató de establecer paz y permitir a los caciques venir a la capital, y sus indios a las guardias.

El trato docilizó a algunos y acomodó a todos, hasta establecer sus artículos de comercio con peletería, plumas y otras pequeñeces de su rústica industria; tomando en cambio diferentes útiles, algunas ropas, tabaco y yerba, y especialmente bebidas; formando de algunos de estos artículos una absoluta necesidad, especialmente el tabaco y la yerba del Paraguay.

Esta recíproca comunicación determinó a algunos hacendados a establecer sus estancias al sud del Salado, a su riesgo, y a merced o tolerancia de los mismos indios, sufriendo unas veces sus rudas impertinencias, y otras sus robos y raterías, dejando nuestra línea de fronteras a retaguardia más de sesenta leguas. Sin embargo, algunos indios con este motivo se mantenían en las labores de campaña de peones en toda clase de trabajo, y otros en la ciudad y suburbios, prefiriendo la civilidad a la vida errante y salvaje. Mucho contribuyó el Gobierno mismo, halagando con gratificaciones efímeras a los que se presentaban con el título de caciques, que se creían serlo sobre su palabra, porque esto era más fácil que averiguarlo, y todo contribuía a mantener una paz aparente, de la que siempre se reportaba mejor partido.

El avanzo de nuestras poblaciones a tanta distancia, sin poder ser observadas de la fuerza militar ni de la jurisdicción civil, produjo muchos excesos, difíciles hoy de reparar, y de que la Comisión tratará más abajo, en orden a su minoración o exterminio.

Por lo expuesto en el artículo antecedente, resultaban casi en toda la línea de fronteras, inútiles las guardias, por cuanto las poblaciones ya guardaban las fronteras, subrogándose aquellas a estas, bien que sin armas ni defensores.

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La atención sobre la frontera de Portugal puso en la necesidad a este Gobierno de mandar las tropas de caballería, casi únicas de la Provincia, que eran los blandengues, a cubrir aquellas líneas, donde permanecieron muchos tiempos, y casi acabaron su número en aquel servicio y en la pérdida de Montevideo; resultando otra mayor, de la orfandad de sus familias, antes avecindadas en las guardias a que pertenecían, y sostenidas de los soldados que ordinariamente era cada uno un padre de familia, de que resultaba la seguridad del soldado en el servicio y el aumento de la población.

En el año 10 terminó de todo punto el resto de esta fuerza y armamento con que cubría sus fuertes, porque pasó íntegramente a la Banda Oriental, como necesaria allí. He aquí el último periodo de vida militar de las que fueron guardias, y que con dispendiosos gastos fueron establecidas en los años de 1778 y siguientes.

Aunque en el desconcierto general del sistema del antiguo gobierno y subrogación del nuevo, por virtud de la revolución para obtener la independencia, se hicieron indispensables muchos trastornos, y tocar necesidades extremas en toda línea y orden de cosas; sin embargo, la de fronteras se miró siempre con el cuidado que demandaba su peligrosa situación, pues en el año 10, entre los apuros y escaseces de tropas y auxilios, se formó una expedición, que marchó hasta la laguna de Salinas, más afianzada en la maña y política, que en las fuerzas y auxilios que la componían. El éxito, en efecto, correspondió a las esperanzas, y los indios mismos lo auxiliaron con sus personas y cabalgaduras en su regreso, hasta la fortaleza de esta plaza.

Esta primera relación de amistad estuvo afianzada hasta el año de 15, y elevada a tal grado de harmonía, que presentándose ante el Gobierno doce caciques al adelanto, de nuestras fronteras, se acordó precedería un parlamento general de los de su clase con el Comisionado del Gobierno, y encargado de este negocio que estableciese, no solo los puntos en que deberían construirse las guardias, sino también otros asuntos relativos a intereses particulares de los mismos caciques, a manera de los que disfrutan en Chile los Araucanos.

Aprestáronse los útiles que se creyeron más necesarios, y muchos fueron transportados al otro lado del Salado, y estando en marcha el Comisionado, ocurrió una de las muchas oscilaciones que ha presentado el curso de nuestra revolución, y aunque en distancia de los mismos revolucionarios, se le comprende y aprende, haciéndole   -12-   volver a la capital, para sepultarle en un calabozo bien asegurado de grillos, hasta que se le confina a una guardia, y al año se le repone de oficio a su empleo, pero no a su comisión.

Los indios extrañaron la falta de cumplimiento al término señalado: ocurrieron a averiguar el motivo, y se les dio por respuesta razones que no creyeron y que los preparó a la mayor desconfianza; las que manifestaron osadamente al Gobierno, cuando pudieron entender, que se trataba de formar a su frente nuevos establecimientos, que abiertamente se opusieron; ya por la desconfianza en que se les había puesto, y ya también por las funestas ideas que les inspiraban nuestros tránsfugos desertores que se habían refugiado en sus toldos, a quienes conservaban aun con armas, por la dirección que les daba para cometer robos y asesinatos sobre nuestras estancias.

Últimamente, ellos fueron seducidos por Carreras y Ramírez, y perpetraron horrorosos excesos, que hoy llora nuestra campaña, ya por sí, ya sirviendo de auxilio a aquellos malvados invasores. Estas ocurrencias les han dado causa a creer, que pueden hacernos frente, y a considerarse vencedores de los desarmados, como si lo hubiesen estado, a extender sus miras mucho más allá donde alcanza su vista, y finalmente, a creer que tienen un derecho a devastarnos.

Las ocurrencias en suma hasta aquí detalladas, referentes a nuestra población de campaña y fronteras, presentan la nulidad absoluta en que se hallan, la de no poderlas defender ni mantener, y que es de la mayor urgencia e interés poner nuestras poblaciones a cubierto del enemigo que las acecha, vigilante para extinguirlas.

Los puntos que hayan de formar esta línea, las fuerzas para mantenerla, los fondos de que subsistan sus guarniciones, son fecunda materia de opiniones, y divididas según el modo de ver de cada uno, no parecen fácilmente combinables; pero el tiempo las insta, y es necesario que el Gobierno se decida con la posible brevedad, por el riesgo que ofrece la demora.

La que cree que contendría al enemigo un ataque, que lo alejase y pusiese al menos al otro lado de la Sierra, sin duda que no respeta su número y localidad, y que el desaire de verse batidos, si lo fuesen en sus terrenos natalicios, los empeña a sostener la guerra hasta verse exterminados; tampoco cuenta con la suerte de la guerra y sus funestas variedades, que a no corresponder una suerte favorable, era inevitable la ruina de la Provincia.

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La que discurre sobre formar en la Sierra del Tandil, una población de villa, otra en la Laguna Blanca, y la última en la Cabeza del Buey, toca aun más inconvenientes en los ataques, formación del pueblo y su conservación, dejando en flanco los costados al este y oeste de la primera y última. Y aunque es verdad que las dos opiniones a la vez tendrán su lugar, este lo ha de graduar el tiempo, y ahora, sería empezar por donde debe acabarse.

La que propone una línea o camino militar hasta Patagones, se halla en el propio caso, aunque más útil y afianzada sobre la costa del mar; pero a juicio de la Comisión, tampoco debe emprenderse, y solo cree preciso y absolutamente necesario el establecimiento de una línea sobre las estancias avanzadas al sud del Salado, cuya línea de longitud este-oeste, en que corren sus poblaciones hasta aquí toleradas por los indios, no puede llamarles la atención de un modo que traten de resistirlo.

La guardia de Kakelhuincul debe ser uno de los fuertes más equipados, ampliando sus líneas, y el depósito en que provisionalmente se acopien los útiles de este y sus contiguos, hasta el punto de abrir los trabajos.

Esta guardia y población, con las que sigan al sud, deben ser auxiliadas de las poblaciones de Bruscas, el Tordillo y Montes Grandes, de que podría encargarse el comandante del mismo fortín, ampliando antes sus líneas, para que con seguridad pueda recibir más guarnición, y en que con este motivo puedan apoyarse y defenderse en caso necesario la milicia, vecindario y tropas de línea, en cualquiera accidente de guerra, invasión o sorpresa que cometan los indios.

Al costado izquierdo de esta guardia, y en la laguna Naquelrucá, debe formarse un fortín, que cubra el flanco que media a la Sierra del Volcán, distante de este punto diez leguas al sudeste: por manera que Kakelhuincul distará de este fortín detallado trece leguas, que unidas a las anteriores de la laguna Rucá, resulta el Volcán veinte y tres leguas -puntos los tres los más avanzados al sud y a la frontera enemiga, y los más interesantes para las primeras y más cuantiosas haciendas de aquellos destinos.

No pudiendo guardar rectitud ni proporción de distancia la línea de fuertes que al costado derecho de Kakel debe seguirse, sin aventurar un choque con los indios, pues se acercarían demasiado a los arroyos en que tienen situados sus toldos y ganados, se forma   -14-   oblicua, consultando las aguadas permanentes como de absoluta necesidad.

Debe seguir al frente de la guardia de Chascomus, y subrogarse esta en la laguna del Sermón, ocho leguas de Kakel, y diez y ocho al sud de Chascomus. Al frente de la guardia de Ranchos debe formarse otra en la laguna de los Huesos, distante nueve leguas de la del Sermón.

Por el mismo orden debe salir a su frente la guardia antigua del Monte, y situarse sobre la laguna del Toro, distante de aquella diez y ocho leguas, y de los Huesos diez leguas.

La de Lobos debe avanzar a la Laguna Blanca, o si se quiere a las Polvaderas, distante de la antigua guardia diez y ocho leguas, y nueve de la del Toro.

El fortín de Navarro sale a la laguna del Trigo, o laguna de Gómez, distantes diez leguas de la Blanca, y ocho de las Polvaderas.

La de Luján, a la cañada de las Saladas, doce leguas distante de las del Trigo y Gómez.

Esta línea, que promedia oblicua la frontera, corre desde el Volcán hasta el punto de los Leones, ochenta leguas, y el resto hasta Rojas desde el fortín de Areco, incluso Salto y Pergamino que se encuentran hoy en frontera efectiva, por cuanto a su frente no hay hacienda alguna, por haber sido devastadas por los anarquistas y los indios, deben reponerse a su antigua fuerza en fuertes y guarniciones; así para que los vecinos que andan errantes vuelvan a sus hogares y puedan vivir seguros en sus personas y bienes, como para que los hacendados y pueblos interiores afiancen igualmente su propiedad, y se dediquen con tranquilidad a sus labranzas y talleres, libres de las zozobras que hasta aquí han experimentado; pues llegará bien pronto el tiempo en que, avanzada la guardia del Salto a la laguna de Palantelen, distante igualmente del Salto que de la guardia de Luján, veinte y cinco leguas, cubra con una respetable guarnición aquellos dos puntos y terrenos feraces de invernadas, en que ordinariamente eran ocupados: formando otra más al oeste, sobre la laguna del Tigre-tuerto, que deje a cubierto el Pergamino y Rojas, por ahora término de nuestra frontera al norte; hasta que formada una línea de demarcación que señale la división con Santa Fe, manifieste   -15-   si el fortín de Mercedes deba o no salir a su frente al sud a la laguna del Milagro, para que deje en total seguridad la carrera del Perú y Chile.

La Comisión cree, por los conocimientos que tiene de esta línea, por la que ocupan los indios más inmediatos, a lo largo, sobre los arroyos que descienden de la Sierra y su distancia, por el bañado inmenso, de difíciles pasos que nos divide, como depósito de todas las aguas de la misma Sierra, cuyo terreno es tan nivelado por la naturaleza que no se le percibe declive alguno, inútil para todo género de cultivo y haciendas; por todo esto, repite la Comisión, que cree y le parece, que esta especie de vallado fija unos límites inequívocos, que dejándolos sin alteración a la banda austral de él, no podrán los indios reclamar nuestras disposiciones como detentadoras de sus posesiones: pues tienen hasta ahora nuestros hacendados la ocupación que ellos han tolerado sin reclamación; haya sido o no con la doble mira de robarles, como lo han hecho, con repetición, perfidia y atrozmente.

La Comisión se ve necesitada de circunscribirse, a pesar de sus deseos, a la propuesta línea de fortificación, siguiendo la máxima política de obrar según el estado y circunstancias de la Provincia en el momento. Desea ciertamente que ella no esté reducida a tan escasos términos; pero toca como de bulto las dificultades que han de inutilizar otras medidas, que deben quedar pendientes para su ejecución, enseguida de esta.

El transporte solo de la antigua línea a la que nuevamente se detalla, ofrece en su ejecución no pocos tropiezos, no obstante a deber hacerse casi en el centro de nuestros recursos. ¿Cuánto más difícil sería establecerse fuera de ellos con las armas en las manos? Los terrenos por su aridez, falta de montes, y las más veces de aguadas, son trabajosos aun a los escoteros, que miden las jornadas para auxiliarse. ¿Cómo se presentaría para vencerlos, un ejército que debería ir provisto, no para ocho ni quince días, sino para meses enteros? Era necesario arrastrar centenares de carruajes y miles de caballos, para atacar a un enemigo, que siempre está en campo volante, y con más amovilidad y destreza que los árabes: ellos burlarían los mejores planes, y pondrían en ridículo a sus autores, y después de haber llevado por los desiertos que los amparan, a un ejército sin vara de virtud que hiriese a las piedras para que brotasen agua, sin maná para su alimento, y sin nubes que interpusiesen sus sombras, para que les libertase de los rigores del sol, tendrían que sucumbir a   -16-   la sed y al hambre, y finalmente a manos de sus enemigos. Señor Excelentísimo, la Comisión se persuade que no debe confundirse un golpe de mano que suele darse para escarmentar a un enemigo, con las medidas de una ocupación o conquista: aquel es una aventura o albur que se da a la suerte; y estas, el resultado de una profunda meditación, calculada sobre las fuerzas físicas y localidades del país, con otras muchas reflexiones y razones que van a la par para su logro.

Si solo esta medida, que podrá acaso ser tenida por mezquina de algunos genios exaltados y celosos del aumento de la Provincia, se pusiese en toda su evidencia, guarnecida la frontera de las fuerzas que demanda para su seguridad, y llegando a perfeccionarla, no solo habríamos alejado para siempre el recelo de otras invasiones, sino que habríamos dado el paso más preciso y necesario para la total ocupación a que aspiramos, sin pérdida de un hombre, ni menoscabo de hacienda.

La Comisión se atreve a decir que, perfeccionada hasta el punto que debe, ella solo va a ser la riqueza y seguridad de la Provincia, y capaz del mayor aumento de población que necesita, abriendo la mano a recibir y proteger a cuantos quieran venir a establecerse en ella, bajo la protección del Gobierno.

Entre la antigua y nueva línea demarcada, se miden más de 1400 leguas cuadradas, terreno no solo feraz, productivo y útil, sino que proporciona, una vez asegurado, el descubrimiento de otras riquezas efectivas y abandonadas, que la escasez de población no ha podido dar a luz ni reconocer con exactitud. Pero antes de explanar cuales sean, cree la Comisión hacer otras observaciones, para que el Gobierno ajuste sus resoluciones del modo que estime por conveniente a la salud pública de la Provincia y sus intereses.

Atendiendo al orgullo con que se presentan los indios, podrán mirar de mal ojo nuestra nueva línea, y aun tratarla de enervar a viva fuerza, para cuyo caso es necesario estar prevenidos y alarmados a su repulsa. Ellos no deben desconocer que la fuerza de nuestras poblaciones los va a acercar a la pérdida de las faldas de la Sierra que ocupan, y este temor impulsarlos a tomar la medida de incursiones y ataques parciales de que ordinariamente usan: por la tanto, dispuestos y armados los partidos, cuando hayan de dar principio a las obras, parece de necesidad que las obras se combinen y arreglen de modo, que sean escarmentados en su primera tentativa.

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Es de absoluta necesidad que nuestras poblaciones se extiendan, y que esta extensión sea correspondiente al objeto a que por ahora principalmente se dirigen, que es el de la labranza y ganadería. Para conservar la que tenemos, y más a la que aspiramos, debemos buscarla, si fuera preciso, con las armas en la mano, y mucho más pronto, si la solicitud, de paces que ellos tienen interpuesta con el gobierno, se descubre ser llamada falsa, de que usan con frecuencia mientras algún interés particular no les mueve a ello; bien sea por temor de ser atacados de otros indios, o por carecer de comunicaciones que les faciliten los artículos, de que ya han formado necesidades que no pueden sobrellevar. Pero es preciso estar ciertas que jamás les anima un principio de buena fe ni desinteresado. Alguna vez se someten a una fuerza imponente, y se resignan al castigo si se les aprende en el delito; y aunque se les perdone, su carácter innoble y desconfiado les precipita de nuevo a cometer excesos y bajezas horrorosas, sin que se excepcionen entre sí aun sus propios deudos. Como la vida salvaje los tiene siempre cubiertos de miserias, están a toda hora asechando el momento de robarse mutuamente; y por lo mismo no puede detener sus pasiones sino un motivo muy poderoso, como el de mirar su existencia en peligro.

La incertidumbre en que por el momento debe estar el gobierno acerca de la conducta ulterior de los indios, respecto a su propuesta de paces, ciertamente no puede decidirle a tomar medidas de oposición, pero si en efecto continúa su propósito de conservar la paz, entre otras cosas, parece que el comisionado del gobierno, después de asentar la seguridad de la línea, sería muy conveniente que tratase de exigirles el acomodamiento de fortificar uno o dos puntos del camino, militar sobre el frente del Volcán al otro lado de la Sierra, porque con ellos, y los que puedan formarse sobre el Río Colorado y a las márgenes de la Bahía Blanca, quedarían enteramente dominados, y en precisión de abandonar las sierras y retirarse al oeste, o repasar el Colorado. Esto es indispensable que suceda; pero será de un modo que los comisionados, o jefes de los destinos, lo presenten en más o menos tiempo, según los grados de su actividad en promoverlo.

No desconoce la Comisión la necesidad que hay de sujetar a nuestras milicias a sus precisos deberes en los fuertes de fronteras, y de que han tenido origen muchas desgracias, sobrevenidas por el maltrato dado a los indios, cuando en ellas se han presentado con sus miserables artículos de comercio, procurando robárselos descaradamente y aun darles de golpes, herirlos, y matar algunos. Estos hechos, que la Comisión ha visto repetir, y aun castigado, han incendiado los ánimos de un modo terrible, provocándolos a la venganza: muchos y lastimosos hechos pudiera referir que   -18-   más de una vez han comprometido la mejor harmonía con el gobierno; y este desorden puede fácilmente remediarse, conviniendo con los indios en que sus arribos a las guardias sean a determinados puntos de la misma frontera, reservando solo a los caciques el paso franco al gobierno, escoltados para su seguridad.

Nuestra campaña, harto desmoralizada por muchas causas que la han conducido a tal desgracia, principalmente las escaseces a que la han reducido las incursiones anárquicas, la multitud de desertores y otros delincuentes que abriga, presenta un motivo de atención muy particular sobre esta clase de hombres que la infestan, a más de una gran porción de familias indigentes que sirven de pesada carga al honrado labrador y útil hacendado, a quienes se les haría un bien en trasladarlos a aquellas nuevas poblaciones, dándoles propiedades que cultivasen, y útiles correspondientes: conduciéndoles, si fuese necesario, por fuerza a su fortuna, evitando su perdición y la de sus hijos; y a aquellos persiguiéndolos eficazmente, hasta ponerlos en seguridad, o exterminio, según sus delitos.

Este examen puede hacerse prolijo y exacto, formando una razón estadística de cada partido, cometida al vecino más proporcionado, y vicario de él, con responsabilidad en su inexactitud. Como en dicha razón debe constar todo vecino y habitante, su ejercicio, propiedades y proporciones de que se mantiene, el número de hijos, criados y peones, sus sexos y edades, no podría escapar ninguna a su vigilancia, y el gobierno podría muy en breve tener en su mano, y a un golpe de vista, la nota de cuantos fueren disponibles, en servicio y aumento de las nuevas poblaciones.

La policía de los partidos debería igualmente ser encargada a vecinos de las localidades, bajo los reglamentos que el gobierno les prescribiere, porque tratándose de la seguridad pública e individual, ninguno debe conocer y celar mejor a los vagos y malos vecinos, que sus propios convecinos.

Conducido el vecindario por los principios de liberalidad y en favor de sus intereses, no puede desconocer las bondades del gobierno y de la ley que lo protege.

La Comisión es militar, y ha asentado que con respetable libertad dará su opinión, apoyada en la justicia y en sus conocimientos. Estos le han suministrado muchos motivos de observación para entender y persuadirse que, mientras no estén perfectamente deslindadas las atribuciones de las respectivas   -19-   jurisdicciones, política y militar, no podrá hacerse el servicio, como corresponde a la tranquilidad y adelantamiento de los pueblos.

Señor, unas tenebrosas habitudes de despotismo militar han aniquilado el ánimo del vecindario de campaña, viéndose despojados violentamente de sus propiedades, ultrajadas sus personas de palabras y obras, y acaso arrastrados a una cárcel con pérdida total de sus bienes. Estas impresiones están aun muy vivas, y se resiente demasiado la provincia de estos tristes acontecimientos; porque si algunos elevaron sus quejas, no merecieron más que el desprecio, y los demás ahogaron sus sentimientos para no multiplicar los padecimientos, llorando sus desgracias en el seno de sus familias.

Los gobiernos turbulentos que nos han precedido, no podían fijar, es verdad, un método que nivelase la justicia y conducta de los encargados que sabían eludir las quejas, y poner en peor condición al reclamante. La Comisión fijé encargada por una vez de inspeccionar las fronteras, y tuvo la desgracia de no encontrar en toda la línea más que uno solo que llenase las intenciones del gobierno: todos los demás eran ciertamente criminales, pero a ninguno se removió. Esta degradación de aquellos militares, propiamente de revolución, no puede mancillar el honor del cuerpo en general, a quien se debe, por sus heroicos sacrificios, la libertad e independencia del país.

La sabiduría y política del gobierno se persuadirá, que este rasgo solo tiene por objeto presentarle la necesidad que hay de inspirarle confianza y seguridad, sin embargo de la promulgación de las leyes que las afiancen.

Tanto más juzga precisa esta medida, cuanto que va a gravitar sobre el vecindario de la campaña todo el peso de esta obra. Cree la Comisión que, sin esta política diestramente manejada, no se dará un paso de felicidad en la obra jefe de la provincia; porque, como decía un sabio de nuestro tiempo a un Soberano, con referencia a asunto más elevado: justo es Señor, que el dueño de la casa mande en ella. Y aunque es verdad que el gobierno, vigilante en su administración, no perdona fatiga, ni se permite descanso, sin embargo, debe partir sus fatigas y franquear confianzas, para dar vado a las penosas tareas de su administración y ciertamente que ningunos están más bien indicados que los mismos interesados en su felicidad y seguridad, consultando al mismo tiempo la pública.

Los puntos que principalmente deben ser reforzados, como cardinales,   -20-   son tres, a saber: Laguna de la Naquelrucá, Kakelhuincul y el Volcán. Los demás, como fortines auxiliares, deben por lo mismo ser sus dimensiones proporcionadas, a este respecto, con una doble fuerza y amplitud, y todas equipadas de armamento, artillería, municiones respectivamente bien conservadas, y sus precisos repuestos, de que deben responder lo jefes encargados, y sufrir con frecuencia la inspección que delegue la Superioridad sobre el reconocimiento de todo, y de la tropa misma.

 

 

El adormecimiento y apatía en que ordinariamente quedan sumergidos los hombres con la paz, aun en las fronteras más expuestas a rompimientos, hace y causa el abandono de la disciplina, el de armas y municiones; y una triste experiencia ha demostrado y hecho tocar funestos resultados, provenientes acaso de que los jefes militares, más atentos a sus negocios particulares que a los deberes de su profesión y carrera, posponiendo, aquellos por esta, no calculan los daños que infieren: punto que merece estar muy observado del gobierno en precaución de semejantes males.

La fuerza efectiva de cada frontera principal, considera la Comisión debe ser de 100 hombres de caballería veterana, y algunos auxiliares de milicias, y los fortines de 50 hombres, por mitad de veteranos y milicias, y más, según las circunstancias lo exijan.

Si restablecida la caballería de blandengues, tuviese cada guardia su dotación, sería utilísimo que fuesen casados y arraigados en ella, dándoles el gobierno en propiedad un solar para establecer su casa, porque entonces crecerá la población proporcionalmente, y el soldado defendería más ahincadamente su hogar, mujer e hijos, y jamás o rara vez se notaría deserción; y a la primera generación ya la reproducción del soldado, por sí sola, habría formado un pueblo agricultor y ganadero. Pero como, en la seguridad de los hacendados y labradores de la comarca respectiva, el traficante que acude, llevando artículos de consumos en cambio de frutos y numerario, viese un compensativo de su trabajo, procuraría también avecindarse, y lo mismo los artesanos, e insensiblemente se verían crecer y prosperar estas guardias con una rapidez increíble, hasta formarse en cada una de ellas poblaciones de la mayor consideración.

El labrador y hacendado sufren, y se han constituido hace muchos años, al pago del ramo de guerra, con destino a estos importantes establecimientos: y jamás han resistido otros gravámenes que con miras de auxiliarlos se han creído necesarios, aun cuando se hayan frustrado los objetos mismos de su invención. Ellos, siempre prontos con sus personas y haberes, han dejado en abandono estos y sus familias, para correr   -21-   a las armas en defensa de su patria, hasta sacrificarse en la guerra; y hoy el gobierno necesita de sus brazos, de sus bienes, y de toda su concurrencia, para dar a la Provincia toda la extensión y grandeza de que es susceptible; pues si esencialmente ha de gravarse esta privilegiada porción de ella, la justicia reclama imperiosamente que se desvíen, cuanto está al alcance del gobierno, aquellos calamitosos tiempos, haciendo un lugar distinguido a sus méritos y servicios, lo que es preciso que ahora presten a la importante atención de las nuevas poblaciones y a su seguridad.

La Comisión está penetrada del sumo e importante interés que se promueve en esta medida a favor de la campaña, y que, conducida sabiamente por el gobierno a sus mayores ventajas y engrandecimiento, va a presentar el campo del Lacio, para dar a la provincia, como este dio a Roma, toda la grandeza y poder que la hizo respetar del orbe conocido entonces, y proporcionalmente lo será aquella en América.

Entre los muchos y extraordinarios privilegios con que agració la naturaleza a esta provincia es su localidad, por desgracia poco conocida de sus naturales. Por el norte la baña el majestuoso Río de la Plata, que se interna a más de setecientas leguas navegables, por diferentes provincias que atraviesa en su tránsito; mientras que por el sud la circuye el mar Océano, por donde puede extraer todos los cuantiosos frutos que le produzca su cultivo: y a más le brinda con inmensas riquezas de la pesca y peletería de anfibios, que hoy hacen la fortuna de las naciones cultas que a nuestra vista se las llevan.

Son pocos conocidos, y nada frecuentados por nosotros, los puertos que se encuentran a la vuelta del cabo de San Antonio: como son, el de Tuyú en el Cabo de Corrientes, la Bahía de San Andrés, la Bahía Blanca, la de San Blas, el Río Colorado y el Negro.

Los terrenos bajos que presenta la costa del mar no han permitido, sin riesgo, hacer el reconocimiento de otros puertos y calas que necesariamente hay en la confluencia de los ríos Sauce Chico y Grande, y otros de menos caudal de aguas que descienden de las sierras además de los que naturalmente tenga en su seno el mar, y descubrirán los frecuentes reconocimientos desde tierra, cuando estén pobladas y registradas por la caza y pesca de anfibios, que la curiosidad y especulación de los pobladores emprenderán tras de un interés a que los conducirá su codicia,

Muchos de estos terrenos están hoy infestados de gentes bandidas, abrigadas en los montes, que llaman de las Islas del Tordillo y Monte   -22-   Grande, desde cuyo asilo hacen sus incursiones a las vecindades, cometiendo grandes excesos, que deben quedar extinguidos, luego que las tres más avanzadas fronteras al sud se hallen establecidas, y con las fuerzas de sus dotaciones, para atacarlos con suceso feliz. La rigorosa policía que se establezca en todos los puntos de la campaña, hará que desaparezcan de ella, hombres y aun familias tan inmorales y vagas, poniéndolas en sus deberes, o en las seguridades convenientes.

Parece necesario fijar el orden de la empresa, y debiendo empezarse por las más necesarias, es sin duda de la mayor importancia graduar esta necesidad, la cual, aunque parezca indicada por la misma naturaleza de los estorbos, que se oponen a darle vado, no puede dejar de someterse a otras consideraciones, y principalmente a la mayor o menor extensión de su provecho: es decir, que entre dos caminos igualmente necesarios, aquel será digno de preferente atención, que ofrezca mayor utilidad y socorra a mayor número de individuos.

Entre las ventajas de situación que gozan las naciones, sin duda, ninguna es comparable con la cercanía del mar, unidas por su medio a los más remotos continentes del mundo conocido. Al mismo tiempo que su industria es llamada a proveer una suma inmensa de necesidades, se extiende la esfera de sus esperanzas a la participación de todas las producciones de la tierra; y si se atiende al prodigioso adelantamiento en que está el arte de la navegación, parece que solo la ignorancia o la pereza pueden privar a los pueblos de tantos y tan preciosos bienes.

Es verdad que semejante ventaja suele andar compensada con grandes dificultades; porque si de una parte la furia de aquel elemento amenaza a todas horas las poblaciones que se le acercan, por otra los altos precipicios y las playas inclementes que le rodean, y que parecen destinados por la naturaleza para refrenarte, o para señalar sus riesgos, dificultan su comunicación o la hacen intratable. ¿Pero quién no ve que en esta misma dificultad halla un nuevo estímulo el deseo del hombre, que llamado a proveer a su seguridad, o a extender la esfera de su interés, está como forzado continuamente a triunfar de tan poderosos obstáculos? Ello es, que el engrandecimiento de las naciones, sitio siempre, ha tenido muchas veces su origen en esta ventaja; y que ninguna que sepa aprovecharla, dejará de hallar en ella un principio de opulencia y prosperidad.

Esta provincia ha sido particularmente favorecida por la naturaleza, pues a más de las ventajas de su clima y suelo, tiene la de estar bañada por el mar y el gran Río de la Plata la mayor parte de su territorio, colocado, por decirlo así, sobre el mejor punto del Océano: ella parece,   -23-   que por sus puertos está llamada a comunicarse con toda la tierra, y si a esto se agrega la posesión de sus vastas y fértiles campañas, no podremos desconocer que una particular Providencia la destinó para un grande y glorioso objeto. ¿Cómo es, que en tan feliz situación, podamos abandonar los medios más necesarios para llegar a aquel fin, ni desatender a sus puertos, sin los cuales es de todo vana e inútil aquella gran ventaja, cuya falta será siempre uno de los principales estorbos que más poderosamente retarden la prosperidad de nuestra agricultura?

La Comisión no necesita recordar que este objeto tan recomendable con respecto a la industria, navegación y comercio, lo es mucho más respecto al cultivo. La industria sigue naturalmente a los consumidores y se sitúa a par de ellos, mientras el cultivo no puede buscar sus ventajas, sino esperarlas inmóvil. Por otra parte, si todas las provincias pueden ser industriosas, no todas pueden ser cultivadoras, y es preciso que en unas abunden los frutos que escasean en las otras: es preciso que el sobrante de la primera acuda a socorrer las segundas; y solo de este modo el sobrante de todas podrá alimentar aquel comercio activo que es el objeto de la ambición de los gobiernos y el fruto de sus meditaciones económicas y políticas.

 

 

Es últimamente necesario, si aspiramos a obtener todas aquellas ventajas, dar el último impulso a la agricultura y ganadería; pues cuando la circulación interior produzca la abundancia general, cuando haya abundado y abaratado las subsistencias, y por consiguiente la población multiplicado los productos de la tierra y del trabajo, alimentado y avivado el comercio interior, entonces la misma superabundancia de frutos y manufacturas, que forzosamente resultará, nos llamará a hacer un gran comercio exterior que clamará por este auxilio, sin el cual no puede ser conseguido.

Este punto podía dar a la Comisión materia para hacer muy extendidas reflexiones; mas ella solo se contentará con presentar una a la sabia ilustración del Gobierno, que le parece sumamente importante, y de la mayor influencia sobre la mejor población, aumento de la agricultura, ganadería y labranza previniendo ya la navegación, comercio, industria a un mismo tiempo, que oportunamente iría adelantando, poniéndose en activa acción el resto de la provincia a su ejemplo.

La Comisión está persuadida de que alguna vez los buenos ejemplos suelen ser perniciosos. Esto se prueba observando que los romanos emprendieron todos los caminos de su vasto imperio, llevándolos desde la plaza de Antonino en Roma hasta lo interior de Inglaterra, de una   -24-   parte, y de la otra hasta la Palestina; tan firmes y magníficos, que sus grandes restos hasta hoy llenan de admiración al viajero observador: y las naciones modernas, queriendo imitarlos sin tener los mismos medios para ello, afligieron a los pueblos sin poderles comunicar tan grande beneficio. Sin embargo, esta regla admite excepción en favor de la provincia, y no puede haber inconveniente en la empresa, con tal que no se piense en grandes e inadoptables comunicaciones exteriores, hasta que hayan sido establecidas las poblaciones, su labranza y pastoreo, de un modo suficiente a promover la industria, navegación y comercio que ha de formar la marcha unida de sus ventajas y especulaciones, para llegar al término de su engrandecimiento.

Afortunadamente el Gobierno empeña sus desvelos en remover los estorbos, proponiendo leyes, simplificando las administraciones, arreglando la policía y mala jurisprudencia mercantil; en fin, todo cuanto retarda el aumento y seguridad de nuestra común felicidad, destruida y aniquilada por falta de principales elementos; buscando directamente los medios de arruinar nuestro cultivo y población, o por mejor decir, removiendo hasta los estorbos que la naturaleza opone a su prosperidad; bajo cuyos principios es de esperarse que la opinión misma cederá a la buena y útil enseñanza, como las tinieblas a la luz; bien que, para luchar con la naturaleza son necesarios grandes y poderosos esfuerzos, con extensos recursos, que no siempre están a la mano.

Cuando se considera de una parte los crecidos fondos que exigen las empresas, y de otra, que a las veces una sola es, muy superior a la porción de rentas públicas que suelen destinarse a ella, parece más disculpable el desaliento con que se miran por los gobiernos; y como estos fondos, en último sentido, deben salir de la fortuna de los individuos, parece también como inevitable la alternativa, o de renunciar a la felicidad de muchas generaciones por no hacer infelice a una sola, o de oprimir a una sola para hacer felices a las demás. Sin embargo, es preciso confesar que el atraso muchas veces no proviene tanto de la insuficiencia de la renta pública, cuanto de la injusta preferencia que se da en su inversión a objetos menos enlazados con el bienestar de los pueblos, o tal vez contrarios a su prosperidad.

Para demostrar esta proposición, bastaría considerar que la guerra forma el primer objeto de los gastos públicos, y aunque ninguna inversión sea más justa que la que se consagra a la seguridad y defensa de los pueblos, la historia acredita que para una guerra emprendida con este sublime fin, hay muchas que se empeñan con los innobles motivos de ambición y orgullo; y por consiguiente, privan de la abundancia y   -25-   prosperidad, de que disfrutarían si hubiesen invertido sus fondos en adoptar y comprar, si fuese necesario, un sistema de paz, con preferencia a malbaratarlos en proyectos de vanidad, destrucción y nulos en sus resultados.

La Comisión se ha extraviado otra vez, arrebatada del ardiente celo y deseo que lo anima por el bien de la provincia, discurriendo en su beneficio, y expresando las reflexiones que le han parecido se acercan más a nuestro estado civil y militar. Volviendo sobre sus pasos y al objeto principal de su encargo, que es la seguridad de fronteras, el aumento de la población, el cultivo y las haciendas pastoriles, cree deber añadir:

Que siendo el principal y más interesante punto el del Volcán, debe mirarse con preferente atención, en razón de su fortificación y fuerza efectiva; en la de hallarse más avanzado al enemigo; en la de tener la más apreciable localidad de la campaña, por sus hermosos pastos, campos y aguadas; y finalmente en la de estar vecino al mar, para progresar extraordinariamente por todas las proporciones que no tienen, ni pueden tener los otros, como más mediterráneos o centrales.

Entre los extraordinarios recursos que sabiamente ha propuesto el Gobierno a la Honorable Representación, se ofrece la ley de retiro, que transmitida a la posteridad, señalará la época en que fue dictada, sin contradicción alguna, como la más memorable de nuestra revolución en honra de sus autores; de que no nos presentan modelo alguno las historias, tanto más digna de elogio al considerar la utilidad y ventajas públicas que pueden y deben sacarse de los mismos retirados.

Entre otras altas miras que el gobierno se ha propuesto, es igualmente loable la fundación de una ciudad, cuyo título perpetúe la memoria del benemérito Ciudadano y General de los ejércitos de la Patria, don Manuel Belgrano. Ciertamente que ninguno se presenta más adecuado, más útil, ni más honorífico. No más adecuado, por la localidad y hermosura de que disfruta; no más útil, por las ventajas que le ofrecen la misma localidad y su feraz terreno; no más honorífico, porque iban a formar este precioso monumento a la fama póstuma de aquel general y de esta provincia mismos guerreros, y sus compañeros de armas, que después de haber regado con su sangre el campo de las victorias por salvar la patria de los enemigos que la oprimían, sellaban su marcha gloriosa con la fundación de una ciudad, que pasando a los venideros, perpetuará un ejemplo, que acaso no se registrará en los anales de las naciones más cultas; y cuyas cenizas invitarán desde el sepulcro a sus hijos, a la continuación de aquella heroica carrera; al paso que las propiedades   -26-   y posesiones que les quedasen en herencia, les recordarían incesantemente su deber hacia tan nobles objetos.

Invitados por el gobierno los oficiales reformados a tan noble empresa, dándoles de merced, como a fundadores, los solares para la fundación de sus casas, los terrenos de chacras para su labranza, y los de estancia para la cría de ganado, con las excepciones y privilegios de libertad de toda pensión y derechos en los frutos de sus cosechas, y aun en los de consumo, en la forma y tiempo que pareciese conveniente a su más pronto y eficaz progreso, sin duda que de esta medida reportaría la provincia incalculables beneficios, y el gobierno tendría el placer de recibir los respetos y homenajes que le tributarían, aun al través de los siglos, las generaciones venideras, bendiciendo la mano benéfica y laboriosa por todo lo que le debían.

Esta nueva población, que formaba el honor y el mérito de sus fundadores, a que unía la de capitalistas, empezaba a brillar desde su cuna, desenrollando a la par de su acrecentamiento un poder y facultades que no están concedidas a las demás, por no ser fácil reunir en un punto tales y tan singulares proporciones.

Ella como más avanzada iba a imponer a los enemigos, de quienes se haría tan temible como respetada, y no pudiendo resistir a la fuerza, mal de su grado habrían de ceder el campo que ocupan, y retirarse a mayor distancia, o tal vez repasar el río Colorado para refugiarse a las cordilleras de los Andes, término a que deben venir por un orden regular en la sucesión de los tiempos.

Esta disposición acercará más pronto la época en que debe formarse el camino militar arriba indicado, y la trasposición de los indios al sud de las sierras; quedando entonces a favor de nuestros hacendados libre la falda de estas, que es toda la aspiración a que por ahora anhela nuestra población.

La Comisión omite detallar el servicio de las guardias, pero no puede menos de observar que las partidas descubridoras, que deben estar siempre en campaña, hagan su servicio de una a otra guardia, hasta el punto dado en que deban encontrarse o cambiar las tablillas que lleven para acreditar haber llegado a él, y comunicarse recíprocamente las novedades que ocurran, porque si fuesen avanzados, al sud podría suceder que los indios, puestos en observación, acechasen el momento de su retirada, para introducirse en nuestros campos, burlando aquel servicio, lo que no es tan fácil suceda cruzando de una a otra guardia.

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Tampoco parece a la Comisión debe ingerirse en los fondos y arbitrios con que han de emprenderse estas obras, porque estando nombrada una junta de hacendados, y teniendo el gobierno tomado a su cargo estas disposiciones, fácilmente podrían contrariarse con los conocimientos y trabajos que ya tengan incoados, cualesquiera que fuesen las indicaciones de la Comisión, que siempre ha sido de dictamen se forme un ramo con el cual se sufrague exclusivamente el adelanto de fronteras y poblaciones, asegurado o custodiado en la Tesorería General, y administrado y distribuido en el servicio por orden del gobierno, a quien inmediatamente debe estar, todo sujeto y dependiente, para evitar los deservicios que en otra forma se han experimentado, y de que son susceptibles,

La disciplina, subordinación y respeto en la tropa de línea y milicias, son la base en que se afianza la defensa y seguridad del Estado. Estas deben ser observadas, y sus jefes, de comisiones superiores, que rigorosamente las inspeccionen, y si faltare, esta exactitud, la obra no podrá llegar a su complemento y perfección.

Las delineaciones de los fuertes y poblaciones requieren no menos diligencia y actividad, y que sean en todo sentido sin mezquindad, ni escasez, consultando siempre su salubridad y plantas de la mejor arquitectura civil y militar; con especialidad en las que, como en el Volcán, desde luego pueden empezar a hacer edificios de fábrica, por la proporción de cal. Las delineaciones deberán preferirse de nordeste a sudeste, y al menos veinte varas de luz en sus calles, presentando antes al gobierno el plano respectivo para su aprobación, si la mereciese.

Cuando estuviese encabezado y hecho el libro o censo de su vecindario, de modo que trasmitiere a la posteridad sin equivocación sus fundadores en un libro maestro firmado de sus primeras autoridades y sellado, debería hacerse otro, firmado y sellado como el anterior, en que constasen las mercedes que se les hacían, y repartos de tierras, con prohibición a los poseedores de su enajenación en el término de veinte años, con la precisión de poblarlo y cultivarlo. Y para arrancar antes de nacer el ruinoso semillero de pleitos en las ubicaciones de los terrenos, deberían estos darse medidos y deslindados, de que debería ponerse constancia en el libro de mercedes, y conservar con él un plano topográfico en el archivo de su custodia, para aclarar todas las dudas que el transcurso de los tiempos presentan. De estos libros y planos deberían conservarse copias fieles en el archivo general de la provincia, y muy particularmente deberían asentarse los puntos de arranque, o mojonera común, que acaso serían los más ciertos, las plazas mayores de cada pueblo; señalando con la mayor exactitud del arte los rumbos a que corrían, con corrección de la brújula,   -28-   y expresión puntual de su variación, porque está observado, se aumenta, y el transcurso de años hace tocar inconvenientes notables.

Los errores en que incidieron nuestros mayores nos marcan la senda que debemos seguir para evitarlos, y no dejar en herencia a nuestros hijos pleitos interminables, discordias y ociosidades, que llegan a destruir de todo punto las familias.

La Comisión, en precaver estos riesgos, se haría molesta, si no temiera serlo ya en un informe, que por demasiado largo debe terminar. Cualesquiera que sean sus errores, cree que merecerán indulgencia ante la respetabilidad de Vuestra Excelencia; porque el ardiente deseo de la felicidad de la Provincia, a quien tiene el honor de servir y de quien se halla tan beneficiada, en fuerza de la gratitud que le tributa, le impulsa a creer, que todo es poco y muy menguado en su obsequio.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Buenos Aires, noviembre 26 de 1821.

Excelentísimo señor

Pedro Andrés García

José de la Peña y Zazueta

Excelentísimo señor Capitán de la Provincia



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Diario

 

La Comisión, destinada a establecer las paces con las tribus de indios al sud, tiene la honra de presentar a Vuestra Excelencia el diario de su viaje hasta las faldas de la Sierra de la Ventana, su derrota, observaciones facultativas, planos y demás que ha puntualizado en cumplimiento de sus deberes. Luego que recibió la orden superior y se presentó a su cumplimiento, advirtió que el cacique Cayupilqui en su invitación hablaba con generalidad, sin determinar el número de caciques concurrentes, ni punto en que deberían reunirse estos, para establecer los tratados a que aspiraban; sin cuyos previos requisitos y rehenes correspondientes, no solo parecía vaga la propuesta, sino también inútil en el caso de no convenir los principales y acordar el punto de reunión, el cual debería ser en las primeras sierras o lagunas de Milla Lauquen; en inteligencia, que no pasaría más adelante, por lo avanzado de la estación, si, como expresamente pedían al Coronel exponente, querían que fuese al asentamiento de la paz. El cacique Cayupilqui convino en volver a los toldos, acompañado de un intérprete, que por parte del gobierno asegurase a los de su clase la aceptación de Su Excelencia a la propuesta de paz, y marchar a realizarla en su nombre. Dicho Coronel partió en efecto: reunió todos los caciques Pampas, Guilliches y Ranqueles; y estos, a virtud de lisonjeras promesas que les significó aquel, esperaban el momento de su llegada, cuyo falso supuesto de ofertas, cuando fue demostrado, puso en el mayor de los compromisos, y muy en riesgo de ser degollado con toda la comitiva de su cargo, al Coronel, y también de que se separasen los Ranqueles con miras de ejecutarlo, como se demostrará cuando se exprese esta ocurrencia.

Del mismo modo omitió manifestar que la reunión la habían acordado hacer en el Sauce Grande, esto es, al pie de la Sierra de la Ventana, sin exponer a los caciques, que la Comisión solo se había allanado a llegar a las primeras sierras y no a tan enorme distancia, en estación tan avanzada, y sin auxilios correspondientes a tan larga marcha; a más de los riesgos que debería recelar de entrar al centro   -30-   de sus tolderías, donde podía ser atacada a toda hora de unos hombres feroces que viven del robo y matan impunemente al forastero. A su vuelta manifestó Cayupilqui que todos los caciques estaban prontos a otorgar la paz, hasta el número de quince que nombró: que a la Comisión la esperaban sus antiguos amigos con impaciencia, y que no se demorase la salida, quedando él en rehenes hasta la vuelta. El retorno de este cacique fue en febrero, y como más principalmente tenía por objeto esta Comisión, reconocer facultativamente los terrenos, de cuya geografía estábamos absolutamente ignorantes en la mayor parte, convino en dar un oficial facultativo, de dos que le fueron pedidos, para levantar el plano y hacer otros reconocimientos científicos, si fuese posible, en medio de los riesgos que ofrecían estas operaciones, si llegasen a ser advertidas de los indios. Este oficial es José María Reyes, ayudante mayor de artillería e ingeniero.

No habiendo podido facilitar el gobierno más instrumentos que un teodolito y un nivel, fue preciso a la Comisión proporcionar a su costa los que principalmente eran necesarios para obrar, demarcar y medir, con cuanto más se requiere y demandan semejantes operaciones, de cronómetro, estadales, planchetas, estuches, etc. En el resto de febrero se aprestó una escolta de caballería de catorce hombres, un sargento, y un oficial que debía mandarla y servir de ayudante; dos carretas, una carretilla y un coche con algunos víveres; yerba, tabaco y ropa hecha para los quince caciques; y por todo auxilio, para carruajes y soldados, sesenta caballos de los del servicio de plaza; a que se agregaban dos intérpretes, que también se pidieron al gobierno como indispensables para entenderse con los indios. El cacique Cayupilqui vino acompañado de catorce indios más, hijos, deudos y parientes de caciques (que ellos llaman chasquis) para ratificar al gobierno la adhesión de sus comitentes a la paz, y al mismo tiempo afirmar la exposición del comisionado principal Cayupilqui, y que debían acompañar a la Comisión en el viaje hasta los toldos, presididos del caciquillo o capitán cona, conocido por Antiguan. En efecto, ya dispuesto todo a punto de marchar, fueron recibidas las últimas órdenes del gobierno que señalan los documentos respectivos...

 

 

Partida de Buenos Aires, marzo 6 de 1822

En 6 de marzo salimos a las cinco de la tarde de Buenos Aires, llevando en nuestra compañía a los catorce indios chasquis y al   -31-   cacique Antiguan. A las seis, después de inexcusables demoras ocasionadas del mal estado de los caminos en las salidas, salvaron los carruajes los muchos pantanos y atolladeros, que llegaron a inutilizar principalmente la carretilla. A las siete y media de la noche llegamos al pueblo de Morón, con el ayudante mayor Reyes, y la comitiva de indios y peones que se componía de veinte personas; donde hicimos alto para pasar la noche y reconocer el carruaje que se hallaba deteriorado. Reconocido el día 7 la carretilla, se vio no estar en estado de continuar el viaje, y fue forzoso remitirla a la ciudad para reponerla con otra, lo que se verificó el día 8.

El 9, partimos de Morón y llegamos a hacer noche en la Cañada de los Pozos, donde sobrevino un huracán y tempestad de truenos y lluvia, que nos demoró el viaje hasta las 11 de la mañana del 10, y a las 6 de la tarde arribamos al Pueblo y Guardia de Lobos, punto destinado a reunirse las carretas, escolta y demás carruajes, con los víveres y útiles que debían servir al viaje y cumplimiento de la Comisión. El teniente de húsares y capitán graduado, don Julián Montes, que debía acompañarnos, ya se hallaba en aquel punto con la escolta, e igualmente las carretas. Las autoridades, política y militar, prepararon alojamiento, lo más cómodo posible, y franquearon con el vecindario todos los auxilios que estaban a sus alcances, y era preciso acopiar, pagando sus valores.

Deseosos de dar principio a una obra jefe, de cuyos resultados se esperaban grandes ventajas para la provincia, con la nueva adquisición de feraces terrenos para su extensión, y la principal de estas, mejorar la geografía de aquellos hermosos campos, habitados hasta hoy de salvajes, por medio de los indicados reconocimientos, cuyas ventajas refluían en beneficio público, la Comisión no pudo detenerse un momento en hacer presente a las autoridades de aquel partido, le eran necesarios algunos auxilios de ganados y yeguas, que podrían suministrársele a justo precio por aquellos hacendados. En efecto, invitados por el juez respectivo, no trepidaron en franquearle hasta el número de setenta reses, que se creyeron suficientes, cien yeguas, algunos caballos, y ocho bueyes, con cargo de reintegro estos últimos. Las milicias se prestaron a hacer los apartes, y reunir en un punto estas haciendas, como lo verificaron en la mayor parte; y en su consecuencia estaba detallada la marcha de aquel punto para el día 14.

En medio de la agitación con que se trabajaba en estos aprestos, se recibió en la Comandancia militar una orden circular   -32-   que comunicaba la Inspección General, dando parto a todos los Comandantes de fronteras para que vigilasen en la seguridad respectiva de ellas, poniéndose alerta contra una nueva invasión de los indios, que se sabía debía verificarse en el presente mes, al mando del cacique ranquel, Pablo, dirigidos por tránsfugas, desertores y resto de chilenos de los de Carreras, que aun existían entre ellos. Ella, a la verdad, no dejó de sorprendernos, mucho más cuando estaba de por medio la buena fe tantas veces manifestada por los caciques en el pedimento reiterado de la Comisión, para hacer una paz sólida y permanente con la provincia: a que se agregaban otras poderosas razones para no creer semejante movimiento ofensivo de aquel cacique, que tantas veces había instado por la quietud y harmonía a que aspiraba, con los demás de su clase.

Aunque la Comisión no había recibido comunicaciones oficiales sobre la materia, y creía inverosímil la especie, sin embargo, no creía deberse exponer a cargos ulteriores, respecto a la notoriedad de dicha orden circular, en un caso desgraciado. Por otra parte, la desconfianza de los vecinos de la campaña crecía, y la emigración a lo interior ya había acobardado a los peones que debían servir en los carruajes, y arreos de ganado y caballada. Pero, debiendo decidirse en falta de comunicaciones del gobierno, llamó al cacique Antiguan y a los demás indios de la comitiva, para imponerles de la novedad, y hacerles cargo de ella. Antiguan protestó a la Comisión, bajo la buena fe que presidía a sus buenos servicios prestados a la provincia, que nada había ni podía haber contrario a ellos, y estaba pronto a responder con su cabeza; que cuando más, podría ser alboroto tramado o causado por alguna partida de ladrones, que no faltaban en todas partes, capaces de comprometer los mejores sentimientos.

Manifestó el que le ocupaba, con muchas y muy eficaces reflexiones; y ellas presentaron motivo a la Comisión para hacerle entender, que no podría dar un paso más en su marcha sin asegurar antes la certeza de esta novedad, y para ello se hacía necesario que el mismo cacique Antiguan, con uno de los intérpretes del gobierno, pasase a los toldos, reuniese los caciques y los hiciese sabedores del caso; previniéndoles que la Comisión esperaba sus resultas en aquel punto. El cacique se prestó gustoso a la medida, y salió el día 14, acompañado de dos indios y el intérprete, habilitados de caballos, yerba, tabaco y otros menesteres para el camino; ofreciendo volver a los quince días de su salida. De todo dio cuenta la Comisión al Gobierno en el acto instruidamente, solicitando su aprobación. A la verdad, parecía no haber un motivo para temer un movimiento ofensivo   -33-   en masa de todas las tribus, ni aun parcial, como se indicaba de parte del cacique Pablo, por haber asentido y convenido este con los demás en la invitación a la paz. A más de que, los rehenes establecidos por preliminares de ella, las numerosas partidas de indios de comercio que existían en la capital, y los que acompañaban a la Comisión, eran todas circunstancias que inclinaban a creer los retrajese de emprender una invasión que ponía en riesgo sus personas o intereses. La Comisión adoptó aquella medida que creyó más prudente, y esperaba que ella sería aprobada del gobierno, por cuanto al mismo tiempo conciliaba la tranquilidad de las familias de los vecindarios de las guardias fronterizas, de los temores y sobresaltos que las afligían, recelando ser nuevamente víctimas de la ferocidad de los indios. De este modo se evitaron muchos males y perjuicios, que la sola emigración causaba a los partidos en el abandono de sus hogares y haciendas.

Manifestadas las causas que motivaron la demora, pasaremos a hacer un relato de los trabajos facultativos que emprendió la Comisión como objeto principal de su encargo, hasta la vuelta del cacique Antiguan. Cualquiera cosa que ella trabajase en materias científicas, creía que sería de utilidad a la provincia, aun cuando no se tuviesen todas las proporciones que demanda aquella clase de operaciones. Se acordó levantar el plano topográfico del pueblo de San Salvador de Lobos en que residíamos, y determinar su latitud, aunque por lo pronto no se hiciese el cálculo de su longitud, pues él demandaba algún tiempo y más datos de los que teníamos. Contraídos a lo primero, ayudados de buenos instrumentos para ejecutarlo, se consiguió concluirlo en el término de cuatro días de asiduo trabajo, porque la premura del tiempo no permitía hacerlo más despacio, y las comodidades eran escasas para este género de ocupación. El método adoptado era seguramente el más sencillo, pronto, y más propio a la situación de aquel pueblo, y su resultado debía comprobarlo. En efecto, visto el curso de sus calles, corregida la aguja, medidos los ángulos formados por sus manzanas, determinados algunos puntos principales, recorridas con la toesa las diferentes manzanas de que se compone, para ver la población de cada una de ellas y determinar sus detalles, tomado en cada finca el nombre del propietario; observado al mismo tiempo el curso de una cañada y lagunas que forma esta, y pasa inmediata al pueblo, suministrándole agua para su consumo, con cuanto más se creyó conveniente -en toda esta operación, hecha con escrupulosidad y exactitud, manifestó la acertada adopción de su sencillez;   -34-   de cuyos resultados nos prometimos sacar ventajas en las operaciones ulteriores.

Concluido el primer trabajo, se pasó en el momento a hacer el segundo, es decir, el de la latitud del lugar. Sabíamos que esta se hallaba, hacía algún tiempo, observada por un respetable facultativo (Don Pedro Cerviño) en la expedición de fronteras mandada por don Feliz (sic) de Azara, con objeto de hacer observaciones científicas en el curso de ellas. Entre las muchas que hicieron, fue una la que trataba la Comisión de determinar. No se dudaba de la exactitud de aquella operación, se respetaba su autor como sujeto conocido por sus talentos; se creía que una operación no complicada como aquella, con mucha más razón habría dado un resultado exacto. La Comisión no tenía aquel, e ignoraba cuál era la observación hecha; pero pareciéndole muy propio de su objeto hacerlo, cuando tenía proporción para ello, para averiguar también si había alguna diferencia entre las dos observaciones, especialmente cuando de los mismos instrumentos que habían servido a aquel facultativo, franqueados por la viuda del mismo Cerviño -quintante y horizonte artificial- se iba a hacer uso en la nuestra. Todas estas circunstancias nos empeñaban a hacerlo con doble cuidado si fuese posible.

El día 21, preparado el horizonte con escrupulosidad, para hacer la observación por el planeta Marte, con los datos sacados de las tablas astronómicas, cuando pasase por el meridiano, dio por resultado, después de hechas las correcciones necesarias, 35º 16’ 2’’ de latitud austral. Parece que ambas operaciones fueron hechas con exactitud: aquella queda comprobada por la de la Comisión, y esta con aquella. La pequeña diferencia que se nota de 14’’ no se puede reputar por tal en una observación. Mil causas pudieron influir. La Comisión creo fue seguramente un intervalo muy corto que se demoró en fijar la alidada, mientras se reconocía si el astro había llegado al punto maximum de su altura, y si bajaba sobre el horizonte. Esta pequeña diferencia es claro que provino de la causa antes manifestada, pero nada de esto influye en lo exacto de la observación, ni en su resultado. Es despreciable cualquiera diferencia que en segundos pueda haber en una operación de esta clase. Los que conocen las causas que obran para considerarse como tal, juzgarán que cualquiera diferencia de esta naturaleza no es error. Lo es cuando alcanzan a minutos, aunque sea uno solo, y entonces se reputa como tal; pero cuando versa en segundos, cualquiera que sea su número, no se para la consideración, y solo se cuida de anotar con exactitud la primera y segunda clase. Colocados en orden   -35-   nuestros trabajos para su remisión al gobierno, no se verificó hasta poder acompañar algunos más de igual naturaleza, y sobre la estadística de diferentes partidos que la Comisión trataba de averiguar, porque todos reunidos presentaban alguna utilidad y ventajas que podría reportar la provincia con estas obras; y la Comisión en vista de ellas poder satisfacer al gobierno del empeño en su adelantamiento, y los deseos que la animaban en beneficio y prosperidad del país. Un vasto campo de operaciones presentaba esta campaña, en la que seguramente interesa conocer la multitud de hermosos terrenos, que una industria más activa sabría aprovechar, y sacar partido de las ventajas que prometen a la agricultura y mecanismo rural. De aquellas posiciones y puntos interesantes, se hallan muchos en nuestra provincia no conocidos hasta ahora, sino superficialmente. El curso del tiempo los descubrirá, y una agricultura más adelantada disfrutará de sus ventajas y comodidades, si antes, como es de esperar, no las saca el gobierno de la obscuridad y embolismo en que yacen, por medio de planos topográficos y estadísticas, que señalen sus bondades, para aplicar con conocimiento y fruto los auxilios y medidas de que son susceptibles, y hacer la felicidad de sus habitantes, y en general de la provincia. La Comisión habría deseado desempeñar estos objetos tan dignos como benéficos al interés publico; y por entonces hubo de contraer su atención y ocuparse de los que más se recomendaban. El tiempo era corto: los emisarios debían regresar en breve, como lo prometieron pero la Laguna de Lobos se llevaba la atención de la Comisión con preferencia, para un exacto reconocimiento de ella y formación de su plano. A la verdad merecía todo este trabajo, su hermosura, posición, calidad de su terreno, magnitud, pastos, aguadas, etc. Demora dos leguas al sud del pueblo, y demandaba una operación de esta naturaleza. Dos días consecutivos sobre sus márgenes preciosos fueron necesarios para concluir aquella trabajosa operación. Con suma dificultad se reconoció su fondo por medio de la sonda; y otras calidades, que la adornan, entre estas la abundancia de pescado: teniendo por último el placer de agregar este trabajo importante a los demás para su remisión al gobierno.

Situada la laguna en un hermoso terreno desnivelado, y rodeada de preciosas colinas por el norte y este, siendo el nivel de estas sobremanera superior al de la laguna; por el sud y oeste se advierte una gran planicie horizontal que se eleva suavemente sobre su nivel. Esta bella campaña está cubierta de poblaciones, ganadería y labranza. Su terreno en general es fértil y su cultivo laborioso y abundante. Las colinas que rodean la laguna por el este tuvieron en otro   -36-   tiempo situado el Fortín de Lobos, cuyas ruinas aun subsisten. Por esta parte como por el sud se hallan poblaciones de pingües ganaderías, y varios de estos establecimientos son bien conocidos por su riqueza, y forman una parte muy principal de la provincia.

La laguna provee de agua a las muchas haciendas de aquellos establecimientos vecinos. Ella es permanente en su caudal, y aquellas reportan esta ventaja que es sumamente interesante a la agricultura y ganadería, porque los hacendados no sufren en tiempos de seca las pérdidas de ganados que son susceptibles, faltándoles aquel elemento preciso a su sostén.

 

Generalmente en toda la circunferencia de la laguna tiene barrancas altas, menos por el oeste, por la igualdad de su nivel con el del terreno o superficie común. Sus aguas se extienden y forman un gran bañado por toda la campaña en tiempo de lluvias, pero cuando no las hay se reúnen como un centro, formando horizonte a la vista del observador, colocado en un punto cualquiera de su circunferencia. Esta tiene 11139 varas, resultado sacado después de levantado su plano: su profundidad es generalmente de 30 a 40 varas de la orilla, de una y media a dos varas; más adentro de tres, tres y media a cuatro; su fondo de arena; y en su centro se encuentra alguna loma especial en la mayor profundidad. Esta además tiene una cañada por el sudeste que aumenta sus aguas considerablemente por su cauce. Ella corre por un encadenamiento de lagunas y bañados algunas leguas al mismo rumbo, y más en las cercanías del Salado. No da paso generalmente en todo su curso por ser pantanoso, solamente en su embocadura o confluencia. En la laguna trafican los prácticos o baqueanos por uno que conocen y tienen bien marcado, bastante ancho y malo, por ser parte de la laguna, es decir, que para pasarla, se hace necesario atravesar 200 a 220 varas de agua. El piso es sumamente blando e imposible por ello de acercarse tres a cuatro varas de su orilla: su profundidad no es constante. Lo reconocido es de una a tres varas en las partes abordables de su curso: su ancho de seis a siete varas, y en partes forma el cauce un canal profundo, con una corriente rápida, y esta es en proporción al acrecentamiento de sus aguas. Estas son salobres, y un poco menos las de la laguna; pero para el ganado útiles en extremo: de ellas se proveen, como se ha dicho, los establecimientos vecinos. Por el norte aumenta sus aguas del mismo modo una pequeña cañada, que al fin de catorce a veinte cuadras de curso, desagua en ella. Esta se forma de un bañado pequeño: sucesivamente va aumentando su cauce con otros más que se le reúnen. No forma lagunas en su curso; pero las mismas calidades   -37-   que constituyen aquella, se verifican en esta. No da paso por la calidad de su terreno pantanoso hasta doce o catorce cuadras de su embocadura. Un cauce caudaloso de aguas, con mayor profundidad que la otra, la hace inaccesible, y para pasarla es preciso costearla hasta su nacimiento, y entonces se presenta un dilatado bañado bastante penoso por su anchura, pero sin peligro de mal paso; su ancho es de siete a ocho varas, y su profundidad en disminución desde su embocadura hasta su vertiente, y la mayor es de dos, o dos y media brazas. El cauce de este bañado es limpio, y se encuentra en él aquella cantidad de maciegas en su interior, como generalmente sucede en las cañadas. Otras varias calidades hacen recomendable este interesante punto, y es sensible que la industria de nuestros hacendados, situados en las cercanías de una posición tan ventajosa, no progrese como pudiera.

 

La Comisión creyó podía emprender otros trabajos en puntos no menos interesantes que aquellos, aunque distantes de su actual posición; pero temía no fuesen infructuosos, porque aguardaba por momentos los emisarios. Para evitarlo se dispuso enviar una partida de soldados con un intérprete y un baqueano, para que, avanzando hasta el Río las Flores, reconociesen el paso de este, bastante dificultoso para carruajes, igualmente el del Salado y Saladillo, y otros embarazos que presentan los grandes bañados que se interponen; observando, al mismo tiempo cualquiera movimiento del enemigo infiel, y el regreso de la partida remitida en Comisión a los toldos, cuya demora ofrecía tantas dudas sobre la conducta de los indios; especialmente con los varios movimientos ofensivos, anunciados con frecuencia por circulares comunicadas de las mismas guardias fronteras. Todas las circunstancias inclinaban a creer que la demora procedía de aquellas ocurrencias, y que debía la Comisión prepararse a una defensiva, avanzando partidas con aquel objeto. Esta medida, que fue tomada de acuerdo con las autoridades territoriales, que conocían muy bien sus ventajas y la conveniencia general que resultaba de esta determinación, hasta que oportunamente se dictase en caso necesario por la superioridad la que hubiese de asegurar sus personas y fortunas, fue conciliatoria de la tranquilidad del vecindario, que, agradecido por el esfuerzo arriesgado de la Comisión, y por el interés que se tomaba en la prosperidad y seguridad de la provincia, no sabía cómo manifestar su gratitud, especialmente desde que vio salir la tropa, municionada completamente de artículos de boca y guerra.

 

Allanado este obstáculo, creyó la Comisión que mientras surtía el efecto a que dirigía sus miras, podía hacer el esfuerzo premeditado   -38-   sin ser infructuoso. Consideró que el plano topográfico del Pueblo del Monte y su laguna podría ser interesante; mayormente cuando no existía un documento de esta naturaleza, y aquella guardia y población se habían extendido y adelantado considerablemente, y de su hermosa laguna y otras adyacentes no se tenía ningún conocimiento particular. Esto demandaba a toda costa un reconocimiento con toda la exactitud posible, y al efecto marchó a aquel destino, distante ocho y media leguas al Este de este pueblo, el facultativo, ayudante mayor don José María Reyes, con los instrumentos y comitiva necesarios para aquellas operaciones, y con los recaudos respectivos para las autoridades de la misma guardia y pueblo, con objeto de que le proporcionasen los auxilios que necesitase para evacuar con prontitud los trabajos de su encargo: como así lo ejecutaron con puntualidad los sujetos principales, dándole además todos los conocimientos precisos sobre las propiedades y límites del partido, requisito necesario para la formación y organización del trabajo. Del mismo método observado en el trabajo anterior se hizo uso para este. La laguna demandaba otro distinto, como que la calidad de la operación era diferente por su naturaleza. Para ello se adoptó el método general que en casos iguales se hace necesario. Una base exactamente medida, proporcional a su extensión, grandes miras o jalones, colocados en los puntos remarcables de su circunferencia, se hacían precisos para levantar el plano: la mensura de los ángulos, formados por estos distintos puntos sobre la base, daba por resultado la verdadera posición de aquellos, que, junto a un reconocimiento de toda ella, eran suficientes para la conclusión de la operación.

Era además indispensable reconocer otra laguna llamada de las Perdices, unida por un pequeño arroyuelo, fácil de ejecutar, después de conocida la posición de muchos puntos que tenía en sus inmediaciones. Ellos servían de base, y las miras colocadas en sus puntos más remarcables daban su verdadera figura y extensión. Al mismo tiempo se determinaba la posición de los establecimientos vecinos a la laguna: muchos de estos se hallan situados en sus inmediaciones, y algunos de consideración por su riqueza en ganadería. Determinada, pues, la verdadera posición del pueblo y laguna en cuatro días de trabajo consecutivo, y reunidos los datos para formar una memoria estadística del partido, no hubo detención de un momento: especialmente cuando en el mismo día la partida observadora avisaba haber encontrado más allá del Salado a los indios, remitidos a los toldos, de vuelta de su Comisión, y que al siguiente debían regresar unidos al punto de su partida, esto es, al Pueblo de Lobos.

Habiendo sido favorables los resultados de los emisarios, y celebrados   -39-   con salvas y general regocijo, al ver desmentidos los rumores esparcidos por toda la campaña, que habían perturbado su tranquilidad, de que se hablará después; siendo necesario aprestarse a la marcha, la Comisión trató de reunir sus trabajos, y hacer la remisión de ellos al gobierno, antes de su partida o al mismo tiempo; entretanto, no puede dispensarse de hacer una descripción del pueblo y laguna que dieron motivo a sus tareas.

 

Se hace forzoso considerar: primero, la verdadera situación y circunstancias que constituyen la laguna, y es fácil enseguida conocer la del pueblo y establecimientos en varios puntos de su circunferencia; pues que esta está descripta, y aquellos son relativos a ella, y deben considerarse así. Describir este punto interesante y calidades que le constituyen es sumamente sencillo. Ellas son semejantes a las del otro anterior, pero sin embargo, tiene otras que le distinguen. La laguna es menor que la de Lobos: su circunferencia es de 10421 varas, 712 varas menos que aquella. La calidad de sus aguas es potable, aunque algo salada: su fondo arena en todas partes, barrancosa por toda su circunferencia, excepto por el O y OSO, donde su nivel tiene muy poca elevación sobre sus aguas; por los demás rumbos tienen sus barrancas de diez a catorce pies de altura sobre el nivel del agua. La gran planicie de la campaña del este y sud es horizontal, su plano y su nivel elevado sobre la superficie de la laguna: ella es limpia, y no se encuentra ninguna maciega en su extensión. La campiña del oeste es hermosísima y pintoresca, pero su nivel diferente de aquella. El terreno de sus campos es fértil, y su cultivo abundante. Sus pastos fuertes, aunque mezclados con el cardo, que abunda demasiado. Sus horizontes se ven cubiertos por todas partes de ganados de todas especies, perteneciente a los establecimientos limítrofes. Estos terrenos, cuyos límites confinan con las márgenes de la laguna, en ninguna ocasión son votos por los ganados, pues encuentran en ellos las ventajas de pastos y aguas; y los muchos senos que forma la posición de dicha laguna con la unión de la otra (la de las Perdices) de casi igual magnitud, sirven a los propietarios para tener como encerradas sus haciendas y de este modo han prosperado sobremanera aquellos establecimientos, que ciertamente forman la riqueza de aquel partido.

Por el OSO rompe el gran caudal de aguas de esta laguna, por un brazo encajonado y caudaloso, cuando salen de madre, y de un centro de unión más elevado. Estas aguas forman, como a treinta varas de la laguna principal, otra de igual magnitud, pero sin las calidades que constituyen a aquella (las Perdices), más propiamente bañado,   -40-   sin formar barranca ninguna, que se extiende al S, de que se forman otros bañados y pequeñas lagunas, y por un encadenamiento sucesivo, ya de bañados, ya de pequeñas lagunas, desagua en el Salado, cerca de la Laguna de las Flores. Sus aguas son iguales en calidad a la laguna de donde toman su origen. Su interior está lleno de maciegas, junco, duraznillo, etc., su fondo es lama, su sonda la de un bañado; y generalmente se observó en su reconocimiento igualdad en ella, esto es, de cuatro a cinco pies de agua en su centro: en sus orillas de dos a tres. Sus campiñas, por el S y E, tienen las mismas calidades que las ya descritas, en fertilidad y pastos. Las poblaciones de ganadería disminuyen hacia el S: se hallan, sin embargo algunas de mucha consideración, limítrofes al Salado. La gran laguna aumenta sus aguas, y puede decirse se forma principalmente por las de una gran cañada, llamada del Totoral, que viene del N y corre al S: su origen se halla de doce a trece leguas de su confluencia en la laguna; desde aquel punto viene recibiendo de varias cañadas un caudal considerable de aguas, que deposita en una laguna de 500 varas de la principal, con quien pasa a unirse. Su ancho en la embocadura excede a 400 varas, disminuyendo este hacia el N. En su curso forma varios bañados, poblados de juncos unos, y de totoras otros; y en toda ella abundan las maciegas que embarazan el paso. Su piso es pantanoso, y en las inmediaciones de su confluencia franquea paso, negándolo en su curso por lo pantanosos que son sus bañados. Su fondo en su desagüe es de tres a cuatro pies, y su paso, aunque poblado de juncos, no es expuesto ni dificultoso. La calidad de los terrenos que riega es igual al descrito: sus pastos fuertes, y sus tierras vegetales. En su orilla o inmediaciones se encuentran muchos establecimientos de ganadería y labranza, que forman la riqueza del partido. Además recibe la laguna las aguas de una pequeña cañada por el SE, que toma su origen a dos millas de aquel rumbo: su cauce es corto, su ancho tres varas, pantanosa, pero de paso en todo su curso.

El pueblo o guardia se halla situado al N sobre las márgenes de la laguna, en una colina que se extiende al S hasta las barrancas de aquella, prolongándose en disminución al E hasta las orillas de la Cañada del Totoral. La población se halla situada en esta colina y fuera de ella. Esta se extiende sobre la costa de aquella y de la laguna al O tiene por límite al S la ribera barrancosa de esta, al E las márgenes de aquella, al N una espaciosa y horizontal campaña, y al O otra de igual naturaleza, limitada al S por la ribera dicha de la laguna. La población tiene de extensión E O diez cuadras; de N a S siete: estas tienen ochenta varas de largo y ocho de ancho. Las calles corren ENE a OSO, y de NNO a SSE. El fuerte se halla situado sobre la ribera de la laguna: su circunferencia es de una cuadra cuadrada. Tiene dos pequeños   -41-   baluartes o explanadas circulares en los ángulos del N y S del cuadro; en ambos hay una pieza de artillería de fierro del calibre de a 4, montada en cureña de costa. Toda esta fortificación es inútil, ni puede llamarse tal en cualquier caso de defensa, pues no podría hacerse uso de las piezas, o si se hiciese, sería infructuoso. Ninguna dotación se halla allí de repuesto para su servicio: tampoco artillero alguno que las gobierne, y en un estado ruinoso sus montajes, sin provisión de cartuchos, estopines, cuerda mecha, atacadores, etc., etc.

 

 

En este estado miserable aparece hoy esta guardia, y así, y aun más, todas las demás en las fronteras, sin foso ni estacada regular en alguno de estos puntos para defenderse, o al menos ponerse a cubierto el vecindario con sus propiedades de un enemigo encarnizado y constante en sus incursiones, de cuyo resultado aun se lamentan todos. ¿Y de este modo se podrán contar seguras las propiedades que constituyen la riqueza del país, y cuyos conatos deben ser, preservarlas de las funestas lecciones que nos han dado constantemente nuestros invasores? No. ¿Seremos y continuaremos infelices? ¿La desolación, el terror y la miseria las habremos de ver siempre pintadas en nuestros campos, y que las hogueras voraces sostituyan a las pingües poblaciones que hacían la felicidad de la provincia? Esta inercia y los males que ella puede originar reclaman pronto remedio. Es ciertamente lamentable la suerte de nuestros establecimientos en el sud. Algunos se conservan sin haber sido arrasados de los bárbaros, porque por fortuna sus incursiones las han hecho sin combinación, y sobre los establecimientos de las fronteras del oeste principalmente y con repetición; siendo este partido, y algunos otros inmediatos, los que experimentaron menos desgracias. No obstante, los establecimientos al otro lado del Salado, cercanos a los montes de aquella, fueron arrasados sin quedar muestra de haber existido.

No se encuentra en esta población nada interesante: ranchos de paja, la mayor parte de ellos cubiertos con los bosques o montes de durazno, que en cada finca hay. En cada manzana o cuadra, comúnmente se hallan dos o tres poblaciones; y aun en las más cercanas al centro no todas se hallan pobladas. Se encuentran muchas propiedades de construcción de material y techos de paja. Este modo de techar, aunque demanda renovaciones, es cómodo por su menos costo y por encontrarse en abundancia la paja de diversas calidades. Los montes, que forman a la vista un bosque de todo el pueblo, suministran a los propietarios muchas ventajas por ser este ramo escaso en la campaña. En las calles de su interior no se disfruta vista agradable por la multitud de árboles que privan la de la campiña y laguna, y aun de la ribera al sud de la población. No se puede dar una vista más deliciosa y pintoresca. Su horizonte, por todas partes de hermosas   -42-   praderías, cubiertas de ganados de todas especies, cuyas imágenes apenas se perciben a la simple vista, entretienen al observador agradablemente. Un número prodigioso de rebaños de ganados vacunos, lanares y caballares, de la pertenencia de los establecimientos vecinos, presentan una perspectiva risueña. La situación del pueblo es el punto mejor que se encuentra en toda su extensión, y aunque domina a aquella campiña, metido entre sus bosques, le privan de la mejor vista. El monumento más mareante que te adorna es su capilla, toda hecha de ladrillo cocido, y el adorno interior, lo mejor que se encuentra en todos los pueblos de la frontera. Se omite detallar otros pormenores, que pueden verse en la pieza n.º 2, relativa a la estadística de aquel pueblo: ella suministra los conocimientos de su población, producciones, número de hacendados, labradores, límites, etc., etc.

Concluido el trabajo, según queda relacionado, en el partido de la Guardia de San Miguel del Monte, se reunió la Comisión sin pérdida de instantes en el de Lobos, donde acababan de arribar los indios emisarios, y duplicada comitiva que les acompañaba en clase de chasquis; y de todas las ocurrencias de su misión, hicieron una exacta relación, de que inmediatamente se dio cuenta al gobierno; remitiendo al intérprete para que la expusiese a viva voz, si se creía necesario: al mismo tiempo que se recomendaba al cacique Antiguan, por la eficacia de su diligencia, y cuanto había trabajado con los demás de su clase por la paz, exponiendo su vida por haber quedado a pie en la ida, en falta de caballos. El resultado de su misión hará ver cuán acreedores se hicieron estos emisarios a una recompensa por sus distinguidos servicios.

 

La Comisión, apremiada de la estación para emprender su marcha a las sierras por una parte, y ejecutada por otra de ordenar los trabajos hechos en la manera y demostración facultativa que correspondía, aprovechaba todos los momentos del día y aun de la noche a este efecto; sin descuidar la reunión de reses, caballos, bueyes y demás que debían servir al viaje. Pero mientras se realizaban todas estas disposiciones previas a la marcha, la Comisión referirá el retazo de los emisarios e intérprete, con las particulares ocurrencias en su ida, estada y vuelta de los toldos, y se colegirá de ella, que entre la bárbara desconfianza, característica en el indio, y la ambición de poseer lo ajeno, zozobra y se quebranta la buena fe; y esta se hace para ellos insignificante en el momento que crean convenirles romperla, aun cuando sacrifiquen los rehenes y personas más allegadas, y entre ellos de estimación y opinión singular.

El cacique Antiguan con su comitiva e intérprete salió el 14, como se ha dicho, en activa diligencia de pasar a las tolderías y averiguar ciertamente   -43-   la verdad sobre las incursiones parciales que se hacían en nuestras fronteras del norte. Su empeño le hizo acelerar la marcha pero a los cinco días se les rindieron los caballos, y siguió con ellos cansados, hasta quedar totalmente a pie. Siguió así, hasta que afortunadamente topó con una de las muchas partidas avanzadas que tenían puestas los indios, temerosos de ser atacados por el gobierno, según avisos que se les había dado. Con este motivo fueron auxiliados de todo lo necesario, hasta ser transportados al mismo toldo de Antiguan, que llegó bastante enfermo a los nueve días de viaje. Dio aviso a todos los caciques, y los invitó a tener una entrevista, y conferenciar sobre los motivos de su misión y resolución última de todos juntos, para comunicarla al gobierno, con quien quedaba comprometido de hacerlo: urgiendo más esta pronta medida, cuanto que de ella dependía la existencia del cacique Cayupilqui, que de acuerdo con todos los de su clase, se hallaba prestado con Antiguan a quedar en rehenes, mientras se hiciese la paz que ellos habían pedido.

Reunido un número considerable de caciques Pampas, Guilliches y Ranqueles en los toldos de Antiguan, este expuso a la reunión el objeto y causas de su mensaje, cuyo interesante motivo le había impulsado a emprender tan molesto y desagradable viaje, en virtud del irregular procedimiento de los indios, para desmentirlo si no era cierta; y si tenía algo de verdad ¿por qué se quería sacrificar a Cayupilqui, a él y a los muchos indios que se hallaban en Buenos Aires?

Los caciques Pablo, Calimacú y Ancafilú, con algún otro de los principales, manifestaron su opinión; y se altercó en ella la mayor parte de la noche en que se tuvo la sesión. Antiguan les dio en cara con su proceder; protestó que vengaría la sangre de Cayupilqui y de las demás víctimas que resultasen de esta felonía, procediendo contra sus autores. Dijo que el gobierno de Buenos Aires había creído de buena fe la paz que se le había pedido: había igualmente accedido a la solicitud hecha para que, viniese en su nombre a asentarla el coronel don Pedro Andrés García, el cual quedaba ya en la frontera, esperando la confirmación de esta novedad, para seguir su marcha o retirarse. Últimamente exigió una contestación categórica, asegurando la mejor buena fe por parte del gobierno; pero que temiesen los resultados, porque ya no existían Carreras ni Ramírez que los habían comprometido, faltándoles a todo lo que les habían ofrecido; y que hoy el gobierno, libre de aquellos enemigos, aplicaría todas sus fuerzas para destruirlos, y lo conseguiría bien presto. Entonces los caciques disidentes expresaron, que por muchos conductos habían sido informados de que el gobierno trataba de sorprenderlos y atacarlos: que por lo tanto creían deberse poner en armas, y que ciertamente lo   -44-   habrían hecho, si él no hubiese llegado. Adujo Antiguan otros muchos razonamientos de conveniencia e interés. Les demostró los males de la guerra; la pérdida de su comercio; la de muchos artículos de consumo entre ellos, que ya se habían hecho como de primera necesidad; la inquietud y continua agitación en que vivían, huyendo de unos y temiendo de otros. Sin embargo, uno u otro de los Ranqueles manifestó su descontento, como motores de los movimientos anunciados, y cuyas partidas habían invadido por el norte nuestros campos. Acto continuo tomó la palabra el cacique Neclueque, conocido por el Platero, manifestó razones que creía poderosas para aceptar la paz, e impuso en tono amenazante a todo aquel que fuese de contraria opinión.

El cacique principal y más antiguo, Lincon, que había sido mero espectador de la discusión hasta entonces sostenida, siendo el más adicto a la paz propuesta, habló enérgicamente, y dirigiendo su alocución a los disidentes, les dijo: «Que el que no estuviese por la opinión de la paz antes convenida, y pedida al gobierno de Buenos Aires, se retirase en el instante de aquella reunión con todos los suyos; que pusiesen en ejecución sus planes hostiles contra la provincia, que ellos también pondrían los suyos para escarmentar a la facción agresora y a hacer una paz sólida y permanente, que les proporcionase un perpetuo sosiego a sus familias, que hacía algún tiempo no disfrutaban por causa de los malvados; que en el momento el encargado Antiguan regresaría a dar cuenta al Gobierno de lo resuelto, y conducir a la Comisión que se mantenía detenida en la Guardia de Lobos».

 

 

A virtud de este último razonamiento accedieron los disidentes, aparentando entrar todos en la paz, que quedó sancionada: y determinando, que cualquiera que dijese que el gobierno pretendía sorprenderlos o atacarlos, por este mero hecho debía ser muerto como perturbador de la paz; y Antiguan debería marchar inmediatamente con un enviado de cada cacique principal, que saludase al Coronel comisionado y le acompañase en su viaje, dando de este modo más fuerza a la seguridad de su oferta y decisión; cuya conferencia había presenciado el intérprete del gobierno, que la ha referido de conformidad con el emisario Antiguan.

El 19 de abril estuvo de vuelta a la Guardia, a los diez y nueve días de haber salido de ella con catorce indios, parientes e inmediatos deudos de los caciques a los fines expresados, con otras varias partidas de comercio que pasaron a esta capital. La Comisión, según deja expuesto, dio cuenta puntual al gobierno, y no se ocupa de otra cosa que del arreglo y organización de sus trabajos, y de preparar los auxilios   -45-   de su marcha por unos desiertos de todo desprovistos, a más de la penosa empresa que dificultaba más, el avance de la estación de invierno. Hubiera sido culpable en todo tiempo si se hubiese hecho indiferente a unos reclamos que por su conducto debían llegar a oídos de la superioridad. Ellos exigían que tomase una parte activa, para evitar los males que su negligencia podía haber ocasionado. Cumplía con un deber que le imponía la humanidad, para cruzar de un solo golpe la avaricia de algunos hombres, cuyas miras tendían a la destrucción de nuestra naciente labranza, posponiéndola a sus intereses privados. Grandes males debían originarse, cuando se paralizaba por algún tiempo el curso de la agricultura en un país que sin ella jamás progresará. Esta es la que constituye la verdadera riqueza de las naciones: si se aniquila o trata de destruir, decae la industria; sin esta, la ruina de los estados es invitable.

En todos los partidos de la campaña resonaban los clamores de los infelices labradores y ganaderos. Se había formado una liga de propietarios para arrojar a aquellos de sus hogares, con varios pretextos que daban colorido a la injusticia, y que eran el velo que la cubría. Estos hombres, ocupados de una escomunal (sic) ambición, procuraban eludir las más activas medidas del gobierno; y la ley, que prescribe la protección de las propiedades, la hacían servir a sus intereses, sobreponiendo estos al celo de aquel, mientras que entregado a sus meditaciones benéficas, formaba los planes más útiles de conveniencia general para la provincia. Pero el interés particular los entorpece, alejando todo aquello que estaba en oposición, con perjuicio notable de la causa común.

El número de esta clase perjudicial, por desgracia, se aumenta en nuestra campaña; y seguramente la de destruiría, arrojando de sus poblaciones a la clase productora, labradora y ganadera, en la que está refundido este trabajo, prevaliéndose al intento de una ley publicada con un más noble fin.

Cuando el gobierno hizo conocer al país sus verdaderos intereses, y las riquezas que en ella se encerraban, hemos visto desprenderse de la capital un enjambre de especuladores y ganaderos, y abarcar con sus fondos considerable extensión de terrenos; la mayor parte de estos, poblados de antiguo tiempo, y aun defendidos de los indios por sus poseedores, sin ser propietarios. Y he aquí que por la codicia de aquellos se han visto repentinamente hechos sus colonos; y por último, arrojados de sus hogares con sus familias y haberes, atacados con combinaciones judiciales las más fuertes, para ejecutarlos al desalojo. ¡Qué injusticia y qué despotismo!

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No podía la Comisión ser insensible al llegar a sus oídos estos clamores. No podía disimularlo sin dar cuenta al gobierno, prefiriendo los intereses particulares a la ruina de tantos miserables. No; ella llenó este sagrado deber, instruyendo sobre el particular y pidiendo un corto remedio a tan grave mal. En la sencilla exposición hecha a la superioridad, la Comisión no habló del abuso que se hizo del candor e ignorancia de los que tenían mejor derecho por su antigua posesión a una moderada composición. Tampoco del silencio que generalmente se ha guardado de este legal impedimento por los denunciantes en sus adquisiciones, ni de los reclamos desatendidos de muchos en las posesiones judiciales; solo contrajo su atención a hacer respetuosamente presente, se sirviese dispensar la protección y amparo a estas familias y a sus intereses, porque en otra forma iban a ser víctimas de la miseria; perdiendo la provincia los brazos agricultores ya formados, sin otro recurso que el de la mendicidad, que no podrían soportar con resignación, ni dejar de sentir del modo más vivo la indiferencia con que se mirasen sus ruinas. Por último, la Comisión expuso, que estos desgraciados tocaban ya la raya de la desesperación; y no tanto se empeñaban en permanecer en sus hogares, como en procurar terrenos donde mudarse, aunque a costa de graves atrasos y quebrantos, en sus haciendas y poblaciones. Que entre estos se contaba gran número de labradores, y muchos hacendados de mil, dos mil y tres mil cabezas de ganado, y a más los lanares, caballares y de cerda. Que era consecuencia necesaria de este despojo la mengua considerable de nuestras cosechas de granos: pues los propietarios no podían sostituirlas en muchos años. Que creía oportuna una medida que acomodase a unos y aquietase a otros, contraída a prevenir, por medio de una circular a los propietarios, que en el término de un año no innovasen, ni perturbasen a los situados en sus terrenos, dentro del cual procuraría el mismo gobierno proporcionarles otros en que pudiesen retirarse con sus ganados. En comprobación de lo expuesto, también añadió la Comisión, que solo en el terreno la Cañada del Toro, debían desalojarse más de ochenta de estos labradores; siendo muy probable que de los demás destinos, en solo el partido de Lobos ascendiese y aun excediese el número de ciento cincuenta, y enteramente imposible que pudiera llenarse este déficit de brazos labradores.

 

 

La medida propuesta parecía cortar los males, y dejar preparados pobladores voluntarios para los nuevos destinos que meditaba establecer el gobierno, como absolutamente necesarios a la extensión de la provincia. Igualmente se persuadía la Comisión, que el gobierno no tendría el pormenor de estas ocurrencias, y que era sumamente interesante la conservación de los primeros brazos del estado. Bajo de estos conceptos es, que creyó oportuno analizarlas a la superioridad, para que hiciese de ellas el uso que creyese conveniente.   -47-   A la verdad podría esta materia extenderse, pero las páginas de este diario no permiten hacerlo: él se contrae solamente al objeto principal de su tendencia. Sí se dirá, que el gobierno recibió con agrado las comunicaciones y trabajos facultativos que se le remitieron, y la parte activa que había tomado en favor de los débiles, añadiendo que proveería de oportuno remedio, como lo hizo y consta del Registro oficial. Encargó también a la Comisión que prosiguiese esta misma marcha, pues en ella servía al país y complacía sobremanera a las miras que el gobierno se proponía; no dudando que continuaría, hasta concluir la obra que había emprendido; siendo ciertamente uno de los objetos más dignos en que debía ocuparse.

Después de reunidos los auxilios, calculados según el tiempo que debíamos emplear en el viaje, y con respecto a la comitiva, aumentada doblemente con la de indios, la Comisión creyó no deberse detener un momento.

Día 11 de abril. Se emprendió la marcha, llevando los carruajes que van expresados, con ocho hombres auxiliares para el arreo de ganados y un baqueano que nos señalase los pasos únicos que franquean de menos riesgo los ríos Salado, Saladillo y Flores. En este día se cumplieron los deseos de la Comisión. Ansiaba ver el resultado, despreciando el peligro que por todas partes se le anunciaba: anhelaba poner en planta sus reducidos conocimientos en beneficio del país, que la honraba con un encargo de tanta importancia. Los descubrimientos y adelantamientos que podrían hacerse en el viaje en una campaña desierta, fértil y llena de hermosuras, era la idea constante que nos ocupaba: por ella estábamos prontos a sacrificar nuestra existencia, como se transmitiesen a la luz los conocimientos que adquiriésemos; el poder ser autores de alguno era lo que deseábamos, y esto nos compensaría al mérito que se creyese habíamos contraído; que se adelantase la geografía de este país, confusamente conocido en su interior, era el objeto más digno y más importante a que se nos destinaba; nuestras facultades y proporciones eran muy escasas; pero nuestra constancia y aplicación todo lo vencía; el riesgo era inminente, pero lo despreciábamos, como se lograse el objeto que nos proponíamos.

Rompimos la marcha, pues, descubriendo un horizonte con una hermosa perspectiva: un verde risueño y agradable le señoreaba, cubierto de poblaciones de labranza y ganadería, crecidos rodeos que pastaban alrededor de ellas, establecimientos de hombres industriosos cargados de una dilatada familia; esta es la población de todo este partido, y por esta   -48-   razón se le considera como el granero de la provincia, y el más industrioso y poblado de todos los demás de nuestra campaña. Su suelo fértil procura a sus habitantes grandes cosechas, y la reproducción es admirable por su feracidad: en ellos se hallan labradores de crecidas siembras, y sus establecimientos se hallan a tres y cuatro leguas al sud del pueblo; los más australes arriban hasta la costa del Salado, adonde hizo alto la comitiva para emprender la marcha al día siguiente.

 

 

El rumbo S 1/4 O fue constante desde nuestra salida, con algunas pequeñas variaciones, ocasionadas por las tortuosidades del camino, pero de poca consideración; se hicieron cuatro y media leguas de jornada hasta la estancia de un labrador, nombrado Araoz, tres cuartos de legua antes de llegar al Salado, uno de los principales en el partido. No hubo entorpecimiento en la marcha, por lo llano del terreno y fácil de transitarse hasta este punto; él es bastante seco, y en él se encuentran muy pocas lagunas, pero las que tiene le subministran por su magnitud la agua suficiente para sus haciendas. Algunos bañados se hallan con poca agua antes de llegar a aquel establecimiento; pero en la estación del invierno la mayor parte de este campo se inunda, no obstante que su nivel es el más elevado de todas las campañas vecinas, y superior al de la población; él va disminuyendo naturalmente hacia el Salado, como centro o depósito de todas las aguas que bañan la campaña del sud.

Día 12. A las 8 de la mañana rompimos la marcha, con un día claro y hermoso; brisa suave NO. El rumbo desde la salida fue S 1/4 O con algunas pequeñas variaciones; los baqueanos nos condujeron al paso del río Salado, por un camino seco, sólido, terreno elevado; algunas pequeñas cañadas se encontraron al salir de la parada, pero de poca consideración; al aproximarnos a las márgenes de aquel río, veíamos todo el horizonte cubierto de montes, al parecer poblaciones de labranza solamente, pues ganados no se veían por ninguna parte. Un aspecto bastante triste presentaba toda esta campiña, aunque por todas direcciones llena de bosques de durazno de los antiguos establecimientos. Pero muy poco tardó él desimpresionarnos de nuestra ilusión. ¡Ah!... Al acercarnos a ellos no encontramos sino vestigios de que un día existieron. Los bárbaros, en sus últimas y sangrientas incursiones, asolaron todos los situados en esta y la otra parte del río, en este partido. Al aproximarnos descubrimos las ruinas de aquellas pequeñas poblaciones de los labradores que un día servían de abrigo a su indigencia, y que el fuego devorador había consumido; solo existían tristes y ensangrentados restos de algunos árboles; rastrojos destruidos o pequeñas sementeras quemadas, que servían de sustento a las familias de un labrador honrado que allí moraba. Descubrimos más; vimos aun sus cadáveres, cuyos esqueletos servían de alimento   -49-   a los pájaros y fieras, al lado de los restos de un arado con el que hacía menos penosa su existencia. Por otra parte se encontraban huesos de cadáveres asesinados por el bárbaro, entre los arbustos y lagunas que la sorpresa les hacía ganar para defenderse; allí perecían, y aun más, llevando a la tumba el desconsuelo de ver arrastrada por los asesinos su mujer e hijos, los que se libraban de ser envueltos en las ruinas que el fuego consumía. Este cuadro, a la verdad lastimoso, no dejaba de conmovernos: formaba en nuestra imaginación ideas tristes, que correspondían al espectáculo que mirábamos; sentíamos la necesidad de que estos males se reparasen, aun cuando no fuese más que custodiar los que aun existían expuestos a sufrir la misma suerte cuando el incursor quisiese hacerlo; sentíamos la necesidad de que su custodia no se abandonase a manos de milicianos, que miraban con indolencia la pérdida que ellos mismos sufrían; preferían una fuga vergonzosa antes que socorrer al labrador anciano que perecía y a quien cautivaban sus familias, siendo partes ellos mismos en esta pérdida, pues era su propia sangre. Muchos sucesos semejantes nos han dado a conocer la desmoralización de la milicia en general de nuestra campaña, llegando a un estado más degradante la de la frontera: a la vista de un bárbaro enemigo despreciable, huyen y abandonan sus hogares, dejándolos entrar al pillaje. Multiplicados sucesos, repetimos, nos han demostrado el estado miserable de nuestros paisanos en la pelea con unos constantes desoladores de bienes y familias, y vemos cuán inútiles han de ser los esfuerzos que se premediten con ellos. Hemos visto emplearse el castigo que merecía la indolencia y cobardía de estos hombres, sin que haya producido efecto. Pero el castigo ¿qué efecto puede hacer en una clase de hombres que no defienden sus hogares, ni precaven la ruina de sus hijos y mujeres? No hay moralidad ni amor al suelo que los alimenta, y faltando estas calidades que deben revestir al ciudadano, no se pueden esperar acciones que los califiquen de amantes a su país.

Dejando a retaguardia este espectáculo afligente, nos dirigimos al paso del río, el que efectuamos a las 9 de la mañana: los carruajes pasaron sin tropiezo ninguno, a pesar que tuvieron que vencer a la entrada un bañado pantanoso, que acababa en la ribera; tenía muy poco cauce, que no pasaba de cuatro pies, y su ancho no sobresalía de 32 a 35 pies; su fondo de barro y lama, pero sin pantano; su curso rápido; su ascenso y descenso fácil; sin barrancas en más de media legua de su curso, siendo solamente una cañada, que el conjunto de aguas que recibe le hacen formar mayor cauce en su curso de O 1/4 N a E 1/4 S, no saliendo de la esfera de ella. El conjunto de arroyos que te entran en su curso al E le forman un cauce considerable, y en el invierno no da vado en ninguna parte. Los vecinos, establecidos en sus riberas, cuidan tener para el tráfico, una canoa que sirve para los transeúntes; y aun su paso en   -50-   esta, en la estación de las aguas, es peligroso; el ancho del río en esta época es constante, hasta que disminuyen aquellas; en todo su curso pasa de 800 a 900 pies, y su cauce es profundo. Efectuado este, entramos en una planicie elevada sobremanera a la de la ribera septentrional: un horizonte, hermoso y nivelado, se presentaba lleno de pequeños establecimientos de labranza, que nuevamente se habían repoblado, confiados en la próxima paz que debía efectuarse con los infieles; algunas sementeras que comenzaban a trabajarse y preparativos para una siembra considerable se hacían por algunos labradores de fondos. El terreno favorecía sus empresas, y confiados en su feracidad, se exponían a ser víctimas, no obstante que con alguna más seguridad y confianza, por las ocurrencias que observaban, de ver establecida una paz duradera con la Comisión que el Gobierno destinaba al efecto. Transitando por este mismo terreno, dejamos en menos de media hora a retaguardia las últimas poblaciones; a las dos leguas del paso del río, con el mismo rumbo, encontramos una laguna a la izquierda de la marcha, llamada de Biznagal, distante del camino seis, a seis y media cuadras. Reconocida, vimos ser de excelente agua, formada de manantiales al pie de un médano de poca elevación, situado al N E de su ribera; su circunferencia pasaba de 2000 pies; limpio su interior; su fondo arena, y cinco a seis pies de agua en su centro, siendo menos en sus orillas. En esta alegre posición parece, según noticias, hubo un establecimiento, que fue destruido y abandonado de su poblador por temor de los bárbaros. Continuando nuestra marcha por el mismo terreno, aun más elevado desde esta laguna para adelante que el anterior, desde ella hasta el Salado, arribamos a las tres de la tarde a la laguna llamada de Espejo, seis leguas del punto de salida, y del Salado cinco y cuarto, con el objeto de pasar allí, la noche para refrescar las cabalgaduras, y seguir la marcha al día siguiente. Desde la Laguna del Biznagal, no se encontró nada particular: hermosos pastizales de cuatro a cinco pies de altura; terreno seco y elevado, aunque gredoso en partes, y que generalmente se componía de tierra negra y vegetal; plantas ningunas; menos cañadas ni aguadas, hasta esta laguna en donde paramos, la que describiremos.

 

 

Se halla situada al pie de dos médanos o colinas, de más de 25 pies de elevación cada una, formada de un bañado y manantiales que vierten de estos: su agua regular; los medanos se hallan situados al S respecto a la circunferencia de ella, la que pasa de 4000 pies, extendiéndose al NE, por un bañado del que se forma principalmente su longitud pasa de 1000 pies, y su latitud de 400; su cauce profundo, y aun en sus orillas tiene doce a catorce pies; su interior lleno de junco y duraznillo; su fondo lama y barro; los pastos de su circunferencia fuertes y hermosos; la posición de los médanos bastante agradable; desde ellos se   -51-   descubre toda la planicie que la rodea, a más de tres cuartos de legua de diámetro. Algunos otros se descubrían al NE prolongándose al NNO, pero de menos elevación; leña muy escasa, siendo necesario hacer fuego con estiércol, que se encuentra en abundancia, de las muchas tropas de hacienda chúcaras que se hallan desparramadas en todo aquel campo, de las robadas por los bárbaros en la frontera. A las 5 de la tarde tuvimos una brisa NO que desterró los mosquitos que nos importunaban, y los que ya empezaban a encontrarse en la campaña.

Día 13. Claro y hermoso: calma por la mañana, a la tarde brisa fuerte del segundo cuadrante o rumbo SE. A las 6 de la mañana nos pusimos en marcha con rumbo S directo; los carruajes salieron más temprano para avanzar todo lo posible; con este rumbo caminamos media legua, al cabo de la que encontramos con el arroyo Saladillo, cuyo origen aun no es bien conocido; el que, según informes de personas inteligentes, desagua en el río Salado, distante del lugar en donde las riberas del de las Flores desembocan en el mismo 3/4 de legua al NO; en su paso, llamado de las Toscas, observamos corría de NO a SE; su cauce no excedía de tres pies; su agua salada más que la del primero en donde vierte; su ancho 7 a 8 varas, generalmente en más de media legua de lo reconocido; su fondo tosca, del mismo modo en la mayor parte de él, y en otras de arena; sin barrancas en ninguna parte; pastos fuertes en sus inmediaciones; su corriente rápida, más veloz que la del Salado7, y su ancho constante. Se halla en él pescado de pequeña magnitud, siendo el bagre negro, de un pie de largo, el que más se encuentra; el terreno transitado hasta el paso de este arroyo, es de la misma naturaleza que el descrito en la jornada pasada; el nivel del anterior igual; los pastos elevados y fuertes, tierra negra, con la diferencia de encontrarse algunas flores silvestres que podrían lucir en un jardín, y variedad de yerbas.

Efectuado el paso del arroyo sin tropiezo, seguimos la marcha por el mismo rumbo, pero por terreno enteramente diferente del anterior. A los 3/4 de legua de haber transitado, encontramos con una laguna a la derecha del camino, distante de este como 40 toesas; su circunferencia de 100 a 110 toesas; agua buena y mucho junco en   -52-   su interior. Desde este punto hasta la laguna llamada de las Polvaderas, distante 23/4 leguas, el terreno es diferente del anterior: en todo el tránsito de esta distancia se encuentran multitud de médanos y colinas que forman una perspectiva hermosa, creciendo sin interrupción hasta las cercanías de la laguna por la derecha del camino; su nivel es constantemente variado por estos médanos. El terreno es sólido, y la tierra negra y dura; los pastos cortos y fuertes en la llanura, y en las faldas y superficies de aquellos es mucho menos; se halla mezclado con piedras, aunque se encuentran pocas en las alturas.

A las 101/4 de la mañana arribamos a la Laguna de las Polvaderas, con rumbo S, distante de la de Espejo 41/4 leguas: su posición merece describirse. Su dimensión es de NO a SE de 550 varas, y de NE a SO de 711 varas: su figura rectangular, su agua exquisita, limpia en su interior; su fondo arena y tosca, su profundidad constante de 4 a 6 pies en su centro, disminuyendo alternativamente en sus orillas; barrancosa en la costa del E y en las demás que forma el rectángulo. Su nivel es poco menos elevado que el de su superficie, y el de aquella mucho más que el de las demás; se encuentra el pescado nombrado bagre-negro, de un pie de largo, en abundancia; sus pastos en los terrenos inmediatos son elevados y hermosos, y la tierra negra y vegetal. Al O, a distancia de 1200 varas, se ven varios médanos de arena que presentan una agradable perspectiva, de más de 12 varas de elevación; en su superficie se forma un pozo, o más bien una pequeña laguna, de 140 varas de circunferencia, formada de las aguas detenidas en aquella superficie, rodeada por todos sus lados por los mismos médanos. En ellos no se encuentra piedra; pero escabrosos en su acceso por hallarse llenos de variedades de espinas que lo hacen penoso, sin embargo de ser sus faldas extensas: el agua de la pequeña laguna que contiene en su interior, es algo salobre y bastante sucia; llena de junco y paja toda ella, conteniendo muy poca agua. Esta posición interesante llamó la atención de la Comisión, y durante su demora en ella, desde las 10 del día hasta las 6 de la mañana del día siguiente, se ocupó en levantar un piano, haciéndolo de modo que nuestros indios amigos no lo apercibiesen. Esta operación fue tanto más trabajosa, cuanto que el terreno más aparente para medir la base estaba a la vista del campamento, y cualquiera operación que allí se hiciese debían verla, de modo que fue menester con sumo trabajo cargar los instrumentos y medirla en un paraje retirado y oculto, a donde se proporcionase descubrir los principales puntos: cuya operación se logró sin dar a sospechar a nuestros cosacos, quienes celosos de sus terrenos, y maliciosos de lo   -53-   mismo que ejecutábamos, vigilaban y procuraban descubrirnos, lo que nos hubiera sido bastante funesto. El indio cona, que capitaneaba la partida de los guiadores, tenía sus sospechas que lo tenían sobresaltado, desde el momento que por descuido nuestro nos observó en la Guardia de Lobos con el quintante en la mano, tomando una altura, lo que lo asustó, y le hizo afirmar que llevábamos el gualicho. Esto mismo le confirmó lo que en Buenos Aires le habían dicho, que iba en la Comisión para hacer los tratados un oficial, que llevaba un anteojo con que se veía todo el mundo; esto le aumentó sus recelos, y procurábamos no hacerle traslucir ninguna operación, cuando él o algunos de los suyos se hallase presente.

 

 

Día 14. Nos pusimos en marcha a las 71/2 de la mañana, con un hermosísimo día: brisa suave del NO, rumbo S cuarta E. Con este rumbo hicimos alto a las 101/2 de la mañana en la costa de un bañado, distante del punto de salida cuatro y media leguas, cuyo paso costó demasiado a los carruajes; lo que ejecutado, se hizo alto en la parte opuesta para dar descanso a las cabalgaduras y seguir inmediatamente. El bañado no era extenso: su ancho no pasaba de 200 toesas; la mayor parte pantanoso, el terreno transitado era bajo y nivelado, su tierra negra y húmeda, los pastos regulares y todo él abundante de caza, principalmente de perdices que abundan asombrosamente; leña de cardo se halla también con abundancia. A las 21/2 de la tarde, después de haber descansado nuestras cabalgaduras, nos pusimos en marcha: el viento cambió al NE, y hasta las 5 siguió la brisa fuerte, y el tiempo parecía descomponerse y prepararse una furiosa tormenta. A las 51/2 hicimos alto en la costa de una pequeña laguna, distante del bañado 31/4 leguas y 73/4 del punto de salida. El rumbo en esta media jornada fue variable, pero sin salir del tercer cuadrante, siendo más general el S y O por las infinitas sinuosidades que hacía el camino, y también por librarnos de los bañados. El terreno era el mismo y de la misma naturaleza que el anterior descrito: la circunferencia de la laguna no pasaba de 150 toesas, la agua regular, y llena de pajonal y junco en su interior. A las 6 de la tarde calmó el viento del primer cuadrante, y parecía que una tormenta furiosa iba a descargar sobre nosotros: desde las 8 de la noche hasta las 6 de la mañana, reinando calma, llovió incesantemente, quedando nuestras tiendas y nosotros empapados, y en malísima disposición para seguir la marcha al día siguiente.

Día 15. Amaneció lloviendo hasta las siete de la mañana, reinando calma. A esta hora sopló8 una brisa del S, que despejó en algún tanto el horizonte. A las 71/2 nos pusimos en marcha, y a las 12   -54-   arribamos a la costa de una laguna, a la derecha del camino, distante 41/2 leguas del punto de salida, en donde hicimos alto para seguir la marcha después de mediodía, refrescado que hubiesen las cabalgaduras. En el rumbo hubo muchas variaciones, y las más notables de las singladuras fueron tres: la primera, desde la salida, con rumbo SSO, con el cual se hicieron dos leguas; la segunda al SO, se caminó una, y la tercera al SO 1/4 S, en una y media leguas, que hacen las cuatro y media avanzadas. La laguna en donde se hizo alto con este último rumbo SO 1/4 S es de figura circular, su diámetro 40 toesas, su agua buena, su ribera casi inabordable, por formarse toda ella de pantanos, y su interior lleno de lo mismo; su profundidad no excedía de dos pies, y en su centro llena de duraznillo, de que se proveen los transeúntes. El terreno es hermosísimo, su planicie horizontal, su superficie muy elevada, la tierra negra y vegetal, los pastos altos y hermosos, abundancia de caza de todo él, y principalmente de perdices, que con ellas se puede mantener un ejército desprovisto de víveres en estos desiertos; variedad de flores y plantas; y en fin, un país o campiña deliciosísima. A las 21/2 de la tarde seguimos la marcha, después que se hizo mediodía con rumbo S directo, brisa fuerte NO, y por terreno diferente del descrito, se hizo una y media legua de jornada, hasta arribar a la costa de un bañado, en donde se hizo alto, para pasar allí la noche, pues las cabalgaduras no podían llegar aquella tarde misma al paso del Arroyo de las Flores, por ser necesario atravesar bañados de alguna distancia y dificultosos. A una cuadra distante de la parada, sobre la derecha, se halla una laguna de figura irregular, de más de 400 varas de circunferencia, formada por un bañado que la rodea por todas partes, el cual se extiende y forma muchas más al O, cuyas aguas vierten en el Río de las Flores, próximo de este punto. Desde la salida del mediodía hasta la parada, transitamos por un terreno, aunque horizontal, pero muy bajo y de un nivel muy inferior al anterior; los pastos, la tierra y todo lo demás era de un bañado que en tiempo de lluvia sería inaccesible, y aun entonces se formaba de barros hasta las inmediaciones del otro en donde paramos. Advertimos que en esta pequeña distancia se encontraba aun más caza que en todo lo transitado: la perdiz y la mulita abundaba con exceso en todo el campo, y nuestra comitiva se proveyó con profusión, lo mismo que el avestruz, gama y venado, animal indígena que abunda con extremo. Pasamos la noche sufriendo una grande helada, y perseguidos por un enjambre de mosquitos que no nos dejaban descansar.

 

 

Día 16. Claro y hermoso: viento N, 42º NO. A las 8 de la mañana nos pusimos en marcha con rumbo SSO 12º O, no verificándolo   -55-   más temprano por haber precedido un reconocimiento que los baqueanos hicieron hasta el paso del Río las Flores, con el objeto de vadear los pasos de muchos bañados que se hallan desde el punto de la parada hasta aquel. Desde aquella hora hasta las 12, caminamos la mayor parte del camino por bañados dificultosos de transitarse con carruaje, hasta el otro lado del río, en donde hicimos alto; el rumbo SSO 12º O, con que salimos. Se caminaron 21/2 leguas por un bañado formado por dos cañadas; la primera que nace desde el punto de salida, y corre de NE a SO, la que se extiende por el camino, hasta unirse por medio del mismo a otra que corre al rumbo dicho, distante dos leguas de ella. De esta última aun se esparcen sus aguas más adelante, como de legua, o menos, desde donde comienza un grande albardón de buen terreno, hasta el paso de las Flores, de 11/2 leguas de extensión al rumbo andado, formando una gran planicie, hermosa y horizontal por los tres cuadrantes; de buenos pastos, tierra negra y vegetal, abundante de yerbas medicinales y flores odoríficas, ciervos, gamos, avestruces, liebres, mulitas, perdices, y toda clase de aves de caza que allí se encuentra, haciéndose más abundante en la ribera del río; estas aguas, que forman estos bañados, desembocan en el Arroyo de las Flores, siguiendo el rumbo dicho; su nivel es superior al resto del camino, y disminuye repentinamente como 4000 varas del paso, formando una planicie horizontal por donde corre el río. A las 12 lo pasamos, no dando mucho trabajo a los carruajes, aunque sus barrancas son elevadas; pero los transeúntes naturales lo han allanado un poco con su tráfico continuo, en donde puede pasar cualquier clase de rodado, y al que le dan el nombre de Paso de las Toscas; sus barrancas pasan en todo su curso de diez a once pies de altura. En su paso se observa, que el río corre de O 22º S a N 38º E; su paso es de tosca; su agua colorada, densa y salada, mucho más que la del nombrado Salado; su profundidad no excedía de 21/2 pies a 3; su velocidad no era constante, por la diferencia de nivel que se halla en su plan; pero en varios lugares donde se observó, recorría un cuerpo colocado en su superficie, un espacio de 50 pies en 28º de tiempo, y en otros parajes más y menos, pero en lo general la distancia calculada; la tierra de sus contornos es greda; su ancho es 42 pies generalmente; en él se halla pescado bagre en abundancia, y su cauce limpio sin maciegas, ni aun en sus barrancas. Efectuado el paso, se hizo alto en la ribera austral para descansar las cabalgaduras y despachar a una partida de milicianos que se nos franqueó por el Coronel del regimiento de campaña residente en Lobos, para que nos condujesen el ganado y caballada hasta este punto, desde el cual debían regresar incontinente a nuestra llegada. En efecto, en el mismo día se les despachó,   -56-   gratificándolos la Comisión, y con oficios de agradecimientos a su jefe; al mismo tiempo, el capitán cona hizo presente a la Comisión, que algunos indios que nos acompañaban, estaban destinados y encargados de sus correspondientes caciques, que en el momento de nuestro arribo a este punto debían adelantarse a dar cuenta a ellos del lugar en que nos hallábamos, y de acuerdo con la Comisión, nuestro compañero determinó que al día siguiente saldrían dos chasques, el primero hijo del cacique principal Avouné, y el otro para el cacique Lincon. A petición del cona, se les proveyó de yerba y tabaco para su viaje hasta los toldos; pidiendo al mismo tiempo se les obsequiase a los caciques con los mismos artículos, y con especialidad a su hermano el cacique Huilletrur y demás, quedando preparados los enviados para marcharse al día siguiente9.

Día 17. Amaneció nublado: brisa fuerte S 10º E; parecía que una tempestad, que se formaba al S, debía descargar muy pronto. A las 8 calmó la brisa, y en el momento cubrió el horizonte la niebla que impedía seguir la marcha, porque los baqueanos, con la tormenta este inconveniente, temían perderse. A los 81/2 despejó en algún tanto, y la tormenta variaba de rumbo, lo que nos determinó a seguir la marcha, la que se efectuó a esta misma hora con rumbo S 12º SO, por un terreno elevado, horizontal y duro; a la hora de jornada siguió el viento anterior con mayor fuerza, despejando enteramente la niebla, apareciendo nublado la atmósfera. A las 12 hicimos alto en la margen de un pequeño juncal a la izquierda del camino, para descansar y seguir la marcha después de mediodía, distante del arroyo 41 leguas al rumbo dicho. El juncal, o pequeña laguna, no excedía de 200 varas de circunferencia; su agua mala, e inabordable por los pantanos que lo rodean; a las 91/2 elegimos la marcha,   -57-   siempre con el viento S en cara, el que a las 2 despejó enteramente el horizonte; a las 61/4 de la tarde y a 41/2 leguas de la parada de mediodía, hicimos alto en la margen de una hermosa laguna, llamada por los indios de Nulquiñeu. Antes de llegar a ella, como a 35 cuadras de distancia, se encontró un hermoso lago de más de 1300 varas de circunferencia; buena agua, bastante profundidad, llena de junco en su centro, situado en un terreno elevado, abundante de leña de duraznillo y biznaga en sus márgenes. La de la laguna de Nulquiñeu es mayor, y sus calidades la hacen más recomendable; ella pasa de 1400 varas, de buena agua; llena de ella de junco y duraznillo; su interior barro y casi toda sin barrancas; su profundidad no excede de 3 a 4 pies; su agua colorada y dulce; abundante de maciegas de pajonal en sus orillas; una parte de ella, que mira al primer cuadrante, está cubierta de un monte de hinojo y biznaga, de donde se proveen los transeúntes a la ida y vuelta con los artículos de su comercio; en ella ha habido poblaciones o tolderías, las que se retiraron en el año pasado, cuando fueron atacados por la expedición del O. En este espeso monte, que tiene más de 300 varas de circunferencia, encontramos animales feroces, como tigres, leopardos, etc., que se abrigaban dentro de él; se halla situado en la parte más elevada de su circunferencia, en terreno duro y sin pasto, ni yerba alguna. En la jornada se caminaron 9 leguas, al rumbo S 12º SO que fue constante desde el paso del río hasta la parada, efectuada a las 61/2 de la tarde; el terreno transitado era nivelado, y su horizonte se perdía sin diferencia ninguna; sus pastos fuertes y altos, su tierra negra, abundante de yerbas y flores silvestres; cubiertos de gamos, ciervos, avestruces, caza, etc., etc. Este terreno por lo transitado era enteramente diferente del N de las Flores; su nivel, la calidad de las tierras, los pastos, las yerbas, las flores, y aun las aguas, lo distinguen de aquel; en las 9 leguas transitadas, no se encontró una sola vara de bañado.

Los indios destinados para enviados, marcharon como buenos baqueanos al rayar el día, dando siempre fuego al campo sin interrupción, a poca distancia que andaban; telégrafo adoptado por todos para comunicarse sus novedades, y hacer saber el lugar en donde se hallan. Pasamos la noche sufriendo una fuerte helada, que cayó desde las 7 de ella hasta las 7 del día siguiente.

 

 

Día 18. Claro y frío; brisa suave S; la niebla cubría el horizonte, haciendo un frío extraordinario. A las 11 vimos el sol, que despejó y calmó el frío; a esta hora nos pusimos en marcha con rumbo   -58-   S 4º SSO; a la 11/2 leguas se cambió de rumbo al SSO a las 121/4 de la tarde, y se caminaron con él 3/4 de legua; a las 2 se cambió nuevamente al SO, con el que se caminaron 11/4, a donde se hizo alto en la orilla de una laguna llena de junco, a la derecha del camino. Estas variaciones tuvieron efecto a causa de no encontrarse aguada para hacer la parada, transitando por un terreno seco, duro y elevado, semejante en sus calidades al descrito en el diario anterior. Su nivel el mismo y sin interrupciones; sus pastos iguales; abundante de caza, y al mismo tiempo de mosquitos y tábanos, que con el sol hacían insufrible la marcha, y fastidiaban a las cabalgaduras. De esta plaga abundan estas campañas despobladas, y desde nuestra salida hasta este lugar la hemos encontrado, pero con mayor abundancia en la parte opuesta de la ribera de las Flores. Esta plaga se destruye, o gana los pajonales, en donde se abrigan desde las 5 o menos, de la tarde; cuando la brisa continúa del 3.er cuadrante reina en aquella hora, y sucede la helada o fuerte rocío, que obliga a cualquier viajero a arroparse y guarecerse de las tiendas, para hacer más llevadero los trabajos de la marcha, por un país desabrigado y expuesto a la más cruda intemperie. Esta operación nos veíamos obligados a ejecutarla, siendo enteramente imposible proseguir la jornada con la luna por este inconveniente, al que no resistirían las mejores cabalgaduras. La laguna en donde se hizo alto se componía toda ella de junco, y era pantanosa en sus márgenes; su agua regular, su circunferencia de más de 200 varas, y abundante de buenos pastos en más de 6 cuadras de radio, tomada como centro de una circunferencia. En ella pasamos la noche, sufriendo la helada que imposibilitaba que la jornada del día siguiente se hiciese temprano, hasta que el sol no tuviese 40º a 45º de elevación sobre el horizonte.

Día 19. Amaneció nublado, amenazando agua, aunque con brisa fuerte O 20º NO que parecía debe pasar pronto; a las 61/4 de la mañana nos pusimos en marcha con rumbo SSO. A la partida nos advirtió nuestro amigo y baqueano cona, que más adelante no se encontraría leña, ni tal vez agua, y que se cargase toda la que se pudiese, por si acaso no se encontraba: lo que así se efectuó. Se observó por la mañana, a las 61/2 al rumbo S 10º SO, dos mogotes de la sierra, los que a la simple vista eran imperceptibles, mezclados con el nublado y cerrazón de la mañana, y la distancia en que se hallaban de más de 18 leguas. Informados de los naturales, nos dijeron que era la llamada Sierra de Curacó; que los dos mogotes que se divisaban, pertenecían a esa misma sierra, y que algunas leguas más adelante veríamos más claramente su encadenamiento con otra, llamada   -59-   Sierra Amarilla, que quedaba más al S. Seguimos la marcha con el rumbo dicho, dicho, y el día no aclaraba, calmando la brisa del O y preparándose para llover, lo que nos impedía cada vez más que, al aproximarnos a la sierra, fuésemos descubriendo sus ramificaciones y sus vistas. A las 10 se hizo alto en la costa de una pequeña laguna llena de maciegas, a la derecha del camino, distante 31/4 leguas del punto de salida; allí se hizo alto, con objeto de descansar, y de mediodía; el juncal con agua no pasaba en circunferencia de 150 varas, lleno de barro y mala agua. A la 11h 10’ seguimos la marcha con rumbo S 12º SE, y desde esta misma hora comenzó a llover incesantemente: pero a pesar de esto, seguimos hasta completar la jornada; a la 11/2 leguas de camino con este rumbo, se cambió al rumbo S 35º SE para encontrar aguada y pastos regulares para hacerla parada. Con él se caminó 11/2 leguas, en donde se halló una laguna pequeña, como de 50 varas de circunferencia, con un depósito de agua llovediza y buena, en donde se hizo alto. La agua seguía a las 4 de la tarde en que se paró, y permanecía cerrado el horizonte; deseábamos que cuanto antes se aclarase, para descubrir las vistas de las sierras por donde debíamos pasar.

El terreno transitado en esta jornada era nivelado y horizontal, sin diferencias ningunas; buenos pastos y elevados; caza abundante; tierra negra sólida y vegetal; abundante de yerbas y flores campestres, aunque sin aguadas permanentes mucha parte de su extensión.

 

 

Día 20. Nublado, calma; brisa muy suave del NO; a las 71/2 vimos el sol, y en el momento volvió a nublarse. A las 6 nos pusimos en marcha con rumbo SSO, descubriendo con bastante claridad las sierras de Limahuida y Curacó, demorando el mogote de la primera al rumbo S 12º SE, y la segunda al rumbo SSO. El cerro de la de Curacó era de mayor elevación que los que se veían de la otra, no obstante que aun no se descubrían con claridad por el día aturbonado, y aguardábamos a la parada para determinar su perspectiva de un punto fijo, y con mayor claridad si se despojaba el horizonte. Seguimos la marcha con el rumbo dicho, guiados por el cona, quien a 1/2 legua de distancia a vanguardia, recorría todos los lugares en donde se encontraba aguada o lagunas capaces de hacer la parada; guiando y descubriendo al ingeniero, uno de los de la Comisión, para reconocerlos de un modo que no diese que sospechar, así se lograba que la Comisión averiguase las particularidades del terreno. A las 10 de la mañana se hizo alto en la margen de una laguna pequeña, a la izquierda del camino, llena de maciegas y buena agua, 4 leguas distante   -60-   del punto de salida; en el rumbo hubo variación; con el de la salida se caminó 11/4 leguas; con el rumbo S 16º SO, 13/4 leguas, y con rumbo S 12º SO, 1 legua. Desde este punto observábamos las sierras con alguna claridad; ellas son hermosas, aunque de poca elevación, presentan una perspectiva agradable, formando las dos ramificaciones un seno o abra, al que nos dirigimos. Ellas son ramificaciones de las primeras, Volcán, Tandil, etc. ya descubiertas, pero estas no se encontraban en ninguna carta, y nos sorprendimos cuando con el rumbo andado encontramos estas sierras, pues creíamos que el encadenamiento primero de las dichas no continuase al NO como se descubría, formando con ellas una unión subversiva, reunido aquellas su origen o su principio. Al pasar por ellas determinamos observar la latitud, para de este modo fijar su verdadera posición y el curso de sus continuas ramificaciones, que se prolongaban al NO por la de Curacó en donde concluyan, y en donde se halla el nacimiento del Río las Flores. Estas sierras, o primera cadena, se introducen a las pampas del NO, comenzando desde el paralelo de los 37º, y concluyendo en el de los 36º 30’ en su prolongación al occidente. Deseábamos acercarnos hasta su paso, para hacer allí la observación, de manera de no ser vistos por nuestros indios que nos espiaban.

A la 1h y 8’’ seguimos la marcha, con rumbo S 8º SO, a una laguna pequeña que nuestro baqueano nos indicó se hallaría a poca distancia y muy inmediata a la sierra; en efecto a la 13/4 leguas con aquel rumbo la encontramos, en la que se hizo alto, por hallarse las cabalgaduras fatigadas, y encontrarse allí leña y agua buena, capaz de proveernos de ambos artículos, y continuar al día siguiente el camino siendo al mismo tiempo lugar propio para la observación que tratábamos de hacer. El punto en que nos hallábamos de parada era el mejor para aquella, situado en medio del seno formado por las ramificaciones de las sierras de Curacó y Amarilla. Con cautela se hicieron descargar los baúles en donde venían colocados los instrumentos de observación, y se dejaron preparados para la noche, de modo que ni el cona, ni sus compañeros lo trasluciesen. La tarde se hallaba despejada y hermosa, el sol se puso a las 5h y 26’ de la tarde, y desde el punto de parada se sacó la perspectiva de las sierras, que se nos presentaban a los rumbos en donde hemos dicho demoraban.

La parte de terreno transitado, desde la salida del mediodía, era de la misma naturaleza que los anteriores descritos: algunas diferencias de nivel se observaban por su aproximación a las faldas de la sierra; la tierra era gredosa y arenisca, y se hallaban algunas piedras en el tránsito; los pastos cortos, y no tan fuertes como los   -61-   anteriores; abundando la caza de ciervos, gamos y liebres, más que en los campos del norte.

El oficial ingeniero de la Comisión, a su salida de la capital no perdió los instantes que se le presentaban para adquirir todos aquellos conocimientos y datos que sirviesen para hacer más apreciable de las ciencias las observaciones que practicase en el curso de su comisión, como se verá más adelante en sus trabajos. Reunió todos los datos de las tablas astronómicas y del almanaque náutico, para aprovechar la feliz oportunidad que se presentaba de determinar por observaciones científicas los puntos principales de un terreno desconocido y lleno de preciosidades, que debían aumentar los conocimientos geográficos de esta parte interesante de la América meridional, cuyo viaje debía reputarse como necesario y urgente; y al mismo tiempo esperar de él los mejores conocimientos en el vasto campo que nos presentaba una naturaleza virgen.

El oficial ingeniero no perdía la oportunidad que se ofrecía de hacer las observaciones, ocultándolas a los bárbaros que nos acompañaban, y que no dejaban burlar su vigilancia, mayormente cuando se hallaban con prevención para tenerla. Una operación delicada como esta no permitía que se hiciese sin las comodidades que son necesarias, mayormente cuando se observaba con horizonte artificial. Los inteligentes en estas operaciones de la geodesia conocerán cuánto es el mérito que se contrae en hacer una observación entre gente desconfiada, que a la sola vista del quintante o sextante temblaban y, concebían supersticiones funestas para el observador. No solamente veíamos pintado el peligro en nuestro viaje, al ejecutar aquellas operaciones, sino que ni el relox se podía sacar a luz delante de alguno de ellos; mucho menos la aguja, que era necesaria para determinar el rumbo de la jornada, sus variaciones, y los objetos que se descubrían sobre el horizonte. Pero a pesar de esto, la Comisión trabajó sin temor, engañando algunas veces, cuando éramos vistos, a los indios con dádivas e insinuaciones que aquietasen su ánimo exaltado.

 

 

Así pues, la noche del día 20 nuestros indios dormían desde la 61/2 habiendo llegado fatigados de lo penoso por la jornada: con esta oportunidad, y a tientas, se preparó el horizonte artificial, en una mesa colocada en un plano nivelado, y el quintante pronto y corregido para hacer la observación detrás de una de las tiendas de campaña; la noche estaba serena por fortuna, y el horizonte no sufría ningún movimiento. Los datos para las observaciones sacados de los   -62-   almanaques, eran para hacerlas con el planeta Marte, con el mismo que hemos dicho se observó en el pueblo de Lobos. Por ellos sabíamos que el día 20 debía pasar por el meridiano a las 7h 53’ de la noche10 y a las 71/4 estuvimos aguardándolo, con el cronómetro arreglado por una altura meridiana desde nuestra salida; en el curso del viaje no fue posible tomar otra para arreglarlo nuevamente, y así hicimos uso de él en el estado en que se hallaba cuando salimos. En el momento de pasar por el meridiano el astro observado, se determinó su altura, y el cronómetro dio las 7h y 55’, 2’ más que lo que señalaban las tablas, lo que prueba que el relox había variado desde el 11 hasta el 20, 2’. La altura observada fue de 73º 34’ 10’’: hechas las correcciones precisas para las observaciones con horizonte artificial, dio por resultado 36º 45’ 10’’ de latitud austral, y por la longitud 54º 13’ al occidente del meridiano de Cádiz, calculada por el estado del cronómetro y la diferencia de longitud contraída en el viaje. Hecha esta importante operación, tratamos de completarla, levantando a todo riesgo el plano del paso de las sierras; punto interesante y que presentaba una hermosa perspectiva. En efecto, habiéndose cargado con sigilo los instrumentos, se dejaron prontos los necesarios para hacer la última operación, y que debían transportarse a caballo al lugar adonde debía medirse la base, para determinar los puntos más remarcables desde ella, midiéndola primeramente en un lugar oculto. Pasamos la noche, en la que cayó una fuerte helada, deseando amaneciese para dar principio a la obra proyectada.

Día 21. Hermoso y claro: brisa fuerte SO. A las 53/4 seguimos la marcha con rumbo S 20º SO, llevando consigo la leña y agua que pudo cargarse, según advertencia de nuestro baqueano, pues no se encontraría sino a nueve o diez leguas. A las 101/4 se hizo alto en la orilla de un juncal con agua, pero mala, y muy poca, que ni las cabalgaduras podían tomarla, haciéndose uso de la que se había cargado, y también de la leña, por no hallarla. Este punto se halla a cuatro leguas de la salida; la circunferencia del juncal no excede de 170 varas, y es muy probable que en tiempo de aguas esté llena de ella.

Acordado con el oficial ingeniero el levantamiento del plano del paso   -63-   de la sierra, dispuso este que los instrumentos que debían servir11 para la operación, y que al efecto se habían dejado prontos, cargasen con ellos los soldados de la escolta y lo acompañasen hasta el punto en donde debía medirse la base. Esta operación se ejecutó cuando habían marchado con todo el tráfago el capitán cona y los suyos, quedándose la partida con los instrumentos tapados a retaguardia, hasta dejar que avanzasen terreno los carruajes, traspasasen la sierra y nos dejasen libre el seno para trabajar sin ser vistos. Se hallan situados dos senos12 en la medianía del paso, en cuyas faldas, o antes de ellas, debía medirse la base, por hallarse centrales, y poder descubrir con facilidad todas las elevaciones o puntos principales de ambas sierras, que forman la abra o seno.

Ayudado de los asistentes, el ingeniero midió la base a distancia de 500 toesas de las faldas de los cerros, en un terreno elevado, horizontal y nivelado, desde cuyas extremidades se podían medir los ángulos formados por ella, con los puntos que debían formar el plano. Medida la base de 1100 varas al rumbo E 11/4 S, O 1/4 N se logró determinar los diferentes mogotes de ambas sierras, que daban su verdadera posición, y la situación de unos con respecto a otros. Concluida esta operación, se procedió a tomar los detalles particulares, que desde las extremidades de la base era dificultoso tenerlos.

Se logró efectuar esta operación, con sumo trabajo, aunque sin toda la exactitud que su delicadeza demandaba, y aquel grado de perfección de que es susceptible esta clase de trabajos. Porque, aun cuando los instrumentos y útiles precisos, hubiesen sido tan exactos como era necesario, la premura del tiempo el sobresalto en que trabajamos de ser vistos, la priesa que nos dábamos, y las pocas manos que nos ayudaban, todo nos impedía de proceder, aunque quisiésemos, con mayor exactitud. Sin embargo, la Comisión puso todos los medios que estaban a sus alcances, para obtener un resultado satisfactorio, y que sirviese de base a ulteriores observaciones.

 

 

En los detalles particulares describiremos algunas de importancia, tomadas en la sierra. Los dos senos que hemos dicho, situados en el centro de la abra, se hallan de tal modo colocados con relación a los demás, que guardados estos, ningún transeúnte podría pasar por la abra. Los   -64-   dos cerros son dos conos truncados, el primero que se halla al SE del paso, y más cercano a la sierra Limahuida, tiene 40 varas13, y el segundo situado al NO, próximo a la sierra de Curacó, 32 varas de altura; sus faldas se unen, formando un arco cóncavo, cuya cuerda tiene 1178 varas, que es la distancia a que se halla uno de otro, hasta sus cúspides. La meseta del primero, o corte del cono, tiene de diámetro 196 varas, la del segundo 228 varas, formando ambas una circunferencia regular. La circunferencia de la base del primero o del cono, tiene 1168 varas, la del segundo, 1369 varas14. Por lo calculado, se ve que la altura del primero excede la del segundo en 8 varas, y que la circunferencia de las bases, la segunda excede a la de la primera en 200 varas; por lo demás sus figuras son semejantes, y su posición hermosísima15. La meseta del primero es impenetrable, formada toda ella de piedra pedernal: una sola pequeña abertura al NE sirve para introducirse. La del segundo es accesible por el NO, siendo lo contrario por las escabrosidades en los demás rumbos.

En las sierras se hallan algunos mogotes inaccesibles y elevados. El principal de la sierra de Limahuida, situado al SE del paso, tiene 65 varas de elevación, y sobresalen sus picos a la perspectiva de ella. Las demás de esta sierra no pudieron medirse por la premura del tiempo; pero todos los demás que forman la ramificación, son colinas de 20 a 25 varas de altura. En la ramificación de la sierra de Curacó se hallan dos bastantes elevados, y son los primeros que se aperciben a distancia de 10 a 12 leguas. El primero, situado al N 15º NE, tiene 89 varas de elevación; el segundo al mismo rumbo, 74 varas, distante uno de otro más de 1500 varas.

Esta posición interesante debe mirarse como tal, y ser al mismo tiempo útiles los conocimientos que sobre ella se hayan adquirido, para aprovecharla con datos seguros de lo que en ella se encierra, y las ventajas que de ella se puedan sacar, principalmente para el establecimiento de una fortificación o de un punto militar. Desde el principio de las sierras en el Volcán, hasta las faldas de la de Cairú16, es decir, desde los 37º, hasta los 35º de latitud austral, no se halla un punto más interesante   -65-   ni más ventajoso para una fortificación17. Su construcción sería fácil, pronta y poco costosa. Dos baterías colocadas en los cerros descritos, guardarían la entrada y salida de este paso, surtidas de un par de piezas de artillería en cada una: los materiales allí se encuentran, la piedra y la cal de conchilla, fácil de hacerse, o por tapias, que son más usuales en nuestras obras de fortificación.

Concluida la operación, condujimos, sin ser vistos, todos los instrumentos para acomodarlos en la carretilla que los conducía, la que al efecto se hizo demorar a doce o trece cuadras de los cerros al sud, siguiendo con ella hasta una laguna, cuatro leguas del punto de salida, al S 15º SO, en donde se hallaba acampada la comitiva, desde las 101/4 de la mañana, aguardándonos para seguir adelante. Luego que llegamos, fatigados del trabajo, nos propusimos descansar, y al mismo tiempo no dar a conocer a los indios, en nuestro semblante y acciones, que acabábamos de efectuar alguna operación oculta que les causase celos o diese a sospechar, en su modo de juzgar, o en su barbarie, se hacían cosas sin que ellos las supiesen. La laguna era un juncal con poca agua, de 120 varas de circunferencia poligonal, llena de barro y casi toda ella seca.

 

 

Se observó en esta parada la variación de la aguja, de 17º 10’, para trabajar con mayor exactitud el plano levantado.

Después de mediodía nos pusimos en marcha, a la 11/4 de la tarde, con rumbo S 10º SO, por un campo hermoso, llano y horizontal. Los calores del sol se dejaban sentir en la llanura; con este rumbo caminamos dos leguas, y enseguida nuestro baqueano tiró al SSO 15º O, con el que se caminaron dos leguas más; y hallándose fatigadas las cabalgaduras, se determinó hacer alto a las 41/4 de la tarde, en la orilla de un juncal, a la derecha del camino, distante de la salida del mediodía cuatro leguas, es decir, ocho leguas de jornada, y en línea recta siete y media por lo calculado. El juncal tiene 200 varas de circunferencia regular: de agua buena, accesible por todas partes, y llena de junco, biznaga   -66-   y duraznillo en su centro: del que nos surtimos de leña, que no se encontraba desde el principio de la jornada. Las calidades del terreno transitado son las mejores que puedan encontrarse en los vastos campos que habitan estas tribus. Los campos inmediatos, a una y media o dos leguas de las primeras sierras al N o al S, son deliciosísimos, y apropósito para la labranza y cría de ganados; posiciones ventajosas para establecimientos, aguas las mejores de los arroyos que descienden de las sierras; abras, colinas y llanuras para poblaciones, y demás en esta clase de terreno, que si fuese cultivado, nos daría producciones exquisitas que de él se podrían sacar con abundancia. Fácil es citar otras comarcas, en donde, semejante la naturaleza, se disfruta de abundantes cosechas de todos granos en la labranza de la agricultura. Ventajas incalculables, repetimos, conseguiríamos si fuesen los poseedores de ellos. En ningunos puntos con más comodidad y utilidad se podrían establecer fortines o reductos, fortificados ellos mismos por la naturaleza, y guardados por muy corta guarnición, que con los diferentes puntos que tenemos allí, en una línea bien concertada de defensa, tal vez ocuparían un lugar en ella.

Pasamos la noche con comodidad, calmando la brisa del SO a las seis, la que no cesó en toda la mañana y tarde, recibiendo una lluvia que descargó fuertemente a la noche. No dejábamos de tener algún pequeño sobresalto por nuestros compañeros, que maliciosos de nuestra conducta por la mañana, murmuraban de ella toda la noche, según informes del intérprete. A las tres de la tarde vimos una partida de jinetes al NO, que se dirigía hacia nosotros. El capitán cona, y uno de los suyos picaron y salieron a su encuentro; a media legua de haber avanzado se reunieron con otros indios paisanos que venían de regreso de la frontera, y temerosos que fuese alguna partida de cristianos armados, trataron de reconocerla para dar cuenta; pues, por el recelo de ser invadidos, reconocían el campo diariamente. Supieron por el cona, que era la Comisión que iba a tratar de paces; y contentos con verla tan cercana a sus poblaciones, se retiraron a llevar primeros la nueva de aquel encuentro a sus camaradas, pegando fuego al campo18, y marcando su camino para ser visto   -67-   y seguir sus huellas por el mejor terreno. Temerosos, como hemos dicho, de ser invadidas19 todas sus poblaciones situadas en la sierra pasada, es decir, desde el Volcán hasta el Cairú, fueron abandonadas por sus dueños; entre ellos el célebre cacique Ancafilú y Pichiloncoy se retiraron a la vista de la segunda sierra de la Ventana. Las poblaciones las desampararon poco antes del paso de la Comisión por la sierra, pues se encontraban aun claros en donde habían existido. El cacique Ancafilú fue el primero que abandonó la suya, situado con su tribu en las márgenes del arroyo Chapaleofú, cerca de las faldas del Tandil, cuando fue sorprendido y acuchillado en la expedición del año 20 (en donde nos hallamos) hasta cerca de la Ventana, adonde permanece al presente.

Día 22. Claro y hermoso; brisa fuerte SE. A las 51/2 de la mañana nos pusimos en marcha antes de salir el sol, con rumbo SSO 10º SO, con un frío y helada intolerable, que esparcida en los pastos hacia dificultoso el transitar a caballo por su altura. Se cargó toda la agua y leña que se pudo, por aviso de los baqueanos, que temerosos de no encontrarla, hicieron la prevención. A las 111/2 hicimos alta en la margen de un juncal seco con leña, 53/4 leguas de la salida. En el rumbo hubo variaciones para buscar el agua con que refrigerar a las cabalgaduras y hacer la parada. Las dos primeras leguas se hicieron con el rumbo de 14 salida, SSO 10º SO; las dos siguientes, con rumbo SSO 15º SO, y el resto de 13/4 leguas, con rumbo SO. La escasez de agua en el juncal hizo que los peones de la comitiva hiciesen una excavación para encontrarla pero fue en vano: cavaron más de una toesa cuadrada, y no dieron sino con duros terrones de piedra arenisca, que inutilizó el trabajo hecho. Este descubrimiento, y otros muchos, nos confirmaron en que todo el terreno, desde el paralelo de los 36º 30’ de latitud hasta el de los 37º 30’ de latitud austral, es de piedra en su interior, a distancia da 11/2 a 2 pies. Esta observación fue hecha por Zizur en su viaje a Patagones, abrazando menos terreno en su cálculo. Las excavaciones continuas en nuestra marcha nos demostraron que su aserto era exacto. Después de mediodía, y después de haber desesperado de encontrar agua para las cabalgaduras, que en todo el día no habían tomado, arribó a nuestro campo el cona, de vuelta de buscarla, y que avergonzado, se había adelantado a ver si la descubría. Este nos dijo que a 11/4 leguas de distancia se hallaba una hermosa laguna, en donde teníamos buena parada, agua y pastos suficientes para los animales. Con este aviso seguimos adelante a la 11/4 de la tarde, con rumbo SSO 10º SO. A las 22/4 arribamos a la laguna, a la izquierda del camino, adonde hicimos alto. Se dio agua a la caballada y bueyes, y   -68-   pasamos la noche con comodidad. A las 8 calmó la brisa SE, que en toda la tarde siguió sin interrupción.

En la noche, después que todos los indios dormían, el oficial ingeniero, no desperdiciando el momento que se le proporcionaba para trabajar, empezó a hacer el borrador del plano levantado hacía dos días, según el cuaderno de datos que llevaba. Estando para concluirlo, encerrado en la tienda de campaña, con un farol, dos instrumentos y el plano sobre una mesa, abre repentinamente la puerta, y entra el indio cona desnudo. El bárbaro, sorprendido al ver los instrumentos, la aguja, el plano, las líneas, etc., preguntó ¿qué era aquello? (por el dibujo) el ingeniero le contestó, que era una pintura que había en Buenos Aires. Entonces repuso, sonriéndose, que era muy vale20, y se retiró a su rancho. Esta visita imprevista no dejó de sorprendernos, pero en aquel momento lo primero que procuramos fue cubrir la aguja de marear con un papel, para que no pudiese verla y le causase sorpresa, o creyese que llevábamos gualicho, o cosa mala. Antes de retirarse, le convidamos a cenar, lo que aceptó con su semblante grave, pero con agrado. La figura de este pampa, a pesar de su ceño, es hermosa y severo, sus facciones toscas y bien hechas, su talla alta, corpulento y bien proporcionado21. Guardado todo para no exponernos a un segundo chasco, vino el indio y cenamos con él; se despidió segunda vez, y se fue a dormir.

Día 23. Nublado y calma. A las 6 nos pusimos en marcha hacia las primeras tolderías, que según el baqueano cona distaban una jornada de la parada, con rumbo SSO 50 SO. Antes de partir supimos que un peón había descubierto una hermosa laguna, habiéndose apartado del camino. El oficial ingeniero en el momento se puso a caballo, y con el descubridor, y algunos instrumentos, marchó a reconocerla. A la 11/2 leguas de marcha al O SO encontró con ella, transitando por un terreno bajo, húmedo y lleno de cuevas de vizcachas, leones, etc.; los pastos elevados, y la tierra negra y blanda. La laguna era hermosa, llamada por los naturales de Milli-Lauquen; y el oficial ingeniero, haciendo un reconocimiento momentáneo y pronto, no tuvo más lugar que para medir una pequeña base con una aguja de demarcación, y determinar su circunferencia y su figura con toda la exactitud que daba el instrumento, provisto de dos pinolas. El terreno en donde se hallaba era sumamente bajo, y en ninguna parte   -69-   de su circunferencia tenía barrancas. Su figura era irregular, y su ámbito de 9227 varas, por lo calculado en la determinación de algunos puntos más remarcables. En la parte que mira al NE, se halla un juncal o hinojal, que forma un bosque, y también en otros lugares. En su centro encontramos y determinamos un albardón de tierra, o islote, de figura irregular, lleno de maciegas, en donde había inmensidad de patos y caza de todas clases; su circunferencia era de 192 varas; su agua un poco salobre, pero potable. En este paraje, según noticias, habitaba una numerosa toldería, la que había sido abandonada. En nuestro reconocimiento, aun hallamos algunos parajes que demostraban habían sido habitados. Concluida nuestra operación, se retiró el oficial ingeniero a reunirse con la Comisión que, desde las 6, había avanzado terreno durante este trabajo, cortando el campo al S, para encontrar el camino que habían llevado. A la 11/4 leguas encontró con él, y siguiendo por la huella de los carruajes se reunió. A las 10 despejó el horizonte, y vimos el sol, con brisa fuerte del SO.

A esta hora nuestro compañero cona dio parte a la Comisión que ocho indios jóvenes, parientes de otros tantos caciques, y a nombre de ellos, venían a felicitarla. El lugar del aviso no era propio para recibirlos, y a media legua más adelante se hizo alto, para cumplimentarlos, a las 41/2 leguas de la salida. Los comisionados, después de esta ceremonia, dijeron al Coronel enviado, que los caciques principales Lincon, Avouné y otros de segunda clase, los enviaban a felicitar a la Comisión por su feliz viaje hasta aquel punto; que, suplicaban los caciques que apresurase sus marchas, pues lo deseaban para entablar la paz que tanto anhelaban. Que marchase segura que no sufriría ningún daño, ni menos ultraje alguno de las tribus; añadiendo los comisionados, que el cacique principal Lincon no tendría el gusto de abrazar a su antiguo amigo el Coronel comisionado, hasta pasado cuatro días que eran necesarios para reunirse y conferenciar con todos los caciques, destinar el lugar en donde debían ser los tratados, y día en que debía reunirse para ello; y que mientras se tomaba esta determinación, la Comisión podía hacer alto, y aguardar el aviso en la primera laguna y toldos que se encontraren, o a casa del capitán cona, quien se hallaba encargado de hospedarla.

La Comisión dio las gracias a los enviados, por las buenas intenciones con que procedían los caciques, y la buena fe con que la hospedaban; dijo que haría todo lo posible para que los tratados de paz se celebrasen cuanto antes, para ver de este modo unidos a sus hermanos, y ver acabada para siempre esa guerra desoladora que los había destruido y afligido por tanto tiempo; que aguardaría el resultado de la reunión que   -70-   trataba el cacique Lincon, y que marcharía incontinente a los toldos del capitán cona a aguardar allí la determinación que tomasen. Los comisionados fueron regalados con yerba, tabaco, azúcar, etc., y se marcharon juntos con la Comisión, que por no haber allí agua ni leña, siguió más adelante para encontrarla, o si era posible, llegar hasta los toldos del capitán cona, que según él, poco distaban del lugar de la conferencia. A las 31/4 leguas, con el mismo rumbo SSO 5º SO22, se viró al OSO, a encontrar con una laguna en donde podíamos parar, y al otro día llegar a las tolderías, porque los bueyes y caballos se hallaban fatigados e imposibilitados para seguir adelante. La laguna era pequeña, y más bien un bañado; su circunferencia no excedía de 200 varas; su agua buena y leña en abundancia. Pasamos allí la noche, en la que sufrimos la helada que cayó en toda ella. Nuestro baqueano se marchó antes de la parada, a su casa, distante 11/2 leguas al S, a prepararse para hospedar la Comisión al día siguiente23.

Día 24. Nublado, calma; amaneció garuando. A las 81/2 salió el sol, con brisa templada del SE. A esta hora nos pusimos en marcha con rumbo S cuarta O; y a las diez de la mañana llegamos a una laguna hermosa en donde hicimos alto, 11/2 leguas de la salida. En esta jornada se vio sobre el horizonte la hermosa y elevada Sierra de la Ventana, demorando los mogotes que se veían, el primero al SO, y el segundo al OSO. El primero se elevaba sobre el horizonte más que el segundo; el más elevado pertenecía a la Ventana, y el segundo a otra sierra unida a la primera, llamada de Guaminí. La cerrazón de la mañana, con la niebla que aun no se había despejado, no permitía ver con más claridad las sierras unidas a la Ventana, que prolongándose al NO, forman la segunda cadena o ramificación de sierras, todas perpendiculares a la costa del mar. Aguardábamos con impaciencia se despejase el horizonte para verla con más claridad. En la laguna de la parada encontramos situados en su circunferencia al SO, algunos toldos, pertenecientes al cacique Huilletrur, y al capitán Antiguan, o cona. La laguna en donde paramos es de 1300 pies de circunferencia; agua salada, limpia en su centro,   -71-   sin barrancas, situada en un terreno bajo y húmedo; tierra negra blanda y arenisca, buenos pastos. Los toldos situados en su circunferencia eran diez; más al S 10º SE como a 12 cuadras, se halla otra pequeña laguna, en donde se hallan situados los toldos de Antiguan, que son cuatro. Al E 10º SE se halla otra pequeña laguna a 6 cuadras de distancia; todas en un terreno bajo y húmedo, que en tiempo de invierno debe ser inhabitable, o transformarse en un bañado.

Después de haber parado la Comisión, marchó a felicitar al amigo y compañero Antiguan a sus toldos; llegamos a ellos y encontramos al cona, su mujer, hijos y una caterva de indios, chinas y muchachos que a la novedad se habían reunido. Madama Antiguan nos convidó con asiento24, teniendo al efecto preparado una tipa tapada con un quillango que debía servir de asiento al señor Coronel comisionado, y todos los demás adonde hemos dicho. Al efecto, madama invitó con mate al señor Coronel25, y enseguida al oficial ingeniero y demás que lo acompañaban, los que por no desairar a los invitantes, tomaron el que les tocó por turno. Acabada esta operación, nos invitaron con un usado de cordero que también habían preparado; este obsequio es para ellos el mayor que pueden hacer, y la carne que más aprecian. El asado nos lo presentaron semicrudo, que es del modo que ellos lo comen, y nosotros concluimos tomando unos cuantos bocados, y nos preparamos para retirarnos. Al efectuarlo, despidiéndonos de madama, rodeados de multitud de indios y muchachos, llegaron hacia los toldos algunos jinetes, y entre ellos el cacique Huilletrur, a cumplimentar a la Comisión; fueron recibidos por el señor Coronel con demostraciones de cariño26. El cacique apeándose del caballo y dando la mano al Coronel, dijo   -72-   a este por medio del intérprete: que no extrañase que antes no hubiese salido a recibirlo y felicitarlo; que él, y demás compañeros caciques, tenían órdenes expresas de los demás principales de no apersonarse ninguno a la Comisión, hasta que se decidiese a donde debían hacerse los tratados, y día en que cada uno debía reunirse con su tribu para hacer la paz; pero que creía que, hallándose la Comisión en su casa, era un deber suyo hospedarla, hasta que pasase más adelante, o al punto en que se hiciesen los tratados. El comisionado contestó, dándoles las gracias, y reiterándole su afecto, con el placer de haberlo conocido por primera vez; que no podía dejar de ser agradecido a los favores hechos a la Comisión por su hermano el capitán cona, y que este motivo le había impulsado a llegar a su casa, antes que haberlo hecho a las demás de los caciques; pues se hallaba persuadido que sería disimulable este paso, mayormente cuando sabía que el haberlo hecho con algunos caciques antes de la reunión, hubiera causado celos y desconfianzas de los caciques principales y de los demás; y que así se reservaba, para el día de la reunión, abrazar a todos sus amigos y hermanos, entablando una paz sólida y permanente. El cacique Huilletrur, y los que lo acompañaban, se despidieron de la Comisión, y se marcharon a sus casas. Nosotros incontinenti hicimos lo mismo, marchándonos a nuestro campo, en la orilla de la laguna principal.

 

 

Pasado 1/4 de hora, arribaron a él Madama Antiguan, sus hijos e hijas, multitud de chinos, chinas y muchachos a pagarnos la visita; estos impertinentes no se retiraron hasta las 6 de la tarde, después de habernos molido con petulancias continuas a esta hora se despidieron, marchándose, bien recompensados de la visita que habían hecho. A esta misma hora arribó un chasque de los caciques Lincon y Avouné, avisando a la Comisión, que el primero llegaría al día siguiente de concluir la suya, de prevenir a todos los caciques para la reunión general, y que lo felicitaban por su feliz arribo; debiendo ambos dentro de dos días arribar a este punto y abrazarlo, en prueba de amistad antigua que le profesaban. Los chasques comisionados por despedida, presentaron grandes bolsas de yerba y azúcar para que fuesen llenas, pues así lo pedían los caciques, sus señores; fueron complacidos en su   -73-   pedimento, añadiendo el señor Coronel que agradecía los recuerdos amistosos de sus hermanos; que anhelaba por el día en que se efectuase la reunión, para reiterarles de nuevo su amor y antigua amistad que les profesaba. Se marcharon contentos, llevando el presente para sus caciques.

Día 25. Claro y despejado, pero muy frío; brisa suave del SE; toda la noche anterior heló27. A las 11 empezaron a reunirse en nuestro campo todos los indios y chinas de las poblaciones vecinas, que con interés de las dádivas que su petulancia podía sacar, no quedaba uno solo en sus toldos; así es que a esta hora teníamos alrededor de nuestras tiendas y carruajes más de 1500 de ambos sexos, que nos aturdían, pidiéndonos por un lado yerba, tabaco, azúcar, por otro jugando a la baraja, por otro al dado, armando con estos corrillos gran bulla y confusión. A las 12 vimos se presentaba al frente del campo multitud de jinetes, formando una línea en ala, de ciento y tantos; aproximándose, descubrimos que se veía algún personaje que presidía aquella comitiva; el aire de gravedad y de importancia que se daba en su marcha, nos hacía creer esto mismo. A cuatro cuadras del campo, hizo alto toda ella, mandando un indio ayudante intérprete a hablar con el Coronel comisionado. La misión se reducía a que dicho señor saliese a recibirlo a la distancia en que se hallaba; que tenía que comunicarle asuntos interesantes. El Comisionado con alguna repugnancia se preparaba a salir, pero el personaje y demás se aproximaban, hasta que a media cuadra de nuestro campo, hizo alto y allí nos dirigimos28. Averiguando el nombre de este cacique, se nos dijo por el intérprete se llamaba Ancaliguen. El Coronel comisionado, después de haber llegado a la presencia de aquel indio, le dio la mano con señales de amistad; el bárbaro con tono y aire imponente la dio, y al mismo tiempo hizo que la diera a otros dos personajes al parecer que se hallaban formados sobre su derecha29. Concluida esta ceremonia, tomó la palabra el cacique, y dijo por medio del intérprete; que felicitaba a la Comisión por su feliz arribo hasta aquel   -74-   punto, y por el objeto que la conducía; que este placer y el de conocer al Comisionado por primera vez le era muy agradable, porque veía que los habitantes de aquel país iban a disfrutar de los placeres de una paz permanente, que vería realizada muy pronto, y que coadyuvaría con toda su opinión y respetos a que así fuese lo más pronto posible; que su misión a su vista era con consentimiento y aprobación de los caciques Lincon y Avouné, y que su objeto principal era prevenirle de parte de ellos, que este no era el lugar en donde debían celebrarse los tratados, y si una laguna distante 11/2 leguas, que al objeto, se había elegido, y a donde debía dirigirse para la reunión general.

Toda esta conferencia, se tenía ante toda la comitiva del personaje, y la multitud que se hallaba reunida antes de su llegada a nuestro campo, a más de la que se reunió a la novedad, de los establecimientos vecinos, la que había formado un círculo a nuestras personas, tan limitado, que no podíamos darnos vuelta. El cacique hizo apartar a la muchedumbre, y continuó su discurso, dirigiéndose al Comisionado; añadiendo, que uno de los encargos especiales que traía en su Comisión era que, no hallándose satisfechos algunos caciques e indios de la buena fe que presidía en los tratados con esta Comisión, y desconfiados que bajo la capa de paz se tramase algún movimiento ofensivo contra ellos, era menester que tomasen medidas y precauciones para no ser sorprendidos; que se les había dicho que la Comisión venía escoltada con mucha gente armada, y por consiguiente era necesario reconocer el número de los que la componían, para dar cuenta a las tribus, y al mismo tiempo satisfacerse, y satisfacer a su comitiva y demás. El Coronel comisionado contestó, entre la bulla de la turba multa que pedía a grandes voces que querían ver a la gente armada que venía, y que saliesen; repitiendo, salgan, salgan, a gritos y algazaras. El cacique impuso silencio y oyó la contestación del Comisionado, que se reducía a manifestarle el gusto y placer que sentía al verlo interesado en la paz que todos deseaban, y que cuanto antes partiría al lugar que se le destinaba para celebrar la unión que anhelaba, y para concluir unos tratados que asegurarían para siempre la paz; que esos temores que manifestaban algunos caciques indios eran infundados, pues bien pronto se desengañaría él y su comitiva, que el número de hombres que escoltaba la Comisión no era temible, y mucha menos incapaz de traicionar la buena fe de sus tratados, y que el Comisionado había expuesto su existencia, arriesgándose a emprender una marcha y una comisión, con grave daño de su salud y edad, solamente porque sus hermanos los caciques, lo habían solicitado con el Gobierno repetidas veces, como el único capaz por su opinión de entablar los tratados de paz; que esta conducta bien clara y manifiesta, estaba en contradicción con los recelos y desconfianzas que expresaban algunas tribus; y por fin, que   -75-   verían el número de la comitiva, y se desengañarían. Al efecto se mandó se formasen enfrente del campo, y delante del cacique, la escolta, peones, etc.; y efectuado esto, contó el cacique uno por uno, comenzando por el Comisionado hasta el último peón, el número de treinta y tantos. Concluido este escrutinio, hecho por la mayor parte de su comitiva, habló el cacique con tono airado, y dirigiéndose a los suyos, les dijo: que ya veían el número de los que venían a hacer la paz; que no debían tener ninguna desconfianza; y enseguida dijo al Comisionado, que no temiese ningún ultraje de las tribus; que con toda confianza marchase a la laguna destinada, que todo el mundo lo recibiría con los brazos abiertos, como a su bienhechor. Concluyó su discurso pidiendo yerba, tabaco, pasas, etc., de lo mejor que hubiese; lo que al momento se le mandó dar, y al mismo tiempo a los personajes que lo acompañaban30. Enseguida se despidieron y se marcharon, dejándonos aun multitud de corrillos y circos de juego, que nos mortificaban sobremanera, y con tanta petulancia, que era menester evitar su vista para librarse de ellos.

Estos corrillos se formaban por todas partes, conforme se llegaban los aficionados, y se aumentaba la bulla en proporción de la pérdida o ganancia que hacían con las apuestas.

En unos observamos que jugaban al dado, y en otros a la baraja; en los primeros manejaban con suma destreza y orden cuatro dados, no pulidamente construidos ni cuadrados, pero sí con sus caras y señales de suerte y pierde, marcada con puntos. A ellos jugaban una especie de moneda adoptada, en el juego (unas pequeñas argollitas amarillas, como sortijas) que cada una tenía su valor determinado en cierta especie, y un cierto número de ellas determinaba su valor, y entonces el que las perdía la entregaba, ya en un caballo, ya un chapeado o espuelas, estribos, etc., etc., que antes de empezar el juego apostaban. En los dos observamos al mismo tiempo, que jugaban con destreza, ya al monte, paro y otros juegos conocidos, pero con más generalidad el llamado tenderete, que lo usan mucho y lo prefieren a todos los demás; a él, como a los otros, se descamisan y juegan todo lo que tienen, con las argollas   -76-   o equivalentes al valor de una especie. Este sistema lo adoptan por cómodo, pues cuando se reúnen en las ferias no pueden cargar ni armar las telas y bestias destinadas al juego, y sí aquella moneda que, perdida, el acreedor o ganador ocurre o va en persona a recibirse de su ganancia. Muchas veces algunos se hacían dueños de la escasa fortuna de un pequeño rodeo de vacas, y las pocas telas que tenía para sustento, quedándose reducido a la mendicidad, y por consiguiente sin tener cómo alimentar a su familia31. Es una de las pasiones o vicios que más predomina en estos bárbaros, y lo excesivo de él es lastimoso cuando no respetan para sacrificarlo lo más sagrado, cual es, la vida de su mujer e hijos; porque faltándoles el sustento ninguno se lo facilita. El egoísmo ha llegado a tal grado que asombra, y por consiguiente da a conocer el estado de barbarie en que se hallan sumergidos. Más adelante hablaremos de esto, aclarándolo con datos y observaciones, que no dejan duda ninguna de su miseria.

A las 5 de la tarde se retiraron todos reunidos a sus casas, quedándose en nuestro campo a dormir algunos, con objeto de jugar y robar lo que pudiesen. En esta noche heló, reinando un frío excesivo.

Por la mañana observamos en medio de la confusión y desorden de los reunidos, a la hermosa Sierra la Ventana, que con la claridad del horizonte se distinguía toda su ramificación, y principalmente el mogote elevado que lleva aquel nombre. Este demoraba de nuestra posición al rumbo O 20’’ SO, y el segundo, o del Guaminí, al rumbo O 5º NO, prolongándose este por una sucesión de mogotes hasta el NO, en donde se pierde en colinas en la vasta pampa por donde pasa el camino a Salinas, que sigue hasta las fronteras de la provincia de Cuyo. Todas estas sierras son por consiguiente casi perpendiculares a la costa del mar, y paralela a la primera ramificación. Deseábamos aproximarnos a ella para adquirir conocimientos de su verdadera situación y particularidades, y al mismo tiempo para reconocer algunos arroyos que de ellas descienden, y que generalmente oíamos nombrar a los indios.

Día 26. Nublado, y calma. A las 8 salió el sol con brisa del SE, la que despejó el horizonte. Desde esta hora se comenzaron a reunir los mismos corrillos del día anterior, con la misma confusión y desorden. Entre varios indios, que se habían quedado en nuestro campo   -77-   a dormir, de los del día anterior, se presentó uno al señor Coronel comisionado, el que, antes de apersonarse, había hablado largamente toda la noche con el intérprete, imponiéndole de su misión, para que este lo hiciese al día siguiente con el Comisionado. En efecto, él se presentó acompañado de este, el que dio cuenta al señor Coronel, que por la narración que le había hecha el indio, era enviado por el cacique Neclueque a dar cuenta a la Comisión, que sabía que los caciques Ranqueles no querían hacer la paz con ella, porque se hallaban imbuidos por la multitud de tránsfugas desertores que ellos abrigan, los que se valían de cuentos para alucinarlos y discordarlos, y al efecto habían hecho creer a todos ellos que los presentes que la Comisión llevaba para regalarlos después de hechas las paces, estaban todos envenenados y cargados del gualicho o cosa mala, para hacerlos víctimas de la buena fe con que se prestaban a tratar, y que así no creyesen en tal Comisión enviada con miras siniestras por el Gobierno de Buenos Aires para engañarlos, mientras tanto que se preparaban para hacer una expedición contra ellos; y que lo que convenía era no hacer la paz, y mantenerse en guerra abierta como hasta entonces. Concluida la relación del intérprete, dijo el indio, que su cacique lo felicitaba, deseando que llegase el día que se verificase la reunión general para entablar duraderas relaciones de amistad, que afianzasen para siempre la paz; y que dicho cacique añadía a su mensaje, que los desertores que se abrigaban entre los disidentes eran veintisiete, la mayor parte chilenos, restos de la división de Carreras, capitaneados por un oficial nombrado Curado, también chileno. El Comisionado pidió por último, yerba, tabaco, azúcar, etc., para su cacique, lo que al momento se le satisfizo; y también se le contestó al mensaje de su cacique, disuadiéndole de la creencia de semejantes mentiras, e invitándole a la paz, mediando con sus respetos y opinión, para que los disidentes, si acaso hubieren, entrasen en tratados, y les asegurara por su parte la falsedad de los chilenos que les habían introducido los tránsfugas. Se marchó con esta respuesta el enviado, muy contento, y cargado de regalos para su señor.

Toda la mañana lo pasamos rodeados de los corrillos de juega, y recibiendo visitas que nos hacían algunos indios principales, entre ellos uno que vimos se llegó a saludarnos, venía muy bien vestido, y con un excelente apero, adornado con un chapeado completo de plata. Su figura no era despreciable, y su tez era blanca; no dijo su nombre, ni los indios concurrentes a quienes preguntamos tampoco lo sabían, por lo que creímos que no fuese principal, ni cacique, sino uno de los muchos que han robado largamente en las incursiones en la provincia, y vienen a lucir en sus tierras la presa. A las 121/2 del día arribó un chasque del cacique Lincon, el que venía acompañado de una multitud considerable,   -78-   y entre ellos el capitán cona. Este, después de muchas ceremonias, antes de entrar a manifestar su embajada, dijo: que su cacique saludaba a la Comisión con todo aquel respeto que le merecía su carácter; que en aquel mismo día acababa de llegar de concluir felizmente la suya; que de ella se esperaban buenos resultados, con haber reducido a hacer la paz a muchos que no la querían; que un día hermoso y lleno de delicias se esperaba, en el que se unirían para siempre con lazos indisolubles todas las tribus con la provincia de Buenos Aires, con unos tratados permanentes, que muy pronto y con buen resultado se harían; y que así esperaba que sin pérdida de instantes se pusiese en marcha para la laguna que se había destinado, sirviéndole de guía el mismo chasque a la que al día siguiente se reuniría él y todos los caciques, con sus tribus, a celebrar los tratados; que deseaba llegase ese momento para abrazar a su antiguo amigo, y renovar la amistad que en el año 10 contrajo en su viaje a Salinas; que no se sorprendiese de las ceremonias y demostraciones, y maniobras que se harían en la reunión, por las divisiones que debían asistir armadas, según el régimen que en estos casos se usa. Concluida la misión del chasque, contestó el Coronel comisionado, que era grande el placer que sentía al ver próximo el día de la unión general, en que iba a abrazar a sus amigos y hermanos; que sentía la necesidad que se efectuase cuanto antes, pues ni su salud, ni el mal estado de los carruajes y cabalgaduras permitía que la estación del invierno lo tornase en la campaña, ni tampoco demorase demasiado. Enseguida de esta contestación, se mandó cargar los equipajes y poner todo pronto para marchar al lugar destinado.

 

 

A las 4 de la tarde nos pusimos en marcha, llevando un numeroso acompañamiento de indios, por delante, por detrás y por los flancos, multitud de chinas y muchachos con grande bulla y alboroto, mezclado entre ellos el fiel Antiguan, haciendo cabeza a los vivas de paz, que a cada instante se prorrumpían por la muchedumbre. Con rumbo OSO, inclinándonos por algunas sinuosidades del camino al O 1/4 S, arribamos a la laguna a las 41/2 de la tarde, distante 11/3 leguas de la anterior. En el camino se encontraron dos lagunas pequeñas, la primera a una legua de la salida, sobre la derecha del camino, de 150 varas de circunferencia; buena agua, buenos pastos, sin barrancas, en un terreno sumamente húmedo, y con 4 toldos situados en su circunferencia; la segunda a 6 cuadras de esta más adelante, de 55 varas de circunferencia, ambas regulares y con las mismas calidades; con diferencia que esta estaba llena de juncales y duraznillo, y en la misma, calidad de terreno. En la que se hizo alto, encontramos buena proporción para hacer una parada con comodidad; en magnitud es de 500 y más varas de circunferencia, bastante regular, de rica agua, con bastante leña   -79-   de duraznillo en su centro, con buenos pastos en sus cercanías, sin barrancas y abordable por todas partes, aunque situada en un terreno demasiado húmedo, que con muy poca diferencia era un bañado. En su circunferencia se hallan situados más de ocho toldos de población, y a más se encontró pescado bagre en abundancia. En la parte de su circunferencia que mira al OSO, nos acampamos, formando un pequeño, campo, atrincherado circularmente con los carruajes, para impedir que ninguno pudiera entrar dentro del círculo a caballo ni aun a pie, para no sufrir el mismo desorden de corrillos de juego, y confusión que anteriormente. En él pasamos la noche con comodidad, no obstante que con algún recelo, fuese positiva la noticia dada por el cacique Neclueque, y que por consiguiente se entorpeciese el éxito de la Comisión.

Día 27. Nublado, calma; a las 8 vimos el sol, y enseguida tuvimos un día claro y despejado, con una pequeña brisa que se levantó a las 10 del NO. Debiéndose celebrar en este día la reunión general, nos dispusimos para preservarnos de la confusión y desorden, que con la multitud de concurrentes habría; atrincheramos al pequeño campo o circuito en que estábamos para no ser atropellados, ni exponernos a ningún ultraje de tanto facineroso, debiendo entrar a él solamente los caciques, para tratar y hacerlo con alguna formalidad, como creíamos; pero nos engañamos. Pasemos a los sucesos de este día, demasiado tristes y peligrosos.

A las 10 de la mañana arribó un chasque del cacique Lincon en que avisaba que dentro de pocos momentos arribaba con su tribu, y que al mismo tiempo que él, arribarían los demás con sus gentes; que se estuviese pronto, y no nos sorprendiésemos de las operaciones que debían hacer en esta reunión. A las 12 del día se presentaron al SO de la laguna, como a 10 cuadras de ella, 200 y más jinetes, formados en batalla en ala, algo desordenados, con el cacique Lincon; los que se aproximaron, conservando esta formación, paso a paso y con marcha majestuosa al son de cornetas y bocinas, hasta dos cuadras del campo, en donde hicieron alto. Enseguida de esta ceremonia prorrumpieron en grande alboroto, desordenándose la línea, corriendo o dando cargas en grupo con sable en mano y lanza32 tirando cortes y lazazos al aire a diestro   -80-   y siniestro; dando vueltas a toda carrera circularmente alrededor del cacique que se hallaba en el medio, presenciando este ensayo guerrero de su tribu. Algunos de los jinetes que acompañaban al jefe de la división, se presentaron con los caballos enjaezados, con cuentas, cascabeles y campanillas; encoletados con una túnica de cuero perfectamente hecha, como una saya, y con sombrero de cuero, formando un solideo con su grande ala semejante al de un fraile, de seis a siete cueros de fondo, lo mismo que los coletos; con la diferencia que estos son tan blandos y dóciles como una seda, porque lo benefician de tal modo, que los ponen en este estado, y aquellos tan duros coma una piedra, que un sable no les penetra, ni tampoco a los primeros una bala de fusil a distancia de media cuadra, por observación hecha anteriormente con uno semejante, en la campaña del año 21 al sud. Estos personajes o ayudantes de órdenes, traían además su sable de latín cada uno, sus pistolas aunque inútiles, las lanzas, bolas y puñales, los que se apersonaron al Comisionado a saludarlo de parte de su cacique. A las 121/2 se presentaron, cubriendo el horizonte por todas partes, líneas de batalla en ala, que abrazaban una extensión considerable de terreno, y presentaban a la vista del observador un aspecto imponente y pintoresco. A la 1 llegaron a tres cuadras del campo, lo cercaron o hicieron alto; su marcha, desde que se presentaron, fue pausada y majestuosa; al son de cornetas de cuerno y caña que manejaban algunos indios en cada división, y cada una de ellas con sus caciques a la cabeza, con mucho orden en la formación, sin dar voces.

 

 

Esta uniformidad nos asombraba, y al mismo tiempo el alineamiento y silencio que guardaban, presentando el aspecto de escuadrones disciplinados, con sus sables y lanzas en asalto y guardia. Esta primera perspectiva nos hizo conocer el carácter guerrero y militar a que tiende directamente el genio de estos bárbaros, y que él mismo los conduce a un adelantamiento que tal vez nos será funesto. Veíamos con dolor a estas líneas, cargadas con sables de latón, multitud de armas blancas, y aun de chispa, que por su barbarie no las sabían aprovechar, y que habían sido adquiridas en los infinitos combates y guerrillas, en que han atemorizado a nuestras milicias de campaña, y veíamos aun más, algunos uniformes y gorras de nuestros soldados adquiridos del mismo modo, con multitud de carabinas y tercerolas inútiles, que por lujo o insulto las cargaban a la espalda, para que les viésemos, y hacernos entender, y ver por nuestros propios ojos el estado preponderante en que se hallaban, así en fuerza como en instrumentos de defensa, y maniobras de caballería, aunque brutales, dirigidas solamente por su   -81-   genio, o por cosas semejantes que han visto33. En esta posición, las divisiones al parecer aguardaban órdenes del cacique principal, que se hallaba con su gente formado del mismo modo; y en efecto, no tardó poco en que vimos salir de su división dos encoletados, que le servían, como hemos dicho, de ayudantes. Estos se dirigieron a la división de Avouné, uno de los caciques principales, y su misión la repitieron dos veces al mismo, hasta que su división se puso en marcha, que se hallaba al SE de la laguna, como a dos cuadras de la primera, y de las más próximas a ella. La marcha con que rompió fue a gran carrera, con gritos de alegría, y con las mismas ceremonias que lo hizo la primera; vio cesando de dar estas cargas hasta que dio tres veces vuelta la línea de la primera división que se hallaba forjada, y que se conservaba en este orden mientras que la otra concluyó su ceremonia, la que enseguida de este acto, pasó a formar en batalla, a continuación de la primera, y al mismo frente. Incontinenti de este acto marcharon los mismos ayudantes a practicar igual diligencia con la tercera división, que se hallaba formada al E de la laguna como a dos cuadras, y después de una larga parla con el cacique Anepan, que la mandaba, hizo este la misma evolución que la anterior. La cuarta división del cacique Pichiloncoy; la quinta del cacique Ancaliguen y otros; la sexta de los caciques Llanqueleu Huilletrur, Antiguan y otros; la séptima de los caciques Chañabilu, Chañapan, Neculpichay, Trignin; la octava, de los caciques Cachul, Catriel y otros; la novena, de los caciques huilliches, Nigiñile, Quiñifoló, Pichincurá, y las que se hallaban formadas en la circunferencia de la laguna, pasaron a formar en batalla, haciendo antes las mismas evoluciones que las otras, antes de practicar esta última hasta que formaron una hermosa y regular línea en orden de parada, y con el mayor silencio, que hacían guardar las jefes de cada una de las divisiones, y por consiguiente la alineación con la primera división que formaba la cabeza. Concluida la formación de la línea,   -82-   los dos caciques principales, Lincon y Avouné, mandaron formar un círculo a toda ella, lo que se efectuó sin alboroto, pero desordenadamente, porque a pesar del silencio y buena disposición con que lo hacían, no podían ejecutarlo, y para hacerlo era menester que el desorden presidiese la maniobra. Formado el círculo, todos los caciques se metieron dentro de él, y tuvieron una larga parla de más de dos horas, acerca de los tratados que se iban a celebrar nuevamente, y al mismo tiempo, acordar con el pueblo las bases que debían presidir, y si debían celebrarlos por sí solos, sin la reunión de los Ranqueles, cuando se dudaba de la buena fe de estos, no obstante que muchos querían tratar. El cacique Lincon dijo en la reunión, que los tratados no debían efectuarse sin la asistencia de los Ranqueles, pues que cualesquiera que fuesen los que se hiciesen, serían efímeros si con aquellos no se contaba; que se aguardase a que se reuniesen, ya todos o algunos, que entonces se harían con más formalidad, y todos disfrutarían de los presentes que el Gobierno les hacía por medio de la Comisión; y que hacer lo contrario traería malas consecuencias a ellos mismos, porque se renovaría el rencor que se tenían, y a la Comisión, que había dado un paso tan precipitado, sabiendo que aquellas tribus son las más fuertes, y con las que principalmente debía hacerse una liga. La franqueza con que este bravo y elocuente cacique habló en la reunión, no pudo menos que chocar con el orgullo y disposición de sus compañeros, que se manifestaron contrarios a esta opinión. El interés particular, más bien que el deseo que demostraban por la paz, era el que obraba en este caso; los cortos artículos que la Comisión llevaba para obsequiarlos eran tales, que para los reunidos no alcanzaban, y cada uno de ellos se creía dueño y poseedor de todo, y no querían que otros disfrutasen esta liga premeditada que todos formaron, chocó igualmente al desinterés y buena fe del cacique Lincon. Él sostuvo su opinión hasta el último extremo contra el cacique Avouné, y demás de los reunidos, que querían celebrarlas incontinenti, y que después de canjeados los tratados con ellos, como una tribu diferente o independiente de los Ranqueles la Comisión marchase a celebrarlos con los caciques que de esta tribu quisiesen. El cacique Lincon conocía demasiado por su experiencia la codicia e interés de sus paisanos; él sostenía aquella opinión, porque la creía conciliatoria con los dos partidos siempre opuestos, y al mismo tiempo libraba a la Comisión de los riesgos que esta medida podía haberle ocasionado. Él sabía que, efectuándose en esta reunión, las conferencias, íbamos poco más o menos a ser saqueados, y por consiguiente cuando se celebrase la segunda con los otros, no podríamos llenar las miras del Gobierno y de la Comisión, y esta se expondría   -83-   a un desaire, a una ruina inevitable, si aquellos traslucían que la Comisión había obsequiado a sus enemigos, con las especies que para todos se destinaban, para celebrar una paz con la provincia. Esta opinión juiciosa del cacique Lincon, vertida en la reunión, hubo de costarle el sacrificio de su existencia; su conocido amor al orden, las consideraciones que había merecido de las autoridades del país, y su opinión entre todas las tribus, aumentaban los celos y envidia de los demás caciques, y principalmente del principal Avouné, joven orgulloso y aspirante, hermano y sucesor del célebre Carritipay. El pueblo, que se hallaba reunido y presenciaba su discurso, no pudo menos que seguir la opinión de los caciques, y lo insultaba a grandes voces e invitaba y mandaba que ella fuese seguida. El respeto del viejo cacique contenía estos insultos, reprendiéndolos voz en cuello, y haciendo ver a sus compañeros que el paso que iban a dar traería funestos resultados. Todos despreciaron sus consejos, excepto algunos viejos caciques octogenarios y sus tribus pequeñas; pero fueron arrastrados por la opinión tenaz de la fuerza principal, que ordenó incontinenti, de acuerdo con Lincon, que el Comisionado se presentase a la reunión para conferenciar y comunicarle la medida que se había sancionado.

A las 2 de la tarde recibimos la orden de apersonarnos delante de los caciques, y desde luego marchamos, el Comisionado, el Ingeniero y el intérprete, hacia ellos, que distaban seis cuadras de nuestro campo al SE. Enseguida a esta orden el cacique Lincon se dirigió a comunicárnosla, y tras él se desordenó enteramente toda la línea o círculo en donde se había tenido la parla. Este desorden comenzó en derrota; unos a dar carreras con gritos, bulla y confusión, y otros se dirigían del mismo modo a nuestro campo; en él se armó una terrible zambra; todos pedían, todos gritaban, y clamaban por tabaco, yerba etc., etc. Rompieron por último el pequeño círculo que lo rodeaba, y no quedó uno de los petulantes que no fuese satisfecho; indios, chinas y muchachos, pasaban de 1500 los que nos rodeaban en él, fuera de la turba considerable que se hallaba en el campo, en correrías.

 

 

El cacique Lincon, al comunicar la noticia al Comisionado, lo estrechó fuertemente, a pesar de la incomodidad y disgusto con que venía; él mismo nos condujo a los reunidos, mezclados entre la multitud de jinetes, que a la novedad de vernos, lo acompañaban, y nos llevaban con gran bulla y desorden, todos armados y en guardia como en procesión, al parecer al sacrificio. Arribamos al lugar en donde se hallaban los caciques: mandaron   -84-   ordenar sus gentes, y formar un círculo, y en él entramos; los caciques se apearon de sus caballos, y formados en tierra, cada uno nos abrazó y dio la mano, saludándonos cariñosamente. Hicieron descender a varios jinetes que se hallaban entre la multitud, para que sirviesen de intérpretes en compañía del nuestro, la mayor parte de ellos desertores. Uno de ellos, después de haber hablado el cacique Avouné, dijo al señor Coronel comisionado, que aquel cacique por su parte y a nombre de los reunidos, felicitaba a la Comisión, demostrando la sensación que les causaba, el ver próximo el feliz instante en que se unirían para siempre con sus hermanos los cristianos, por medio de unos tratados que asegurarían la paz, pues que conocían las ventajas de esta, y la destrucción que la guerra les había causado por tanto tiempo; que en aquella reunión habían determinado los caciques, que se celebrarían los tratados con las tribus, Pampa y Huilliches, y que la Comisión pasaría, concluidos estos, a entablarlos con los Ranqueles, pues que de este modo se evitaban los celos de aquellos, y no se renovaría el antiguo rencor que le profesaban; que los tratados se efectuarían al día siguiente, para cuyo efecto se reunirían separadamente con el Comisionado. Dicho señor contestó por medio del intérprete, felicitando del mismo modo a sus hermanos; que solamente por haberlo ellos solicitado para hacer la paz, podía haberlo hecho, sacrificando su salud en una estación peligrosa; que la Comisión no creyó haber llegado a un punto tan avanzado, pues solamente se le dijo que hasta las sierras de Curacó sería el viaje, y allí se reunirían; que el mal estado de los carruajes y cabalgaduras no permitía internarse más; pero para que estuviesen convencidos de la disposición que asistía a la Comisión para entablar la paz, aun con aquellos que la despreciaban, marcharía a conferenciar con ellos al punto que se le destinase.

Los caciques oyeron con agrado la relación de la Comisión, no obstante que ella se opuso fuertemente pasar adelante; pero era menester obedecer a todos ellos que lo mandaban, y al pueblo que a grandes voces lo pedía. El cacique Lincon apoyaba la opinión de la Comisión, y con demasiada arrogancia reprendía al cacique Avouné, el más tenaz de todos, y al pueblo que lo pedía. En estas parlas todos hablaban, unos reñían, otros contestaban y reprendían, y nadie se entendía: los parciales del cacique abogaban por su opinión, y los otros, por la de sus jefes; de modo que hubo de armarse una gresca a balazos, sable y lanza, que nos hubiera costado muy caro. Pero lo que sucedió fue que el pueblo incomodado contra Lincon y sus parciales, arremetieron algunos atrevidos contra él y los suyos; en la confusión el bravo cacique no se turbaba, y a todos atendía   -85-   con su espada en mano, y causaba respeto a los desertores, que eran los que capitaneaban estos insultos, con un objeto diferente; no directamente contra el cacique, sino para que fuésemos envueltos en sus contiendas, y disponer francamente de la yerba, tabaco, etc., porque anhelaban, a más del odio con que nos miraban. Sus intenciones fueron conocidas: el círculo que formaba la plebe a caballo era reducido, y en estas disputas lo redujeron tanto, que apenas cabíamos de pie, sofocándonos de tal modo en la multitud de 3000 y más caballos en desorden, que nuestras voces no se oían, ni por consiguiente la voz de los caciques, que trataban de aquietar sus tribus, y evitar la lid desigual que amenazaba. El lance fue apurado, en él creímos ser envueltos, y quedar entre las patas de los caballos.

Contenido el desorden, nos dieron satisfacción todos los caciques reiterando su amistad y buena fe; partimos a nuestro campo, y con nosotros todos ellos a tomar mates, y conferenciar sobre lo que debía practicarse al día siguiente.

Toda la línea en desorden se vino a nuestro campo con sus caciques. Su objeto era conocido; disfrutar de los obsequios que debían hacerse a sus caciques, y espiar la oportunidad que se les presentase para adquirir alguna cosa contra la voluntad de su dueño. A los caciques se les tenía preparados los instrumentos en que debían tomar los mates, y que cargasen una dosis de yerba que saciase la buena disposición con que lo tomaban34. Sentados en tierra, formando un gran círculo, se regocijaban, acomodando los presentes provisionales que se les hacía, en las mantas, ponchos y bolsas, entablando la parla mezclada con la risa y algazara, o más bien confusión y desorden; porque no hay acto por formal que sea en donde no mezclen estas dos calidades propias de su genio. En estas ocupaciones pasaron toda la tarde hasta que anocheció, y se marcharon todos los caciques a sus   -86-   campamentos, que habían formado las divisiones cerca del nuestro en las mismas riberas de la laguna. La Comisión tuvo que ceder todo el poco ganado que había conducido, para que pasasen la noche; la cesión fue a impulsos de ver arrebatarlo sin permiso a los mismos que se hospedaban. El bravo y constante Antiguan contuvo en esta ocasión los excesos que se cometían por algunos, que no tenían las mejores intenciones, en nuestras cabalgaduras y comestibles, que los arrancaban casi forzosamente a nuestros peones. Antiguan, respetado entre todos por su opinión y valor, castigó a algunos do estos facinerosos que conducían la presa. Él se distinguió en esta ocasión, y sus servicios fueron muy recomendables, a más de los que lo habían hecho acreedor a las consideraciones que la Comisión lo dispensaba. Se distinguió igualmente en las conferencias de la reunión, secundando la opinión del viejo cacique, y sosteniéndola con su espada y arrogancia en su parla, a los que se dirigía.

 

 

El cacique Lincon, después de haber tenido una corta conferencia con el Comisionado, dejó a sus compañeros y se marchó a sus toldos con los suyos, para tratar cuando se efectuase la segunda conferencia con los Ranqueles. Este desprecio que hizo de los demás, les hizo conocer el desaire que les había hecho, y por consiguiente el poco interés que tomaba en sus tratados, y en los presentes que se le podía hacer. La Comisión no dudó un momento de la impaciencia, desinterés y buena fe que caracterizaba a este buen viejo; ella se propuso tratar con él largamente, después que se concluyese este primer compromiso, atrayéndolo con mejor agrado, y hacerle conocer cuán justificada era su conducta, y el alto aprecio que con ella se había granjeado en la Comisión, y que sería recomendable ante la autoridad de la provincia. Mientras tanto, era menester que ella siguiese el torrente de la opinión de los que componían el mayor número, y tenían la principal fuerza. La Comisión encontraba en el orgullo natural de las tribus Pampas y Huilliches una razón para que hubiesen dado aquel paso no uniforme. Los primeros componían una tribu diferente de los Ranqueles y sus constantes enemigos35; y su orgullo no podía sobreponerse a la uniformidad del pacto, cuando   -87-   mediaba una enemistad que solamente la desprecian en una liga general, ya para robar como hemos dicho, o ya para defender su país cuando es invadido. No por esto desconocíamos que este acto chocaría igualmente con los Ranqueles, y al mismo fin que se propuso el cacique Lincon en llevar adelante su opinión, porque veía presidir en el acto más formal que se podía presentar, el interés que obraba con más fuerza que ninguna otra cosa, y que habiendo uniformidad, ni aquellos podían quejarse, ni la Comisión padecer ningún desaire, ni mucho menos dejarse de hacer unos tratados con mejores bases. Ambas razones pesaban en el concepto de la Comisión, pero ella contaba que, aunque fuesen agotadas las especies que debían repartirse para ambas tribus, en el segundo pacto con la otra tribu, el cacique Lincon saldría garante del paso que las otras habían dado, y en este caso, aun cuando no se consiguiese un feliz resultado en los tratados, se conseguía aumentar e influirles más y más el odio y disposición, para un choque entre ambas.

La tribu Huilliches, aun no se había reunido toda, y se aguardaba un mayor número con sus caciques principales, para el día siguiente. La división que había llegado, deseaba del modo que fuese, establecer sus relaciones con la Comisión y marcharse. Esta tribu es respetada de las demás, por su carácter guerrero; y por la respetabilidad de sus fuerzas, jamás ha entrado en coalización con ninguna para el pillaje; cuando lo hizo fue sola, sin auxilio de ninguna el año 20, en las costas del Cabo San Antonio y montes vecinos, destruyendo las poblaciones, y llevándose cuanto ganado y familias encontraron, y desde entonces han habitado pacíficamente las costas del mar, desde el paralelo de los 37º de latitud austral, hasta los 41º, es decir, desde la Sierra del Volcán, hasta el establecimiento del Río Negro en la costa Patagónica. Los puntos en donde habitan las mayores poblaciones, son las costas boreal y austral del Colorado; las costas de los ríos Sauce Grande y Chico, Saladillo, Clarameco y Malepundejo, y riberas de la Bahía Blanca, y su población se asegura ser la más considerable de las tribus, y su fuerza militar respetada. Con ellos no intervienen los Ranqueles ni Pampas, solo si para el comercio con el establecimiento del Río Negro, el que muy poco visitan, dejándoles a ellos el tráfico exclusivo por su aproximación a él. Los caciques Nigiñelé, Quiñifaló y Pichincurá, que mandaban la división de esta tribu, no se mezclaron en ningunas de las grescas que se suscitaron en la reunión, y su indiferencia dio a conocer la buena fe y disposición con que deseaban entrar en tratados. Ellos participaron de los obsequios que se hizo a los demás, y se acamparon cerca de nuestro campo para reunirse al día siguiente.

  -88-  

A pesar de la confusión y desorden que reinaba en este día, la Comisión no perdía un instante en adquirir conocimientos geográficos y estadísticos del terreno y población. El oficial ingeniero buscaba la ocasión de hacerlo, evadiéndose de las reuniones, ya calculando el número de las divisiones, y observando algunas particularidades que se encontraban en ellas, o ya recorriendo el campo a 11/2 y 2 leguas hacia todas direcciones, para observar lo que se encontrase en el terreno. En estas indagaciones, se adelantó todo lo que se pudo en conocimientos. Daremos el cálculo hecho de las divisiones reunidas en este día, el número de las armas de toda clase, y el de sus caciques; él se ha hecho, ya contando algunas fracciones, ya calculando por aproximación o adquiriendo informes, de los desertores, que con sumo cuidado tratábamos de indagar. Esta fuerza podemos decir es la disponible, y la mayor que puede poner la tribu de los Pampas en caso de defensa. Para esta reunión no queda una de las tolderías que no acudiese a la formación; y en este caso menor sería el número que presentasen en aquel, no obstante que para defender el país y propiedades hasta las mujeres cierran las líneas, y las defienden como varones.

 

 

HOMBRES

La 1.ª división, del cacique Lincon

200

La 2.ª idem, del cacique Avouné

180

La 3.ª idem, del cacique Anepan

260

La 4.ª idem, del cacique Pichiloncoy

296

La 5.ª idem, del id. Ancaliguen y otros

300

La 6.ª idem, del id. Llangueleu y otros

140

La 7.ª idem, del id. Chañabilú y otros

450

La 8.ª idem, de los id. Cachul, Catriel

364

La 9.ª idem, de los caciques Huilliches

400

 

____

Fuerza que componía la línea36

2520

Chinas, y muchos de ambos sexos que se hallaban
esparcidos por el campamento

650

 

____

Total de la reunión

3240

 

El número de armas blancas y de chispa es el siguiente:

 

 

LANZAS

SABLES

TERCEROLAS

BOLA y DAGA

La 1.ª división

24

36

3

137

La 2.ª idem

14

31

537

130

La 3.ª idem

19

15

13

214

La 4.ª idem

29

10

1

256

La 5.ª idem

32

10

’’

258

La 6.ª idem

15

3

’’

122

La 7.ª idem

37

17

11

385

La 8.ª idem

20

23

3

318

La 9.ª idem

56

14

5

325

 

____

____

____

____

Total del armamento

246

159

41

2144

 

Por lo dicho se ve que solamente una quinta parte de los reunidos, o de los que formaban la línea, venían armados de lanza, sable y algunas armas de fuego, y el resto de bolas y puñales, que es la arma más general, y que no hay uno que no la cargue. El mismo cálculo hicimos en la campaña del año 20 con la fuerza que se nos presentó, aunque un tercio menos de la que se ve, según consta del diario presentado al gobierno, cuando se le incluyó una carta de la marcha de la expedición y descubrimientos que en ella se hicieron.

Los caciques que se reunieron fueron los siguientes:

 

 

Ulmenes, o principales

Pampas

Capitanejos, o Conas

Huilliches

Lincon

Neculpichuy

Antiguan

Niguiñilé

Avouné

Pitrí

Catrillan, y diez más, cuyos nombres nos son desconocidos

Quinifoló

Pichiloncoy

Califiau

 

Pichincurá38

Anepan

Ancaliguen

 

 

 

 

Cachul

Llangueleu

 

 

 

 

Epuan

Huilletrur

 

 

 

 

Chañabilú

Catrill

 

 

 

 

Chañapan

Trignin

 

 

 

 

Curunaquel

Amenaguel39

 

 

 

 

Tacuman

 

 

 

 

 

  -90-  

En los reconocimientos que se practicaron en este día y el anterior, se encontraron algunas lagunas y poblaciones de indios en ellas. Tan vasto era el horizonte que por todas partes se nos presentaba para observar, que no era posible que abrazásemos un trabajo superior a las proporciones que teníamos. Sabíamos que la Comisión debía seguir adelante, por el rumbo OSO, hasta la sierra de la Ventana, que a la vista de esta posición demoraba al mismo rumbo, y por consiguiente debíamos descubrir todo lo que se encontrase en la ruta. Por el rumbo NO se nos presentaba una vasta pampa, por donde aun no se había descubierto nada, hasta el paralelo del camino de Salinas conocido por varios viajeros. Por el SE se nos presentaba una planicie inmensa, limitada por las costas del Atlántico: por ella uno solo había viajado, y de este viaje no tenemos noticias exactas, aun cuando hubiésemos querido practicar reconocimientos por ambos rumbos, no podíamos separarnos a una lejana distancia de la Comisión pero creímos que por esta razón, no dejarían de ser interesantes las observaciones que se hiciesen en las inmediaciones de nuestras paradas y marchas. Así recorriendo el campo del SE, descubrimos la primera laguna 11/4 leguas al S 20º SE, en donde tenía su población el cacique Llangueleu. Su magnitud era de 320 varas de circunferencia, su agua regular, su profundidad de cuatro a siete pies, su fondo arena y tosca, limpia en toda su extensión, sin barrancas por ninguna parte y accesible, buenos pastos en sus cercanías. El número de toldos   -91-   situados en sus riberas eran 10, y su población se calcula de 200 personas, de las que 50 a 60 hombres capaces de llevar armas.

La observación constante que habíamos hecho era que en cada toldo o gruta de salvajes habitaban 20, 22 y hasta 25 personas de todos sexos. En muchos vimos cuatro y seis matrimonios, todos mezclados con dos y tres hijos cada uno, fuera de la inmensa cantidad de mujeres y niños cautivos que se encuentran en las poblaciones, y que sirven de esclavos40. En esta última, se encontraron cuatro mujeres y seis niños.

La segunda laguna que se encontró, fue dos leguas al S 5º SE, en donde tiene sus tolderías el cacique principal Avouné. Su magnitud es mayor que la anterior, y pasa de 500 varas de circunferencia; su agua buena, su profundidad de siete a ocho pies, su fondo tosca y lama, su centro lleno de junco y paja, hermosos pastos en sus alrededores. Al E de ella, como a 11/2 cuadras de distancia, se hallan dos médanos de 15 a 20 pies de elevación; sus faldas se extienden hasta la ribera de la laguna; se halla alguna piedra en sus cimas. En la ribera de la laguna se hallaban 16 a 20 toldos, y su población pasa de 450 personas, de las que cuentan l50 y tantos hombres capaces de llevar armas. En esta población se encontraron tres mujeres blancas y 5 niños.

La tercera laguna se halla al S 10º SSO distante dos leguas: su magnitud es menor que la anterior, y su circunferencia pasa de 400 varas; su agua buena, su profundidad de cuatro, tres y dos pies, su fondo barro y lama, su interior lleno de pajonales, accesible por todas partes y sin barrancas; los pastos de sus cercanías, fuertes y elevados. En sus orillas se encuentran 21 toldos, pertenecientes al cacique Ancaliguen, y su población llega a 500 personas; en ella hay cerca de 180 hombres, y el número de mujeres y niños cautivos pasa de diez.

Se nos aseguró que en la pampa, o llanura del SE, se hallaban algunas lagunas de magnitud y con poblaciones; nosotros no podíamos separarnos de la Comisión, ni menos internarnos demasiado, y sin baqueanos. El terreno descubierto, y sus lagunas, deliciosas; la perspectiva que presenta al SO la vasta planicie al SE de la Ventana, es hermosa; ella se extiende hasta las riberas del Río Sauce por el SO; por el O la sierra,   -92-   y por SE la costa del Océano. No se encuentra diferencia ninguna de nivel a la vista sobre su horizonte; en él se observa con mayor abundancia la caza de gamos, ciervos, avestruces, liebres, mulitas, etc. y algunos rodeos considerables de ganado de las poblaciones vecinas, la mayor parte marcado; la tierra es húmeda, negra y dura, y los pastos fuertes y elevados.

Por el NO se nos informó no se hallaban lagunas ni poblaciones hasta una distancia considerable, e inmediatas al camino de las Salinas. Por lo poco transitado hacia este rumbo, observamos en la campaña que el terreno era muy blando y húmedo, los pastos variables en su fortaleza y altura, algunos bañados cortos, o pequeños juncales, el nivel parecía ir en disminución hacia el NO, y las aguas sepultarse en su planicie, en alguna gran cañada o lago. Los naturales nos informaron repetidas veces que se encontraban grandes cañadas y bañados intransitables, y seguramente debía ser así, porque al mismo rumbo, y a algunas leguas, se encuentra cerca de la ruta para Salinas, la gran Cañada Larga, llamada así, porque se extiende muchas leguas, y su paso es peligroso a los transeúntes.

A las 6 de la tarde de este día, se levantó una brisa fuerte del ONO, que parecía amenazante. A las 7 calmó y se nubló la noche con semblante de llover toda ella. A las 8 tuvimos brisa del O, que despejó la turbonada.

 

 

Día 28. Despejado y ventoso; brisa fuerte del tercer cuadrante. Al rayar el día nos pusimos en movimiento, para recibir a los que debían reunirse a hacer los tratados, y disponerles los presentes que debían hacérseles después de ellos con método y orden, para no ser envueltos en la confusión, que sabíamos positivamente debía armarse, aunque reinase el mayor orden en las reparticiones. A las 3 de la mañana ya estaba el campo rodeado de toda la turba del día anterior, redoblando sus peticiones acostumbradas. A las 10 del día se empezaron a reunir tolos los caciques que se hallaban dispersos fuera del campo, en donde sus divisiones se habían alojado, y que temerosos del tiempo se marcharon a las poblaciones vecinas a pasar la noche con su comodidad. A las 11 se hallaban todos reunidos, y sus divisiones a la vista; si en el día anterior hubo algún orden preliminar en la formación de una línea de batalla, en este no hubo cosa que se pareciese, sino un desorden completo, ocasionado por la misma reunión. Las consecuencias de esto son bien claras; el robo, el insulto por tantos facinerosos que nadie los reprendía, y por último el desorden, nos ponían en una posición dificultosa, que solamente la paciencia   -93-   y política con que nos manejábamos, podía habernos hecho superar aquellos trabajos.

 

 

Los caciques reunidos, presididos por el ulmea, o principal Avouné, fueron los mismos que el día anterior. Principiaron los tratados con los intérpretes correspondientes, y el Comisionado, quien les dirigió un convincente razonamiento a todos, acerca de las ventajas que la paz les proporcionaba, y la necesidad que ellos tenían de celebrarla por medio de un pacto solemne y duradero con la Provincia; que estaba conocido muy bien que la guerra no llevaba consigo sino la desolación y la muerte; que la razón y la justicia clamaban por que cesase este mal desolador, que les privaba de la sociedad y lazos que debían unirles con sus hermanos por medio del comercio recíproco; que este cesaba en el momento que empezaba aquella, y por consiguiente desesperaban con la privación de los artículos que han constituido sus primeras necesidades, y que la habitud se los ha hecho apreciables, y sin los que sería penosa su existencia, privados de este auxilio en los desiertos; que los tratados, o bases de estos no se quebrantarían del modo que lo habían hecho otras veces con pactos diferentes; que el Gobierno de la provincia, a invitación de todos ellos, había remitido la Comisión que trataba, conociendo que el estado actual de las circunstancias, no podía permanecer, pues que era necesario o entablar la paz, o que el Gobierno supiese la opinión de las tribus, para de este modo poner los medios de ataque y defensa de la frontera, y privar las continuas incursiones que la desolaban; que las propuestas que el Gobierno les hacía, para cimentar desde luego la unión, la Comisión las explanaría según la opinión que sobre lo principal manifestasen los caciques reunidos, y por último que deseaba oírla, para entrar al objeto principal.

En esta situación el pueblo oía la relación que el intérprete hacía del discurso del Comisionado, y a grandes voces pedían la paz, interrumpiendo continuamente el orden que había reinado hasta entonces. Hecho guardar silencio, contestó al Comisionado el cacique principal Avoliné por medio del intérprete, que los deseos de todas las tribus, Aucas y Tehuelcha, era celebrar la paz con la Provincia, para cuyo efecto habían suplicado al Gobierno la remisión del Comisionado; que sus intenciones eran bien conocidas, que anhelaban el sosiego y la tranquilidad, y el comercio legal que les producía grandes ventajas; que por esta opinión estaban todos; que los tratados se harían bajo ciertas bases, que propondrían a la Comisión, y que si las conseguían, jamás se quebrantarían; que ellas debían cimentar la unión de un mudo inmutable, que jamás ellos lo habían hecho, que los cristianos siempre habían sido los primeros en romper la guerra, presididos por hombres díscolos y ambiciosos, que no   -94-   podían mirarlos con indiferencia posesores de sus terrenos y haciendas; o que de no se recorriese la historia de las guerras anteriores, y se verían cuán injustas fueron, sin que ellos jamás hubiesen hecho otra que defender sus propiedades, y el suelo que la naturaleza les dio para sustentarlos y habitarla; que esto era muy justo, y la razón lo aconsejaba, para no ver a sus familias y propiedades ser la saña y venganza de los usurpadores; que ellos habían conocido que jamás podrían vivir tranquilos, porque eran poseedores de un país que la ambición había de suscitar pretextos para arrancárselos.

El cacique descendió por último a buscar el origen de las guerras pasadas, haciendo uso de la tradición comunicada por sus mayores, como un misterio o costumbre, a que no deben faltar los que gobiernan a sus presuntos herederos, y estos a las demás generaciones de su familia. El cacique, con tono majestuoso y semblante airado, siguió su razonamiento cansado, echándose a rodar en el vasto océano de la historia bélica de su tribu con los cristianos, desde tiempos muy remotos; concluyendo por último, que si sus paisanos habían invadido y robado las poblaciones de la frontera repetidas veces, había sido en justa represalia de las usurpaciones de terrenos, y violaciones continuas de sus propiedades e intereses; y que el Comisionado y ellos entrarían desde luego a establecer las bases o principios de los tratados.

 

 

No había concluido el orador de la reunión, cuando toda ella se alarmó al oír las palabras «usurpaciones de terrenos, y violaciones continuas de sus propiedades». Entonces cada uno hablaba a voces a la reunión de sus caciques, haciendo presente las épocas en que habían sufrido aquella clase de tropelías: en estos recuerdos, tristes para su imaginación exaltada, se enfurecían de tal modo, que pedían a grandes voces que se reparasen aquellos males y pérdidas, castigándose. Un viejo de talla gigantesca, de los más elocuentes, que hablaba y sobresalía en sus quejas a todos los demás, dijo que él había sido dueño y poseedor de una parte considerable de terreno en las costas del Salado, en el rincón llamado del Toro, y que de ahí lo habían arrojado los cristianos, con graves perjuicios de sus intereses, y expuesto a perecer de indigencia en países extraños; pidiendo por último que se le devolviese. Otro dijo al mismo tiempo, que cerca de la guardia de Kakelhuincul había tenido su establecimiento, y que había tenido que emigrar a una larga distancia, para librarse de las tropelías que sufría de los cristianos. Una multitud de ellos redobló estas mismas quejas, porque les parecía que había llegado el caso de pagarles cuanto habían perdido, y que en los tratados debía acordarse para su indemnización. Los gritos y el desorden se dejaban entender por todas partes, mezclados con la cólera y venganza que   -95-   habían excitado en ellos aquellas memorias tristes; hasta que los caciques tuvieron que hacer guardar otra vez el silencio para continuar en el pacto. Se descendió enseguida a artículos y cosas particulares que debían estipularse, después que el Comisionado desvaneció toda la pesada relación del cacique, sobre el origen de las guerras pasadas, y les hizo ver que las circunstancias en que se hallaba la provincia, eran diferentes de las que habían estado en gobiernos anteriores, y que si se habían en aquel tiempo precipitado sobre su país, había sido a impulsos de las mismas tropelías que ellos habían cometido sobre nuestros establecimientos; concluyendo por último, apartándose de una cuestión majadera, con maldecir a todos aquellos que habían sido el origen de las desgracias que lamentaban, y que desde aquel momento se olvidarían para siempre tan funestos recuerdos, y entrarían a entablar una unión que jamás se disolvería. Todos al oír estas expresiones prorrumpieron contentos que se entrase a tratar, y se olvidase lo anterior. Admitida pues esta base, que no fue otorgada sino después de muchas razones de convencimiento por lo demostrado anteriormente, se trató de asentar el libre comercio y seguridad de las tribus de indios contratantes con la provincia; y aunque se procuró esforzar que el comercio se hiciese por tres distintos puntos de la frontera, se negaron a ello, replicando que la amistad acabada de establecer, no podía sufrir las limitaciones indicadas, y que todas las guardias de frontera debían ser francas.

Se procuró indicar el avenimiento que el año de 15 habían prestado los caciques principales para el adelanto de nuestras fronteras, especialmente para asegurar la comunicación con el establecimiento de Patagones, y defender las costas de las invasiones que se recelaban por el gobierno de otras naciones que intentaban ocupar el país, atacando igualmente a ellos como a la provincia, refiriendo muy por menor el acuerdo que con el Gobierno hicieron a este efecto; y se repuso a la Comisión, que no solo no convenían en eso, sino que expresamente pedían se retirase la tropa que había en Patagones, y que además en el término de un año, se retirasen todas las estancias y familias situadas al sud del Salado, terrenos que eran de su particular ocupación, y de que se les había desalojado, avanzando la nueva guardia de Kakelhuincul con miras de poner otras que no tolerarían.

 

 

Esta reclamación se esforzó tan acaloradamente, que no dejaron arbitrio al Comisionado para dar evasión a la solicitud, que el de reponer que el término de un año era corto; que no estaba en el límite de sus facultades prestarse llanamente, y que daría cuenta a su gobierno, para que enterado, resolviese la indicada pretensión. Acto continuo, procuraron exigir les otorgase la Comisión a nombre del Gobierno, no solo la entrada franca, sino también los precios a que debían dárseles los efectos de sus   -96-   permutas, por cuanto observaban una alteración tan subida en cotejo con los años anteriores, que parecía dedicarse todos a sacrificarlos. Creyeron que sería conveniente la variación de corrales y corraleros, y también pidieron la supresión de unos, y la habilitación de otros, y fueron discurriendo tan favorablemente en su beneficio, que desde la Sierra de la Ventana querían imponer la ley a los comerciantes con ellos en la capital; reclamando además una seguridad de sus personas o intereses, que más bien aparecerían sirvientes de ellos los negociantes, tropas que pretendían de custodia, y el gobierno mismo, que contratantes libres en este caso. La Comisión creyó hallarse en el caso que le señala el artículo nono de sus instrucciones, acerca de hacerles entender que entre las partes contratantes continuarían del mismo modo la amistad y la paz existente, procurando del mejor modo posible terminar el presente tratado y retirarse; porque no siendo fácil garantir ninguna proposición que por ellos se aceptase, y conociendo por otra parte que procedían con miras dobles, aparentando amistad que no tenían miras de guardar, y que su íntimo deseo era sacrificar la Comisión, o al menos detenerla, era forzoso atemperar a las circunstancias, sacando la única ventaja que se propuso la Comisión, y aun el Gobierno, de reconocer sus intenciones, sus fuerzas físicas, sus campañas, la población de las diferentes tribus, la estadística en general y su industria, con menos dudas y obscuridad que la que hasta aquí teníamos; convencida la Comisión de que una fuerza imponente, o medidas correspondientes, podrían hacer que abatiesen el orgullo con que se creían sobrepuestos a las nuestras.

Siguió la algazara y alegría en celebración de lo estipulado, y duró más de una hora el desorden, con las petulancias acostumbradas; en el momento se ordenó se bajase de las carretas la yerba y tabaco que hubiese, reservando una tercera parte para los que se debían reunir más adelante. Se formaron todos los caciques, para que cada uno recibiese su parte en aquellas especies, como en otros artículos que se les llevaba al efecto, haciendose los pequeños lotes para cada uno igualmente, excepto el principal. El pueblo rodeaba o formaba barrera a este espectáculo, agradable a su vista, y ciertamente veíamos que la barrera era peligrosa, porque eran los primeros que pedían, e impedían que se hiciese cosa en orden. Se repartió todo lo que se les llevaba, pero su petulancia no se contentaba con lo que a cada uno le había tocado, sino que codiciaban lo poco que había quedado de reserva; y estas aspiraciones con mal tono, queriendo violar el lugar del depósito. Dos horas se pasaron en estas reparticiones desordenadas, y fue menester que el cacique principal aquietase los tumultos que se preparaban para chocar, ya con sus mismos compañeros que habían participado más, o desigualmente, ya con el repartidor de las especies, o con el Comisionado,   -97-   quien procuraba por su parte quedase todo transado, recompensando o añadiendo a los que no habían tomado igual parte, y despacharlos. A los caciques se les obsequió lo mejor que se pudo, pero de los muchos que había, querían que todo se les diese, y no pasase nada la Comisión adelante para sus enemigos. Tanta fue la impudencia de estos hombres, que fue menester darles la mayor parte de lo reservado, segunda vez. Enseguida, la plebe volvía a segundar sus caciques, y a todos era menester agradarlos; a estos últimos los capitaneaban los desertores, que el deseo de hacer mal hacía que molestasen con tanta impertinencia. Ninguna razón, por formal que fuese, de las muchas que le hacía el Comisionado, bastaba para calmarlos, hasta que los caciques los hicieron retirar a sus respectivos campos, quejándose de lo poco que les había tocado.

 

 

A las 4 de la tarde, después que muchas divisiones se habían marchado con sus caciques a sus toldos, y concluido, sus pactos particulares con la Comisión, arribó una de Huilliches, a cuatro cuadras del campo: a esta distancia hizo alto, y después de esta ceremonia, formada en batalla en ala, se desordenó completamente en correrías alrededor del cacique que la mandaba, llamado Llampilcó, conocido con el nombre del Cacique Negro. La división hizo alto segunda vez, y sus caciques arribaron a nuestro campo a felicitar y saludar a la Comisión. Esta los recibió con todo el agrado y demostraciones de cariño que su buena disposición y sincera amistad exigía. El principal, o Llampilcó, después de un largo razonamiento, reducido a los tratados que su tribu deseaba entablar con la Comisión, y las relaciones de su comercio recíproco, dijo que no había podido arribar a la par de la otra división que se había hallado en los tratados y reunión general, porque la distancia en que se hallaba no se lo había permitido; que había sabido las cuestiones que se habían suscitado acerca de la forma como se debía celebrar la reunión; que hubiera sentido a la verdad, hallarse en ella, porque su opinión la hubiese sostenido con su fuerza, y no hubiese permitido se violentase el dictamen de la Comisión y del cacique Lincon, por hombres cuyo espíritu e interés era conocido; que su tribu jamás se había unido con ellos en sus coalizaciones generales, porque conocía su carácter ambicioso y falso; que el interés era el que obraba en sus tratos, y no se encontraba ninguno en donde no se conociese este espíritu, y que no solamente con los extranjeros, sino con los mismos suyos; que a la tribu Tehuelcha jamás se le imputarían estas calidades degradantes, ni menos esos robos y tropelías cometidas en la frontera; que lo que deseaban era un pacto serio, por que se asegurase la tranquilidad y posesión del comercio, y se acabasen esas épocas tristes que los habían degradado, y hecho sufrir pérdidas irreparables en sus propiedades y familias; que a parte de su tribu   -98-   y a él se les había despojado, por un derecho injusto, de los terrenos que antes habitaban, desde el cabo San Antonio o rincón del Tuyú, hasta las faldas del monte Volcán, y principalmente al que habitaba la laguna de los Camarones, grandes y chicos; que estas pérdidas las habían sufrido por no mezclarse en cuestiones, que más les hubiesen hecho perder que lo que podían haber conseguido, prefiriendo retirarse a vivir a las riberas del Colorado en paz, sin que nadie perturbase su tranquilidad, ni menos fuesen violadas sus propiedades; que desde esta época, una vez sola capitaneó su gente en una correría, porque no tenían como sustentar a sus familias; pero que nunca se unió con los incursores continuos, ni menos cometió ninguna atrocidad con las poblaciones de la costa a donde arribó, y solamente llevó una tropa de ganado a sus establecimientos; que con toda franqueza confesaba esta acción, ni tendría por qué temer, cuando en ellos se encontraba tal vez un derecho para hacerlo. Concluyó con que la paz era lo que deseaba entablar con la Comisión, sin poner ningunas condiciones, ni menos ningún interés en un pacto de donde les provenían ventajas incalculables; que al día siguiente se marcharía con su división, llevando este lauro incomparable, que haría la felicidad de sus familias y un porvenir tranquilo en el seno de ellas41.

El señor Coronel felicitó al cacique Llampilcó, por la sinceridad y franqueza de su trato, y las buenas disposiciones de su tribu, hacia la unión y felicidad futura que la paz les proporcionaba, y el desinterés que manifestaban en un pacto tan solemne, y al mismo tiempo la franqueza con que se ofrecían a socorrer y proteger la Comisión en su marcha a los segundos toldos con los caciques disidentes; que esta conducta sería recomendada, lo mismo la que habían guardado hasta entonces, y que la Comisión no podía menos de quedar agradecida. En el momento se le hizo dar algunos regalos a él y sus cuatro compañeros más que lo acompañaban, con más abundancia que en lo repartido a los otros, con lo que se retiraron a acamparse, para marchar al día siguiente.

La fuerza de esta división se componía de 420 hombres todos Huilliches, de hermosa talla y bien puestos a caballo; el mejor escuadrón de caballería no presentaba una perspectiva más respetable que estos bravos guerreros; de medio cuerpo arriba desnudos, con sus turbantes de cuero o   -99-   sombreros de lo mismo, con plumajes; los rostros pintados de negro y colorado, y la mayor parte armados de lanza; su talla es ciertamente respetable, y la historia del descubrimiento de la costa Patagónica por los españoles pone en los indígenas esta cualidad que los asombró, y les hizo parecer que eran gigantes como lo dice la historia. Esta misma tribu es aquella, aunque ha degenerado mucho de los Patagones, en que se hallan hombres de tallas extraordinarias. El cacique Llampilcó es hombre de siete pies y más, y otros muchos bizarros que vimos en la línea, le sobrepasaban o igualaban.

 

 

El número de lanzas eran

100, que tenía la línea.

El de sables

10

El de armas de chispa

2

El resto de bola y puñal

308

 

____

Total

420

 

 

Desertores u hombres blancos no vimos ninguno, ni menos mujeres en la línea. Los caciques que venían en ella, fueron los siguientes.

Principal: Llampilcó, o Cacique Negro.
Caciques: Canilié, Sebastián, Churlaquin, Napoló.

La primera división de estos, a las órdenes del cacique Nigiñilé, se marchó a las 12 del día con otros varios a sus tolderías. El cacique Avouné se presentó antes de retirarse a sus toldos a comunicar al Comisionado, que al día siguiente debía tener una corta conferencia antes que siguiese más adelante, para efectuar la segunda reunión, como antes se había acordado en los tratados, y que al efecto se había dispuesto que los caciques, Pichiloncoy, Llanqueleu, Chañabilu, Huilletrur, debían acompañarla hasta que aquella reunión se hubiese efectuado. Se marchó con su gente, quedándose en nuestro campo los caciques que debían acompañarnos al día siguiente.

Observamos en la reunión de los caciques y el pueblo para los tratados con la Comisión, el poder que en estos actos ejerce la voz viva de este último sobre las decisiones del pacto, y su opinión es seguida y obedecida de sus caciques, o de lo contrario se hacen obedecer de un modo hostil, vengándose en el acto del que no obedece; no valiendo en estos casos el poder que ejercen en el trato doméstico de su gobierno interior.   -100-   Este es mixto de democracia y aristocracia. La primera la ponen en planta en casos de igual naturaleza al anterior, es decir, en reuniones públicas, en pactos o tratados, en donde pende o se expone la seguridad del país, el interés o promoción de una guerra con otra tribu o nación, o en asuntos de su dogma, o misterios de su vida o religión doméstica; el segundo lo ejercen sus caciques en el gobierno interior de su tribu, en donde mandan despóticamente, y disponen de las personas y de las cosas como unos sultanes, y son obedecidos como un rey en la costa de Berbería. En la guerra no sucede esto, ni hay uniformidad en este respeto u obediencia. En unos casos, como en funciones públicas, cuando se presentan con carácter guerrero, obedecen a sus jefes; pero cuando hay que pelear con enemigos, cesa aquella, y la voluntad particular de cada uno lo conduce o lo precipita hacia su contrario, para lucir el primero su valor sin obedecer las voces y órdenes de sus caciques. Casos de la misma naturaleza hemos visto en que un gran grupo de estos bravos debía cargar a una línea, y hacerlo uno solo, primero que sus compañeros, y pelear contra todos, y perecer por último, siendo efímero su valor.

 

 

Día 29. Claro y despejado, muy frío por haber helado fuertemente la noche anterior; el viento del SO seguía con fuerza. A los 8 de la mañana se despidieron los caciques Huilliches, Llampilcó y sus compañeros, para marcharse con su división. El cacique Avouné tuvo una corta conferencia con el Comisionado, sobre algunos objetos particulares, relativos a la entrega general que debía hacerse, después de hechas las paces, de las cautivas que se hallaban entre las tribus Pampas, y que todos los caciques que habían entrado en tratados, tenían en sus poblaciones, como un paso, sin el que todo lo pactado sería efímero, y que el gobierno no podría mirarlo sino como tal, y nada se habría hecho, si ellos por su parte no lo acordaban; pues de lo contrario era una conducta que probaba no existía buena fe ninguna. Que ellos habían visto que todos los suyos, que se hallaban en Buenos Aires, habían sido entregados por el gobierno en el momento que los habían reclamado, y que las bases del pacto hecho debían rolar sobre este principio. El cacique contestó con una frialdad que hacía conocer la poca gana que él y sus compañeros tenían de hacerlo, sino a costa de una suma que se les pagase por cada una de ellas; contestó que hablaría con los demás caciques, y que al retorno de la Comisión daría cuenta de lo acordado.

Después de haber desalojado nuestro campo toda la multitud de los reunidos, y marchádose cada división a sus establecimientos, se mandó preparar todo como para marchar adelante, a las tolderías del cacique Lincon, si no había algún impedimento. A las 93/4 nos poníamos en   -101-   marcha, cuando arribó el cacique Lincon y más de cincuenta de su gente, y un intérprete del cacique; principal Neclueque, enviado para tratar algunos asuntos con la Comisión. Nosotros seguimos la marcha a nuestro destino, y allí se determinó volviesen para conferenciar, tanto con el intérprete como con el cacique, a cuya casa íbamos a hospedarnos. La marcha la rompimos con rumbo O, y a las 31/2 leguas hicimos alto, en la margen austral de la laguna en donde habita el cacique Lincon, a las 121/2 del día.

El rumbo O con que salimos, no fue constante, por las sinuosidades del camino y del terreno, en donde se encontraban muchas diferencias de nivel. Desde la salida empezamos a transitar por un campo desigual, duro, pastos cortos; multitud de pequeños médanos que al O se nos presentaban, hacían dificultosa la marcha con los carruajes; multitud de piedras en las cuchillas manifestaban la aproximación a las faldas de la sierra; y por consiguiente, la solidez del terreno y la calidad de sus tierras lo daban a conocer. Agua no se encontraba por ninguna dirección; el terreno presentaba una perspectiva agradable, aunque al O se presentasen algunas desigualdades; al NO y SO veíamos una planicie inmensa sin límites, y al frente la hermosa Sierra de la Ventana, cuya vista atraía al observador a descubrir particularidades, y observarla con atención. A su vista no podíamos menos que deponer el peligro que nuestros deseos llevarían consigo. Anhelábamos aproximarnos para reconocerla, y arrostrar cualquier riesgo que se nos hubiese presentado, mientras que el señor Coronel comisionado, por una parte, cumplía con los objetos de su Comisión; allí más que en ninguna parte los había, por el enjambre de poblaciones que se hallan situadas en toda ella, y arroyos que descienden, formando una población no interrumpida de establecimientos de ganadería de todas clases, como al punto más lejano, en donde las creen capaces de preservarlas de cualquiera invasión que se les haga, y que la temen e insisten en sus desconfianzas; y así es que todas sus poblaciones se hallan en la vista, y en la segunda cadena de la sierra habiendo desalojado la primera por temor.

 

 

A dos leguas de marcha, con el rumbo dicho, se encontró una pequeña laguna sobre la derecha de la ruta, con tres ranchos o toldos en sus orillas, que disfrutaban de la buena agua y de los pastizales de sus cercanías, para sus pequeños rodeos de ganados. Ella no tenía 100 varas de circunferencia, y su profundidad no excedía de 4 pies; su fondo lama y barro, y accesible por todas sus partes; llena de junco en su centro, y abundante de leña de cardo en sus alrededores.

En la parada encontramos una hermosa laguna, en cuyas márgenes   -102-   tiene, sus ranchos o toldos el cacique Lincon. La posición es interesante, y lo es mucho más la risueña perspectiva que, desde una legua antes de arribar a ella, se descubre de un horizonte pintoresco, y de una campiña descubierta y adornada, en el que se paseaban grandes rodeos de haciendas, pertenecientes a los habitantes de ella. El tránsito por esta campiña lo hicimos, apartando la inmensa cantidad de ganados que de todas clases se presentaban sobre la marcha, a la novedad de los objetos, tal vez los primeros que por aquellos campos habían transitado.

A la entrada a la laguna se descubre una planicie, cuya superficie se halla en un nivel muy inferior a la transitada, y rodeada de médanos por todas direcciones, formando en ella una circunferencia de más de 11/4 leguas, con intervalos o abras formados por ellos mismos; sus alturas no se elevan más que 36 hasta 60 pies sobre el nivel del terreno y sus faldas encadenadas, unos con otros cierran enteramente el círculo. En el centro de estos se halla la laguna formada de la recopilación de todas las aguas que vierten, o descienden desde las alturas; al rumbo O de ella, los médanos forman una abra de más de 1200 varas, originando una pequeña planicie, en donde se extienden las aguas de la laguna, y sin formar cauce, un bañado algo pantanoso, que se extiende más de 300 varas fuera de la circunferencia de aquellos. Al rumbo NE se forma del mismo modo una pequeña abra de 100 y más vayas, por donde entramos a las poblaciones, que se prolongan circularmente sobre las orillas de la laguna y faldas de los médanos. Al rumbo S se halla un gran médano más elevado que todos, desde cuya altura se descubre toda la vasta planicie y la cadena de sierras, desde la Ventana hasta el Guaminí, con mucha claridad, como que no dista cinco leguas de la primera; su altura no excedía de 60 pies y sus faldas no son extensas. Al N los médanos forman una agradable perspectiva; unos y otros se encadenan a una distancia de 200 y más pies de interrupción; esta uniformidad y la de sus alturas, forman unas barreras que desde el NO hasta NE, no se interrumpe, abrigando las poblaciones o cabañas de los habitantes de las brisas del primer y segundo cuadrante, que son insufribles en las llanuras. El frío excesivo de estas, y de los aires del elevado monte cercano, harían inhabitables sus cercanías, si la naturaleza no hubiese favorecido este delicioso país formando esas diferencias remarcables en su superficie, esas desigualdades, y esos elevados pastos y maciegas en donde se abrigan de las intemperies del invierno y en los rigores del estío.

La laguna presenta un horizonte limitado, por las alturas que se distinguen confusamente desde las riberas opuestas; su circunferencia no pasa tangente a las faldas de las colinas, pero en la estación de las aguas sucede así. En los meses de abril y mayo que la observamos, su   -103-   circunferencia no excedía de 2250 varas, quedando un espacio considerable de ella hasta las alturas. Su cauce no era constante; en lo reconocido hallamos 6, 7 y hasta 9 pies, y en 40 y 50 varas de las riberas 2, 21/2, aumentando al centro progresivamente; su fondo barro y arena en su centro se encuentran algunos cortos juncales; sus aguas no son muy buenas, porque el terreno es salitroso, aunque se forman de la lluvia; se hallan algunos pescados, bagres en abundancia, pero muy pequeños. En todo el círculo de esta posición interesante no hay pastos, solamente muy cortos, y estos consumidos por el tráfico de las mismas poblaciones; fuera de él se encuentran elevados y hermosos, en donde se esparcen los rodeos considerables que hemos visto, más que en todas las demás posiciones de estos indígenas, y la mayor parte marcado. En las alturas, y en todo el campo vecino a ellas fuera del círculo, se encuentran muchas piedras porosas y areniscas, blancas la mayor parte, semejantes al yeso y piedras-cal, fáciles de beneficiar.

 

 

Desde el médano principal, al S de la laguna, demoraba el mogote elevado, llamado de la Ventana, al rumbo SO, prolongándose sus faldas y encadenamientos sucesivos con otros menores hasta el rumbo OSO, donde se hallan otros menos elevados que el primero, llamado de Curumualá, demorando de la misma posición al rumbo O 16º OSO, y prolongando sus encadenamientos con otros de la misma altura y menores hasta el O, en donde empiezan a parecer los de la elevada sierra Guaminí, los que forman una abra extensa con la de Curumualá. Los mogotes o puntos más elevados de aquella demoran desde el O hasta los rumbos 10º NO, perdiéndose sus límites en pequeñas colinas, que insensiblemente disminuyen hasta quedar al mismo nivel de la pampa, o desierto inmenso del NO. Las perspectivas de todas ellas fueron sacadas al instante proporcionalmente a la distancia en que nos hallábamos. Procuramos, durante este día de parada, hacer alguna observación a mediodía, pero fue en vano, porque la caterva que nos rodeaba lo impedía; procuramos salir con el quintante, una plancha de madera, y el horizonte artificial, a una distancia en donde no pudiésemos ser vistos, pero todo fue en vano, lo mismo que de noche; esto lo poníamos en práctica todas las noches, pero no se apartaba la multitud de nuestro campo, ya jugando hasta media noche a los dados y naipes, o acompañándonos, aunque no quisiésemos, mientras no dormíamos.

La población de este punto, en donde se hallaban 25 a 30 toldos, no pasaba de 500 almas, de las que 150 hombres capaces de tomar armas. Cautivos encontramos 10, seis varones pequeños y cuatro mujeres blancas, fuera de otra población que se nos aseguró estaba al SO, como media legua, la que determinamos reconocer al día siguiente. En   -104-   la parada, hasta donde nos acompañó el cacique Lincon, los suyos y el intérprete cacique Neclueque, nos felicitaron, dicho cacique, todo su pueblo, Madama Lincon y el cacique Epuan, quien tiene su pequeña población unida a la del primero, y bajo la dirección y orden de este. A todos los cumplimentantes se les obsequió. El intérprete felicitó a la Comisión de parte de su cacique, que este se hallaba impuesto de todo lo acaecido a la Comisión desde su salida de la frontera, y sus últimos sucesos con los caciques Pampas en su reunión; que se hallaba informado por el cacique Lincon, de todo lo ocurrido, que él estaba pronto a entrar en tratados, que la Comisión debía acercarse hacia sus tolderías en las faldas de la Ventana, adonde estaban citados los caciques Ranqueles para reunirse los que quisiesen entrar en tratados, y que probablemente se reunirían la mayor parte que estaban invitados, no obstante que entre ellos habían muchos desertores que se oponían al pacto, pero que mediaría para que los consejos de estos no influyesen en nada sobre las disposiciones de los caciques; que le suplicaba al Comisionado que le remitiese al intérprete de la Comisión con el enviado, para tener el gusto de ver a uno de sus antiguos amigos, y manifestarle el estado de los caciques Ranqueles, para que pudiesen pasar adelante con mayor seguridad, sin embargo de que podía hacerlo sin ningún temor.

La misión fue recibida con agrado por el señor Coronel, quien accedió a la demanda o remisión del intérprete, remitiéndoles algunos regalos que se le tenían destinados. Se le contestó que por lo que tocaba pasar adelante, era imposible, por el mal estado de los carruajes y cabalgaduras, y que sus achaques no le daban lugar para internarse más en una estación que le sería dificultoso poder volver en los rigores de las aguas; que consultaría con el cacique Lincon y resolvería. Se despidió el intérprete, obsequiado, y el nuestro con otros chasques que el mismo cacique había hecho a otros de la misma clase, para la reunión que debía celebrarse.

Pasamos sosegados todo el día. El gobierno interior de esta pequeña tribu y su organización son enteramente diferentes de las demás; no se alborotó en todo el día, ni hubo el más pequeño desorden en nuestro campo. La voz del viejo cacique, era allí respetada como un oráculo, y su conducta con esta población, era la de un padre de familia que se desvelaba en la educación y felicidad de sus hijos, haciendo una recíproca unión y enlace de unos con otros. Toda la población es una misma familia, y sus bienes comunes a todos.

 

 

Día 30. Despojado y muy ventoso42; brisa fuerte del tercer   -105-   cuadrante o SO; amaneció el horizonte cubierto de helada; nuestras tiendas de campaña no resistieron, a pesar de ser fuertes; se pasó toda la nieve al lado interior, y por consiguiente el terreno circunscripto en su circunferencia, apareció lo mismo que el resto del campo. Seguramente no hemos visto ni sufrido una helada mayor, ni una noche más cruel, pero no dejamos de sorprendernos al observar a los habitantes de esta pequeña población, principalmente al sexo femenino, que al rayar el día saliesen de sus habitaciones a bañarse a las riberas de la laguna. La madre de familia, más diligente que el varón, salía con todos sus hijos y criados a este ejercicio, que generalmente se practica todos los días, aun en los más crueles del invierno; no había pasado media hora, cuando ya veíamos sobre la laguna a todas las gentes de la población en el baño, y los esposos y la juventud, aun recreándose en la ociosidad y holgazanía en sus inmundas habitaciones. Nos sorprendió igualmente que a la par de las indígenas, en quienes no era extraño esta costumbre, lo hiciesen algunas jóvenes cautivas que servían de esclavas. Este acto a la verdad lo presenciamos, y observamos que no lo ejecutaban forzosamente, sino que en fuerza de la costumbre, encontraban en él un rato de placer; no obstante que en una joven bien parecida que sufría esta suerte, le era insoportable este duro trance que forzosamente se lo hacían ejecutar. Ella, al parecer, como otras que la acompañaban en su desgracia, eran de buena cuna, y educadas ciertamente en una vida bien diferente. ¡Cuán sensible, cuán lastimoso nos era ser fríos espectadores de la desgracia de estas infelices, víctimas de la miseria, sin poder correr a su socorro! Ellas lo imploraron varias veces, para que legalmente propendiésemos, por medio del pacto con los caciques sus amos, a sustraerlas de esta dura esclavitud; pero a pesar de los repetidos esfuerzos que hizo la Comisión, para practicar esta diligencia, su resultado fue ninguno o insignificante. Cada amo de una de estas víctimas se creía tener en ellas un tesoro, que ciertamente contaba con él, afianzando su tenacidad en no ceder a ningún trato que no fuese una suma, o especies equivalentes que pidiesen; los caciques en esta parte no podían determinar nada, porque hasta la violación de la propiedad de sus súbditos no llega su poder; mucho menos cuando ellos eran interesados, y ponían todos los medios de su genio, para sustraerse de entrar en tratados sobre una materia que era contraria a sus intereses, y que de su generosidad nada iban a conseguir, sino perder sus tesoros infructuosamente, consiguiendo de este modo aparentar una paz más o menos efímera, porque no podría llamarse tal, si no accedían a un sinnúmero de ilegalidades que se reclamaban por la Comisión, para conseguir un resultado que, si no era el más firme, era por entonces el que se deseaba; y de lo contrario dar cuenta de lo acaecido, y hacer ver que la voz de paz aislada, sin entrar en pactos por ambas partes, era un acto   -106-   ilegal, e insignificante, que no haría más que aumentar la mala fe, y que su resultado sería una quiebra inevitable.

Mientras tanto, ¡qué dolor! Si los parientes y deudos inmediatos de estas desgraciadas no podían disponer de la suma necesaria para su rescate, debían permanecer en la miseria; muchas de ellas no los tenían, porque habían perecido a manos de sus opresores; otras, aunque los tuviesen, eran por su estado o ejercicio unos aldeanos o labradores que jamás en el resto de su existencia podían adquirir una suma tal. Se veían por último desamparadas de todo auxilio; violado su pudor con el trato más bárbaro que en sociedad de hordas puede presentarse, y sufriendo la vida más cruel que la naturaleza puede ofrecer.

Nuestra sensibilidad, al presenciar este cuadro lastimoso y aflictivo, no podía menos que pagar el justo tributo a la naturaleza; nos convencía al mismo tiempo de la necesidad de una medida capaz de cortar este mal, que nos aniquilará, si pronto no acudimos al remedio; nuestra población fronteriza dentro de poco desaparecerá, lo mismo que nuestras poblaciones de industria, y servirán para aumentar la suya, como lo hemos visto, y privarnos de los brazos industriosos que forman la riqueza de nuestro país. Las guardias del Salto, Rojas, Pergamino, Areco, Luján, Navarro, etc., etc., hasta las costas del mar del sud, las hemos visto en otro tiempo encerrar establecimientos pingües, y una población correspondiente a su industria; y ahora ¿qué vemos? Vemos la primera arruinada y desolada, por tierra sus edificios, muertos sus habitantes a manos de sus enemigos o infieles, y cautivas sus familias y sus bienes; la segunda y tercera han corrido la misma suerte repetidas veces, quedando sus campos y poblaciones desoladas, sustituidas por nuevos pobladores; las demás las hemos visto, que a las que no han sorprendido y arrasado, han robado y cautivado las familias de su campaña, quedando toda la línea de frontera, excepto la Guardia del Monte, en un estado deplorable; atrasada considerablemente la población, perdida la industria, y aumentada la de los indios, acrecentando, su poder y su espíritu militar para repetir estas escenas.

 

 

Estas observaciones deben suministrar al Gobierno los conocimientos precisos para tomar una medida acertada, o al menos darle a conocer el carácter de las tribus vecinas, para incitarle a poner todos los medios que le aconseje la prudencia, para que aquel enjambre de víctimas vuelva a disfrutar de la educación que recibieron de sus padres, en su suelo natal, y bendiga a la mano bienhechora que las libertó del cautiverio. ¡Cuán dulce y placentera deberá ser la sensación que cause a la autoridad   -107-   que cumpla con este sagrado deber como padre de su pueblo, y como el único en donde se hallan los recursos que este le ha confiado! Estos males no se ignoran, y creemos que el Gobierno, que tan sabiamente ha dado impulso a nuestra civilización y prosperidad, no descuidará este objeto interesante, y afiance de este modo el engrandecimiento de nuestro país y su futura felicidad.

Pasemos a lo ocurrido en este día. El cacique Lincon, nuestro hospedario y amigo, que así se había declarado, interesándose por nuestro feliz éxito, no perdía un momento para comunicarnos las noticias o medidas que se debían tomar. Por la mañana se llegó a nuestro campo, y después de saludar a la Comisión, hizo presente que parte de los chasques que había enviado el cacique Neclueque no habían marchado, y que habían tomado la determinación de comunicarle que hiciese todo el esfuerzo posible para que la Comisión no pasase más adelante de este destino, pues que el señor Coronel se hallaba enfermo, los carruajes en mal estado, y las cabalgaduras del mismo modo; y que así invitase a los que debían reunirse, que lo hiciesen en este punto, que no había diferencia ninguna en que así lo efectuasen, evitando de este modo algunos malos pasos e incomodidades a la Comisión. El viejo cacique exhortó e impuso del mismo modo a todos los caciques, para que lo hiciesen con los demás caciques de la reunión; su diligencia y buena disposición nos hacía creer que de su hombría de bien no había que dudar, y que teníamos en todo trance un defensor constante, que pondría todos los recursos de su fuerza y opinión para no faltar a los principios de su conducta con la Comisión. A pesar de los recuerdos que el cacique Neclueque había hecho por medio de sus chasques a la Comisión, no estábamos enteramente persuadidos cual era su opinión ni su carácter, ni su posición, ni influencia con los caciques Ranqueles, ni con las tribus Aucases y Huilliches; y por consiguiente, aun cuando manifestase buenos deseos en sus embajadas de hacer paces, esto no era suficiente, si no influía en su opinión y respetos para que los disidentes entrasen en liga. Por su posición veíamos que podía ser interesante entrar en amistad con él, porque vulgarmente oíamos nombrarle con respeto y confianza entre todos. Desde nuestra salida de la frontera, por las noticias y anécdotas que habíamos oído de este cacique, habíamos formado de él algún concepto. Pero estábamos persuadidos de que no sería un paso infructuoso entrar en tratados, aunque insignificantes, para explorar su carácter, y entrar en relaciones más íntimas. Al mismo tiempo, aunque había algunos obstáculos en pasar adelante, por no saber el punto adonde debíamos dirigirnos, creíamos que era ya mucho llegar a reconocer el terreno   -108-   y la hermosa Sierra de la Ventana, que demoraba muy próxima a nuestra situación, y que buscando las ocasiones el oficial ingeniero de internarse, como lo deseaba con anhelo, pudiésemos agregar todos esos reconocimientos a nuestras cartas, y a la geografía de este país, principalmente el de un punto que nunca había sido observado científicamente.

Estos deseos nos hacían sentir la necesidad de avanzar, aunque sufriésemos algunos trabajos, prefiriendo el adelantamiento de los conocimientos topográficos a todo otro atraso que pudiese ocasionarnos. El cacique Lincon nos había prometido que, en caso de seguir adelante, no nos abandonaría, ni menos los caciques Aucases, aunque se hallaban destinados para acompañarnos, y representar su tribu durante los pactos celebrados con sus vecinos los Ranqueles. El cacique Neclueque no pertenecía, según las indagaciones que hacíamos, ni a los Aucases, ni Ranqueles, mucho menos a los Huilliches, porque habita en puntos muy distantes, en donde se nos aseguró tenía su residencia. No pertenecía a los primeros, porque ocupaba el terreno de los segundos, ni pertenecía a estos, porque sus antiguos predecesores eran de la primera tribu, hasta el último nombrado Callmegue, hermano suyo, que murió en una de las incursiones en la frontera de Navarro, y a quien sucedió como el mayor de los hermanos, de los que existen. Sus relaciones con ambas son continuas, y en los pactos, incursiones o tratados, es consultado por las dos, sin pertenecer a ninguna.

 

 

Por la mañana, mientras el cacique Lincon visitó nuestro campo, se procedió al reconocimiento de una laguna, que se nos informó había a una o dos millas de esta posición, al SO. En efecto a 16 cuadras por este rumbo la encontramos, con un baqueano que nos condujo a ella. Su magnitud no excedía de 400 varas de circunferencia; su profundidad diez y doce pies en su centro, disminuyendo hasta 41/2 y 5 progresivamente en sus orillas; buena agua, fondo de arena y tosca, limpia en todo su interior, algunas pequeñas barrancas de dos y tres pies de altura; situada en un terreno sólido y elevado a la planicie descrita, con pastos abundantes, en un terreno desigual, y tierra negra y muy seca.

En la circunferencia de la laguna se hallan algunos ranchos o toldos de algunos indios, pertenecientes a la misma jurisdicción del cacique Lincon. El número de habitaciones eran seis, y su población de 100 y más personas; entre ellas tres mujeres jóvenes cautivas, de 16 a 18 años, y un jovencito de seis años. El número de la población   -109-   no pasa de 600, en los que se cuentan 200 hombres capaces de llevar armas. El de cautivas ya lo hemos expresado, y seguramente se nos aseguró que se había ocultado mucho a la noticia de nuestra llegada a sus poblaciones. Las demás divisiones que se reunieron y tenían sus poblaciones a 10 12 y 14 leguas, no conducían a ninguno de estos desgraciados; y su número, o total en esta tribu no se pudo calcular. El cacique Ancafilú sabíamos que tenía en sus toldos algunos más, y también de los demás caciques. La tribu de los Ranqueles sabíamos positivamente era en donde existía el mayor número, como los que habían asolado la frontera del O y concluido con su población; los que en el comercio interno de una tribu con otra, habían procurado canjear a sus vecinos los Pampas sus cautivos Chilenos o Araucanos por sus cautivos de la provincia de Buenos Aires; y en efecto, este comercio se había hecho tan activamente, que los esclavos que generalmente tenían, eran Araucanos, quedándoles algún número de prisioneros para hacer su comercio con más lucro. Muchos habían entrado por el canje, porque su vecindad con la frontera, y las proporciones que podrían tener para fugarse, como estaba sucediendo, les hacía perder en el momento su presa; otros no solamente por esta razón, sino porque con la llegada de la Comisión temían que se los hiciesen entregar forzosamente, después de concluidas las paces. Los Ranqueles, que generalmente estaban en guerra con sus vecinos los Araucanos, tenían cautivos o prisioneros de estos, o ya esclavos comprados a los mismos en su comercio con los Andes, que provenían de las guerras interiores de las tribus Araucanas, y los prisioneros pasaban a manos distintas en cambio de especies con las que hacían su comercio los primeros. Estos, temerosos, por la misma razón que tenían los otros, de la fuga de sus esclavos a su país, proponían y efectuaban el canje por nuestras cautivas; las que no podían escaparse de su poder por la distancia en que se hallaban, y para hacerlo, tenían que arrostrar grandes peligros. Ellos sabían que distaban de entrar en pactos con la provincia, para tener que entregarlas, y aun cuando así lo efectuasen, jamás entregarían su presas como lo hacían los Pampas, según lo hemos dicho más arriba.

Día 1,º de mayo43. Despejado y hermoso; viento fuerte del NO, fresco; por la mañana, aun no había parecido el sol sobre el horizonte, y ya se hallaban sobre el lago las familias de los indígenas,   -110-   recreándose en el baño. La mañana era muy fría; la helada aun existía sobre el campo, la agua de la laguna estaba escarchada; pero la naturaleza de estos vivientes, acostumbrada a esta operación diaria, vencía estos obstáculos de la estación, que nos parecían intolerables. Nos ocupamos por la mañana hasta mediodía, en reconocer la campaña vecina, y nada encontramos de particular, sino las calidades descritas.

Permanecimos en este punto, aguardando los chasques enviados al cacique Neclueque el día anterior, y cuya contestación debía determinar nuestra marcha al punto de reunión que se indicase. El día siguiente de su salida, se nos aseguró volverían con la contestación porque no distaban mucho las poblaciones de dicho cacique, 71/2 leguas al OSO, habiendo que atravesar algunos arroyos y malos pasos, hasta llegar a ella.

 

 

La mañana estaba hermosa, y despejado el horizonte, lo que nos facilitaba distinguir con más claridad el hermoso monte vecino. A la vista el mogote principal parecía ser muy elevado; sobrepasaba a otro de alguna elevación en mucha altura; antes de ver sus faldas, se descubrían otros que impedían observar sus cimas o mogotes, sino a una altura algo elevada. Este se mostraba a una distancia de 25 a 30 leguas; su figura es semejante a la del mogote principal del Tandil, pero más elevado que este; se distingue a 18 o 20 leguas sobre el horizonte, estando despejado; su vista no está impedida por ningún otro objeto; su perspectiva es majestuosa, y por su aislamiento en un campo tan dilatado, parece mucho mayor de lo que es realmente44.

Tal es el efecto admirable de estas obras de la naturaleza, en medio de una pampa al parecer sin límites, y tal es la sorpresa que causa al observador, cuando son vistas a una lejana distancia por primera vez en un país desierto; ¡semejante a un océano, en donde vaga como un bajel, sin más auxilio que los que le proporciona la casualidad! La casualidad ciertamente es la que conduce al viajero a   -111-   encontrar un pequeño lago en donde refrigerarse de la pesada jornada y de los calores del sol, y es igualmente la que lo ampara en estas soledades, cuyo cielo es benigno, y que por las variaciones de la atmósfera no deja de ser delicioso en ciertas épocas, y digno de ser habitado. Que nuestra población e industria se pongan al frente de los obstáculos que presenta este vasto desierto, y su naturaleza virgen dará a este país una nueva existencia en América.

Aguardando la contestación en nuestro campo de los chasques enviados, corrió a las 4 de la tarde una noticia vaga, que no dejó de sorprendernos, poniéndonos en largas cavilaciones; ella era que el intérprete, enviado a petición del cacique Neclueque, había sido asesinado por este, estando borracho él y su gente. Estas voces eran solamente las que se esparcieron y llegaron a nuestros oídos. A las 5 salimos de esta nueva con la llegada de unos de los chasques enviados el día anterior por el cacique Lincon; este, después de haber recibido el mensaje que le traían, vino a nuestro campo a dar cuenta al señor Coronel comisionado de lo ocurrido. Dijo que la noticia que poco antes había corrido era incierta, pues era obra de hombres conocidos por sus malas intenciones, que rodeaban a la Comisión por sus fines particulares, y que no debíamos prestar oídos a sus insinuaciones, ni consejos; que por desgracia esta clase de gente se había introducido y tolerado en su país, cuya felicidad y tranquilidad turbaban continuamente; que eran los principales motores de los movimientos o incursiones que se habían hecho, y que procuraban se hiciesen, porque no tenían nada que perder. Que el cacique Neclueque no era capaz de cometer un crimen de esta naturaleza; que era verdad que se habían embriagado en sus tolderías, y que en este caso no era extraño que se cometiese un crimen tal, pues que se habían visto casos semejantes; que el intérprete debía llenar esa misma tarde o al día siguiente; que el cacique Neclueque había recibido con placer los recuerdos de la Comisión, y se había impuesto de todo lo ocurrido, que repetía a la Comisión, que el interés general exigía que ella avanzase un día más de camino hacia sus tolderías, para concluir con más brevedad los tratados, y aproximarse a las principales tribus ranqueles, porque esto en nada podía influir en perjuicio, ni menos en atraso de ella. El cacique Lincon, en vista del mensaje, invitó a la Comisión a seguir un día más de camino adelante, y que él la acompañaría con alguna gente y los caciques destinados para el efecto. Que a cinco o seis leguas para la sierra se encontraban algunos arroyos y buenas paradas, y que allí podía hacerse alto; que él y su gente no la dejarían hasta su vuelta de los Patos, no permitiendo   -112-   que se le llegase a inferir ningún ultraje. El señor Coronel adhirió incontinenti a marchar el día siguiente, hasta el punto que se había acordado45.

Día 2. Claro y despejado, brisa suave y fresca del NO. Por la mañana nos preparamos para marchar al punto dicho: aguardamos al cacique Lincon para partir; este, a las 111/2 de la mañana nos invitó a hacerlo. En efecto, a esta hora lo ejecutamos, llevando un lucido acompañamiento de toda la población, hasta las mujeres, que seguían a su cacique, el que despidió a poca distancia toda la multitud a sus habitaciones, siguiendo solamente él, los cuatro caciques Pampas y algunos sirvientes. La marcha la rompimos con rumbo O, 20º grados SO; y a 1/3 de legua encontramos la misma laguna reconocida el día 30. En ella encontramos lo mismo que se describió, con la diferencia que se habían aumentado dos toldos o ranchos en la orilla de la laguna, cuyos dueños, escasos de agua, se habían venido a alojar a ella. Esto es muy general, y continuamente secan los lagos, y sus habitantes tienen que cargar sus viviendas, y arrear sus tropas de ganado, hasta encontrar otro, en donde vuelven a domiciliarse; de modo que sus poblaciones no son constantes en un mismo punto. En la estación del estío tienen que abandonar todas sus campañas, y abrigarse en las faldas de la Sierra de la Ventana, en donde se hallan buenas aguadas; y en la siguiente se retornan a sus terrenos o posesiones, aunque todo el país es común a sus indígenas para habitarlo, y solo guardan algún respeto a las fronteras o límites de las tribus vecinas; porque de lo contrario, sucederían largas contiendas, que acabarían por una guerra, como ha sucedido muchas veces.

Con el rumbo dicho seguimos la marcha, hasta las 51/4 de la tarde, por un campo delicioso, elevado y lleno de sinuosidades, semejante al resto de la campaña ya descrita. En esta sus calidades eran diferentes, los pastos más cortos, la tierra seca, negra y dura, el terreno lleno de diferencias de nivel, y muy seco, algunas colinas de poca elevación, y muchas piedras en todo el tránsito, por la aproximación a la sierra. A esta hora, y a 41 leguas del punto de salida, comenzó a aumentar de bellezas, la perspectiva risueña y agradable de la campaña; la mañana estaba fresca, serena y despejada,   -113-   el campo iba variando sucesivamente, y a los pastizales y dureza de la tierra, sustituía una verde campiña, y una tierra más blanda y vegetal, con diversidad de plantas, yerbas y flores deliciosas, que aumentaban la belleza del país. En él paseaban cuantiosos rodeos de ganado vacuno, caballar y lanar, y el horizonte aparecía al rumbo O 10º SO, cubierto de estas especies, envueltas confusamente en una corta niebla que por ese mismo rumbo se había levantado; a poca distancia que caminamos, distinguimos poblaciones en una vasta llanura de un nivel muy inferior a la que habíamos cruzado, mezcladas en la perspectiva con inmensos rodeos que a sus cercanías pastoreaban. A las 51/4 de la tarde, cuando el sol llegaba a su ocaso, arribamos a la ribera de un arroyuelo, en cuyas orillas se encontraban muchas poblaciones de indígenas, que a la noticia salían de sus casas a recibirnos, y cercaban nuestro coche con saludos y vivas de alegría. En la ribera, hicimos alto, entre las poblaciones que a derecha e izquierda se prolongaban sobre el curso de ella, y lo mismo los hermosos rodeos, descansando al lado de las habitaciones de sus dueños. Tuvimos en este momento unos instantes deleitosos al ver la mansedumbre y humildad de las mujeres y juventud indígena, que la nuestra arribada nos recibían con demostraciones de cariño y de paz, e igualmente al presenciar los atractivos de la naturaleza que a nuestra vista se presentaban por todas partes. El monte vecino demoraba al rumbo S 10º SO dos y media leguas, y podíamos desde luego admirar su perspectiva. Suspendimos por entonces nuestras observaciones, deseando descansar de nuestra pesada jornada, para comenzar al día siguiente a hacer algunos reconocimientos, y a dar algunas descripciones particulares de este país encantador.

El cacique Lincon y sus compañeros, después de haber hecho alto, dejaron a la Comisión en aquel punto, que era hasta donde la conducían, porque de allí no pasarían más adelante; y aun cuando quisiesen obligarla, ellos no lo permitirían. La Comisión aprobó su dictamen, y se resolvió a que se avisase al cacique Neclueque el punto a donde se determinaba la reunión.

El arroyo en donde hicimos alto se llama en el idioma Auca, Quetro-eique, o arroyo cortado. Informándonos de sus vertientes y su curso, se nos aseguró que nacía en la Sierra de la Ventana y desaguaba al NO, perdiéndose en bañados y médanos de arena que se encuentran por donde hace su curso, ocultando su cauce en ciertos parajes. Corre de SO a NE, serpenteando mucho para buscar el nivel del terreno, que es sumamente quebrado, formando muchas sinuosidades particulares, por entre lomadas y médanos; su cauce no   -114-   excede en todo su curso de cinco a ocho pies; su latitud es siempre de 20 a 24 pies; su fondo lama y zarca, siendo casi imposible vadearle por el tejido de berros que se forma bajo de su superficie. Su agua es un néctar; dorados y bagres se encuentran en abundancia, de 11/2 a dos pies de largo.

 

 

En sus riberas tiene constantemente barrancas de siete, cinco a cuatro pies de altura, cubiertas de maciegas y pajonales elevados; su superficie es limpia, pero su paso dificultoso, por la razón indicada. Un punto solamente de su lecho es conocido para el tráfico de los habitantes, y este se efectúa casi a nado; el fondo barro, y su latitud, mayor que en todas partes. La velocidad del curso de sus aguas fue calculada del mismo modo que la de los ríos de las Flores, Salado y Saladillo; el resultado de la operación fue, que en 10’’ de tiempo recorrió un espacio de 16 pies del país, o en 1’ de tiempo 96 pies, o 32 varas, lo que equivale a 5760 pies o 1920 varas en una hora; de donde resulta, que la velocidad de sus aguas está en una razón inferior a la del Salado, Saladillo y las Flores, en donde se ha hecho el mismo cálculo; es decir, en razón de ocho a siete, a seis, y a cinco comparativamente.

Estas cortas noticias que procuramos adquirir sin ser vistos, no bastan a dar un conocimiento, ya de su origen, ya de su desagüe, y variaciones sucesivas que forme su cauce, ni menos de las poblaciones que se hallen en su costa. Se nos aseguró igualmente, que a una y dos leguas se encontraban algunos otros arroyos, que corrían casi paralelamente al descubierto, y descendían de la misma sierra; igualmente, que el nacimiento o vertientes del río Sauce Grande y Sauce Chico no se hallaban muy distantes de nuestra posición, siendo la sierra origen de muchos arroyos; con otras particularidades no descubiertas por ningún facultativo. El único que ha transitado46 este país, y dado algunas noticias de él, nada ha dicho del arroyo Quetro-eique, cuyo conocimiento es debido a nuestra Comisión, ni menos de otros que corren más al O de este. En ninguna carta, de las pocas que conocemos de este país, se encuentran estos puntos remarcables, ni tampoco se halla determinada la verdadera posición de la sierra. Su curso y ramificaciones así como las vertientes y desagües de los ríos Sauces, fueron fijados arbitrariamente   -115-   por otro piloto que viajó a Patagones. Los desagües de estos ríos, en la costa del mar del S, y algunos otros de la planicie del SE antes de arribar al monte cercano, son trazados por un reconocimiento hecho recientemente de la Bahía Blanca en donde desembocan.

Estos ríos, así como sus orígenes, se hallan determinados con más exactitud en algunos reconocimientos particulares, que en ninguna carta formal del país. Las desembocaduras descubiertas en el reconocimiento de la Bahía, han sido determinadas por algunos marinos ingleses, y sus nacimientos, en algunos derroteros poco exactos de viajes terrestres; aunque no queda duda ninguna que se forman de las aguas de la sierra; pero esto no basta. Nosotros nos ocupamos, desde que arribamos a este destino, de dar principio a reconocimientos que aclarasen y quitasen el velo que tanto tiempo había encubierto la geografía de este país, con el objeto de perfeccionar la carta que nos proponíamos formar, reuniendo los mejores trabajos científicos.

Día 3. Nublado y calma, brisa fuerte del SE. A las 12 del día vimos el sol, la niebla y cerrazón de la mañana lo habían impedido hasta entonces; en el momento volvió a toldarse, amenazando lluvia, impidiéndonos de este modo el ver la sierra y el hacer algunos reconocimientos, no obstante que la niebla nos hubiera favorecido para que no fuésemos vistos cuando los practicásemos; siendo indispensable internarnos por entre las mismas poblaciones de indios, solos y sin baqueano, guiándonos solamente con la aguja, para no perdernos a la vuelta con la densidad de la niebla. El objeto principal que nos conducía, era averiguar los orígenes de los arroyos, y reconocerlos hasta donde fuese posible, y después, de esta difícil operación, observar las alturas y detalles particulares de la sierra, avanzando hasta donde las circunstancias nos permitiesen, para trabajar con mejor éxito. Por la mañana dispusimos todo para emprender el viaje, llevando tres o cuatro soldados, que cargasen ocultamente los instrumentos que pudiesen ser necesarios para la práctica de las operaciones en el terreno.

 

 

Aguardábamos antes de partir algún resultado del cacique Neclueque, en contestación a los chasques que se le habían enviado, y al intérprete mismo, que aun no había llegado; para saber de este modo la última resolución de la invitación últimamente hecha por dicho a todos los Ranqueles de la misma clase,   -116-   porque nuestros trabajos no se podían efectuar si había algún movimiento, o miras siniestras que descubriesen los disidentes contra la Comisión; mayormente cuando el cacique Lincon por la mañana, al saludar a la Comisión, le participó que sabía extraordinariamente que los caciques Ranqueles manifestaban ideas hostiles contra la Provincia y Comisión, que no querían reunirse a tratados, y si continuar la guerra. Que opinaba se aguardase sosegadamente al intérprete, y con la contestación del cacique y la narración de este, determinar lo que debía hacerse. En efecto, a las 12 del día llegó el intérprete, y habló al Coronel comisionado, dándole cuenta de lo ocurrido, diciendo que había tenido una conferencia favorable con el cacique; que la Comisión no dudase un momento, de su sinceridad, y buena fe; que era el primero que gustoso se presentaría a entablar una negociación, sosteniendo otros principios que los que se habían puesto en planta en la primera reunión por hombres que presidían estas tribus, y que habían sido tal vez los que ocasionaban la morosa o dificultosa transacción con la tribu Ranquel; porque tan solamente los intereses particulares se habían dejado entrever, desatendiendo la felicidad de su país, y los intereses generales de su pueblo. Que el cacique le había suplicado hiciese todo esto presente a la Comisión, y que le participase igualmente los hechos que había presenciado él mismo, y su conducta con los caciques disidentes. El intérprete añadió que durante su morada, había sido testigo de varios chasques que había enviado a todos los caciques, principalmente a los ulmenes, o principales, Pablo, Calimacuy, Joaquín, Antenau, Grenamon, etc., para que se reuniesen al pacto en el punto donde la Comisión había hecho alto; que había sido desairado otras tantas veces en sus invitaciones, contestando con razones vagas e inconducentes que alegaban para no asistir, y que en los preliminares para el pacto en cuestión se habían recordado ciertos ofrecimientos que el Gobierno les había hecho. Que el uno era una promesa, que por conducto del capitanejo en rehenes se les había comunicado, sentándose como un principio que jamás se quebrantaría, y como base de lo que debía practicarse; él era que el Gobierno debía remitir, como presente, por la Comisión, 50 aperos completos con espuelas, estribos y demás avíos de plata, a más de otros tantos sombreros finos, casacas y espadas con guarniciones de lo mismo; y que sabían lo contrario; es decir, que la Comisión decía que no llevaba semejantes especies, ni menos cosas equivalentes. Que por esta razón, y por otras infinitas que ocultaban, no querían hacer pacto alguno, pues que la conducta que el Gobierno les presentaba, eran lazos y trampas, que al fin si se mostraban incautos, se enredarían en ellos, y el resultado sería manifiesto. Mayormente cuando sabían por sujetos de Buenos Aires, que a eso   -117-   tendían las miras del Gobierno, y que su conducta lo manifestaba claramente. A más de que ¿por qué la Comisión había observado esa conducta desfavorable hacia ellos en los primeros pactos con sus vecinos los Pampas, distribuyendo los artículos y especies diferentes de lo tratado anteriormente, que había remitido el Gobierno para obsequiar a todos igualmente, cuando se realizase la reunión? ¿Y por qué tampoco los caciques Pampas la observaron, y avaramente se repartieron a manos llenas lo que a todos pertenecía? ¿Y por qué al mismo tiempo la Comisión no los hizo responsables de su conducto, y de los resultados que prácticamente producía, y las desavenencias que ulteriormente podría ocasionar? Concluyó el intérprete, por último, diciendo, que estas eran las contestaciones que repetidas veces habían dado; añadiéndole al cacique invitante, que los caciques Ranqueles no querían hacer un papel triste, ni menos recibir los restos despreciables que sus enemigos les enviaban, y que la Comisión conducía para entablar una negociación; que ellos se decidían al no admitirlo, poniendo en planta los recursos que de su negativa eran consiguientes, es decir, una guerra interminable. Añadió, que el cacique Neclueque se hallaba sumamente disgustado con la conducta que observaban los disidentes, y la poca justicia con que calumniaban al Gobierno, y los procedimientos íntegros y justificados de la Comisión, durante los negocios que habían tenido lugar en los sucesos con la primera tribu. Su opinión estaba cimentada en otros principios, y que haciendo justicia al Gobierno y a ella, se presentaría al día siguiente con los caciques sus compañeros y sus gentes a felicitarla, y a entablar los mejores y más duraderos principios de una paz, que sellaría su felicidad futura, y haría honor a la Comisión, despreciando esos viles pretextos, tan injustos como siniestros, y cavilosos que se alegaban para no entrar en tratados.

 

 

Con esta contestación y estos principios, fácil era tornar una resolución; pero la oferta del cacique era menester que fuese correspondida del mismo modo y con la misma franqueza, que su corresponsal lo hacía, y al efecto se hacía preciso demorarnos en aquel destino, hasta aguardar la reunión de este y demás que quisiesen hacerlo. Mientras tanto el oficial ingeniero de la Comisión, que escuchó esta narración hasta llegar a su resultado, aprovechando la oportunidad, marchó47 sin pérdida de instantes al objeto que se proponía,   -118-   con los cuatro soldados armados y municionados, por lo que podía ofrecerse en el curso de sus operaciones, internándose a campos incógnitos y llenos de enemigos por cualquiera parte que se echase la vista.

Analizaremos sucintamente los principios vertidos por los disidentes, en justificación de su conducta, o como argumentos y razones poderosas que daban para persistir en sus planes. Mirados bajo el punto de vista en que deben analizarse, estaban de acuerdo, con sus ulteriores miras, las que han manifestado desde el principio del siglo pasado; es decir, que siempre han fundado su conveniencia, su prosperidad y su incremento, en principios que ciertamente harían nuestra ruina y desgracia. Jamás se han acomodado a otros que no han sido el robo y el pillaje, ejercidos constantemente sobre nuestras poblaciones fronterizas, y que les han proporcionado fortunas, y procurado, a costa de los pobladores de aquella parte de la campaña, su engrandecimiento y un considerable aumento en sus ganados de toda clase, en especies, en cautivas esclavas; sin que les costase más que presentarse a nuestros paisanos, enmascarados, las caras pintadas, y armados con una caña y piedras; agregándose a esta pantomima un poco de valor característico y emprendedor, calidad conocida en todo indígena, y principalmente en esta tribu, que tiene un genio más guerrero que las demás limítrofes.

Esta conducta, ventajosa para ellos, los ha enriquecido a costa nuestra, desde tiempos atrás; así, si la abandonasen serían unos incautos, porque ¿qué males han experimentado en sus incursiones a nuestra frontera? ¿Qué pérdidas, qué escarmientos, qué matanzas o carnicerías se han hecho con ellos en las distintas épocas en que han desplegado sus miserables líneas a la vista de nuestros milicianos? ¿Qué detrimento, qué cautiverio han sufrido sus bienes y sus familias en las empresas que nuestros milicianos o tropas que han custodiado la frontera han intentado sobre sus campos y poblaciones? ¿Cuántas veces han invadido y se han retirado sin presas, haciendo conocer a los dueños de ellas, lo necesario que es guardarlas mejor, y los medios que deben ponerse en planta para librarse de las funestas y continuas lecciones que les ha dado la experiencia? ¿Cuántas veces? Pero para que recordar tristes memorias, que echarían una luz sombría sobre los trabajos mencionados en esta memoria. Bastan estas indicaciones para hacer conocer cuál es el objeto y el fin que se proponen nuestros rivales. Ellos conocen bien que geográficamente, por su situación, se hallan garantidos de todo lo funesto o desgraciado que puede sobrevenirles; ellos   -119-   no ignoran la imposibilidad de nuestros recursos, para poner en ejecución la empresa de buscarlos en sus mismas guaridas, e indemnizarnos de lo mucho que nos han arrebatado, y rescatar los esclavos que han usurpado a nuestra población industriosa. Lo conocen, no hay duda, pero llegará tiempo en que nuestros recursos prosperen entonces sentirán el peso de nuestra venganza, y empezará una época diferente de aquella en donde encontraron tanto placer en asaltarnos impunemente. Llegará época, en que tengan que ir a mendigar el sustento y acampar sus tristes chozas en las faldas de los altos Andes, y llorando la suerte de sus mujeres e hijos, maldigan la conducta que por tanto tiempo observaron contra el país que les hizo más dulce su existencia, y les proporcionó los medios y los artículos más preciosos para hacerla más llevadera con la reciprocidad del trato. No hacemos estas reflexiones con la esperanza de retraerlos de sus designios, sino para dar una idea del carácter de estos hombres, y de los principios que reglan su conducta.

 

 

Los pretextos que alegaron para no entrar en tratados con la Comisión no merecen la pena de rebatirlos, porque ellos mismos se impugnan. Los pretextos o razones... Pero ¿qué razones? La primera, la oferta del Gobierno es falsa, y nunca ha existido, ni menos pudo ser hecha al capitanejo en rehenes, como este mismo lo aseguró nuestro retorno. La segunda, que la conducta del Gobierno hacia ellos los impulsaba a no adherir a ninguna invitación o pacto. ¿Qué conducta? ¿Adónde están las tropelías, los insultos, asesinatos y robos, autorizados por la autoridad para tildarle? Se dirá que se han cometido algunos en la campaña, principalmente en la frontera, por sus jueces comandantes de ellas, cuando pacíficamente han traficado; pero esta no es razón para culpar a la autoridad, y clasificar de pérfida e inconsecuente su conducta.

No entraremos a analizar los hechos que motivaron esos insultos, que sabemos han sufrido por el paisanaje o comandantes, no por autorización del Gobierno, sino por un espíritu de venganza; cuando, después de una invasión, en donde habían cometido hechos horrorosos, aparecían con mucha frescura al comerciar precisamente al mismo punto en donde impunemente perpetraron esas atrocidades; en donde aun humeaba la sangre de las víctimas que habían inmolado, y en donde existían las ruinas de las habitaciones que el fuego había consumido. Si entonces un deudo, o un infeliz labrador o hacendado, a quien habían dejado en la miseria, a más   -120-   de haberle muerto un hermano o hijo, y haberle cautivado su familia, cometió un hecho tal, ¡cómo se le puede reconvenir! En este caso, si mil tropelías, de cualquier naturaleza que fuesen, se hubiesen cometido con estos asesinos, debían tolerarse; porque los ultrajes que pueden haber sufrido, han debido ser inferiores a los que nos han prodigado.

La tercera es la conducta de la Comisión observada con las tribus Pampas, perjudicándolos en el reparto de los intereses, o especies comunes a todos. Bastan los hechos que hemos relatado, para comprobar nuestra conducta en los tratados, y desvanecer este cargo.

La cuarta y quinta son resultados de la anterior rebatida aquella, quedan impugnadas estas, porque los pasos que dio la Comisión fueron a consecuencia de la ratera conducta de ellos, como se hace manifiesto en los diarios de aquellos días, y en las reuniones que se celebraron. Queda, pues, demostrado que sus cargos eran infundados, y que ocultan miras siniestras, y un objeto depravado y falaz, que solo sirven para dar a conocer más a fondo el carácter de estos traidores, y el modo como deben ser tratados. Pasaremos a lo reconocido.

El oficial ingeniero, desde las 12 del día hasta las 5 de la tarde en que volvió al campo, hizo las observaciones siguientes: -Habiendo penetrado al interior de la sierra, hasta las faldas del mogote de la Ventana, siguiendo el curso de la ribera horizontal del arroyo Quetro-eique hasta su origen, lo efectuó al cabo de 31/2 leguas que caminó por el rumbo S 8º SO. Las vertientes se encontraron en las faldas del mogote de la Ventana, entre una pequeña abra que tiene otros, para entrar en una pequeña planicie en donde se elevaba el monte principal, confundiendo sus cúspides con la cerrazón de la mañana. Antes de subir sus faldas era necesario atravesar dos pequeñas cañadas o fuentes, que por el NO y S 12º SE se unían al entrar por la pequeña abra, y formaban ambas el cauce del arroyo, que no excedía de 11/2 varas, engrosándose progresivamente con las vertientes de otros pequeños cerros que formaban la entrada de la planicie, en donde señoreaba aisladamente el de la Ventana. El cauce del arroyuelo se ensanchaba hasta ocho a nueve varas, disminuyendo, al mismo tiempo su velocidad, hasta llegar al punto de nuestra parada, en donde se calculó la que allí llevaba. Marcado exactamente el rumbo y las distancias, pasó el ingeniero a reconocer todo aquel seno, rodeado de cerros menos elevados que el principal,   -121-   alrededor del cual formaban una figura circular, cuyo centro común era el cerro. Puso en planta la mensura de una base para levantar el plano de toda aquella superficie interesante, pero la densidad de la niebla no permitía descubrir los puntos principales que debían cerrar el área, al pesar de haberla reconocido. Toda ella forma una abra, de donde nace el arroyo descubierto de 500 pies de ancho; de allí al NO sigue un encadenamiento de colinas y cerros, de 300 y 350 pies de elevación, que cambiando de dirección en su curso a 2000 pies, siguen al O, disminuyendo sus alturas, hasta perderse al 1000 y tantos pies en pequeñas colinas, formando una abra considerable de más de 1500 pies. Siguiendo al SE se vuelven a encontrar algunos cerros unidos por sus faldas al principal, de la misma altura, y aun mayores de 900 pies, que corren circularmente hasta la abra, en donde se origina el arroyo. Recorrido este círculo, no distinguíamos por la parte septentrional de su límite la sierra de Curumualá, unida a ella por medio de una abra, que forman algunas colinas, y la separan de la principal. Sus diferentes mogotes elevados no se apercibían desde aquella posición, mucho menos los del Guaminí que se une al Curamualá por un encadenamiento sucesivo.

Al recorrer el terreno que hemos descrito, no encontramos otros arroyos, como se nos decía, que corren paralelamente al descubierto; nos figuramos entonces que sus vertientes tenían origen en el Curumualá, que se prolongaba más de una legua al NO, hasta unirse con la última ramificación que se pierde en la llanura, el Guaminí; Se nos aseguró igualmente por los mismos indígenas, que en la Sierra de la Ventana se hallaban las vertientes de los ríos Sauces; estas no las encontramos pero se nos dijo por los desertores e indios, que se hallaban en la parte austral del cerro de la Ventana, y de allí corrían hasta las costas de la Bahía Blanca, en donde desagua. Mucho menos encontramos las del Sauce Chico, que se hallan en el Curumualá. Ambos arroyos pasó un facultativo en su viaje a Patagones, es decir, hacia la parte meridional de la sierra, dejando el curso a la derecha, como lo describe en su diario, y dando como positivo el punto que indicamos por su origen.

A las 2 de la tarde, cuando parecía que despejaba el horizonte, y se descubrían las cimas del monte principal, nos dispusimos a medir su altura trigonométricamente. Ella resultó, después de haber hecho el cálculo por logaritmos, y resuelto los triángulos, de 2500 pies sobre el nivel general del terreno. Su altura es imponente, su perspectiva majestuosa, y lúgubre todo el terreno que   -122-   domina su elevación, y en donde se baila situado; él es totalmente desnivelado y lleno de piedras, y de una magnitud excesiva en las faldas y cimas de los cerros. La parte medida era accesible hasta 150 varas, pero a una mayor elevación forma despeñaderos de piedra, elevándose perpendicularmente hasta completar su altura, y formando algunos mogotes en su misma cima; pero de menor altura que el superior, el cual es perpendicular sobre su base, formada sobre la cúspide de los inferiores. Antes de arribar a la parte inaccesible, se forma una gran meseta de más de 190 pies de circunferencia, con aguadas de las lluvias, que forman un depósito en un pequeño pozo. En toda la superficie del cerro, no se encuentran pastos, sino piedra pedernal y común, y aun algunos minerales, como se asegura que lo es el armazón del cerro.

No sería extraño que esta cadena o ramificación de los Andes encerrase estos metales, siendo una masa homogénea a aquellos que los producen. Cuando se nos presentaban aquellas particularidades a nuestra vista, anhelábamos tener un caudal mayor de conocimientos, principalmente en la química, para poder analizar con más propiedad, y dar una descripción más exacta de las bellezas de aquel suelo. Bástenos indicarlas, aunque no las analicemos; llegará otra época en que genios más felices que el nuestro, sepan aprovecharse de estas indicaciones, y corran a descubrirlas, para llenar el vacío de los que teniendo proporción, no lo hicieron, Pero los motivos que nos impidieron de llenar todos los objetos de nuestra Comisión, no fueron solamente los que hemos alegado, aunque nuestra capacidad era bien limitada, por las circunstancias aflictivas que nos rodeaban, y los peligros a que nos exponíamos.

 

 

Siguiendo nuestra descripción, se verá cuán interesante hubiese sido haber hecho una observación astronómica en la falda de aquel monte, y reconocer el lugar que ocupaba en el continente americano; pero desgraciadamente no vimos el sol en todo el día que tuvimos proporción de ejecutarla sin ser vistos, reservándonos hacerlo, en la costa del arroyo, si se nos ofrecía la oportunidad. Hasta las 3 de la tarde no despejó la niebla, y a esta hora apareció el horizonte cerrado y nublado, amenazando una fuerte turbonada. Entonces nos resolvimos retirarnos, costeando si era posible la sierra, hasta el Curumualá, para descubrir el origen de dos arroyos que se nos informó de allí nacían. A 3/4 de legua que anduvimos, encontramos, entre la abra de la Ventana y el Curumualá, las de uno, llamado Ingles-mahuida, o arroyo del Inglés, por haber sido asesinado un extranjero   -123-   en tiempos atrás por los Ranqueles. Su origen era una pequeña cañada, que corría por medio de la abra, recibiendo algunas aguas de unos cerros, de los boreales del círculo de la sierra desierta. Siguiendo más adelante, como a 1/3 de legua, encontramos el de otro, formado en la misma abra, y recibiendo las aguas de algunos cerros poco elevados, que rodeaban el encadenamiento del Curumualá, distante al O 12/3 leguas, cuyas aguas formaban un pequeño cauce de 21/4 varas. El primero lo reconocimos hasta 11/2 leguas en su curso, casi al mismo rumbo SO a NE que el anterior Quetro-eique; su cauce se aumentaba considerablemente hasta 7 a 8 varas, y sus calidades eran las mismas, sin ninguna diferencia de las descubiertas en el primero. La velocidad de sus aguas estaba en una razón de 6 a 5; es decir, que su velocidad era mayor que el anterior, y en 1’ de tiempo recorría 110 pies, o 6600 pies, o 2200 varas en 1h, cuando en el mismo tiempo el otro no recorría sino 1920 pies. El tercero, nombrado Malloleufú (arroyo blanco) lo reconocimos igualmente hasta 1/2 de legua, y parecía apartarse considerablemente del segundo; es decir, de rumbo SO a rumbo NE 18º N. En lo poco reconocido encontramos precisamente las mismas calidades que los otros dos, pero en la velocidad diferían. Este recorría en 1’ de tiempo 102 pies, o 6120 pies o 2040 varas en 1h, es decir, que sus velocidades se hallaban en la proporción de 5 la del primero, 6 la del segundo, y 51/2 la del tercero.

Este último no lo reconocimos más extensamente porque en sus riberas divisamos un enjambre de poblaciones pertenecientes al cacique Neclueque; el segundo lo hicimos hasta donde encontramos otra multitud de toldos pertenecientes al cacique Necul, hermano del anterior, y sentíamos sobre todo no reconocerlos todo lo que fuese posible, para averiguar sus desagües, o el depósito de sus cauces, al parecer considerable, hacia el rumbo a que todos se dirigían; no quedando duda que sería en algún gran lago o en algún bañado, que era lo más probable, y lo que se nos aseguró. Las calidades del terreno eran buenos pastizales poco elevados, tierra dura, negra y vegetal, diversidad de flores y de yerbas, caza abundante, y de toda especie.

En la sierra48 se encontraron grandes tropas de guanacos, liebres, gamos, avestruces, etc., y para la caza de los primeros los naturales usan bolas, en que ponen su lujo particular, preparándolas de un   -124-   modo industrioso. Entre los arroyos y las poblaciones se descubrieron inmensos rodeos de ganado de todas especies, no pudiendo hacerse su cálculo por no haberlos visto sino a distancia de algunas cuadras; cubrían el horizonte, y pastoreaban alrededor de las poblaciones. Nos reservamos reconocerlos en la reunión que debía realizarse al día siguiente, conforme lo ofrecieron.

Mientras tanto nos lisonjeamos haber agregado este conjunto de noticias a las existentes para aumentar los datos de la geografía de este país, y perfeccionar la carta y general que nos propusimos trabajar49; dando a conocer al mismo tiempo que cualquier trabajo de esta naturaleza, que se emprendiese, debe ser interesante, porque se hace en un país, del que se tienen ideas vagas manifestándolo los mapas que, hasta ahora hemos visto, en que se encuentran errores notables.

 

 

En todas las cartas se echan menos esas posiciones interesantes, es decir, la primera cadena de los pequeños Andes, formada desde el Volcán hasta el cerro del Cairú en donde concluye; dejándose ver en su lugar una vasta pampa en vez de una serranía que la atraviesa. Lo que hemos encontrado representado en su verdadera posición son el Volcán y el Tandil, pero no la continuación del encadenamiento de sierras que atraviesa el desierto, corriendo más de 30 leguas al NO. En otras ni aun se hallan indicadas, y solo se encuentran encadenadas las dos primeras, corriendo a rumbo diferente de lo que es realmente, y sin formar entre ambas esa abra inmensa de 12 a 14 leguas. Estas, podemos decir sin vanidad, quedaron determinadas en la expedición que hicimos el año 21, aumentando con nuestros reconocimientos la parte geográfica de aquellos parajes. La segunda cadena de los Andes (la Ventana) se halla igualmente mal representada, corriendo a un rumbo diferente del que sigue; ni tampoco están determinados otros puntos de ella, como el Curumualá, el Guaminí y los arroyos que de ellos descienden, contentándose con anotar la posición del primero vagamente, como lo han hecho con el Tandil.

 

 

La única carta en donde se hallan representados los dos puntos principales de ambas cordilleras, es la de la provincia que construyeron   -125-   los marinos españoles, Bausá y Espinosa, por orden de uno de los virreyes. En ella se encuentra el mejor monumento de los trabajos científicos de nuestros antepasados; pero es incompleta toda la parte de este país, porque hasta entonces muy pocos, o ningunos habían viajado por él; siéndolo si la parte interior de la provincia, rectificada últimamente por los trabajos científicos de Cerviño en la expedición de Azara, y por reconocimientos que después se han hecho. Esta carta la conservamos como una obra preciosa, y nos hemos propuesto sacar ventajas, aprovechando sus datos para formar una obra completa del interior de nuestra provincia y pampas del sud, hasta el establecimiento del Río Negro, aunque no se extiende sino hasta el cabo Corrientes, prolongándose por el meridiano de los 38º de latitud hasta la Ventana y Guaminí. Pero un acopio de los mejores trabajos de la costa Patagónica, los viajes terrestres, y los nuestros nos darán por resultado una obra completa, que si no llega al grado de exactitud que estos trabajos demandan, al menos hará conocer el país que habitamos, y lo que él encierra.

De nuestra provincia no tenemos más carta que esta, es decir, del terreno comprendido entre la ribera del Salado, el Arroyo del Medio, el Paraná y las costas del Río de la Plata; y aunque en el año 20 se practicó un reconocimiento, esto no pasó de la esfera de un ensayo, pues se hizo a la ligera, con la aguja y las noticias vulgares de las distancias que dieron los paisanos o vecinos. Sin embargo se juntó un caudal de detalles y de circunstancias que no dejan de ser útil, pero con la condición de no darles más confianza que la de un simple reconocimiento, no obstante que fue ejecutado por un ingeniero que trabajó en aquel año, y dirigió un pequeño departamento que se estableció a sus órdenes en esta ciudad.

Seguiremos los sucesos de la Comisión y sus trabajos. La tarde continuó nublada, y a las 5 comenzó a llover, no cesando hasta las 10, en que sopló una brisa fuerte del SO, y calmó. No se vio en toda la noche el planeta Marte, que había servido de base a nuestras observaciones.

Día 4. Claro y despejado, brisa fuerte del SO. A las 10 comenzó a nublarse, y permaneció de este modo hasta las 3 de la tarde, en que despejó, soplando una brisa del primer cuadrante o NO. Por la mañana aguardábamos el resultado de la oferta que el cacique Neclueque había hecho de venir a nuestro campo con su pequeña tribu a tener una corta conferencia.

A las 2 llegó un indio o chuque, avisando señor Coronel García   -126-   que no extrañase si en aquel día no llegase a una hora competente para tratar, porque tal vez arribaría de noche, por lo dificultoso de reunir su gente, y de que otros caciques amigos lo hiciesen, porque demoraban algo retirados de su población, adonde les había dado orden que se reuniesen. A las 12 arribaron otros chasques, avisando que se ponía en marcha. A las 4 de la tarde presentó una línea como de 400 hombres, a cuatro cuadras de la ribera opuesta del arroyo, formados en ala, y armados mucha parte de ellos, de lanza. Con alguna confusión, y su griterío acostumbrada, atravesaron el arroyo, y se acamparon a una cuadra a la izquierda de nuestro campo, y allí se dispusieron a pasar la noche. El cacique avisó al señor Coronel que hasta el día no daría principio a sus conferencias, por ser ya tarde para efectuarlo. A su aproximación se le hizo una salva por la escolta, a petición del cacique Lincon, ceremonia de mucho aprecio para ellos. Al momento de efectuarse se repitió la gritería por más de 150 indios que se hallaban a caballo en nuestro campo, y que habían llegado antes que el cacique a los toldos cercanos, y establecido sus corrillos de juego de dado, semejante a los que habíamos presenciado en la primera reunión. No dudábamos, por el aspecto que presentaba esta, sufriríamos las mismas incomodidades, y tal vez mayores, porque habíamos observado muchos hombres blancos entre sus líneas, la mayor parte compuestas de Ranqueles, que se habían unido con algunos caciques de segunda clase a las gentes de Neclueque, y que habían venido, con la capa de tratar solamente por ver el partido que sacaban de la reunión; y además, como no los distinguíamos por el color, no sabíamos si eran de la tribu amiga de Neclueque, o de los Ranqueles enemigos. La turba de este cacique es compuesta de estos y de Pampas; pero en este caso, los mismos disidentes que se habían negado a tratar, enviaban sus gentes a observar y lucrar si podían, a todo trance, lo que la proporción les presentase.

El número de los reunidos se aumentaba considerablemente, conforme iban acudiendo de sus toldos, y al día siguiente nos esperaba un rato pesado, porque pronosticamos su resultado con la primera experiencia. Los caciques pampas, Lincon, Pichiloncoy, etc., etc., que nos acompañaban, vieron precisamente que no era la pequeña tribu del cacique Neclueque la que se había reunido, y que la que se presentaba era de disidentes, cuya reunión la efectuaban con siniestra intención. Mas nos dijeron, que estando ellos presentes, nada debía temer la Comisión; que ellos harían que la respetasen, y que esperaban igualmente que el cacique Neclueque no faltaría a sus principios y a los buenos sentimientos que había desplegado en sus mensajes a la Comisión. En los sucesos de la reunión   -127-   del día siguiente se verá la conducta de este, en nada diferente de la de los disidentes y de los de la primera entrevista.

La cadena de los Andes se veía claramente desde nuestra posición, y su perspectiva era agradable. El cerro de la Ventana demoraba al S 18º SO, prolongando sus ramificaciones hasta los 40º SO. El Curumualá demoraba al rumbo S 60º O, extendiéndose hasta los 80º; el Guaminí se prolongaba hasta los 30º al rumbo O 10º NO. La segunda sierra, o las cimas del Curumualá, forman un seno en la Ventana y Guaminí, es decir, que se hallan más al occidente que las otras dos, y así lo demuestra su perspectiva, apareciendo las elevaciones del primero y el último sobre el horizonte, y ocultándose confusamente en el centro las cimas elevadas del segundo. Toda la cadena corre de NNO a SSE, y es un error notabilísimo representarla en las cartas de E a O, lo mismo que el Tandil.

Logramos en este día tomar la latitud de la posición en que nos hallábamos, por nuestro planeta, y al mismo tiempo averiguar la variación de la aguja. El método de que nos valimos fue el más sencillo, adoptado por las circunstancias; un pequeño tratado náutico de Cedillo lo indica sucintamente. Las sombras de los hilos que se hallan sobre la rosa de la aguja de demarcación, son los que dan el resultado, tomando dos alturas correspondientes por la mañana y la tarde. Si las sombras que marca el punto de intersección de ellas, y que señala los grados en la roseta, son ambas de distinta especie, esto es, por la mañana señala un cierto número de grados al NO, y por la tarde al NE sobre una misma altura, réstese una de otra, del residuo sáquese la mitad, y esta será la variación de la aguja de la parte de la cantidad menor; pero si dichas cantidades fuesen iguales, no habrá variación alguna. Es decir, si el punto de intersección de los hilos de la roseta señala por la mañana, sobre una misma altura, 30º NE, y a la tarde, otros 30’, la diferencia será cero, y la variación ninguna. Así por este método encontramos la que nos propusimos, y dio 18º 30’ por variación.

Ella nos parecía excesiva, pero ejecutada la operación distintas veces, y aun rectificada por una meridiana que construimos, dio repetidas veces los mismos grados con diferencia de minutos, cuyo término medio de todos los resultados, son los que se indican. Al principio creímos que tuviese parte o influyese directamente en el exceso la atracción magnética de las partes metálicas del monte cercano; pero a pocos días la repetimos 8 leguas más distante y dio el mismo resultado. La variación que habíamos observado en las primeras sierras fue 17º 10’, y en   -128-   otra, en la Laguna de las Polvaredas, 16º 30’, y el incremento hasta l8º 30’ nos hacía notar que era mayor, mientras más nos internábamos y aumentábamos de latitud; esta razón no es constante, y en otras observaciones que hemos hecho, nos ha dado resultados diferentes, como lo expresaremos con los que obtuvimos a nuestra vuelta. En Buenos Aires se han observado en distintas épocas las variaciones de la aguja, por los agrimensores en sus mensuras de terrenos, y siempre se han encontrado diferentes resultados.

En 1813 fue observado ser de 121/2º E, y en 1708, de 16º 45’ E; de donde resulta que en 105 años se ha acercado la aguja al meridiano 2’ 30’’ al año. Otras observaciones se han hecho, y de su comparación resulta el mismo aumento progresivo; así las variaciones no son constantes en todos los países.

El pequeño censo de las poblaciones que se hallan situadas en los arroyos y faldas de las sierras, lo daremos más adelante, lo mismo que la latitud observada, es decir, en el diario siguiente.

 

 

La noche calmó, y heló fuertemente. En toda ella tuvimos grandes alborotos de la familia que teníamos acampada cerca de nuestro campo; una pequeña partida que había arribado de esta ciudad, los había provisto de aguardiente, y a poco rato ya estaban borrachos, con síntomas que no son de despreciar, y que se anuncian bajo los más alarmantes auspicios. El efecto que los licores causan en la naturaleza y máquina de estos hombres, lo analizaremos en la memoria sobre sus costumbres, en donde indicaremos los resultados y hechos particulares a que los precipita el frenesí que los causa.

El cacique, jefe de los reunidos, impedía que su gente nos incomodase; él por esta vez no había querido acompañarlos en sus festines, por consideraciones, y por no desmerecer en el concepto de la Comisión mientras tratase con ella; pero se engañó miserablemente; la perdió muy pronto, y no pudo menos de descubrir su interés y avaricia, y la ratera conducta que manifestó en el reparto; o más bien violación que hizo de las especies que se distribuyeron, obligando a la Comisión a sacrificarse por contentarlo, y a hacer demostraciones que nunca debía haber hecho, con un ambicioso usurpador y lleno de perversas intenciones, cubiertas artificiosamente con la capa de moderación y buenos sentimientos que había manifestado para engañarla. Su reunión no era tan solo con el objeto de hacer paces, sino para apoderarse de lo que pudiese, y obligar a la Comisión a desnudarse para saciar su codicia   -129-   infernal, y la de la turba de ladrones que lo acompañaban con iguales o peores intenciones que las de su jefe.

Día 5. Claro y despejado; viento fuerte del SO; la helada desapareció a las 91/2 del horizonte que lo cubría; los aires saludables que corrían de la sierra, hacían deliciosa nuestra posición, aumentada con la riqueza de las aguas, o néctares de sus arroyos. Por la mañana se armó nuevamente el desorden de la gente acampada, y, de la demás turba que se había reunido en nuestro campo, para pedir de todo lo que veían, gritar y armar confusión; para buscar las conveniencias o resultados que podía hallar, como objeto principal de su reunión.

A las 91/2 hizo el cacique reunir toda su gente a caballo, desalojando nuestra posición, la que rodeaban con petulancia y desorden, robando lo que podían. Establecida la línea a dos cuadras del campo, se formó un círculo desordenado; a esta ceremonia se les hizo una descarga con la escolta a petición del cacique Lincon, y después de ella se desordenaron, prorrumpiendo en gritería, con cargas a sable en mano, y lanzando cortes al aire para asesinar al gualicho que se había interpolado en sus líneas, huyendo de la descarga que le habían hecho. El gualicho es un ser imaginario o genio del mal, que creen que los persigue y causa todos los males que les sobrevienen: enfermedades, muertes, robos y desgracias; para evitar que se cumplan, cuando sienten síntomas de una próxima desgracia, o de un enfermo que está en peligro, se arman todos los parientes de él, con todas las armas a cuestas que tienen, montados en sus mejores caballos, llenos de cascabeles, cuentas y cascajos que metan ruido, y pintadas las caras, lo mismo que los jinetes, encoletados y con todas las insignias de guerra, prorrumpen en gritería y cargas, cortando a diestro y siniestro, hasta que concluyen dar vuelta a todo el toldo, o rancho que habita el enfermo. Cuando este les dice de adentro que ha sentido alguna mejoría, entonces es cuando creen que su operación de perseguir al genio maligno, origen de todo aquel daño, ha surtido efecto, es decir que ha huido; y en este caso el enfermo deja de sentir la influencia de su aproximación; esta operación la repiten cuantas veces se empeora, o dice que te ha acercado de nuevo el gualicho o hucasbe, y vuelto a sentir los mismos síntomas. En el momento de la descarga, el gualicho que perseguían era el estruendo que los asustó, y hasta que aquel cesó de causar en sus sentidos el efecto común, no cesaron de correrlo, y entonces creyeron que había desaparecido, porque calmó la impresión. En general, gualicho llaman al genio del mal que origina las desgracias, y un fusil, cañón o arma cualquiera, dicen que trae el gualicho, porque causan un efecto semejante, y que ningún otro genio produce.

  -130-  

Formado, como hemos dicho, el círculo de los reunidos con todos sus caciques, llegó una división de 150 hombres Huilliches con sus ceremonias acostumbradas, y antes de entrar a la reunión, se incorporaron a los demás; estos no se habían podido juntar en la primera conferencia con los suyos, porque habitaban las riberas más occidentales del Colorado. Los caciques, nuestros compañeros, se incorporaron en la reunión y conferenciaron más de una hora sobre los objetos de que se había ocupado la Comisión al paso por sus tribus, y las reconvenciones por los sucesos de entonces, que les hacía el cacique Neclueque, no en favor de la Comisión, sino en su conveniencia, diciéndoles que los habían perjudicado con haberse repartido más de lo que les correspondía. Los caciques contestaron, defendiendo su opinión, la del cacique Lincon y la de la Comisión rebatiendo con energía los sentimientos que expresaba el cacique, no semejantes a los que antes había manifestado. Concluida la parla, dieron orden para que el Coronel comisionado marchase a la reunión, y al momento lo ejecutó en coche con el oficial ingeniero. Llegado que hubimos, hicimos alto, y tardamos más de una hora en descender, mientras concluyeron sus parlas. Entramos en el círculo, donde se hallaban 20 y más caciques y capitanejos, presididos por el indio cacique principal, quien cumplimentó a la Comisión, y esta a todos abrazó y les dio la mano en señal de amistad. El cacique manifestó al Coronel comisionado el vivo placer que sentía al conocerlo y respetarlo, como un hombre de opinión, tributada por su difunto hermano el cacique Calhueque y sus antepasados; siendo un deber suyo tributársela, lo mismo que a su gobierno.

El Comisionado satisfizo por su parte a los cumplimientos hipócritas de este joven perspicaz, astuto y lleno de una fogosidad, característica de su juventud y su genio. Él volvió a tomar la palabra, e hizo un elocuente razonamiento, que descubría su viveza y disposición; manifestó de un modo imponente el origen de sus calamidades, las guerras pasadas y sus motores, las muertes o incursiones ocasionadas por la conducta de los gobiernos, la pérdida de su hermano, el cacique Calhueque, en Navarro; las tropelías y vejaciones que continuamente sufrían los indios transeúntes; la conducta que se observaba, que tendía siempre a esclavizarlos y subyugarlos; los cuentos y enredos que les habían introducido, y que los habían impulsado muchas veces a cometer actos violentos. Que se hallaban recelosos de la fuerza que se había mandado a Patagones; pues ¿cuál era su objeto?, sino el de procurar invadirlos con una fuerza considerable, como la que se había remitido a aquel punto. Que en la reunión estaban algunos de su tribu que habían sido robados y ultrajados por el comandante de Navarro, y acababan de arribar a pie, habiendo salvado de los que los perseguían para asesinarlos; que se observase aquel   -131-   acto, y se vería si era digno que ellos hiciesen lo mismo, y ejecutasen las incursiones; que de esto tenían la culpa los cristianos, así como de las resultas que su conducta ocasionaba.

Interrumpieron la palabra del cacique los mismos indios que acababan de arribar del suceso referido, pidiendo venganza, clamando por sus intereses que habían perdido, que se les remunerasen, o ellos tomarían su partido. El Comisionado trató de aquietar los ánimos exaltados de los exponentes, porque pronosticábamos por sus semblantes cuál sería el fin de aquella fiesta; calmándolos, y ofreciéndoles castigar al delincuente, y remunerarles todo lo perdido. Contestó a todos los cargos del cacique, a más de los que repitió en consonancia de principios con los disidentes, sobre la plata, y especies importantes de aperos, etc., etc., que hemos dicho. A esto se hacían fuertes cargos a la Comisión, hasta dudar de su buena fe, y añadiendo que sabían lo contrario, pues que se encubrían en los carruajes encajonadas aquellas especies; que se les diese todo al momento, pues que no eran menos que los primeros, que recibieron con más generosidad de la Comisión la mayor parte de lo mismo. Fueron desvanecidas todas estas imposturas, calmando a todos con la promesa de darles lo que había, desengañándoles de lo que se les había insinuado; y que, viendo lo que se llevaba, tributasen más honor a la Comisión; que jamás se hubiese expuesto a ser desairada, si hubiese sabido que existía tal oferta; que ella era incierta, y que el mismo gobierno le desmentiría esta especie50. Pidieron el cacique y el pueblo a grandes voces se les diese lo que había en las carretas, y en el acto se les hizo venir la yerba, tabaco, mantas, ponchos, sombreros, y de todo lo que había. En este momento se armó el desorden; el cacique repartía a los suyos todo lo que se había llevado, y las reparticiones se concluyeron, tomando cada uno a la fuerza lo que quería, desobedeciéndole, armándose una pelotera y confusión, unos a pie y otros a caballo, que nadie se entendía; expuestos nosotros allí a que cualquiera   -132-   nos hubiese descuartizado para repartirnos también. El cacique calmó y aquietó a su tribu; pidió más, se le contestó que no había; replicó sabía lo contrario, y entonces, por temor de una tropelía, se ordenó a un pobre pulpero que nos acompañaba y que llevaba un poco de yerba y mantas, las entregase; vinieron, y en el momento no quedó señal de haber existido tales cosas. Gritaban: a las carretas, a las carretas, que allí había más, y todos a ellas se dirigían. Entonces tomamos la determinación de ampararnos de nuestro campo, y defender allí hasta el último trance nuestras propiedades; no tanto estas, sino por el temor que, saqueando las carretas y nuestros equipajes que allí existían, encontrasen con las cajas de instrumentos de matemáticas que llevábamos en una carretilla. ¿Y entonces a la vista de estos objetos, qué ilusión, qué celos, y qué asombro no les hubiese causado? ¿Y cuál hubiera sido la suerte que hubiésemos corrido? Acudimos prontamente a poner remedio a nuestra inminente ruina, si así lo ejecutaban; la escolta se puso sobre las armas, cuidando la carretilla y carretas, y nuestro viejo cacique Lincon y demás que nos acompañaban, a la par de nosotros, aguardábamos por momentos emprender una lucha nada igual; su número excedía de 1500, y nuestra comitiva no pasaba de 40. Algunos atrevidos dieron principio a sus proyectos, y el primero recibió en recompensa, del bravo cacique amigo, una estocada que dio con él en tierra; segundo otra al que seguía al primero, y que huyó herido, y acometiendo después a otros que querían efectuarlo, calmó con su presencia a estos asesinos, que temerosos de la saña y elocuencia del viejo cacique, desampararon sus puestos, y se retiraron bramando de cólera contra su vencedor.

El cacique Neclueque, que había presenciado esta guerrilla, se determinó con mucha calina a aquietar y reunir a su gente furiosa. No puso mucho de su parte en hacerlo, y demostró algunas ganas de que se hubiesen realizado los planes de sus compañeros de armas, y los principios que desplegó este avaro, orgulloso y miserable, fueron los mismos o peores que los que manifestaron sus corresponsales los Ranqueles. Los demás caciques o capitanejos, capitaneaban o influían en camaradas que lo hiciesen, porque a todas les tocase parte de presa; pero se engañaban estos viles; el crimen que cometían no iba recompensado con el botín, y entonces hubieran visto su temeridad.

Con estos hechos resta pues algo que añadir. ¿No son suficientes para probar hasta la evidencia, la falacidad y mala fe de estas hordas de hombres bárbaros? No hay tal vez sino uno solo que tenga sensibilidad, y aquellas cualidades que constituyen a los seres racionales, y los distingue   -133-   de los que no lo son. El buen viejo se acreditó en esta ocasión, e hizo conocer que había hombres entre los salvajes, no con los principios y fiereza que los caracteriza, sitio con los de amistad, fidelidad y buenos sentimientos. No queda pues duda que será efímero cualquier esfuerzo que se haga para entablar paces y pactos de amistad; la que debe convencernos de la necesidad de poner en planta todos nuestros recursos, para castigar su audacia y refrenar su osadía; de lo contrario estaremos sufriendo insultos con impunidad, que no harán más que aumentar su desenfreno, para incitarlos a cometer más crímenes, que nos asolen y aumenten su preponderancia, que dentro de uno o dos lustros, todos en masa tal vez no seamos capaces de contener, y evitar que carguen con toda la población.

La turba se retiró con su cacique a las 5 de la tarde, a acamparse en la ribera del arroyo, quedándose aun en nuestros campos, algunos corrillos de los más pacíficos.

 

 

Prometió el cacique tener una conferencia más tarde con la Comisión, dejando sosegada su gente, para que nadie pudiese turbarnos, y hablar sobre lo ocurrido. En efecto, a las 8 de la noche se apareció en nuestra tienda, manifestó cuánto le había sido sensible la conducta de su gente en la reunión; que él no había podido evitarla. Su semblante demostraba que no se hallaba, convencido todavía, ni menos saciada su codicia, dirigiendo su entrevista más bien a que lo satisfaciesen, que a satisfacer fue menester mucha paciencia y política para manejarse en aquella corta conferencia, en donde descubrió más su genio y talento este joven. El señor Coronel comisionado le hizo algunos presentes lucidos para atraer y desimpresionar a este taimado enemigo; entre ellos fue un sable de parada, que apreció sobremanera, y su espíritu ambicioso se tranquilizó por entonces. Se trató enseguida sobre las bases del pacto, objeto de la reunión celebrada particularmente; no se consiguió se expresase de un modo terminante sobre las indicaciones que se hicieron en los primeros tratados, con respecto a cautivas, terrenos, comercio, etc., etc. Sobre cautivas le habló con calor el Coronel comisionado, impulsado por algunos paisanos labradores que acompañaban la Comisión, y cuyas hijas y mujeres estaban en poder de los indios; a pesar de haberlo hecho estos infelices con él anteriormente, ofreciendo condiciones que cumplirían hasta rescatarlas51. Ni la Comisión, ni estos infelices consiguieron una   -134-   respuesta definitiva de este cacique, que se contentó con asegurar que al día siguiente lo haría, consultando a otros compañeros suyos a quienes pertenecían igualmente. Nada obraron en el ánimo de este hombre las protestas que el Coronel comisionado le hacía, saliendo garante del cumplimiento de las ofertas de los interesados, si ellos no las cumplían en ciertos plazos que se señalasen; nada se consiguió en favor de esos desgraciados. Quería que en el momento, o cuando quisiesen rescatarlos, le llevasen en especies una cantidad de 700 a 800 pesos; pero sin embargo, dijo que contestaría. Se marchó muy contento a su campo, y más sosegado con los presentes que se le hicieron; prosiguió el festín de aguardiente, y el campo fue una continua gritería toda la noche, con peleas entre ellos, robándose unos a otros, etc., etc.

El pequeño cálculo que presentamos del número de los reunidos y de la población de los arroyos, no inclusa toda la que no observamos en las faldas del Curumualá, Guaminí y lagunas del NO, se puede decir que de la primera fue hecho con alguna exactitud, pero de la segunda tal vez no porque las poblaciones se extendían por las costas de los arroyos, y estos no fueron reconocidos sino a una corta distancia de cada uno, es decir, lo que se pudo sin que fuésemos vistos. Daremos solamente en esta parte lo que vimos.

Por noticias de desertores o indígenas, sabemos que la población es inmensa, y no interrumpida por toda la costa o faldas de la sierra hasta Salinas, inclusos los ríos Guaminís que desaguan en la laguna de San Lucas, los que se hallan poblados por la tribu Ranquel.

El número de los reunidos pasaba de 1300 hombres, según el total que formaban las divisiones siguientes.

 

HOMBRES

SABLES

LANZAS, etc.

La del cacique Neclueque

300

18

100

La del id. ranquel, Culeclen

320

19

50

La del id. id. Salomón

100

3

25

La del id. id. Necul

120

’’

32

La del id. id. Llangretaun

380

16

54

La de los Huilliches, cuyo nombre
del cacique no se conoce

150

’’

62

 

____

___

___

 

 

1370

56

323

En el primer arroyo Quietro-eique se encuentran 24 toldos, y su población   -135-   se calcula de 400 almas, hombres capaces de llevar armas 92. En el segundo Malloleufú se hallaban situados52 en ambas riberas del arroyo 28 toldos, y su población se calcula de 560 almas, en las que hay 120 hombres capaces de llevar armas. En el tercero, Ingles mahuida se cuentan las tolderías del cacique Neclueque y otros; en ambas riberas se encuentran 59 toldos, y su población se compone de 1200 almas, de las que 290 hombres en estado de hacer la guerra. El número de ganados es considerable, ellos se multiplican más allá de todo cálculo, abandonados a ellos mismos; porque aun cuando es manso y continuamente en rodeo, sus amos no los consumen, porque aprecian más la carne de potro que la de esta especie. Lo mismo sucede con el caballar y lanar.

La observación que se hizo de la latitud en el punto de parada en el arroyo Quetro-eique, dio por resultado, hecho el cálculo de latitud, 37º 50’ latitud austral, 56º 20’ longitud occidental del meridiano de Cádiz, o 16’ 10’’ de diferencia de longitud occidental del meridiano de Buenos Aires, como punto de partida, y a cuyo meridiano se refieren las diferencias de latitud y longitud contraídas durante el viaje, conforme se expresan en el estado general al fin de esta obra.

En algunas cartas hemos visto representada la Sierra de la Ventana en los 37º 55’; pero como nuestra observación no fue hecha en la falda del cerro, y sí a 51/2 millas más al oriente, en la costa del arroyo, la diferencia de 5’ es precisamente en lo que influye la distancia en millas que se ha dicho había de un punto a otro, y entonces solo resultan 28’’de diferencia; a no ser que la distancia no haya sido bien calculada, como es probable que así sea. La longitud es la misma, con la diferencia de 48’’ de la que se establece en las cartas que están construidas con respecto al meridiano de Londres, al que se halla arreglado el de Buenos Aires que rige las longitudes de los demás puntos de la Provincia. En lo que solamente se encuentran algunos puntos del interior del sud, es en la esférica   -136-   de Espinosa y Bausá, trazada por el meridiano de Cádiz, que regla la longitud de Buenos Aires53.

Día 6. Claro, brisa fuerte del SO, frío. Por la mañana volvimos al mismo alboroto: toda la gente del día anterior la tuvimos en nuestro campo, redoblando sus esfuerzos para salir ganando. En este día descubrieron más el velo de su piratería, dándose cada uno de ellos a adquirir lo ajeno contra la voluntad de su dueño; procuraban hacerlo a todas luces; lo veíamos, pero teníamos que hacernos ciegos, porque no eran aquellos momentos para reclamaciones, ni quiebras de lanzas. Era insufrible la presencia de esta horda desenfrenada.

Se invitó al cacique y demás capitanejos a tener una corta conferencia para concluir algo de lo que había pendiente, y emprender nuestra retirada, si podíamos. Reunidos, tuvimos una corta parla con ellos, en la que se suscitaron largas altercaciones sobre los mismos objetos que habían tenido lugar el día anterior, relativo a la plata encajonada que se les tenía guardada y no se les repartía. Los capitanejos que acompañaban al cacique en cuestión, eran los que interrumpían y renovaban las peticiones sobre la cócora guardada. En estas altercaciones se pasaron más de dos horas; se entró en composición, pero la composición era con preliminares de conveniencia para los contratantes. El cacique, presidente, no se contentaba aun con lo que había arrancado, sino que hacía propuestas para lo futuro, y estas las renovaba cada uno de los que le oían, obligando la Comisión a que así lo cumpliese a su llegada a Buenos Aires. Querían que se les remitiesen, si posible era, las mismas promesas supuestas, a más de los infinitos encargos que cada uno hacía particularmente; de modo que, todas las entradas de la Provincia de un año, no eran suficientes para remitir lo que pedían a la vuelta de la Comisión, si se había de cumplir lo que exigían.

Entretanto se actuaba en estas cuestiones de pedir de boca, la gente buscaba la ocasión, ya por las carretas, ya por nuestras tiendas, de conseguir alguna cosa. Por conclusión volvieron a fijar precios a todos los artículos de consumo que compraban en la frontera y en la ciudad, como a la yerba, tabaco, azúcar, etc., etc., poniéndolos a su antojo, y que así se les vendiese en lo sucesivo, como base de la paz; y también sobre las condiciones que debían ponerse a los corraleros, o casas en donde paran y depositan sus efectos, para la seguridad de estos y de los intereses que continuamente perdían en   -137-   la capital y en la frontera; en fin los mismos reclamos que en la primera conferencia hicieron los otros. A todos los caciques y capitanejos se les dio patentes de paz, para que pudiesen arribar libremente a cualquier punto de la frontera que quisiesen, con recomendaciones particulares, para evitar cualquiera hostilidad que se intentase.

Se dispuso todo para emprender en el momento la retirada a la población del amigo Lincon. A las 2 de la tarde nos despedimos de todos ellos, y rompimos la marcha. Toda la reunión se fue igualmente con su cacique, pero no sin dejar de cometer alguna tropelía para no faltar a sus principios. No habíamos avanzado 61/2 cuadras del arroyo, cuando arribó desnudo a nuestro alcance un pobre miliciano, que con interés de hablar con el cacique que iba en retirada, había pasado el arroyo para proponerle nuevamente el rescate de un hijo que tenía en su poder. Antes de arribar a él, lo abordaron tres de los que se retiraban con su señor, lo desnudaron completamente, y escapó, amenazándoles que daría parte al cacique; contestaron, que lo hiciese, y entonces perdería más; que se retirase, pues le tendría, más cuenta. El miliciano nos abordó desnudo, dando parte de lo acaecido, y siguió conformándose por no haber perdido más.

Si con nosotros se contuvieron de algún ultraje personal, fue por que velaban en nuestra seguridad el viejo cacique Lincon y el cacique Ranquel Quirusepe, a quien la antigua amistad con el Comisionado le indujo a abandonar su casa, al O de la sierra, con el objeto de hablarle y prestarle los auxilios que su sincera amistad le ofrecía, sirviéndole con sus respetos y crédito para influir en la paz con los disidentes. No había acudido con su gente, porque ninguno de su tribu lo había hecho; pero su opinión era conocida. Vino acompañado con su mujer e hijos, y estos fueron obsequiados por la Comisión del mejor modo posible; desde el 2 hasta el 6 inclusive nos acompañó, y a nuestra despedida se retiró con su familia, ofreciendo a la Comisión algunos indios de su tribu que la custodiasen hasta las fronteras. Este hombre singular, y tal vez el más racional entre todos los que habitan este país, ha estado infinitas veces en esta ciudad; su genio, carácter y amabilidad lo hacen apreciable y digno de habitar en otra sociedad más ilustrada. Se viste como cualquier otro hombre; su figura y fisonomía no indican que es indígena, sino un paisano decente; al mismo tiempo que su ceño es amable es también respetable; su rango es cacique de los principales Ranqueles, compañero del célebre Quintileu que fue asesinado por sus compañeros por haber coadyuvado a las empresas de Carreras, cuando este se refugió bajo de su protección, y demoró algún tiempo en la Sierra de la Ventana. Este amable sujeto jamás ha invadido, ni menos prestado su   -138-   consentimiento y auxilios a sus compañeros, que constantemente lo han hecho.

Con rumbo ENE rompimos la marcha, y con él hicimos las 41/2 leguas hasta los toldos del cacique Lincon, en donde hicimos alto a las 7 de la noche. Nos acampamos en el lugar anterior, y pasamos la noche con tranquilidad54.

Permanecimos en este punto desde el 6 hasta el 15. Daremos las causas de esta demora y demás sucesos.

El 755 estuvimos aguardando al intérprete de la Comisión, que el cacique Neclueque se había llevado consigo para tratar particularmente con él, antes que emprendiésemos la retirada. La Comisión obsequió al desinteresado viejo hospedario, para afianzar más su amistad; aunque no había necesidad de hacerle presente, porque su opinión era bastante conocida por la Comisión, pues le había dado pruebas que la confirmaban en el buen concepto que siempre había formado de él.

Repetimos la observación de la variación de la aguja y la latitud del lugar, porque hubo proporción de hacerla: la primera resultó 18º 55’ 25’’, mayor que la observada en la sierra, y en la latitud, menor, por lo que repetimos lo que, aseguramos anteriormente, que las variaciones de la aguja no son constantes; que en menos latitud es mayor que cuando esta se aumenta, y viceversa; aunque la práctica de otras muchas observadas nos había manifestado lo contrario, que cuanto más se aumenta de latitud, tanto mayor es la variación; pero el caso anterior nos manifiesta lo contrario, y lo mismo otras observaciones.

En el establecimiento de Río Negro la variación es 17’ en la latitud de 41º, y en la Sierra de la Ventana es 18’ 30’’, en los 37º 50’, lo que prueba la razón anterior.

La latitud resultó56 de 37º 43’ 12’’ austral, y 15’ 1’’ de longitud occidental del meridiano de Buenos Aires.

  -139-  

El día 857 aun no había llegado el intérprete para marchar. En la retirada debíamos conferenciar con el cacique Avouné sobre la respuesta que quedó en dar a la Comisión a su vuelta, sobre las cautivas que tenía en su poder; aunque creíamos que la contestación sería la misma que dio el cacique Neclueque (que fue ninguna), después que se ofreció hacerlo el día que se trató sobre el particular. Su objeto sabíamos que era desentenderse de tratar este punto definitivamente, no entregarlas legítimamente por medio del pacto, sino por su contingente correspondiente. Tenemos a la vista la razón de las cantidades que han pedido por el rescate de mujeres e hijos; ellas ascienden a 400 y 600 pesos (al que más favor le hicieron), no precisamente en dinero, sino en varios artículos que hacen un contingente igual a aquella suma. Estos y otros infelices aldeanos y labradores de la campaña, que han visto la precisa condición que se les pone para conseguir sus familias, han perdido la esperanza de rescatarlas.

Los que nos acompañaban, desesperados igualmente de no haber conseguido sus deudos en la segunda conferencia, en donde creyeron que el cacique contratante operase de un modo análogo a los principios que había manifestado, porque lo creyeron de buena fe, trataban tal vez de sacrificar su existencia, antes que dar vuelta y dejar en poder de los bárbaros sus caras prendas, objetos de sus afanes, que derramando arroyos de lágrimas, se despedían de sus esposos, rindiendo sus débiles brazos a sus cuellos; y pronunciaban el postrer adiós, quedando desmayadas en el suelo; los hijos abrazados de sus padres, era preciso que sus verdugos los arrancasen de sus brazos, para prolongar su cautiverio, en donde recibían todo género de vejaciones y maltrato. Era un cuadro lastimoso el que presentaban estos infelices al darse el último adiós. ¡Cuántas escenas se nos presentaron muchas veces, a las que no pudimos menos que rendirles el justo tributo que la naturaleza prescribe a la sensibilidad de los hombres! ¡Cuán aflictivos momentos, por nuestra desgracia, presenciamos, al ver esclavizada por la población indígena a la usurpada en la nuestra! Jóvenes hermosas de 15 a 20 años de edad, mujeres ancianas de 40 a 50, y criaturas de ambos sexos de dos a ocho años; las primeras arrastrando su hermosura e inocencia en miserables jergas, que por todo socorro les daban sus opresores,   -140-   a quienes servían de esclavas en los serrallos58. Las segundas, despreciadas por su vejez, servían en el interior de las inmundas habitaciones de sus señores, y eran tratadas con más rigor. La tercera clase era tratada del mismo modo; los muy jovencitos olvidaban su idioma natal, y aprendían el que le enseñaban en su nueva educación, sirviendo de esclavos a sus amos, y las jovencitas, a las mujeres de sus señores, hasta que se hallasen en edad de aumentar el número de aquellas.

El 959 aun no parecía el intérprete; teníamos todo preparado para marchar, y habíamos desistido de tener entrevista con ningún cacique; aguardábamos solamente la oportunidad de marchar, evitando toda demora, pues que no hacíamos más que perder el tiempo inútilmente. Pero parecía que no solamente se empeñaban en conseguirlo, sino en que recibiésemos peores ratos aun que los que hasta entonces nos habían mortificado.

El viejo cacique se presentó a nuestro campo a las 10 de la mañana, con el semblante alterado, y un chasque que había llegado del cacique Neclueque; hizo llamar al intérprete, y dijo a la Comisión: que en consonancia con los principios que había manifestado, no podía menos que exaltarse al comunicar la noticia que por medio de aquel chasque le participaba el cacique Neclueque. Que los caciques Ranqueles disidentes, combinados todos, habían determinado reunir sus fuerzas y formar divisiones, para hacer una incursión a la frontera y atacar a la Comisión, y vengarse de los procedimientos del Gobierno y de los de ella misma; que al efecto habían marchado las divisiones cada una a su objeto particular; que unas se dirigían a las guardias del Salto, Rojas y Pergamino, y otras a cortar la retirada de la Comisión; y que al efecto se hallaban apostadas en varios puntos del tránsito que debía hacer; que las quemazones de la campaña, y los humos que al N se veían, manifestaban como telégrafo, que las divisiones iban pasando de la sierra para efectuar sus planes. Que la Comisión no siguiese más adelante por ningún motivo; que hiciese chasques al Gobierno con oficios, dando cuenta de lo acaecido, y pidiendo auxilio; que mientras tanto ella permaneciese en su casa; que él y los suyos la defenderían,   -141-   si fuese atacada por los disidentes a costa de su existencia; que si los Ranqueles eran muchos en su número, ellos eran pocos, pero valientes; que les haría conocer que no eran menos guerreros que sus rivales, y que el cacique Lincon sabía ser consecuente en su amistad indisoluble con el Gobierno y la Comisión. Que él, como cacique principal de las tribus Pampas, haría convocar a todos sus caciques y les ordenaría que se preparasen para defendernos con sus fuerzas, demostrando sus principios y amistad que habían proclamado no hacía mucho tiempo en la reunión general; que él y su gente velarían desde aquel momento sobre su seguridad. En efecto, el bravo cacique se puso en precaución; mandó chasques a todos los caciques para que al día siguiente se reuniesen en su casa, y determinasen lo que debía observarse; es decir, quiénes debían remitirse de chasques, el número de tropa que debía pedirse de auxilio, y cómo y hasta dónde debía conducirse; y mientras tanto, los auxilios que debían prestarse por todos si eran invadidos sus territorios contra la Comisión por los disidentes. Nosotros nos pusimos en precaución en nuestro pequeño campo, atrincherándonos con nuestros carruajes.

Esta noticia, lejos de sorprendernos y causarnos agitación, la recibimos con serenidad, a pesar del peligro; porque la pronosticábamos anteriormente como un resultado de la conducta que habían manifestado, principalmente con la Comisión, y porque veíamos demorar su ejecución, esperándolos a la retirada. Ellos no hubiesen surtido efecto, porque era de esperar que, ignorantes de su movimiento, nos hubiésemos puesto en marcha sin auxilio ninguno; pero sabiendo lo contrario, nunca creímos que por venganza hubiesen de abrir una guerra con la tribu aliada, lo que les hubiese originado muchos males; esperábamos por consiguiente, que desistirían de su empresa cuando supiesen el amparo y protección que nos dispensaban los caciques adictos a ella. Así la Comisión se propuso dar cuenta al Gobierno de todo lo acaecido, desde su llegada hasta lo ocurrido en la fecha, como lo efectuó, esperando el resultado de la reunión del día siguiente, para dar cuenta igualmente de lo resuelto por ella en orden a los mismos asuntos, y disposiciones que se diesen para la forma de remitir los oficios.

El oficio número 1, que se tenía preparado, en donde se daba cuenta desde los primeros acontecimientos del 24 de abril hasta la fecha, estuvo pronto para remitirlo, y el número 2, que igualmente se remitiría, debía encerrar las disposiciones de la reunión que se iba a efectuar.

  -142-  

El intérprete de la Comisión arribó a las 5 de la tarde, y confirmó la noticia remitida segunda vez por el cacique Neclueque. El cacique Lincon tuvo su gente toda la noche sobre las armas en número de 300 hombres, y a cada momento mandaba órdenes a nuestro campo para que se hiciesen salvas y descargas. Estas peticiones extravagantes eran cosa de risa; pero era menester agradecerlas.

Las caballadas y ganados de la población y los nuestros se pusieron en movimiento a la novedad de la explosión; se armó una confusión horrorosa en toda la población, a la bulla y disparadas de algunos millares de caballos, yeguas, etc., etc. La nuestra se hubiera perdido toda si antes de hacer la descarga no la hubiesen custodiado. Todo el día, y a cada instante volvía a repetir sus insinuaciones el cacique. Es imponderable el placer que sentía al oír un tiro de fusil o de cañón.

El 1060 por la mañana, se reunieron algunos caciques de los convocados, y el principal, Avouné, para tener la conferencia. Este se presentó a la Comisión, y le manifestó el disgusto que tenía al observar la mala fe de los Ranqueles, y al ver demorada su retirada; que ellos iban a tomar una determinación para que fuesen infructuosos sus esfuerzos. A las 10 se reunieron los caciques siguientes.

Lincon, Pichiloncoy, Ancaliguen, Chanabilú, Neculpichuí, Pitrí, Avouné, Huilletrur, Llanqueleu, Chanapan, Epuan, Califlau, y cinco o seis capitanejos.

Presididos por el primero, dio cuenta este a la asamblea de todo lo acaecido, invitándolos con arrogancia a poner un pronto remedio, y cumplir con los hechos lo que de palabra se había asegurado tantas veces. Acordaron unánimemente que se remitiesen dos chasques al Gobierno por la Comisión, con una relación circunstanciada de lo ocurrido, pidiendo auxilio de 200 hombres; que permaneciese mientras tanto en la posición en que se hallaba; que los dos caciques partirían el 12, porque era menester que se proveyesen de víveres para el viaje que el uno traería la contestación   -143-   del Gobierno con lo resuelto, y el otro conduciría la fuerza hasta un cierto punto que la Comisión eligiese; hacia el cual marcharía escoltada por un cierto número de hombres que cada cacique daría, para completar un número imponente a cualquiera fuerza enemiga que se hallase apostada en el camino. Que previniese la Comisión al Gobierno que se cuidase de que las partidas que traficaban en la frontera no fuesen confundidas con las enemigas, y que se advirtiese al cacique en rehenes, Cayupilquí, que las reconociese, y si se encontraban algunas enemigas, se ordenase su prisión, que ellos estaban igualmente prontos a la primera señal a prestar sus auxilios.

Concluida la conferencia arribó un chasque de los caciques Huilliches, que habían entablado relaciones con la Comisión, y consecuentes a ellas, ofrecían cooperar con sus fuerzas a mantener el orden. La Comisión les agradeció sus recuerdos, dejando la contestación a la asamblea. Dijeron que estuviesen alerta para acudir a la primera orden que se les comunicase. La Comisión reiteró sus agradecimientos a las buenas disposiciones y sentimientos que todos los caciques habían desplegado en esta ocasión. Los oficios quedaron preparados para cuando los chasques saliesen.

Al día siguiente 1161 el cacique Lincon comunicó a la Comisión que iba a remitir un chasque al cacique Neclueque, dándole cuenta del resultado de la asamblea, y que, si aprobaba lo resuelto, podía prestar el auxilio que creyese por su parte ser suficiente; para que, reunido al que él daría y los demás de su departamento, la Comisión marchase bien escoltada, sin necesidad de pedir auxilio, ni de remitir chasques que causarían una demora, considerable. Que la Comisión, guiada por buenos baqueanos, extraviaría camino por diferente rumbo del que había traído, para burlar de este modo la astucia de los enemigos, y salir a otro punto más a la costa de la frontera, pues que se repetía que los enemigos se dirigían a atacar a Navarro, Lobos y Areco, y que retirándonos a la Guardia del Monte no habría nada que temer. Con el resultado de la misión que esperamos al día siguiente, creímos ponernos en movimiento, aunque no muy fiados en la custodia prometida.

El día 1262 por la mañana llegó aviso del cacique Pichiloncoy,   -144-   que se hallaba muy malo de hemorragias de sangre; que esto le impedía poder acompañar y auxiliar a la Comisión; que supiese que era amigo del Gobierno y de la paz; que tendría la satisfacción de visitar a la Comisión en Buenos Aires cuando se mejorase. Mandó pedir un remedio para su mal, y temiendo las funestas consecuencias que de su aplicación podían haber resultado, nos abstuvimos de remitírselo. El chasque era un hermano suyo, y este debía llevar consigo al cacique principal, Lincon, para presenciar la enfermedad y su muerte, que según sus pronósticos estaba cerca, y para que a su vista se le aplicase en los remedios, y se ejecutasen otros misterios que en estos casos acostumbran. El cacique se marchó a las 10, despidiéndose de la Comisión y llevándose consigo una escolta de 4 soldados con armas y municiones, para escopetear al gualicho en casa del enfermo. Prometió volver a la noche, no obstante que los toldos del cacique enfermo se hallaban 51/2 leguas al E, situados en una hermosa laguna63. Lo acompañó nuestro Antiguan, el que había permanecido con nosotros desde que supo el movimiento de los enemigos; en la reunión habló a todos los caciques con energía, a favor de la Comisión; y con el chasque, que se le remitió al cacique Neclueque, le mandó decir, que sabía el mal concepto que había formado de la Comisión en asunto a las alhajas de plata etc., etc. que le imputaban se usurpaba, por no entregárselas, que si quería informarse a fondo hablase con él que le desengañaría, para que otra vez tuviese más política, y no fuese tan embustero; que él había acompañado a la Comisión, y que sabía todos los artículos que se habían embarcado para la expedición, y que no había descubierto jamás esa mina que suponían.

Tuvimos un gran placer en tener este bravo amigo en nuestra compañía; él protestó a la Comisión, que no la había acompañado en su viaje a los Ranqueles por la enfermedad de su mujer y otros inconvenientes que había tenido, pero que su hermano el cacique Huilletrur lo había hecho en su defecto.

A las 4 de la tarde arribó el chasque enviado, con la contestación del cacique Neclueque; nuestro protector no estaba por recibirla, pero el chasque informó a la Comisión que el cacique Neclueque   -145-   aprobaba por su parte todo lo obrado en la reunión; que se había hallado sobresaltado en los sucesos acaecidos, temeroso de la suerte que correría la Comisión64; pero que al saber se hallaba hospedada por el cacique Lincon, se había calmado. Que no tuviese cuidado ninguno, que sabía positivamente que las divisiones que habían salido a hacer incursiones, se dirigían a la frontera; y que la que se había dirigido a hostilizar a la Comisión, había mudado de plan, dirigiéndose a la Guardia de Navarro; que en todo el camino no había novedad ninguna; que algunas partidas de su gente arribarían al día siguiente para acompañarla; que se hallaban demoradas a causa de lo anunciado, pero que todas irían con sus artículos de comercio a acompañarla; que el cacique Lincon la auxiliase, y lo mismo todos los demás, no haciendo demorarla más tiempo. Otros avisos justificaron este aserto, que al principio dudábamos que encerrase un ápice de verdad; pero nos desengañamos, que por esta vez había hablado la verdad, a pesar suyo, este hipócrita; y ciertamente lo contrario hubiese sido, si sus intereses no le hubiesen impulsado a hablar de este modo. Las partidas de comercio que prometió mandar, cargaban precisamente sus efectos, que tenía necesidad de mandar a la permuta a la frontera.

El 1365 arribó a las 11 del día Lincon, se dio cuenta de lo ocurrido, y resolvió tomar las medidas de precaución para efectuar nuestra retirada en virtud de la respuesta del cacique Neclueque; al efecto, impartió órdenes de convocatoria para una reunión a todos los caciques, dando cuenta de lo comunicado por el cacique Neclueque, y que nosotros nos pondríamos en marcha el 15, hacia la laguna en donde tuvimos los primeros tratados, y recibir el auxilio que allí reunidos los convocados acordasen prestar, mandados por sus capitanes o indios parientes o principales; a lo que accedió la Comisión de conformidad.

A las 12 llegó otro chasque del cacique Neclueque, ratificando lo que anunció en el primero; que los Ranqueles no tenían miras hostiles contra la Comisión; que su principal objeto era atacar la frontera del Pergamino y Areco, a donde se dirigían, capitaneados por   -146-   desertores y tránsfugas de Carreras, a las órdenes de un tal Curado chileno, capitán de una compañía de la división de este. El cacique remitió al Coronel comisionado un sable que este le había hecho presente, porque era de vaina y puño amarillo, puesto que no podían usar nada de oro, sino de plata, y que en consecuencia le remitiese otro de este metal. Extrañamos este paso, y mucho más que luchase el fanatismo y credulidad de estos hombres contra el interés, que por observaciones constantes habíamos creído era la pasión más dominante que los caracterizaba. El sable era lucido, y despreciarlo por conformarse a los hábitos de sus padres, nos hacía conocer que eran los mismos hombres de ahora 300 años, que inmolaban víctimas en las hogueras, cuando faltaban de cumplir los misterios que todos juntos no forman un dogma; sabemos positivamente que aun se inmolan las adúlteras, los asesinos, etc., etc. A cualquier cosa dorada o de oro le atribuyen ciertas supersticiones de un mal agüero que aquel metal lleva consigo, y la desprecian por esta razón, mirándolo como el ínfimo de los metales. La plata no; todos los indígenas la cargan en los adornos, chapeados y espuelas, en sus caballos; y cualquiera cosa de este metal es apreciada por ellos. La causa y origen de esta distinción no sabemos de donde proviene. Otra particularidad se nos refirió por uno de los soldados de la escolta que acompañó al cacique Lincon a los toldos del cacique enfermo Pichiloncoy: que habiéndose hecho la misma ceremonia que a todos los enfermos se hace, para espantar al genio del mal o gualicho que se halla a las inmediaciones del doliente, como lo hemos explicado anteriormente, no surtió efecto por más que cortaron, lanzaron y corrieron todo el día; mucho menos los tiros y descargas que se tiraron por los soldados; y hallándose malo el enfermo, consultaron al médico Machis, o agorero (como ellos llaman) a indagar con sus inspiraciones quién había tenido la culpa, o cuál era la causa que el gualicho se hubiese acercado a sus habitaciones, y puesto en aquel estado a su cacique. El agorero dijo, que los cristianos que habían llegado, eran los que lo habían traído, y que estos tenían la culpa de su muerte. Nos explicaremos: la suma de todo mal es conocido; el motor de esta causa es el que se ignora, y es el que se trata de averiguar, porque creen que es el que ha influido en hacer aquel estrago.

Los sacerdotes, o Machis, son los encargados de descubrir este misterio, y generalmente son los hombres, o mujeres más ancianas y de más opinión entre el vulgo. A su arbitrio queda decir Fulano o Sutano tiene la culpa, y entonces todos los parientes y vasallos se arman, y lo asesinan lo queman, haciendo lo mismo con   -147-   sus mujeres, hijos y ganados o haciendas que tenga. Si por casualidad hay algún indio mal visto o más pobre, o algún otro que haya tenido alguna desavenencia con el difunto, ese es el que padece la pena irremediablemente. Con el cacique en cuestión había habido un antecedente que venía a propósito para el pronóstico del indio Machi. Este cacique la noche del 3 había tomado una furiosa tranca con los caciques, sus compañeros y los indios del cacique Neclueque; se mojó enseguida, y resultó la enfermedad mortal. Bastante enfermo se retiró a sus toldos desde esta posición; la enfermedad se agravó progresivamente, hasta que lo puso en aquel estado. El aguardiente era regalo de un pequeño barril de dos frascos que la Comisión había hecho, al cacique Neclueque, y de este era el que había recibido el cacique enfermo; con estos antecedentes el Machi dijo, que los cristianos habían traído el gualicho, y que ellos todos eran causa de la muerte, que por instantes se aguardaba. Felizmente el cacique no murió con la aplicación de varios remedios que le hicieron los soldados de la escolta apurados con el dictamen del Machi, y temerosos que se muriese, y se llevase a debido efecto la ejecución de la hoguera, inventaron cuanto remedio había para salvarle. Por fortuna nuestra uno dio con la tecla, que hizo bostezar al cacique en cuestión, porque en aquel caso cuando se trataba de hoguera, discurrían como unos sabios los remedios que pudieran ser aplicables a la enfermedad. Se mejoró el hombre, y nosotros nos libertamos de ser quemados sin remisión. ¡Que bárbaros! Hubiera sido ciertamente un caso particular, y un fin memorable el de la Comisión del sud, al cabo de sus tareas y trabajos, ser quemados por la inquisición de las tribus de indios. Se hubiera llevado a debido efecto la sentencia, si muere el doliente, porque sabemos de otros casos particulares, en donde han asesinado y quemado a los que los infernales Machis les ha dado la gana de acriminar. Uno, ciertamente particular, acaeció el año pasado a la muerte del cacique Calueque, hermano del célebre Neclueque. Lo explicaremos en la memoria sobre las costumbres, religión, etc., etc., que seguirá a esta obra.

La mujer más antigua del cacique Pichiloncoy debía ser enterrada viva con su marido, porque es costumbre que los caciques que mueren, lleven una mujer, todos sus bienes, haciendas, armas, alhajas, etc., etc.; la razón es porque creen que el hombre que deja de existir en este mundo, va a existir a otro imaginario, y para que no lo pase solo, le dan la mujer, y todos sus demás bienes, para que transmigren a otro país en donde van a existir segunda vez; creen como uno de los dogmas más respetables de su creencia, la transmigración de las almas.

  -148-  

La china, mujer de Pichiloncoy, ya se había preparado para hacer este viaje con su marido, y acomodado todo su equipaje para su marcha. ¡Oh! ¡costumbres bárbaras, azote de los hombres y de la prosperidad de los países!

Por esta razón la población de estas tribus no se presenta con su incremento proporcional, que desde la conquista debía haber inundado esta vasta región, y cuyas consecuencias nos hubieran sido fatales. La práctica de esas costumbres horrorosas es la causa del descrecimiento de su población. Por un cálculo prudente, en una población de 10000 almas que reproduce 1500 al año, entre estas hordas mueren más de 1200, quedando solamente 300 de aumento; de donde resulta que al cabo de 33 a 40 años se duplica la población. Esta causa no es el único obstáculo a su progreso; la guerra los asola entre sí en las contiendas civiles, a más de las exteriores, en donde continuamente sufren algunas pérdidas en sus incursiones. Es verdad que su población la han aumentado con la nuestra, una duodécima parte más de la que tienen; pero este aumento les dura muy poco, la vida diferente y mortificada que sufren los cautivos, los hace sucumbir bajo el peso de los trabajos, o fugan, cuando ellos no los enajenan en el comercio interior de esta clase de esclavos. En el día conservan muchos, pe ro este es un censo casual, y fácil de desaparecer.

Si con este lento progreso, en su población, sentimos la influencia funesta de sus incursiones ¿cuáles serían los males que experimentaríamos, si su población no fuese interrumpida por aquel mal devorador, y que por fortuna de la humanidad tiene lugar en sus sociedades? Las costumbres en todas las tribus son las mismas, y observándolas con rigor, todas sufren el azote de su preocupación. El Ranquel y Huilliche, con genio e idioma de distinta especie, profesan unas mismas costumbres y se nos asegura que entre los segundos hace más estragos la observancia de sus prácticas que en las demás, por la austeridad con que lo hacen, con relación a su índole y vida doméstica.

El 1466 se despachó con el chasque, que aun no había salido, la contestación al cacique Neclueque; que la Comisión agradecía   -149-   la parte o interés que había tomado en favor de ella, como una prueba que garantía su conducta de toda calumnia, y un acto consecuente a lo pactado; que los disidentes serían castigados por el Gobierno, prohibiéndoles su tráfico y comercio con la provincia; que estos los habían de obligar a hacer la paz, y que entonces se la negarían, y que les pesaría aun más haber persistido en su tenacidad, poniéndose toda la gente en armas para castigarlos; que si observaban con él una conducta análoga a sus sentimientos, los despreciase, y si quería vengarse, pidiese auxilio a la provincia; que esta se los franquearía, consecuente a la amistad que reinaba; que ya era tiempo que desplegasen su energía, y pusiesen todos sus recursos en planta, para vengarse de sus enemigos que habían talado sus campos repetidas veces, robando impunemente sus haciendas; que recordasen los motivos que tenían para no ser indulgentes con sus enemigos, y que obrasen en unión; y resolviendo darles un golpe, lo comunicasen al Gobierno para que les prestase los auxilios que pidiesen. Se agregó, que se le remitirían todos los encargos que había hecho incontinenti a la llegada de la Comisión.

Se dispuso todo para emprender nuestra retirada, defiriendo la reunión a la laguna, en donde debíamos pasar hasta el 16.

La pacífica gente de esta población, que nos había hospedado mejor que ninguna, no nos incomodó en lo más mínimo todo el tiempo de nuestra morada, como lo habían hecho otras bien gobernadas.

Observamos en nuestras paradas en las poblaciones, que los naturales se ejercitaban en algunos juegos gimnásticos, como la caza a caballo de ciervos, gamos, etc., la lucha, las carreras, el pilmatum, juego particular que merece describirse.

El pilmatum es un juego semejante a la lucha; para presentarse a la palestra, se desnudan ocho o diez jóvenes los más gallardos y más aguerridos en ella, forman bandos de cuatro y cinco de parte a parte; describen una circunferencia de cuatro varas de radio, marcándola con rayas o lazos para no traspasarla. En el centro se colocan los lidiadores, formados ambos partidos a 1/2 vara, cara a cara. Uno de ellos tiene una pelota en la mano; este la arroja con violencia sobre el cuerpo de su contrario; este la recibe, y la dirige sobre otro enemigo, distinto de él que se la arrojó primero; este la recibe, y con fuerza la arroja sobre otro del partido opuesto; así es que este continuo movimiento para no perder la pelota, lo ejecutan de un modo pronto y   -150-   ágil; cuando recibe uno el golpe en cualquiera parte del cuerpo, corresponde al mismo o a otro del partido opuesto con igual tiro; si alguno no acierta al contrario, pierde cierto número de tantos; y si no corresponde con la pelota al recibir el golpe, o la deja caer en tierra, pierde igualmente cierto número de tantos; si alguno traspasa el límite descripto, pierde igualmente un número determinado; y un cierto número de pérdidas completa una partida, a la que juegan intereses de ambas partes. Si la pelota cae acaso en tierra, lidian luchando para tomarla primero ambos partidos, porque ganan una corta cantidad de puntos; en estas luchas arrancan con las uñas, que al propósito se las dejan crecer, algunos pedazos de carne de los contrarios para conseguir la pelota. Era ciertamente singular la perspectiva de este juego; la hermosura de la juventud lidiadora, su agilidad, destreza y viveza, proporcionaba un rato de diversión. El partido que gana recibe su premio en especies de plata, telas u otras cosas que apuestan; y recibe por conclusión música y festejos de los mirones. La música que gastan son flautas de cañas, arcos de cerdas con cascabeles, en forma de violines; y para la pelea, trompas de cuerno, y bocinas de tonos tristes.

La Comisión dio cuenta de lo acaecido por otro oficio al Gobierno, desde lo resuelto por la junta hasta lo nuevamente acordado, con noticia del día de su marcha, y de no haber necesidad del auxilio que en el primero se pedía. Todos estos oficios los teníamos detenidos hasta tener oportunidad de remitirlos.

El 1567, a las 12 del día, nos pusimos en marcha a la laguna llamada de las Tratados, por haber sido allí la primera reunión general. El cacique Lincon y toda su toldería nos acompañaron cerca de media legua. Su cacique y demás se retiraron a sus casas, ofreciendo este arribar al día siguiente a nuestra parada para acordar, con los que se reuniesen, el auxilio que debía acompañarla, que allí se dispondría de la Comisión por última vez. Mientras tanto, toda la población nos abordaba para despedirse, y deseándonos un viaje feliz se retiraban, llenándonos de adioses.

Con rumbo E 1/4 S, caminamos 31/2 leguas, hasta las 4 de la tarde, en que paramos en la misma posición anterior. En las márgenes de la laguna, en que antes existían cuatro toldos, a nuestra vuelta encontramos veintidós.   -151-   La población del cacique Ancaliguen se había trasladado de la posición que ocupaba, por haberse secado la laguna en cuyas riberas habitaba.

Al día siguiente, 1668, aguardábamos los caciques que debían reunirse para determinar nuestra partida. Mientras tanto, teníamos en nuestro campo toda la turba de indios y mujeres de las poblaciones vecinas, con sus acostumbradas petulancias. Nuestros víveres ya estaban en mala situación para obsequiar; los recursos se habían concluido.

A las 11 se reunieron en nuestro campo todos los caciques invitados que asistieron a la reunión anterior, presididos por el cacique Lincon. Hubo felicitaciones, y enseguida el cacique Avouné habló en nombre de sus compañeros, sobre algunos puntos particulares que el día de la reunión no habían tenido ocasión de considerarlos. Que no podía menos que repetir sus solicitudes tantas veces indicadas en las anteriores juntas, sobre el buen trato que demandaban en la frontera y capital para sus indios.

Recordó el cacique los robos, insultos, etc., etc. que decía habían recibido repetidas veces por los comandantes y paisanos. Se remontó al siglo pasado para comprobar con antecedentes la causa u origen de este mal. Hizo ver con los mismos sucesos el mal estado de la policía de la frontera, quedándose las partidas de tráfico muchas veces sin tener cómo efectuar su retirada, por la pérdida de sus cabalgaduras, y muchas más las que tenían que vender sus efectos, no a los precios corrientes, sino al que la codicia de los comandantes o corraleros les imponían, sacrificando de este modo los intereses, cuando no experimentaban mayores males; que pedían a la Comisión hiciese esto presente al Gobierno, y se estableciese el orden en este ramo, castigando a los delincuentes. Que exigían igualmente que sus chasques o enviados no fuesen detenidos tanto tiempo sin poder hablar al Gobierno cuando arribasen con embajadas; que este desprecio que hacían de ellos querían que se reformase, y se les tratase como a amigos; más que estas demoras los perjudicaba en sus intereses; que repetían segunda vez, como base de lo pactado, que todas las estancias y poblaciones que estuvieren situadas al otro lado del Salado, se retirasen, en el término de un año, a la parte opuesta, dejando todo el terreno a sus poseedores (la tribu pampa); que este acto sellaría   -152-   una paz duradera que de lo contrario sería inevitable el rompimiento de la guerra, si no se cumplía lo pactado en el término prefijado.

Esto mismo se acordó en los artículos estipulados en la reunión general, como lo dijimos. ¿Puede acaso tener lugar esta petición?... Es menester que nos convenzamos y conozcamos, lo que debemos hacer.

Convinieron los reunidos enseguida, que auxiliarían, cada uno con una pequeña partida, o algunos indios de los parientes de cada cacique, para que la acompañasen, no siendo necesario más auxilio, porque no había necesidad de él; que el camino estaba bueno, y que debíamos dirigirnos a la Guardia del Monte, extraviando rutas por precaución; que los indios de los otros caciques no se reunirían hasta dos o tres días, porque tenían que prepararse para el viaje; que en este intermedio adelantásemos camino, y que nos alcanzarían. Así se resolvió, y marchar al día siguiente a los toldos del capitán cona a aguardarlos, y de allí partir sin detenernos.

El cacique Lincon reiteró de nuevo su amistad con sus brazos en el cuello del Comisionado. Su sensibilidad se dejó ver en este acto; dijo por último, «que había completado la obra de protección que desde el principio se había propuesto; que sentía un placer interno que lo lisonjeaba, haber servido a un amigo antiguo, y a la provincia con su amistad; que esta era la causa que lo impulsaba a jamás abandonar esta lisonjera idea». Se despidió el buen viejo, lanzando sus últimas miradas sobre los objetos que habían ocupado su atención, y lo habían desvelado todo el tiempo que les sirvió de custodia. Los demás caciques se despidieron con sus gentes y se marcharon.

En la reunión arribaron dos chasques de los Andes. Estos venían a dar cuenta en nombre del cacique araucano, Victoriano, a todos los caciques de estas comarcas, de un triunfo que había conseguido sobre un partido rival suyo; que la guerra civil hacía estragos entre los mismos indígenas, y que dicho cacique estaba victorioso; que había trabado una batalla con 4000 hombres por ambas partes, y que había salido vencedor; que había conseguido entablar el orden, e invitaba a todas estas tribus a que hiciesen las paces con la provincia.

En el mismo día se puso otro oficio, dando cuenta al Gobierno de lo acordado en la reunión, y del día que debíamos partir.

  -153-  

El 1769 a las 91/2 nos pusimos en marcha a la laguna y toldos del cacique Antiguan, con rumbo E 4º N; hicimos 12/3 leguas de jornada e hicimos alto en los toldos del cacique cona. Fuimos bien hospedados. En el momento de parar, se nos acercó toda la población vecina al pedimento de sus vicios acostumbrados.

El capitán cona por despedida fue obsequiado, lo mismo que el cacique Huilletrur su hermano. Ambos ofrecieron que sus hijos y hermanos acompañarían a la Comisión hasta la capital. El capitán cona, complacido de ver de vuelta a la Comisión, por la que había hecho tantos esfuerzos, y por cuyo feliz éxito se hallaba interesado por conseguir afianzar su opinión, y para que sus servicios reputados como tales, le mereciesen una recompensa, no podía menos en su visita que halagarla, y corresponder de un modo amistoso a las consideraciones que ella le había dispensado. Invitó a la Comisión a comer en su toldo. La Comisión aceptó la oferta y pasamos a él a pocos minutos que allí estuvimos, nos retiramos.

El pequeño ambigú era más bien para no mirarlo que para el objeto a que se le destinaba; el desaseo y el mal olor de la miserable choza la hacían más bien una habitación de animales feroces que de hombres, por más salvajes que fuesen. La disposición de los platos y el asado que nos presentaron eran asquerosos, y la inmundicia en que estábamos no nos permitía quedarnos allí más tiempo. Por no desairar a la buena disposición y sentimientos del invitante, y de Madama Antiguan, tomamos lo muy preciso para que no pudiese causarnos una enfermedad. Nos retiramos, y quedaron contentos.

En el toldo había más de 30 personas que allí habitaban; ocho o diez jóvenes en rueda, jugando el dado y naipes, y las mujeres que preparaban las comidas y los asados para ellos. Es inexplicable la holgazanería y repugnancia al trabajo de estos hombres. Las mujeres son las que desempeñan sus obligaciones, a más de cumplir con las cargas que una dilatada familia les impone.

Las comidas son en extremo asquerosas70: estas las disponen para   -154-   sus esposos las mujeres; ellas, como lo hemos dicho, llevan consigo los trabajos más fuertes y dificultosos de su sexo. El varón, holgazán, acostumbrado a que le ensillen el caballo, le maten el ganado para comer, le den todo hecho, no piensa en buscar medios de industria para entretener su familia. Algunos vimos que se ejercitaban en tejidos, y las mujeres en disponer la lana, tejer cosas ordinarias, y siempre entretenidas con labores. Los Ranqueles no son de la misma especie que la tribu Pampa. El varón, aunque igual al otro, no reposa en la holgazanería; las telas son su principal entretenimiento, con más finura y gusto que los demás. Las mujeres hacen lo mismo, y en su vida doméstica ejercitan los pesados trabajos de la otra tribu. Ninguna de ellas llega al grado de civilización e industria de los Araucanos. Sus telas finas las introducen a estos en cambio de ganados, y aun de las suyas mismas. El Ranquel parece haberle heredado (como familia que de ellos recibe su origen) el valor y la constancia para la lucha, pero no sus virtudes, que los hacían recomendables en medio de su estado salvaje. El Pampa, raza que recibe su origen, al parecer del occidente de los Andes, se halla más adulterado en sus costumbres que el anterior. No tienen las virtu[des] el valor extraordinario de los primeros, ni la constancia de los segundos. Son guerreros por naturaleza, pero no valientes con orgullo como sus antepasados, y sus vecinos. Amigos del robo más que los otros, avaros sin cotejo, audaces y orgullosos en su suelo, hipócritas y humildes en el ajeno, piratas en el comercio, y desconfiados sin iguales. Los Ranqueles con muy corta diferencia tienen las mismas cualidades; más guerreros y sanguinarios, y de su valor hacen fe sus acciones; ambiciosos, orgullosos e hipócritas como sus vecinos los Aucaces; constantes en la pelea y en sus opiniones, hacen alarde de cometer acciones horrorosas, y en la mezcla se distinguen por su intrepidez; desafían en la lid mano a mano a sus adversarios, y se desdeñan batirse con menor número que sus fuerzas, a no ser que sean batidos. Gallardos y ágiles en el caballo, y de tallas regulares, desnudos y pintados hasta medio cuerpo, se presentan en las líneas con sus densos cabellos extendidos, que hace más imponente y respetable su figura.

Los Aucaces no ejercen esas acciones particulares de valor, pero son guerreros, aunque no en igual grado. Se presentan del mismo modo, y aun podemos asegurar que son más ágiles y poseen mejor el caballo que todas las tribus; son más sanguinarios que los Ranqueles, porque son más cobardes; cargan y cubren sus líneas con sus mujeres e hijos en estado de cargar la lanza. En ellas sufren los contrastes a la par la mujer amable y sencilla (cualidad natural de este sexo) es sacrificada a sus caprichos. Las Ranqueles son amables, y sus esposos no tienen esa costumbre impropia que es tan común   -155-   en los Aucases. Estas dos castas traen su origen de los Araucanos; su idioma y costumbres son las mismas, sin embargo de que el primero se halla algo adulterado.

Los Huilliches, tribu de distinta especie, son hombres con cualidades diferentes de las otras dos. Estos no descienden de aquellos, y sí de los Patagones; su talla es aventajada, su tez más negra, su figura más noble. Habitan el país que más atrás se ha descrito; son ágiles y bien hechos, manejan el caballo en igual grado que los Aucases, son guerreros e infatigables en la lucha, valientes con honor, no cometen esas acciones degradantes, que afean a los demás; hospitalarios y afables, constantes en sus amistades, amables en su vida doméstica, hombres de bien, legales en sus tratos, e industriosos más que todos. Sobremanera orgullosos en la lid, pero virtuosos, dan cuartel al rendido; poco avaros y nada desconfiados, su buena fe la ostentan en todas partes. En la lucha se presentan del mismo modo que los otros, pero son turbantes llenos de plumas; cargan las mismas armas, se pintan el rostro, y el aspecto de sus facciones es el más imponente. Sus mujeres tienen las mismas calidades que sus varones. Su idioma es diferente del de las demás tribus, sin ninguna diferencia de los Patagones; sus costumbres son idénticas a las de las demás naciones.

El 1871 a las 91/2 nos pusimos en retirada, despidiéndonos de toda la multitud que antes de partir nos rodeaba. Nuestro amigo Antiguan se dispuso a acompañarnos hasta las primeras sierras, y de allí retirarse. Llevábamos con nosotros una comitiva de 100 personas con los indios parientes que cada cacique había reunido, con artículos de comercio, y que debían ir en nuestra compañía. Un indio baqueano nos guiaba hacia la Guardia del Monte. Con rumbo E 30º NE rompimos la marcha; a la 11/4 leguas encontramos una laguna, como de 900 varas de circunferencia, llena de junco, buena agua, y de 5 a 7 pies de profundidad; fondo lama y barro, su nivel poco menor que el del terreno. Más al SE de ella, como una milla, se halla otra pequeña de 300 varas de circunferencia, con las mismas cualidades que la anterior; ambas están cubiertas de elevadas maciegas y pastizales en todos sus alrededores. En la primera contamos 15 a 16 toldos, en la segunda 5, pertenecientes al cacique Neculpichuí y Chañapan, los que al paso saludaron a la Comisión por despedida.

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La población de ambas lagunas se calcula de 300 a 350 personas, de las que solamente 80 a 90 hombres. Con el mismo rumbo, y a 21/4 leguas del punto de salida, se encontró otra a la derecha del camino, como a media milla, de 350 varas de circunferencia; buena agua, llena de junco y sucia, fondo lama y barro, y dos o tres pies de agua; en sus orillas se hallan cinco toldos pertenecientes al cacique Catrillán; el nivel de la laguna es el mismo que el del terreno. La población no pasa de 80 almas, y de ellas 12 o 14 hombres. En sus cercanías se hallan, algunos médanos, los mismos que pasamos antes a nuestra arribada. En sus inmediaciones se encontraban algunos rodeos considerables, y su número puede ser calculado de 12 a 16000 cabezas de ganado vacuno. El caballar y lanar pasa de 8000, pertenecientes al mismo.

A esta distancia viramos al rumbo E 48º N, y en esta dirección caminamos una legua, en donde encontramos una laguna sobre la izquierda del camino, como de 250 varas de circunferencia; su nivel es el del terreno, agua salobre, fondo barro y lama, dos a cuatro pies de agua, buenos pastos a sus alrededores; a 2/3 de legua y con rumbo E 38º N, que avanzamos de esta laguna, adelante, se encontró otra hermosa; su magnitud una milla de circunferencia, figura irregular, buena agua, fondo lama y arena, cuatro a cinco pies de profundidad, limpia y pastos cortos, en sus inmediaciones; el terreno blando tierra negra y húmeda. Con rumbo E 39º N seguimos la marcha, y a 21/4 leguas de esta laguna hicimos alto a las 61/2, en un pequeño monte de cardos sin aguada; pero advertidos por el indio baqueano, se había cargado la que se pudo en la laguna anterior. Desde el momento de la salida hasta la parada llovió; se hicieron 61/4 leguas de jornada, que resultan en línea recta 53/4, desde los toldos del indio Antiguan hasta la parada.

El terreno transitado en esta jornada era bastante húmedo y horizontal, sin ninguna diferencia de nivel; la tierra húmeda, negra y vegetal, abundante de plantas y flores; pastos cortos y buenos, leña de cardo bastante, la caza de ciervos, gamos, liebres y avestruces se multiplicaba a nuestra vista sobre el horizonte; la de mulitas, zorros, conejos, cuises, caranchos, peludos, zorrinos y perdices, cubrían la campaña, y el viajero no encuentra otras especies sobre su marcha que esta prodigiosa multiplicidad, que en los desiertos sirve para el sostén de los transeúntes y de los indígenas. De los cueros beneficiados de zorrinos, zorros y liebres, forman grandes mantas, cuyo vello les sirve para abrigarse de los rigores del país que habitan; los benefician de tal modo, que este artículo es apreciable en todas partes, y en los estrados se sirven de ellos. En su idioma los nominan quillanqus, y todos trabajan en este ramo, ya por su uso, o ya para acopios que permutan a la frontera.

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El 1972 a las 8 de la mañana, rompiendo la helada que cubría el campo, nos pusimos en marcha; transitando por un campo horizontal y quemado. A las 31/4 leguas del punto de salida, y con rumbo N 25º E, se encontró a la izquierda del camino como tres cuadras, una laguna de 600 varas de circunferencia; con barranca, agua regular, fondo barro y lama, dos y tres pies de profundidad, cubiertas sus riberas de mostaza, y duraznillo. Aquí se cargó agua, porque más adelante se nos advirtió que no se encontraría. A las 23/4 leguas de este punto con rumbo N 18º NE encontramos la huella o camino que llevábamos a la ida. El objeto que se proponía el baqueano al tomar el antiguo camino, era pasar por el mismo paso de la sierra, y de allí dirigirnos a la Guardia del Monte. Nuestro objeto era ciertamente diferente; pasar la sierra por otro punto más oriental y reconocerla, porque en este ya lo habíamos hecho. De aquí hubiésemos perdido mucho camino, si así lo hubiésemos querido efectuar, y no hubo otro remedio que seguir adelante. Desde el punto en que encontramos la huella, transitamos por ella 21/2 leguas, haciendo alto a las 5 de la tarde, por el mal estado de las cabalgaduras, fatigadas de la jornada.

No se encontró agua en la parada, pero la habíamos cargado. A 2/3 de legua más adelante de la parada, se encontraba un pequeño juncal, en donde la habíamos hecho a la ida, y cavado algunos pozos igualmente. Hicimos de jornada 73/4 leguas, que en línea recta resultan 71/6.

El terreno transitado era en partes tierra negra y blanda, y en otras dura y gredosa, y la mayor parte de esta clase, y quemado recientemente. Las mismas circunstancias del transitado en el día anterior se reproducen en este, respecto a caza y pastos, con la diferencia de ser más seco por su aproximación a la sierra. Esta la vimos desde la parada. El mogote principal de Limahuida, o Sierra Amarilla demora de nuestra posición al N 65º E, prolongando sus encadenamientos hasta el N 50º E. Los dos cerros llamados de la Comisión del Sud, demoraban al N 35º E. La sierra del Curaco, al N 15º E, prolongando sus encadenamientos hasta el N 5º O.

El 2073 a las 81/4 horas rompimos la marcha por sobre la   -158-   helada que cubría el campo; la cerrazón de la niebla impedía ver la sierra próxima. Partimos con rumbo NE, siguiendo la misma huella transitada; por ella hicimos 21/2 leguas de jornada, y a esta distancia la dejamos, siguiendo por el mismo rumbo a pasar por la abra de la sierra, a la derecha de los dos cerros, dejando la huella antes citada a la izquierda de ellos. A media legua de haberla abandonado, arribamos a una pequeña laguna llena de junco, la mayor parte seco; tenía alguna agua, la suficiente para que las cabalgaduras pudiesen refrigerarse, para seguir adelante y arribar al río Barrancas, en su nacimiento en la Sierra de Limahuida, el que no distaba mucho de la laguna. Esta tenía como 700 varas de circunferencia, y en un nivel igual al del terreno, cubierta de juncales y maciegas, y sin agua; era un terreno húmedo y tierra negra, blanda y vegetal; bastante leña de duraznillo y cardo se encontraba en sus alrededores.

A las 12 seguimos la marcha con el mismo rumbo, y a las tres leguas arribamos a la ribera occidental del arroyo Barrancas, el que pasamos, e hicimos alto en la ribera opuesta para pasar allí la noche. El terreno transitado en la jornada ha sido diferente en partes: las 21/2 leguas primeras, hasta la laguna descrita, fueron por suelo blando, húmedo, tierra gredosa y pastos cortos; las tres restantes más próximas a la sierra, de calidad diferente, buenos pastos, terreno sólido, tierra negra, dura y gredosa arenisca. En la primera, distancia el terreno era horizontal, y en la segunda lleno de sinuosidades y diferencias de nivel, y muy seco. En el arroyo Barrancas no fueron descritas algunas observaciones que hemos hecho a nuestra vuelta.

La premura del tiempo, cuando levantamos el plano de este paraje, no nos permitió dar algunos detalles particulares de él. En él se expresan sus vertientes, curso, sinuosidades, etc., etc. que fueron entonces determinadas. Ahora añadiremos una descripción más detallada.

Nace de la parte occidental de la sierra Lima-huida, o Sierra Amarilla, allá donde su ramificación parece que se pierde en el desierto occidental. Una pequeña fuente es su origen, y esta se aumenta progresivamente hasta formar un cauce de seis a siete varas de ancho; corre desde su origen de SO a NE, con corta diferencia, paralelamente a la ramificación de la sierra de donde nace, serpenteando por sus faldas, y formando sinuosidades pintorescas en todo el curso, por un terreno bastante quebrado, al pie de los montes que forman el seno. Pasa entre barrancas de cuatro   -159-   a ocho pies de altura, con algunas maciegas en sus bordes; su terreno duro, la tierra colorada y gredosa, pastos cortos y regulares, su agua exquisita, y cubierta de zarzas en su superficie, su profundidad 41/2 a 7 pies; su piso tosca y lama; no da vado en todo su curso, sino en ciertas partes conocidas por los indígenas transeúntes, y el punto principal es por donde lo efectuamos; la velocidad de sus aguas fue reconocida; en 20’’ de tiempo recorría un cuerpo el espacio de 32 pies, en una hora 96 pies; lo que equivale en 1h a 5760 pies o 1920 varas; su velocidad estaba, con muy corta diferencia, en la misma razón que las de los arroyos de la Sierra de la Ventana.

La velocidad de las aguas de este arroyo, reconocida en su desembocadura al de las Flores, fue calculada en 2340 varas en una hora. Resulta, pues, una diferencia de la observada en su origen, de 420 varas menor que aquella, recorriendo en este punto 1920 varas en una hora. Esta diferencia proviene de la más o menos diferencia de nivel de la superficie del terreno que recorre, y del caudal de aguas que se precipitan. Parecía natural que en su origen fuera mayor la velocidad del cuerpo arrojado en su superficie, pero el resultado demuestra lo contrario; es decir, que el nivel del terreno que más abajo recorre, antes de su desembocadura, es más elevado y de más sinuosidad en su superficie.

Este arroyo, por informaciones contestes de los baqueanos e indios, es el que se llama Tapalquen, que desagua en el arroyo de las Flores, y cuya desembocadura fue reconocida a nuestro paso por dicho arroyo, distante dos leguas al NE de él. La dirección de su curso es aquel mismo rumbo, y antes de desaguar en aquel arroyo se pierde en cañadas o bañados, y en forma de tal desagua, transitando por anegadizos y grandes cañadas que se le unen, y forman un cauce extenso que aumenta considerablemente el de las Flores.

Con estos datos, fácil era determinarlo, y tener unas noticias bastante exactas desde su origen hasta su desagüe. En la carta general se hallan determinados ambos extremos y lo reconocido, quedando la parte intermedia trazada, y que manifiesta no haberlo sido.

Se nos aseguró que más adelante se le unía otro arroyo, que nace de la parte elevada y más oriental de la Sierra Amarilla, el   -160-   que debíamos pasar al día siguiente de la parada74. En la ribera de este arroyo demoraban los dos cerros llamados de la Comisión, al ONO como una milla. El de la Sierra de Curacó al NO, prolongando sus ramificaciones hasta el NNO; el mogote, o cerro principal de la Sierra Amarilla al ESE, extendiéndose al SE y al NE un pequeño mogote, al que llaman los naturales Pichimahuida, o Sierra Pequeña.

El 2175 a las 8 nos pusimos en marcha con rumbo NE. La mañana estaba fría y cerrada. Con este rumbo costeamos el arroyo Barrancas, y determinamos sus diferentes sinuosidades, y demás detalles de su curso. A las 31/4 leguas que avanzamos, costeando el arroyo, encontramos con los mogotes de la sierra llamada Pichimahuida; pasamos, dejándola a la derecha, como 1/2 cuadra por sus faldas. Los dos pequeños mogotes que la forman, y a cuyas faldas pasa el arroyo, son de figura irregular, y de poca elevación; el primero tiene 115 pies de altura, y el segundo 157; el primero se halla con el segundo, enfilados ambos al NE; del uno al otro hay más de 1000 varas; ambos se unen por sus faldas, formando un arco cóncavo; el primero es accesible por todas partes, y tiene en su pequeña cima algunas piedras de gran magnitud, y por todas sus faldas esparcidas otras menores; el segundo es accesible por algunos puntos, y en los demás escabroso, y de un acceso muy difícil. En su cima o meseta, como de 50 varas, de figura irregular, se encuentra agua, depósito de las lluvias que se conservan en una pequeña fuente; en toda su superficie, se encuentran igualmente piedras de mucha magnitud; en sus superficies no hay pastos; una sola yerba es la que cubre la de todos estos montes, así como el de la Ventana, llamada yerba de la piedra, la que tiene algunas aplicaciones en la medicina.

Desde las cimas o alturas de ellos se disfruta una pintoresca perspectiva de todo el seno, y de las sierras. En el mismo paralelo de su situación, se halla un pequeño morro a la ribera opuesta del arroyo, transitando este por medio de la pequeña sierra y de aquel; tiene de altura 29 pies, y todo él inaccesible, compuesto de piedra   -161-   viva, que forma un torreón cilíndrico; el diámetro de su base es casi igual al de su cúspide; tiene este 14 pies; dista del cauce del río como 400 varas, situado en un terreno desnivelado y lleno de sinuosidades, las que fenecen a muy poca distancia de su plano; lo mismo sucede con Pichi-mahuida. De la cima del mogote principal de esta, demoraba la parte más elevada de la de Lima-huida al SSE; los cerros de la Comisión al OSO; la parte principal de la de Curaco al O. Desde esta altura se descubrió un mogote al ONO, enseguida de la parte más boreal de esta última sierra, bastante confusamente sobre el horizonte, al que los naturales dan el nombre del Cairú76; su elevación no parecía exceder a las demás. A su pie se extiende la hermosa Laguna Blanca77.

En la falda de la Sierra Lima-huida se encontraron algunos cadáveres, medios enterrados, al parecer de indígenas, y algunas otras sepulturas que demostraban la existencia de otros muchos. No pudimos averiguar, de los naturales que nos escoltaban, cuál era el motivo de encontrarse allí aquellos cadáveres. Uno de ellos, bastante racional, nos informó, que hacía algún tiempo que aquellos cuerpos habían sido sepultados; que antes de la expedición del año 21, cuando los naturales habitaban estas comarcas, era aquel lugar enterratorio de los indios, y que así había quedado, habiendo sido abandonado por los poseedores de aquel país, que de aquel modo honraban las cenizas de los que morían, preservando sus cadáveres de ser alimento de las fieras. La información no dejó de hacernos conocer un acto de humanidad, y una costumbre piadosa, a pesar de encontrarse en ellos varias otras que no debieran oírse sino con horror. Esta costumbre la conservan desde tiempos atrás. En la Sierra de la Ventana, en una de sus concavidades intransitables, está uno de estos depósitos o enterratorios; no lo vimos, ni tampoco sabíamos el lugar.

Una legua más adelante de la Sierra Pichima-huida, con el mismo rumbo, hicimos alto en la ribera del arroyo que costeábamos, a 41/4 leguas de la salida, con objeto de descansar y seguir adelante.

A las 21/2 de la tarde seguimos con el mismo rumbo, y a 11/2   -162-   leguas encontramos una cañada, que corriendo de SE a NO, desagua en el arroyo al cabo de cuatro a cinco cuadras de curso con un cauce pequeño. A 1/2 legua enseguida se encontró sobre la costa del arroyo una laguna de 6000 varas de circunferencia; buena agua, llena de junco, su nivel el del terreno; accesible por todas partes, y en un terreno húmedo; su profundidad no excedía de cuatro a seis pies, su fondo lama y barro, alguna leña en sus alrededores y buenos pastizales. A media legua, enseguida, se encontró un juncal de las mismas calidades que el anterior, y de igual magnitud. De este, a media legua adelante, hicimos alto en la costa del arroyo, y con el mismo rumbo, con objeto de pasar allí la noche. Se hicieron 71/2 leguas de jornada en línea recta.

Las calidades del terreno transitado han sido diferentes. En la distancia, desde el punto de salida hasta la Sierra Pichi-mahuida, es de una calidad semejante al descrito anteriormente; desnivelado y duro, tierra gredosa y seca, pastos cortos y regulares. En la otra, desde la pequeña sierra hasta la parada, fue diferente; pastos cortos y regulares, tierra negra, blanda y húmeda, terreno horizontal y sin sinuosidades, húmedo y muy blando. En tiempo de aguas debe ser un bañado intransitable. El arroyo no forma barrancas, y su nivel es igual al del terreno. Sus aguas salen de su centro, y se esparcen por la campiña.

Al fin de la jornada vimos sobre el horizonte, cuando se hallaba más despejado, un mogote que demoraba a mucha distancia y más allá de la Sierra Lima-huida, en donde se pierde su ramificación en el oriente, y parece que se acaba la cadena de sierras, que forman una abra con este otro monte elevado. Demoraba al 8 de la parada; los naturales la nombran Sierra de Huellucalel, y se nos asegura (a más de haberla reconocido un sujeto respetable) que el Arroyo Azul nace de este morro, corriendo paralelamente al nombrado Torralñelu, Chapaleofú y Tandil, reconocidos en la expedición que se efectuó el año 20.

Todos corren de este modo, hasta sepultarse en el vasto bañado o estero que, paralelamente al curso del Salado, se forma al sud, a 16 y 20 leguas de distancia.

El 2278 nos pusimos en marcha a las 91/2 de la mañana,   -163-   a pesar de la densa niebla que cubría el horizonte. Abrimos la jornada con rumbo NE, costeando siempre el arroyo Barrancas. A 21/5 leguas con este rumbo encontramos tres lagunas de diferentes magnitudes; la primera de las tres formaba un triángulo rectángulo, unidas por un bañado; su agua salobre, llena de junco, accesible por varias partes; cuatro y cinco pies de profundidad; su fondo lama y barro; alguna leña de duraznillo en sus alrededores; situadas en un terreno húmedo, o más bien bañado; crecidas maciegas las rodean.

La mayor, que forma el vértice del triángulo, y que se halla a la derecha del camino, tiene 450 varas de circunferencia, las otras dos, situadas a la izquierda, son de 360 a 380 varas. Su nivel es el del terreno. Distan unas de otras de 11/2 a 2 cuadras, encadenadas por algunas fuentes de buena agua. A la media legua más adelante se encontró otra de 400 varas de circunferencia, y con las mismas calidades que las anteriores, sin ninguna diferencia. A 1/2 de legua más adelante, y con el rumbo anterior, apartándonos más de dos millas del arroyo que costeábamos, encontramos otro que parecía unírsele a muy poca distancia.

Mientras la comitiva de la Comisión seguía adelante, nos dirigimos siguiendo su curso al S, al averiguar si era positivo que sus vertientes se hallaban en la Sierra Amarilla, en la parte más oriental de ella. Reconocimos 31/2 leguas, no quedando duda de su origen, comprobándose las noticias que el indio baqueano nos aseguró. Retrocedimos por la misma ribera al N para reconocer su desagüe. En efecto, 11/4 leguas del paso, siguiendo su curso al N 5º NE, se encontró en el arroyo, aumentado considerablemente su cauce. A este arroyo se le da el nombre de Quetro-leufú (o arroyo pantanoso), corre de S 5 SO a N 5º NE, su agua buena, su nivel el del terreno, serpenteando en forma de cañada, sin barrancas; la latitud de su cauce ocho a diez varas, su profundidad cuatro a cinco pies, sus riberas cubiertas de una maciega, su fondo barro y alguna zarza, en su paso pantanoso y no accesible; por esta razón en otros puntos la velocidad de su corriente se encontró menor que la del anterior; en 20’’ de tiempo recorrió un cuerpo el espacio de 25 pies, cuando el otro en igual tiempo recorrió 32 pies, hallándose sus velocidades en la razón de 5 a 4 comparativamente. El terreno por donde corre es más bien un bañado; a nuestro tránsito, a pesar de la seca que había agotado las lagunas de todo el país, las costas de este arroyo eran intransitables; terreno húmedo y blando, tierra negra y pantanosa; su cauce aumenta el descrito anteriormente; ambos, desde su punto de unión, forman el río conocido con el nombre de Tapalquen, que   -164-   desagua en el de las Flores, cuya desembocadura, como hemos dicho, fue reconocida al paso por dicho arroyo.

A dos leguas del paso del arroyo, hizo alto en la margen de una cañada, con el objeto de pasar allí la noche; desde el arroyo viramos al E 25º NE; a cuatro cuadras del paso con este rumbo se encontró el camino que desde aquel comienza para la Guardia del Monte, trillado y frecuentado por los indígenas, en su tráfico a esta guardia y otras más al sud. Se hicieron seis leguas de jornada, y en línea recta 53/4, por un campo malísimo desde el punto de salida. La seca de la estación nos favorecía, de lo contrario era intransitable este terreno con carruajes. La tierra o barro (porque todo era con corta diferencia un bañado) negro, a 1/4 de profundidad se encontraba greda; los pastos cortos y malos; en parte se encontraban maciegas elevadas, como en las orillas del arroyo, cañadas, etc. En la cañada donde hicimos alto, pasaban los pajonales de dos varas en sus orillas; tenía siete a nueve varas de ancho, y su cauce, de cuatro a cinco pies de profundidad, sucio y pantanoso. Su curso de ESE ONO manifestaba desaguar en el arroyo Tapalquen, en efecto reconocido, siguiendo su curso al ONO, encontramos el arroyo y su desembocadura; sus riberas eran intransitables por los pajonales y pantanos.

Los indios que los diferentes caciques prometieron, se nos reunieron en los días anteriores de marcha, llevando un acompañamiento lucido. El capitán cona lo hizo hasta la sierra de Lima-huida, y de allí se retiró a su casa con demostraciones de agradecimiento y cariño hacia la Comisión.

El 2379 a los 8 de la mañana nos pusimos en marcha por el camino encontrado. A dos leguas con rumbo E 25º NE, se abandonó el camino que habíamos encontrado; la razón que dio el indio baqueano para ello fue, que por dicho camino se hallaban muy malos pasos para los carruajes, y que daba algunas vueltas, lo que nos haría retardar el viaje y peligrarían los rodados. Abandonado el camino viramos al E 55º N, y a 13/4 leguas de haber cortado el campo por elevados pastizales que dificultaban abrir la huella, y al mismo tiempo fatigaban a las bestias de tiro, encontramos una cañada de seis a siete varas de latitud, llena de agita y con tres a cuatro pies   -165-   de profundidad, sucia y cubierta de maciegas en sus bordes; corría E SE a ONO; su origen se hallaba a una milla al primer rumbo. Se formaba de unos juncales o bañado, que se extendía por toda la pampa y la hacían intransitable; su desagüe lo hallamos a tres millas al 2º rumbo, bañado inaccesible, lleno de juncales y pajonales, que presentaba la perspectiva, de un abismo en donde se sepultaba todo el que osaba abordarlo. El se esparcía por toda la campaña, y se comunicaba con el opuesto por la cañada, la que costó gran trabajo abordarla por sus pantanos. Siguiendo el mismo rumbo y a 11/4 leguas encontramos otra de las mismas calidades que la anterior, corriendo paralelamente a ella; se formaba a cuatro cuadras de su paso, a la derecha de un pequeño bañado, y entra, a media cuadra del mismo a la izquierda, en una laguna de seis a siete cuadras de circunferencia; lleno de junco, mala agua, lo mismo que toda la de las cañadas, e inaccesible por todas partes. Una legua más adelante, transitando por un albardón, y con rumbo NE, encontrarnos una cañada con bastante agua, corrida paralelamente y al mismo rumbo que las anteriores; su latitud excedía de siete varas; su origen provenía de un gran bañado, que costeábamos, a nuestra derecha, como media legua, y al parecer sin límites, formando lagunas y cañadas como todas las que hemos pasado, haríamos desaguan en otro gran bañado que corría paralelamente al de la derecha, formando un encadenamiento de lagunas y juncales sin interrupción. El camino pasaba por un albardón, como una milla de distancia entre ambos. A tres cuartos de legua, con el mismo rumbo y por el mismo albardón, se encontró una laguna, a la derecha del camino como una cuadra; su circunferencia 1000 varas, llena de junco, buena agua, accesible por todas partes; cinco a seis pies de fondo, con barro y lama; su nivel el del terreno, alguna leña en su circunferencia; en sus alrededores buenos pastizales y cortos en partes.

Aquí se hizo alto a las 51/2 de la tarde, a las 71/2 leguas de jornada, 63/4 en línea recta, por un campo lleno de agua, o más bien un bañado, excepto las dos últimas leguas de la jornada, en que se encontró el albardón ya indicado. Los pastos cortos y buenos, largos en las riberas de las cañadas y bañados; tierra o barro negro; a la media vara de profundidad gredoso. Este terreno en la estación de las aguas sería peligroso transitarlo; en la que no lo era, y aun reinando una seca general que había agotado toda el desierto, en esta parte se encontraba en abundancia; en los diferentes malos pasos que nos presentó, costó vencer sus obstáculos.

En esta altura se despacharon todas las comunicaciones pendientes,   -166-   que aun no se habían remitido, desde el número 1 hasta el número 5, que era el de remisión y de la posición en que nos hallábamos en aquella fecha. Un indio intérprete, que pasaba con una partida de comercio, y un miliciano de nuestra comitiva, eran los conductores.

El 2480 a las 71/2 de la mañana nos pusimos en marcha, con rumbo NE 5º E por diferente terreno que el anterior, por el mismo albardón, pero más firme y seco. A los tres cuartos de legua de tránsito, se encontraron a la izquierda del camino como a media cuadra, dos juncales con buena agua: el primero, mayor de 500 varas de circunferencia, era accesible; profundidad cuatro a cinco pies, fondo barro y lama, y su nivel el del terreno; el segundo de 200 varas, de las mismas calidades que el anterior. A media legua más adelante se encontró un pozo de cuatro varas de diámetro, a una cuadra del camino, con buena agua, y de una profundidad, de cuatro a cinco varas; en sus cercanías se encontraba leña de duraznillo y cardo. Él parecía obra de los transeúntes que paran en un lugar cualquiera de la marcha, para descansar de las jornadas.

A una legua más adelante de este pozo se encontraron dos lagunas, separadas del camino como dos cuadras, y una de otra 100 a 150 varas; la primera de 350 varas de circunferencia; la segunda de 220 varas, ambas pantanosas; la mayor un poco menos que la segunda; las dos de regular agua, la segunda llena de junco, la primera limpia, ambas de cinco a seis pies de profundidad; fondo lama y barro; y abundantes de leña en la campaña adyacente, como generalmente se encuentra en toda la planicie en abundancia. A 1/2 legua adelante hicimos alto, para que refrigerasen las cabalgaduras, en la margen de un juncal a la izquierda del camino como 1/2 cuadra de él; su circunferencia pasaba de 280 varas, sucio, pero de buena agua, accesible y de un nivel igual al del terreno; de tres a cuatro pies de agua, fondo lama y barro. A la una de la tarde seguimos la marcha con el mismo rumbo, y a una milla que avanzamos, encontramos una laguna a la izquierda del camino, como un 1/4 de cuadra de 900 a 950 varas de circunferencia: limpia, buena agua, fondo barro y tosca, de cuatro a seis pies de profundidad, sin maciegas, algunas barrancas de 11/2 pies, con elevados pastizales en sus bordes. Avanzando con el rumbo de la salida, hicimos alto en la ribera de un   -167-   juncal, tres leguas de la laguna anterior, a las cinco de la tarde, para pasar allí la noche. El juncal tenía buena agua, como de 260 varas de circunferencia, sin barrancas, pantanoso pero accesible y limpio; bastante leña en sus alrededores y buenos pastizales elevados, y situados en un terreno duro y seco. Se hicieron 81/2 leguas de jornada y 8 solamente según el cálculo, por las pequeñas, sinuosidades del camino que encontramos segunda vez.

El terreno transitado ha sido mejor que el del día anterior; desde la salida, las tres primeras leguas fue por un albardón seco, duro y buenos pastos, tierra negra y blanda, nivelado y elevado sobre el terreno de los flancos; a una milla a ambos rumbos se encontraba una planicie de nivel más inferior, que se extendía por todo el cuadrante y camino por el rumbo opuesto; ambos bañados inaccesibles por todas partes. Desde las primeras lagunas hasta la segunda varió un poco la tierra; negra, húmeda y gredosa, menos firme el piso, blando y algo desnivelado, pastos cortos y regulares, pocas maciegas, pero elevados pajonales en la ribera de las lagunas. El resto del campo hasta la parada era de la especie de la primera parte, pero siempre a nuestros flancos los bañados. Este es el gran estero que casi paralelamente al Salado corre más adelante; en él desaguan todos los arroyos que descienden de la sierra, menos los últimos descubiertos que lo verifican en las Flores. Este gran bañado se extiende hasta las costas del mar, formando bañados, cañadas, arroyos, lagos, etc., a una distancia casi constante del Salado al sud; como se ha expresado anteriormente, su origen es desde el arroyo Quetro-leufú, y su desagüe en los montes de la costa del sud.

El 2581 a las 7 de la mañana, rompimos la marcha disfrutando de su serenidad. Con rumbo NE abrimos la jornada, y con él a dos leguas que anduvimos se encontró una laguna de 270 varas de circunferencia; agua regular, accesible por todas partes, fondo barro y lama, cinco a seis pies de agua, limpia con bastante leña, y buenos pastos en sus alrededores. Una y media legua más adelante se encontró otra a la derecha del camino, de 290 varas de circunferencia, y de las mismas calidades que la anterior. Un 1/4 de legua enseguida otra a la derecha del camino de 200 varas de circunferencia, y de las mismas calidades que las anteriores. Enfrente, y en la misma latitud, a la izquierda del camino, se halla otra laguna como de 690 pies de circunferencia, buena agua, las demás calidades que las descritas; un 1/4 de legua enseguida;   -168-   otro juncal a la derecha de 380 varas de circunferencia, sucio e inaccesible; buena agua y con bastante leña. Todas estas lagunas y juncales en su nivel igual, y situados en terreno húmedo y blando. Avanzando una legua, encontramos con el mismo rumbo otra laguna hermosa y de figura regular, de 700 a 800 varas de circunferencia, rica agua, de cuatro a cinco pies de cauce; arena y tosca su piso; limpia y sin maciegas. En la misma latitud y a la derecha del camino, se halla un juncal casi seco de 400 varas de circunferencia, y en el mismo nivel que el terreno.

A una legua más adelante se hizo alto, en la ribera de otro juncal, para que refrigerasen las bestias y seguir la marcha, distante 51/4 leguas de la salida; tenía buena agua, limpio, bastante pantanoso; de 300 varas de circunferencia, y de tres pies de fondo.

A las 21/2 de la tarde seguimos la jornada, y a una legua con rumbo N 38º NE encontramos el arroyo nombrado de Romero, por llamarse así su descubridor; lo pasamos a cuatro cuadras de sus vertientes, corre de S a N, y desagua en el río las Flores siguiendo el segundo rumbo; fueron reconocidas en el momento sus vertientes; ellas quedaban a la distancia que hemos dicho; tenían su origen en el gran bañado que costeábamos; se formaban de cuatro lagunas que originaba aquel, unidas por el mismo bañado; cada una tenía 250 a 260 varas de circunferencia. Todas encierran un espacio de 1000 y más varas de circunferencia inaccesibles por todas partes; buenas aguas, llenas de juncales y pajonales de ellas nacen cuatro fuentes cristalinas que se unen a 50 varas, y forman el pequeño cauce del arroyo; este se aumenta progresivamente, y a media legua de su origen forma uno de 20 varas. En su paso no excedía de cinco varas; su agua delicada; su piso barro y concha; su profundidad cinco y nueve pies en todo su curso reconocido. En su ribera se encuentra una prodigiosa cantidad de caracoles, y conchas, que forman una perspectiva deliciosa; aumentándose su cauce, se aumenta su latitud; y sus pajonales y maciegas elevadas que le bordean, lo hacen impracticable. A media legua de su paso, siguiendo su curso al N, no da vado, y su tránsito es peligroso por los pajonales, y el cauce pantanoso y considerable; a más del enjambre de leopardos y tigres que habitan sus riberas; corre por un campo, como hemos dicho, húmedo e inaccesible; no forma barrancas; su agua algo colorada, pero buena. La velocidad de su corriente se encontró que en 30’’ de tiempo recorrió un cuerpo el espacio de 40 pies, y en 1’ 80, o 26 varas y 1/2. En el paso, al sud reconocimos sus vertientes, como lo hemos explicado; al N reconocimos dos leguas, a pesar de lo peligroso que era este reconocimiento. El desagüe en las Flores a   -169-   cinco leguas de su origen, y a tres leguas de la desembocadura de este en el Salado, siguiendo su curso al SO.

A 1/2 legua del paso, con rumbo N 28º NE, encontramos tres juncales, pasando el camino por medio de ellos; dos a la derecha, y uno a la izquierda; sus ámbitos eran iguales con corta diferencia; no excedían de 500 varas cada uno; inaccesibles y de buena agua. A 1/2 legua enseguida, transitando por un bañado, aunque bastante seco, encontramos con un cañadón pantanoso, formado del gran bañado, a 1/4 de legua del camino, y que se pierde en el otro a 1/2 milla a la izquierda; algunos juncales son su origen, confundidos con el bañado, y otros a la izquierda son su depósito. El cauce de la cañada era de 4 a 6 varas, pantanoso, sucio y lleno de maciega, con 21/2 a 3 pies de agua. A una legua de esta se halló otra de las mismas calidades, formada por el mismo bañado, y que desagua en el opuesto.

Facilitado el paso con algún trabajo, hicimos alto en la ribera opuesta a las 5 de la tarde, y a ocho leguas de jornada, o a 71/2 en línea recta.

El terreno transitado al principio de la jornada ha sido en partes duro, y de una tierra negra y sólida con pastos quemados; el resto un bañado continuo, con algunos cortos retazos de albardón, pastos quemados en partes, y elevadas maciegas y pastizales en el bañado, lagunas y cañadas.

En la parada encontramos un baqueano de la Guardia del Monte, que con una partida de paisanos había salido a la caza de nutrias en las lagunas. El baqueano prometió guiarnos al día siguiente hasta la Guardia, porque dijo que se encontraban malos pasos en el resto de la jornada para arribar a ella.

El 2682 a las 7 empezamos a caminar con dirección al Salado, que según el baqueano no distaba mucho del punto de salida. Con rumbo N 10º NE rompimos la marcha, y a 1/2 legua encontramos un bañado o cañadón que atravesaba el camino, formado del bañado de la derecha; desaguaba a la izquierda, ambos distaban una milla o menos del camino. A 13/4 leguas, con el mismo rumbo, encontramos una laguna a la izquierda del camino, limpia, de buena agua, y de 400 varas de circunferencia, de 2 a 4 pies de cauce. A una legua enseguida, entramos en un   -170-   gran bañado, obra del principal. Transitamos por agua más de una legua, a la derecha encontrarnos grandes juncales, y a la izquierda lo mismo. En este bañado se volcó un carruaje, y fue menester parar para levantarlo.

Desde este punto, cuatro leguas hacia el Salado, fue constantemente por bañados, con más o menos aguas y lagunas, que en ambos flancos formaba el estero principal. Seguimos por agua, y a las 5 de la tarde arribamos al Salado, después de fatigas y trabajos que en esta jornada tuvimos. El paso lo ejecutamos con alguna dificultad, por lo pantanosa de él; tenía de ancho de 50 a 70 varas; su profundidad de 4 a 5 pies; a nuestra izquierda del paso formaba la gran laguna, llamada de las Flores. El río forma aquí un golfo, y sale enseguida formando un cauce al E.

Del paso, a media legua a la izquierda, se halla este depósito que se extiende por toda la campaña; tiene más de 31/2 millas de circunferencia, y su profundidad y demás cualidades no pudieron reconocerse por ser ya tarde. En la ribera opuesta hicimos alto para continuar al día siguiente hasta la Guardia, cuyas poblaciones ya se distinguían.

En efecto el 2783 nos pusimos en marcha, con rumbo N 5º NE hasta la Guardia, a la que arribamos con este rumbo, distante cinco leguas del paso del río, transitando por diferente terreno que el anterior, y por entre las poblaciones de ganadería, y labranza, que cubrían la campaña, cuyos pobladores salían a recibirnos. Las autoridades y demás personas de la Guardia nos recibieron del mismo modo, y nos hospedaron a medida de nuestro deseo.

El 28 se pasó oficio de nuestra llegada al Gobierno, debiendo marchar al día siguiente. El oficial ingeniero, durante este día de parada, tuvo proporción de poner en orden sus trabajos, para arribar con todo pronto a la capital para su presentación al Gobierno, y para que viese el fruto de una comisión peligrosa, en que si no consiguió entablar una paz como se deseaba, consiguió llenar su objeto principal, por el que anhelaban los amantes de las ciencias y de la prosperidad del país.

El 29 permanecimos en la misma Guardia. El 30 salimos para la capital, y el 1.º de junio arribamos a ella.

  -171-  

La Comisión del sud concluye el cuadro de sus observaciones, habiéndolo presentado con toda la exactitud que ha estado al alcance de la esfera limitada de sus conocimientos. Al encargársele de esta delicada y peligrosa comisión, veía los inconvenientes que en ella había para llenar los objetos que la autoridad se había propuesto. Sin embargo, se lisonjea de haber cumplido con el deber que se le impuso, dando a conocer un país inculto, desierto, y muy poco recorrido por los viajeros; que por su situación geográfica, y las bellezas de su suelo, está destinado a formar un apéndice importante al territorio de la provincia. Cuando se desarrollen sus fuerzas, y se llegue a subordinar las hordas salvajes que amagan ahora nuestras poblaciones, entonces estos campos yermos e incultos, se cubrirán de establecimientos que ensancharán los límites de nuestra provincia. Un clima benigno, un suelo feraz y extenso convidarán al hombre industrioso, y le retribuirán con usura sus sacrificios y trabajos. ¡Tal vez no sea distante la época de este gran paso en la carrera de nuestros adelantos! Solo así conseguirá el país afianzar sus propiedades, estableciendo una línea permanente, que las defienda de los amargos.

La Comisión, al emprender sus trabajos, advirtió la falta de instrumentos para las operaciones físicas y astronómicas, aunque paralas de geodesia, se les dieron los que pudieron proporcionarse. Uno solo destinado a la práctica de estas complicadas operaciones, no podía llenar todos los objetos que se ofrecían a un tiempo. Los reconocimientos de esta naturaleza se fundan en las observaciones matemáticas y físicas, y en sus descripciones debían ligarse ambos ramos. Mientras que se conseguía efectuar una observación astronómica, o una operación geodésica, no se ponía atención a la temperatura, ni se medían las alturas barométricas por falta de instrumentos. Teníamos por consiguiente que dejar este vacío en el cuadro de las observaciones, y contraernos a la calidad de las aguas, tierras, pastos y demás producciones; y a estos detalles importantes sobre la naturaleza del terreno, procurábamos agregar otros estadísticos, combinando las noticias e indagaciones con el cálculo; llenando por último la serie de nuestras observaciones, con los actos de la Comisión en sus relaciones con las tribus contratantes.

La precipitación con que se procuraron los instrumentos a nuestra partida, y la ninguna esperanza de hallar los necesarios para las observaciones en los distintos ramos que abrazaba la esfera de trabajos que debíamos emprender, nos hizo salir sin este auxilio preciso para adquirir los conocimientos físicos de aquel territorio. Los que conseguimos fueron proporcionados por el departamento de ciencias exactas, y apenas bastaban para las operaciones geodésicas. La Comisión se procuró unos   -172-   cuantos más para las observaciones astronómicas: operaciones indispensables, para determinar la verdadera situación de los puntos más interesantes, que sobre la marcha se encontraban, y de otros muchos que se reconocieron, principalmente en el paso de la primera cadena de sierras, y en los trabajos que se emprendieron en la segunda. Los de geodesia fueron de suma utilidad para el levantamiento de los planos que merecían la atención de detallarse, y para las operaciones ulteriores que se efectuasen. Sirvieron al mismo tiempo para determinar la altura de los cerros principales de ambas cadenas.

Concluida y ordenada la serie de nuestros trabajos, cotejamos los viajes que por distintos rumbos habían practicado algunos facultativos, a más de los descubrimientos que se hicieron en la expedición del año 20. Los viajes de la costa Patagónica; las observaciones astronómicas hechas en el interior de la provincia, en sus poblaciones principales, y en la costa oriental y occidental del río de la Plata, y otros muchos reconocimientos modernos, con los más exactos de la provincia, fueron consultados para la formación de un mapa general, hasta el establecimiento del Río Negro en la costa Patagónica, y el interior del país del sud habitado por los bárbaros; el que tuvimos el honor de presentar a la autoridad, como el primer monumento de esta naturaleza hecho en el país, y como el fruto de nuestra asidua contracción, que podía servir de base a un trabajo más normal sobre nuestra geografía; consiguiendo por este medio esparcir la luz sobre los ulteriores proyectos de invasión en el desierto. Introducir una luz, dijimos, porque estamos firmemente convencidos, de que sin estos preliminares todo será efímero, y su ejecución acarreará tal vez funestos resultados a la causa general, si se acometiese una empresa en un territorio no conocido. Recórrase la carta de aquel país, que hemos presentado, cotéjese con las que hemos tenido a la vista, búsquense las que existen, y se verá la notable diferencia entre la primera y las otras.

La primera cadena de los Andes, que corre más de 50 leguas al NO desde el cerro del Volcán, en la costa del Atlántico, atraviesa la vasta pampa, hasta el paralelo de la Guardia Luján. La segunda, desde el cerro de la Ventana, a 22 leguas del Océano, en la altura de la Bahía Blanca, corre paralelamente a la primera, a 60 leguas de distancia, hasta la vista de la laguna de Salinas, y atraviesa el desierto por más de 25 leguas. Ni una ni otra se encuentran en las cartas anteriores; y si se ignora hasta este grado la geografía de aquel país, ¿a qué aventurarnos a grandes operaciones?

No es extraño que se haya hablado y escrito tanto sobre un proyecto   -173-   de línea de defensa permanente; creemos que los que lo han hecho, al abrir la carta desistirán de las ideas que tenían entonces. Sobre esta materia existen infinitos dictámenes con opiniones encontradas, que no sirven más que para aumentar la confusión. La casualidad nos condujo por la parte más importante de reconocer. ¡Feliz casualidad! Ella nos ha proporcionado determinar con la exactitud posible los límites de aquellas cadenas en el occidente, sin dejar de reconocer con certeza su ramificación al oriente.

El Gobierno, deseoso de poner una barrera a las continuas incursiones de los bárbaros, premedita el establecimiento de una línea de defensa permanente, establecida bajo la protección de un cuerpo respetable, que opere, mientras se efectúan los trabajos previos de aquellos establecimientos. Con la carta geográfica en la mano no será difícil hacerlo con acierto, y eligir la posición más ventajosa, llevando por máxima en la elección «que la línea de defensa más corta abrace y guarde la mayor extensión de terreno posible». Las ventajas que resultan de esta combinación no es menester detallarlas. Si a esto se añade la buena calidad del terreno que se ocupe, no habrá más que desear en el país donde se establezca. Todo proyecto que no lleve por base ese principio, solo originará males y pérdidas.

Se trata de custodiar las propiedades de nuestra campaña del sud y oeste, y de dar mayor extensión a la provincia, imposibilitando las invasiones de los bárbaros, sin dejar impune su arrojo. Esto consagra dos principios: el primero, la buena elección de una línea que llene aquel objeto, y el segundo, la organización de una fuerza suficiente. Si nos contraemos al primero, podemos asegurar que se llena el fin principal en la empresa que se propone. Si a lo segundo, no podremos garantir el resultado, porque ignoramos la fuerza veterana con que se cuenta para la custodia y defensa de la línea.

Todos los proyectos, repetimos, han sido cimentados en nociones erróneas del terreno, y con relación a él vemos trazadas líneas de defensa, que lejos de defendernos, son incapaces de evitar la ruina de las poblaciones que se sitúen a su abrigo. Otros, por su extensión y el poco terreno que avanzan, hacen improductiva esta empresa.

Ya es tiempo que se obre en grande, y con mayor utilidad en beneficio del país; consultar la seguridad de las propiedades, y el engrandecimiento del territorio, es a lo que se debe propender. Se pueden proyectar líneas de defensa que concilian ambas cosas; pero es menester   -174-   que el esfuerzo que se haga corresponda a los recursos de que pueda disponer la provincia. Todo lo que salga de esta esfera presentará graves inconvenientes en su ejecución.

Las operaciones militares, que se emprendan con este objeto, deben llevar por base los mismo principios. El establecimiento de la línea de defensa es en lo que se ocupa la autoridad, y es la obra por que clama la campaña, y los que representan la riqueza del país. El Gobierno sabemos se prepara para la ejecución de sus premeditados planes. Estos no deben ocultarse a los hombres pensadores, y que aman la felicidad de su suelo. Si fuesen secretos, desmentirían la liberalidad con que el Gobierno abrió su marcha pública, y la confianza que los ciudadanos depositaron en sus manos. La Comisión, lejos de impugnarlos, hará conocer la justicia con que hace sus observaciones. Ella no se atrevería a hacerlo si un conocimiento práctico del teatro de las operaciones no le hubieran persuadido de que podía verter sus opiniones sin contrariar las miras de la autoridad, y más bien segundándolas. No hará más que indicar el método que en su ejecución debe observarse, conciliando todos los principios anexos a ella, es decir, la situación que debe ocupar la nueva línea de frontera. Marchando de acuerdo con el proyecto analizaremos los principios fundamentales en que estriba, para que no se frusten los esfuerzos de un Gobierno que arrancó al país del estado ruinoso a que lo condujeron las pasiones.

El objeto principal que se propone el Gobierno, en la abertura de la próxima campaña, es la formación de dos fuertes o poblaciones fortificadas: el primero en la Sierra del Volcán, y el segundo en las faldas del Tandil. Ignoramos cuál sea la prolongación de la línea que debe servir de base a estos establecimientos. Estas poblaciones son precisamente los puntos fundamentales más adecuados, más útiles y más hermosos que se pueden elegir para la formación de un camino militar, que abra la comunicación con el establecimiento en el Río Negro, y sirvan de bases a una línea defensiva, o de frontera.

Establecidos estos fuertes, y el centro de los recursos en ellos para las operaciones ulteriores, la línea de defensa continuará prolongándose sucesivamente y sin dificultades. Mas ignoramos cuál es el rumbo y el terreno que ocupe, o si se reduce solamente a un camino militar. Creemos que este debería formar un objeto secundario. La Comisión está persuadida de que con los últimos descubrimientos que ha hecho en su viaje, puede aventurarse a detallar los puntos de la fortificación permanente. Desde el cerro del Volcán, origen de la cadena de sierras que atraviesan   -175-   la pampa al NO, y corran más de 50 leguas hasta el paralelo de la Guardia de Luján, concluyendo en el cerro llamado Cairú, el terreno presenta una barrera que, guarnecida con algunas fortificaciones, aumentaría el territorio de la Provincia con más de 2000 leguas cuadradas, y custodiaría toda la frontera hasta el paralelo de aquella guardia, y aun la de Rojas.

Elegidos en la cadena de estas posiciones, interesantes, los más propios para el establecimiento de estos fuertes, arribaríamos hasta el Cairú, cerro el más occidental y límite de la sierra, donde es de indispensable necesidad la construcción de un gran fuerte. La razón es, porque una fuerza disponible en este punto, impediría las incursiones continuas que los Ranqueles hacen a la frontera del O, y cubriría el importante camino Salinas, distante siete leguas al NO, por donde transitan los invasores.

Las fortificaciones que deben ocupar la cadena de sierras desde el Volcán, creemos que deberían ser seis. La primera, en donde se piensa establecer la del Volcán; la segunda en el arroyo Torrolnelú en la Sierra del Tandil; la tercera en el Arroyo Azul, en la Sierra de la Tinta; la cuarta en la abra de la Sierra Huellucalel; la quinta en el Arroyo Barrancas, en la abra de la Sierra Amarilla y Curacó; y la sexto en la ribera del Río de las Flores, en el cerro Cairú. La primera posición es un elevado cerro con algunos encadenamientos, que a poca distancia al E se pierden en una grande abra, vertiendo a cuatro leguas las aguas en varios arroyos, que desaguan en la costa del mar. Este punto interesante tiene las ventajas de un puerto próximo, en donde la caza de peletería y de lobos haría aumentar considerablemente la población. La segunda, distante de la primera 19 leguas, tiene por intermedio con la anterior, una abra que ambos cerros forman, de 131/4 leguas, en donde se levanta el monte Tandil, prolongándose seis leguas más hasta el Arroyo Torrol. De este delicioso monte descienden los arroyos Tandil, Chapaleofú y Torrol, de ricas aguas, formando senos y diferencias de nivel, que harían progresar los establecimientos de ganadería y labranza, y fomentaría un pueblo el más hermoso en toda la cadena. La tercera dista de la segunda seis leguas, teniendo por intermedio una barrera inaccesible de morros escarpados; encadenamiento que desde el Tandil sigue al No, formando arroyos que descienden por terrenos fértiles y pintorescos.

De esta sierra, nombrada la Tinta por los naturales, nace el caudaloso Arroyo Azul, donde debe situarse el pueble, teniendo a su derecha una abra, por donde transitan a la frontera las tribus Huilliche   -176-   y Pampa, en sus incursiones y comercio. La cuarta, situada en la abra de la Sierra de Huellucalel, cubrirá igualmente el paso por ella de las mismas tribus, en un terreno de la misma naturaleza que los demás; dista de la anterior 61/2 leguas, siendo en esta parte la sierra menos elevada, y sin aguadas permanentes, pero con algunas estacionales. La quinta, situada en las riberas del Arroyo Barrancas en la Sierra Amarilla, cubrirá la abra entre esta sierra y la de Curacó, camino frecuentado por las mismas tribus; dista de la anterior 63/4 leguas, en un terreno delicioso, como se describe en el reconocimiento que efectuamos a su paso. Este gran seno está guardado por los dos cerros, llamados de la Comisión, que harían inaccesible este paso. De esta sierra nacen los arroyos Quetro-leufú y Barrancas, fertilizan su suelo y aumentan las delicias de su clima. El comercio de las tribus se haría más directamente, y su población sería muy frecuentada. La sexta, situada en la ribera del Río las Flores, en las faldas del cerro Cairú, sería una población interesante por su comercio con Salinas, y con las tribus Ranqueles, que conducirían a ella directamente sus artículos de consumo. Dista de la anterior 81/2 leguas, teniendo intermedia la sierra elevada de Curacó, con aguadas permanentes, y con la misma calidad de terrenos para los progresos de la agricultura. Nacen estas aguadas de algunas lagunas, y entre ellas la principal, llamada Blanca, dista 11/2 leguas al E del Río las Flores. Esta población disfrutará de tantas comodidades y proporciones para ser un pueblo rico, como la del Volcán, cuando la industria progrese, y la hidráulica ordene las fuentes que se encuentran en aquel país para el transporte de sus producciones, hasta el interior de la provincia. El Río las Flores, capaz de ser navegado, conduciría los frutos al río Salado, y este al de la Plata y a los pueblos interiores.

Las Guardias de Rojas, Salto y Pergamino pueden ser atacadas por una invasión, aunque con dificultad si se establece un acantonamiento en el Cairú, por las razones que hemos aducido. Sin embargo, si el proyecto ha de llevarse al cabo, deberían fortificarse aquellas Guardias, o avanzarlas hasta el S del Salado, a las lagunas de Palantelen, Cerro Colorado, o a otras posiciones que se crean ventajosas.

De la remoción de estas tres poblaciones resultarían muchas ventajas; no precisamente para librarlas de una invasión, porque fortificadas en donde existen, lo están, sino porque se abrazaría una extensión de terreno hermoso, y útil para la labranza y los establecimientos de ganadería; a más de poder combinar con más facilidad cualquiera operación militar, con el acantonamiento del Cairú, por su aproximación en cualquiera   -177-   posición donde se sitúen en la parte austral de aquel río; en cuyo caso nada habría que recelar.

Las poblaciones que deben guardarse y fortificarse con más anhelo, son la primera y sexta, siéndolo igualmente la segunda y quinta, porque los límites de la línea están más expuestos a ser flanqueados por una invasión. Entre la primera y la segunda, en la abra que las intermedia, es de absoluta necesidad la formación de un reducto o vigía, capaz de avisar cualquier movimiento a las guardias colaterales en caso de invasión. En los demás puntos no los consideramos necesarios, porque están en menores distancias.

La línea que hemos proyectado está precisamente sujeta a los principios anteriores; con seis fortificaciones, se guarda perfectamente una extensión considerable de terreno, se cubren las propiedades de once poblaciones, se evitan las continuas incursiones de los bárbaros, se abraza la parte más interesante de su territorio, y por último se establece con facilidad un camino militar por la costa del Océano hasta el Río Negro, empezando desde el Volcán, y asegurando sus mejores posiciones.

Establecida esta línea, un segundo esfuerzo, que no costará tanto como el primero, nos asegurará la posesión de todo el país que habitan los salvajes, obligándolo a retirarse a las faldas más occidentales del Colorado y Negro. El camino militar los rechazará de las costas del Quequen, Claramelo, Saladillo, Malepundejo, de ambos Sauces, del Colorado y Negro. Las tribus estacionadas en la Sierra de la Ventana, cercadas por todas partes nos abandonarían esa segunda cadena de montes, para buscar un abrigo en las riberas del Diamante o del Neuquen, y tal vez en los Andes. Entonces ¿cuáles no serían los resultados de una combinación tan acertada? ¿Y cuál la gloria del que la llevase a efecto?

No descenderemos a los pormenores de la ejecución, ni detallaremos la fuerza que debe obrar. Dos regimientos de caballería y los esfuerzos de la milicia nos parecen suficientes para la custodia permanente de la línea; y para su construcción, los inteligentes formarán los presupuestos. Nosotros no hemos hecho más que indicar el camino, valiéndonos de los conocimientos de aquel país, y combinando los principios fundamentales de las obras de esta naturaleza.

Pero estamos persuadidos de que, antes de practicarse los trabajos al abrigo de una fuerza imponente, deben hacerse por oficiales geógrafos   -178-   reconocimientos parciales de toda la cadena para elegir las posiciones de los pueblos.

La Comisión concluye, habiendo tenido el honor de expresar su opinión, en consonancia con los principios que la han conducido. El engrandecimiento y la felicidad del país han sido su norte. Si sus esfuerzos pueden cooperar a ellos, será este su premio, y de no, cederá esta gloria a genios más felices que llenen con más acierto esta tarea.

Buenos Aires, febrero 3 de 1823.

Pedro Andrés García.

José María de los Reyes.